Carl Sagan decía que, para indagar sobre la vida fuera de la Tierra, habría que buscar otro planeta que tuviera las condiciones de agua y proximidad con su estrella, pero también que estuviera “equipado” con un satélite natural que pudiera filtrar a los asteroides. La luna es determinante para nuestro planeta y para nosotros mismos
Pero no solo lo es como “fuerza de seguridad”, sino que afecta el movimiento terrestre. La atracción gravitatoria de la Luna es tal que hace subir el nivel del océano a ambos lados de nuestro planeta. Pensemos en cómo esos inmensos bloques de agua se mueven como una masa monolítica al ritmo del propio movimiento de rotación y al efecto de la luna: a medida que la Tierra gira de oeste a este, estos dos bultos —de los cuales uno mira siempre hacia la Luna y el otro en dirección contraria— se desplazan de este a oeste alrededor de la Tierra.
Al efectuar este desplazamiento, estas dos masas rozan contra el fondo de los mares poco profundos como el de Bering o el de Irlanda. El rozamiento convierte la energía de rotación en calor y hace que el movimiento de rotación de la Tierra alrededor de su eje vaya disminuyendo poco a poco. Las marcas actúan como un freno sobre la rotación de la Tierra, y como consecuencia de ello los días terrestres se van alargando un segundo cada mil años.
Pero no es sólo el agua del océano lo que sube de nivel en respuesta a la gravedad lunar. La corteza sólida de la Tierra también acusa el efecto, aunque en medida menos notable. El resultado son dos pequeños abultamientos rocosos que van girando alrededor de la Tierra, el uno mirando hacia la Luna y el otro en la cara opuesta de nuestro planeta. Durante este desplazamiento, el rozamiento de una capa rocosa contra otra va minando también la energía de rotación terrestre.
Por supuesto, la luna también se ve afectada por la atracción gravitatoria de la Tierro, pero eso queda para otra entrega.
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