A Juan le encanta jugar al vóley en el recreo. Un día, cuando suena el timbre, corre junto a sus compañeros al patio y se da cuenta de que la red de vóley no está. Juan busca a su maestra y le explica que sin la red no pueden jugar. La maestra le pide que busque otras opciones para ese recreo mientras ella tratará de conseguir que vuelvan a colocarla para el siguiente. Al nene de 8 años le toma todo el recreo calmarse. De hecho, cuando suena el timbre para volver al aula, Juan sigue con cara larga.
¿Qué habilidades necesita Juan para disfrutar del recreo aun cuando su actividad preferida no está disponible en ese momento? Claramente, el poder adaptarse, ser flexible, manejar la frustración, el enojo, y la resiliencia emocional, entre tantas otras.
Y cuando en la escuela aparecen situaciones como estas, ¿qué hace por lo general el docente? ¿Se enoja con el alumno, deja que se la arregle por su cuenta, o comprende qué le pasa y le da herramientas para calmarse y para poder responder en vez de reaccionar?
Con la llegada de la pandemia y el intempestivo viraje al home office, muchas empresas están ya evaluando que sus colaboradores sigan trabajando desde sus casas sin ir a la oficina, o yendo muy poco.
Pero atención: las normas que gobiernan el mundo laboral están cambiando. En la actualidad no sólo se nos juzga por lo más o menos inteligentes que podamos ser ni por nuestra formación o experiencia, sino también por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. El foco ya no está puesto en el horario de trabajo, sino en los resultados obtenidos. Es decir, en el trabajo por objetivos. Y, en este sentido, vale preguntarse, ¿cómo garantizamos que si alguien no está presente en la oficina de 9 a 5 esté trabajando igual que si estuviera allí? La clave: la autorregulación.
Hoy, más que nunca, el valor agregado pasa por aquellos colaboradores que hayan logrado desarrollar la autonomía, la autodisciplina, la toma de decisiones, el poder resolver situaciones por uno mismo, y la autogestión de resultados. La gran pregunta es: ¿quién les enseña a los jóvenes esto? Esperamos que nuestros alumnos sean innovadores, autónomos, que piensen de manera creativa y crítica, que sean empáticos, y solidarios en un sistema que los pone en una cubetera.
La mayoría de los alumnos cree que aprender debería ser sencillo y entretenido. Y la verdad es que, si bien el aprendizaje debe ser interesante, requiere un esfuerzo por parte del alumno. Seguro recordás la frase de Aristóteles: “Las raíces de la educación son amargas, pero sus frutos, dulces”. Y así es: aprender requiere de alumnos que estén dispuestos a concentrarse, a repetir ciertas habilidades hasta que logren manejarlas, a hacer deberes en lugar de salir a jugar con los amigos, a escuchar al docente en lugar de contar chistes. Es decir, necesitan salir de su zona de confort.
Cuando un alumno con un desempeño bajo, en lugar de empeñarse en culpar a su docente, al tiempo o a factores externos, toma conciencia de que puede modificar su desempeño a través de sus decisiones y estrategias, cambia su realidad. Esto se enseña.
De la misma manera que una torre de control en un aeropuerto coordina de manera efectiva las llegadas, las partidas y el tráfico de los aviones, nuestros alumnos necesitan de esa habilidad para hacer lo mismo: evitar distracciones, priorizar tareas, inhibir los impulsos negativos y lograr los objetivos que se proponen. La autorregulación le permitirá al alumno activar su aprendizaje y lograr sus objetivos.
Cuando hablamos de autorregulación nos referimos, entonces, al control que realizamos sobre nuestros pensamientos (metacognición), acciones (manejo del impulso), emociones (reconocerlas y autogestionarlas) y motivación (sostener el interés y la concentración). Los niños no nacen con estas habilidades, pero sí con el potencial de desarrollarlas.
Muchas veces, aun los mejores educadores la confunden con “mala conducta”, cuando en realidad lo que le pasa al alumno es que le cuesta concentrarse y por eso se distrae. El problema es que, si se juzga desde ese lugar, pensando en la mal llamada “mala conducta”, nadie le da recursos al alumno para enfocarse, para no distraerse, para poder hacer algo mejor. Lo que se ve desde esta perspectiva es solo una conducta disruptiva.
La autonomía puede definirse como la capacidad del estudiante de asumir la iniciativa en diversas situaciones y contextos para aprender por cuenta propia. A ello se le suma también el ser capaz de tomar decisiones conscientes y cumplirlas, así como desarrollar la competencia para crear un entorno de aprendizaje idóneo para uno mismo. Este término también incluye buscar personas y situaciones que estimulen el aprendizaje, además de desarrollar la aptitud para reflejar todo lo asimilado. Muy parecido a lo que necesita hacer una persona que trabaja desde su casa, ¿no?
Sin embargo, la poca importancia que se le da a la enseñanza de estas habilidades en las escuelas hace que debamos preguntarnos si los chicos estarán preparados para semejante desafío. El home office requiere de autoconocimiento, sentido de la independencia, la comunicación, la flexibilidad, la colaboración, el respeto por las opiniones del otro, el poder enfocarse, mantenerse concentrados y motivados, pedir ayuda, planificar, priorizar, resolver problemas y no perder de vista el objetivo.
Un alumno autónomo impulsa su propia experiencia en el aprendizaje y desarrolla su responsabilidad . Es decir que el alumno está a cargo de su experiencia académica. Esto sin dudas es clave para estar a la altura de los procesos de upskilling y reskilling que demandan que los colaboradores de una organización puedan estar aprendiendo, desaprendiendo y reaprendiendo todo el tiempo, clave en el contexto de home office.
Al ofrecerles a los alumnos una experiencia de aprendizaje centrada en el alumno, a través de aprendizajes activos, involucrándolos cognitiva y emocionalmente, enfatizando el desarrollo de la autonomía y la autorregulación de los aprendizajes, el alumno asume la responsabilidad de su propia trayectoria, tiene más oportunidades de desarrollar la creatividad y el pensamiento crítico, y aumenta la posibilidad de trabajar en grupo, todas habilidades esenciales para moverse en este nuevo escenario.
Las habilidades que se ponen en juego a través de esta autonomía no solo les servirán para el aprendizaje en el aula sino que los acompañarán para siempre. Cuanto antes comiencen a desarrollarlas, mejor preparados estarán para las exigencias de un mundo post Covid.
Laura Lewin es autora, capacitadora y especialista en educación. Es oradora TEDx y ha escrito numerosos libros, entre los cuales podemos destacar su más reciente libro, La Nueva Educación, de editorial Santillana (2020). Facebook: @LauraLewinOnline - Instagram: @lauralewinonline
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