El gran quiebre con el Covid-19. Pandemia. Incertidumbre. Crisis. Distancias impuestas. Rutinas colapsadas. Horarios estrangulados. Mentes alteradas. Emociones desencajadas. Clases virtuales. Máscaras. Burbujas. Implementación del modelo híbrido. Vuelta a la presencialidad. Malabares, malabares, malabares. Equipos directivos, docentes, familias, estudiantes... Todos atravesados por la misma tormenta, sosteniendo lo que más de una vez parece insostenible…
¿Dónde colocar al aprendizaje en el medio de semejante caos en el que cambiantes e intempestivas demandas no dejan de aparecer sin pedir permiso?, ¿cómo preservar ese puente fundamental que permite el intercambio con nuestros estudiantes para que el desarrollo de las habilidades superiores de nuestro cerebro como la atención, la creatividad, la lógica, la memoria, el pensamiento abstracto, entre otras, tengan lugar?
Dudo que luego de estos enormes desafíos que aún seguimos atravesando todos los educadores, alguno se atreva a cuestionar el valor de las emociones a la hora de tejer ese preciado entramado que nos acerca a nuestros estudiantes con el fin de promover esas “habilidades duras” a través de las “habilidades blandas”, o habilidades transversales como se llaman ahora más acertadamente- ya que atraviesan cada uno de los motivos, acciones, estrategias que utilizamos para enseñar, y aprender. Y seguir enseñando. Y seguir aprendiendo.
Bienvenidas las emociones que nos piden a gritos despertar todo nuestro potencial creativo y amoroso, ejercitando sin chistar nuestra adaptabilidad y resiliencia, para sortear los obstáculos con los que esta realidad nos ha impactado para resurgir como verdaderos líderes educativos, dispuestos a “casi todo” con tal de que nuestros chicos y chicas sigan siendo los receptores de nuestra misión de vida, tan vapuleada como amada por tanto de nosotros, por cierto.
Estudios en los campos de la neurobiología y la educación que pudimos corroborar con nuestras propias experiencias de aprendizaje junto a nuestros estudiantes dejan muy en claro que la emoción y la cognición son funciones totalmente interdependientes, inseparables. Así, lo fundamentan Mary Helen Immordino-Yang y Antonio Damasio en su documento científico “Sentimos, por lo tanto aprendemos” (2007). Estos neurocientíficos afirman que “La relación entre aprendizaje, emoción y estado corporal es mucho más profunda de lo que muchos educadores se dan cuenta y está directamente entretejida con la noción de aprendizaje en sí mismo. No es que las emociones gobiernen nuestra cognición, ni que el pensamiento racional no exista. Es, más bien, que el propósito original para el cual evolucionaron nuestros cerebros fue controlar nuestra fisiología, optimizar nuestra supervivencia y permitirnos florecer”.
Entonces, para que ese florecimiento del ser, con todo su potencial de aprendizaje y desarrollo suceda, es necesario comprender que nuestra fisiología nos brinda una valiosísima información- a la que no podríamos acceder de ninguna otra manera- gracias a las emociones que experimentamos, en respuesta a los distintos estímulos que nos rodean e interpelan. “Optimizar nuestra supervivencia” tal vez tenga que ver con trascender las funciones de supervivencia que caracterizan a nuestra especie, para darle un mayor sentido a nuestra vida justamente tomando contacto con lo que sentimos, y no solamente con lo que pensamos.
Entonces, como educadores, es prioritario aprender a atender e integrar nuestras emociones en nuestro andar cotidiano para ser capaces de incorporarlas como puertas de acceso hacia el autoconocimiento. Un pilar fundamental que difunde la inteligencia emocional es, justamente, el de la autoconciencia emocional (Inteligencia Emocional, Daniel Goleman, 1995). Ser capaces de reconocer y aceptar las emociones que nos atraviesan, y el mensaje que tienen para darnos, repercute en el encuentro de cada uno con sus propias fortalezas y sus zonas de posibilidad. Por más que algunas emociones sean displacenteras, tales como el miedo, la rabia y la tristeza, evadirlas o negarlas limita nuestro desarrollo ya que son todas necesarias para entrar en contacto con quiénes somos y tomar decisiones en función de nuestros objetivos; quiénes queremos ser. Si las gestionamos adecuadamente, pueden ser nuestras aliadas a la hora de estimular todo proceso de “enseñanzaprendizaje”. Permiten que los estudiantes sean ellos mismos, y se animen a correr riesgos para involucrarse en su aprendizaje, ya que no se está censurando esa verdad interior. Habilitar las emociones corre las resistencias que se generan por la falta de confianza, y por sentir que los juicios priman. “Si puedo sentir, puedo ser en libertad”, es una de mis frases favoritas.
Y es clave comenzar por nosotros, honrando nuestro liderazgo educativo. Tal como estos tiempos lo requieren, sin excusas, titubeos ni postergaciones. El momento que venimos atravesando desde el 2020, con impensadas nuevas maneras de impartir y construir conocimiento- claramente no elegidas desde nuestro interés ni intención- nos da una excelente oportunidad para observar y descubrir qué nos pasa a nosotros frente a la incertidumbre, al miedo, al hartazgo, a la propia apatía cuando el caos se hace tan presente. Es mucho más sencillo comprender el torbellino emocional de nuestros estudiantes cuando habilitamos el propio.
Sabemos que no podemos controlar las situaciones, pero sí podemos decidir cómo responder frente a ellas. El primer paso para que ese torbellino se convierta en brisa, puede ser buscar, con total alevosía y compromiso, acciones que propicien bienestar y emociones placenteras que lleven a querer estar en ese grupo, en esa clase, en ese espacio de aprendizaje. Sabemos que con simple gestos amables, a través del buen trato, del desarrollo del sentido de la pertenencia en nuestros grupos, despertando curiosidad en nuestras propuestas, soltando el control para dar lugar al liderazgo de los más jóvenes, podremos encender la chispa del disfrute, y así estimular las ganas de involucrarse en nuestras propuestas. Sorprender, y sorprendernos a nosotros mismos con actividades que nos agradan, posibilita un canal de comunicación e intercambio más verdadero y fluido. La automotivación será nuestra guía, entonces, para motivar y contagiar desde allí a los demás. Subamos la voz a esa genuina razón por la que seguimos haciendo lo que decidimos hacer. Que sea la genuina expresión de la pasión de nuestro ser, la que siga sosteniendo nuestra implacable labor.
Silvina Fernandes es Neurosicoeducadora, Life Coach, Coach Vocacional, autora de Educación en Positivo, oradora motivacional, capacitadora docente. Licenciada y profesora en Lengua Inglesa (USAL) con más de 21 años de experiencia trabajando con adolescentes.
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