Desde hace algunos años, el juego entró en la escuela, las empresas y las organizaciones y cambió la manera de relacionarse. ¿Por qué es tan potente? Para encontrar las razones, hay que leer Las llaves del juego (Ed. Bonum), de Inés Moreno.
En este nuevo libro —el décimo—, la docente y escritora plantea que “el abordaje de la condición lúdica requiere transitar la toma de decisiones entre lo pensado previamente y los emergentes del grupo”. En el juego se da una dialéctica de la espontaneidad y la planificación, una dinámica de las relaciones, la facilitación del trabajo colaborativo, la entrega en pos de objetivo común.
Desde Las llaves del juego y con una gran cantidad de ejemplos prácticos, Moreno aborda los modos y consecuencias que la irrupción del juego provoca. “Desde hace muchos años que hablo con ejemplos prácticos”, dice ahora Moreno, en diálogo con Infobae. “Incluso en la presentación, que será este viernes, van a haber videos y fotos con ejemplos. Todo lo que digo se puede llevar a la práctica”.
Sí: desde hace algunos años, el juego entró en la escuela, las empresas y las organizaciones. Pero Moreno lleva más de cinco décadas abocada a la tarea de enseñar jugando. “En la década del 60″, dice, “se hizo el primer Congreso de Educación en Argentina. Fue en Córdoba. Yo era muy chica. Llevé un trabajo donde hablaba del juego y mis colegas, profesores en Ciencias de la Educación, lo rechazaron como un área de la educación. Esos mismos colegas, que, después, me los he encontrado inclusive con funciones gubernamentales hablando bien del juego”.
—¿Cómo fue batallar durante tanto tiempo para imponerlo?
—La sensación es de ser parte de una historia. Yo no hablo desde una investigación teórica. Hablo desde la unión de la praxis y el conocimiento. Yo llegué al juego como maestra jardinera, en la época en que no se necesitaba el título sino simplemente cierta experiencia. Para pagar mis estudios, yo trabajaba en recreación. La posibilidad de conducir grupos en colonias de vacaciones, en campamentos y clubes, me dio una vivencia que luego, como titular de cátedra en la UBA o en la UB, llevé adelante. Debajo de un árbol o en un aula magna, mi búsqueda era hacer significativo lo que se estaba trabajando. Hoy el juego está aceptado, pero todavía no se lo utiliza correctamente desde el punto de vista metodológico. Que se haya masificado, no necesariamente significa que tiene rigurosidad académica.
—Diego Golombek dice que no hay una clase que trabaje más a nivel científico que la del Jardín de Infantes. ¿Pasa lo mismo con los juegos?
—Hay que ver qué jardín. El que ahora está enrolado en darle horas a cuadernillos de lectoescritura no es el jardín del que habla Diego o del que hablaría yo. Hay un capítulo del libro en el que digo que la escuela le abre las puertas al juego: pero hay que estar atento porque a veces el profesor de Educación Física y la maestra jardinera creen que están trabajando con el juego, pero no siempre lo hacen.
—¿Cómo se definiría el juego educativo?
—Primero voy a intentar definir al juego, algo que es muy difícil porque es un universo muy amplio: abarca desde el juego de azar hasta los juegos que tienen que ver con el desarrollo personal. Dice Claudio Naranjo que cuando intentás definir algo que tiene tanta relación con la vida, dejás afuera un montón de cosas. Para acercarme a la definición, yo traté de ver qué le pasa a alguien —particularmente a un niño— cuando juega: hay una pérdida de noción de espacio y de tiempo. Es el nene en la playa construyendo su castillito, que pierde toda noción del contexto. Eso es un juego. A veces un docente relata que los chicos no querían salir al recreo. Cuándo no quieren salir: cuando están metidos en aquello que hacen. Lo que a mí me da la vara para saber cuándo se juega es eso: la posibilidad de que un niño, un adolescente o un adulto no quieran irse de la situación. Pero que esa situación genere aprendizaje es otro estadio. Depende de quién conduce. Porque cuidado: el juego no es inocente. Deja huellas y hasta puede provocar un autoboicot o lesiones en la subjetividad.
—Un capítulo del libro trabaja sobre inclusión. ¿Cómo se da la inclusión en el juego? Pienso en cómo a veces la competencia puede dejar de lado a aquel que te hace perder.
—El juego es una poderosa herramienta desde la didáctica. Como especialista en Didáctica, puedo decir que no hay herramienta educativa que se le pueda comparar en cuando a los cambios actitudinales. Hay muchas técnicas cuando uno quiere desarrollar aspectos cognitivos y habilidades. Pero para el campo actitudinal, cómo vas a decirle desde la palabra “Sé solidario, tenés que tolerar, tenés que ser empático”. No hay herramienta alguna que sustituya el juego. Si queremos una sociedad más inclusiva, si queremos que las personas con dificultades estén dentro de las labores, de sus familias, de sus amigos, de las instituciones, dentro de la educación, hay que generar actitudes que permitan que esa inclusión sea bien recibida.
—¿Cómo se evalúa a través del juego?
—Primero, aunque parezca una paradoja, el juego sirve para evaluar. Hay juegos diseñados específicamente para la evaluación. Cuando estás entrenado en el juego podés crear elementos para que desde el propio juego puedan evaluarse objetivos. Eso no quita que utilicemos también aspectos, instrumentos y técnicas “convencionales” para evaluar el conocimiento adquirido a través de un juego. Todo es posible. Pero hay que saber qué significa evaluar. Evaluar no es medir. Evaluar implica, primero, un profundo proceso de autoevaluación, un aspecto dialógico entre el aprendiz y el conductor. Me preocupa que se mire al juego desde la óptica de una evaluación que es sinónimo de medición, de alguna tabla o de algún aspecto que no es sistémico. El proceso evaluatorio es mucho más complejo. Y por eso el juego interviene.
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