Ana María Stelman todavía no sale de su asombro. Hace unas horas le avisaron que quedó seleccionada entre las diez finalistas al Global Teacher Prize, que cada año elige al “mejor docente del mundo”. “Es un sacudón enorme. No lo puedo creer. Para mí lo que hago es normal, pero se ve que el jurado valora mi trabajo. Ve compromiso y vocación”, dijo en diálogo con Infobae.
Ana María es maestra de grado. Enseña prácticas del lenguaje y ciencias naturales en la Escuela Primaria Nº 7 Fragata la Argentina en el barrio Hipódromo de La Plata. Trabaja con chicos vulnerables que han llegado a vivir dentro de studs o caballerizas y proceden de hogares donde los padres, en algunos casos, son analfabetos. Fue seleccionada entre más de 8.000 postulaciones y nominaciones de 121 países de todo el mundo.
Se trata de la séptima edición del premio que otorga la Fundación Varkey en conjunto con la UNESCO. El ganador, que se hará con un millón de dólares, se anunciará el 10 de noviembre en una ceremonia virtual que tendrá sede en París.
Ante la consulta, la maestra platense explicó por qué cree que recibió la nominación. “Yo no siento que mi trabajo sea especial o mejor que el de otro. Todo lo que hago en la escuela lo hago con mucho cariño por los chicos, con mucha responsabilidad. Creo que el jurado valoró el uso de diferentes estrategias, de la creatividad, de la empatía, de saber escuchar a los chicos y abrirles una puerta al mundo, abrirles posibilidades para un futuro mejor”.
Ana María suele ser catalogada dentro de la escuela como “la que hace cosas raras”. Muchas de sus clases se dan fuera del aula. Exprime al máximo el entorno en el que viven sus estudiantes para lograr engancharlos. “Los chicos suelen decir: ‘con la señorita salimos a pasear’. No se dan cuenta de que al mismo tiempo están aprendiendo”, comentó.
De hecho, cuando arribó a la escuela, el primer consejo que le dieron fue que no hablara de caballos ni de carreras porque los chicos se distraían. Bastó que le dijeran eso para que apostara a enterrar ese prejuicio. Decidió buscar valores “ocultos” en el barrio, trabajar con el compost a base de bosta de caballo, lombrices y la producción de plantines. La maestra recuerda que uno de sus estudiantes, que aún no estaba alfabetizado, se involucró de tal modo con el proyecto que aprendió a leer.
“Los caballos y los animales eran la excusa de reunión, para que se revinculen con la escuela y sus compañeros muchos chicos con los que fue difícil mantener el contacto en pandemia, y para que ahí tuvieran ganas de leer. Un nene que no sabía leer terminó leyéndole cuentos a un cordero. No podíamos alejarlo”, recordó.
-¿Cuán complejo fue trabajar a distancia con chicos que no cuentan con internet o dispositivos?
-Fue un gran desafío. En general, el único celular que tenían los chicos era el de los padres. Al principio yo me mataba haciendo videítos, pero pronto me di cuenta de que solo los papás lo veían. Entonces adapté mis horarios a la rutina familiar. Empecé a llamarlos más tarde, a partir de las 18:30 para estar en contacto con ellos. A los que no tienen celular, los llamaba por teléfono y les leía un cuento, les dejaba una actividad.
Ana María llevó adelante varios proyectos que impactaron directamente en sus alumnos. Uno de ellos se llamó “Los niños gobiernan la República”, que consistió en realizar elecciones entre postulantes de todas las escuelas de La Plata para formar cuerpos legislativos que sesionaran durante un año.
A su vez, de la mano de la virtualidad, trabajó durante un año con la Base Orcadas en la Antártida Argentina. El proyecto culminó con una videollamada de reencuentro. Sus estudiantes aprendieron el trabajo que allí se realiza y vivenciaron el concepto de soberanía. Trabajaron el territorio a partir de la cartografía orientada, dejando en el patio de dos escuelas un mapa bicontinental de más de 10 metros. En pandemia, junto a docentes y estudiantes de Ushuaia, Mendoza, Jujuy y La Plata pudieron percibir la extensión del país a partir de un instrumento astronómico sencillo que usaron desde sus casas: el gnomon.
“La realidad de los chicos es muy es diferente a la nuestra. Yo trato de mostrarles otras posibilidades. Las videollamadas con otras provincias las utilizo para que entiendan que hay un mundo enorme al que ellos pueden acceder. Una vez que fuimos a pasear por la ciudad, llegamos a la Catedral y uno de los chicos me preguntó: ‘¿De quién es este castillo?’. Se trata de abrirles el panorama, de darles herramientas para que ellos puedan avanzar”, señaló.
Ana María comparte la distinción con otros nueve docentes de orígenes disímiles: de Canadá, Filipinas, Reino Unido, México, Ghana, Francia, Estados Unidos, Australia e Irán. Todavía está asimilando la noticia, pero se permite imaginar en qué usaría el premio en caso de ganarlo. “Tengo mis hijos, tengo mis sobrinos, mi mamá que son mi prioridad, pero también tengo la esperanza de apadrinar una fundación y hay varios proyectos que estoy impulsando que necesitan de financiamiento. Todavía no lo pensé tanto porque me parece irreal todo, pero sin dudas que lo invertiría en educación, que es lo que me llevó hasta acá”.
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