La pasión del docente: la clave para recuperar el trato personal en el aula

La adolescencia es una época crucial en la que se comienza a perfilar el futuro y la vida adulta. La labor de los docentes es acompañar a los estudiantes en ese tránsito.

Revisar las prácticas docentes (iStock)

La adolescencia desafía a los jóvenes a conocerse para contactar con sus intereses, tomar decisiones y elegir un proyecto de vida propio. A medida que van creciendo se van descubriendo.

Lo interesante es que este reto, que se da por sentado, se transita desde los primeros años de la primera década de vida, período en el que aún las habilidades superiores de nuestro cerebro no se han desarrollado de manera completa. Se encuentran a mitad de camino de su florecimiento. Por lo tanto, el discernimiento, las consideraciones a largo plazo, la capacidad de prever las consecuencias de los actos, la empatía, la adquisición de hábitos de organización, comunicación efectiva y resolución de conflictos, entre otras aptitudes que la inteligencia emocional nos propone no están disponibles todavía. Y bien sabemos el profundo trabajo personal que requiere que estén lo más a mano posible. Tomar decisiones es una tarea nada sencilla cuando hay pilares aún en construcción. Y no es por capricho, por falta de voluntad ni por apatía. Es un hecho determinado por nuestra propia fisiología. Como también lo es el estallido hormonal tan protagonista de esta etapa.

Además, en este momento, a las características biológicas debemos sumarle el contexto de pandemia —¿o post pandemia?—, que genera aún más incertidumbre, estrés y tensión. No solamente entre nuestros estudiantes, de más está decir. Incluso, encima de todo este torbellino químico, físico, hormonal, es fundamental incorporar a la señora tecnología con su permanente torrente de aplicaciones, redes sociales, streamings, juegos en línea por los que pasa la vida y tanto nos distrae.

Los adolescentes aumentaron su relación con la tecnología durante la pandemia (Shutterstock)

Integrando todo este mix, la idea de un crecimiento sin estados emocionales alterados, atravesados por preocupaciones, miedos y angustias, es demasiado ambiciosa: no sería algo “natural”. Tal vez comprender esto ayude a que nos calmemos y bajemos nuestras exigencias con respecto a nuestros teenagers.

El rol de todos los educadores dentro y fuera de las vivencias intrafamiliares e institucionales adquiere una magnitud cada día más significativa. Y es urgente, vital, innegociable, el estar a la altura de las circunstancias. Estamos todos involucrados en esta travesía, lo elijamos o no, porque nuestras acciones y calidad de vida son las que justamente pueden potenciar a los jóvenes a enamorarse de la búsqueda de un futuro a la medida de sus preferencias y necesidades. O, todo lo contrario, transmitirles un tremendo desagrado y apatía por el “mundo adulto” que los lleve a querer anclarse en un estado de inercia permanente.

¿Qué tipo de “influencers” estamos siendo para ellos? ¿Qué tipo de disponibilidad estamos brindando? ¿Somos un reflejo de entusiasmo o un himno vivo a esas quejas? La realidad nos interpela a acompañar a nuestros jóvenes, a habitar su presente y, más aún, su futuro. Magnífica tarea nos habilitan, y no vamos a soltarles la mano.

En la charla “Motivar a los Docentes” del Mundo de las Ideas, la especialista en Educación, María Lorena Vaccher relata de manera contundente y emocionante a la vez, la importancia de volver a motivarnos para que la tarea de educar, contagiando sentido y no solamente contenido, sea honrada como se merece. Sólo de persona a persona, involucrándonos con el mundo que el otro siente, podemos acompañar a nuestros estudiantes de manera tangible. Eso requiere dejar al costado nuestros juicios, expectativas, interpretaciones, inclusive nuestros supuestos saberes —que tanto nos sesgan—. Para eso es fundamental que tendamos redes entre todos los educadores: enriquecernos con la mirada de los otros, intercambiar experiencias para fortalecernos entre todos.

Por nuestros niños y adolescentes, y por nosotros también —vale la aclaración—, hay que ganarle a las pantallas para volver a mirarnos a los ojos y tejer esas complicidades que tanto enriquecen el tan ansiado encuentro y reencuentro de persona a persona. El recurso humano es el más valioso que tenemos, pero tal vez el agobio nos ha hecho perder de vista su inconmensurable valor.

Armar redes entre docentes (istock)

Con la vuelta a las ansiadas clases presenciales, todo tipo de acontecimientos, muchos de ellos inesperados, se están llevando a cabo: dificultades para volver a adaptarse a la rutina, a las tareas, a la organización, a los vínculos entre todos los compañeros de un mismo grupo. Claramente, nos encontramos con nuevas resistencias que tampoco fuimos capaces de advertir. “Es que los profesores sólo están preocupados por tener nota. Nos dan fecha de pruebas como prioridad, sin importarles cómo estamos ahora que volvimos a estar todos juntos, y nada es como antes”, fue la descripción de una alumna de 4to. año acerca de cómo estaba viviendo su retorno a la escuela.

¿Qué hacer con estos reclamos? ¿Cómo estamos volviendo nosotros? El nuevo paradigma cuestiona la necesidad de cumplir con el programa, de evaluar, de hacer los informes. Priorizando las viejas estructuras que no integran la totalidad del ser, nos encontramos en un vacío vincular sostenido por la repetición de esas exigencias que ya todos bien sabemos, muy poco tienen que ver con el verdadero aprendizaje. Mientras no haya encuentro, no habrá aprendizaje. Habrá, sí, repetición, miradas perdidas, entusiasmos dormidos y muchas veces, materias aprobadas. Sin aprendizaje, sin vínculo. Mentiroso aprendizaje del que todos hemos sido cómplices. Sin embargo, el momento del quiebre ha llegado.

Tal vez, entonces, para generar un mayor sentido a estos encuentros en los que haya aprendizaje, y poder acompañar a nuestros jóvenes —los adolescentes parecen ser los más difíciles de querer acompañar— es necesario volvernos más humanos. Corrernos de nuestros roles y volver a mirar desde la posibilidad que se construye sólo cuando somos capaces de confiar en el plan que está esperando despertarse dentro de cada uno de estos impredecibles representantes de la Generación Z, y que nosotros, tenemos el gran honor y privilegio de poder encender desde nuestra propia chispa.

* Silvina Fernandes es Neurosicoeducadora, Life Coach, Coach Vocacioanal especialista en educación emocional, asesora educativa, autora de Educación en Positivo, Licenciada y profesora en Lengua Inglesa. Dicta cursos en modalidad e-learning, online, en torno a la educación neuro emocional. Contacto: www.silvinafernandes.com / IG silfernandes_edu

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