¿Se puede pensar en los efectos que la pandemia del COVID ha provocado en los adolescentes? ¿Cuáles son los puntos de dolor a tener en cuenta con la imposición del aislamiento? Los adolescentes, esos “bichos diferentes” que son como extranjeros en un mundo nuevo, que saben moverse en tribus y ensayar rebeldías con las que transitan el camino hacia la adultez, se enfrentan hoy con una realidad inédita que los desafía y los intimida.
Pensar en los efectos de la pandemia del COVID sobre los adolescentes es también pensar en la educación ¿De qué manera la no presencialidad y el exceso de videoconferencias opera sobre las emociones y las identidades? Invitada por Ticmas, Laura Lewin, una de las grandes referentes en gestión educativa —su libro más reciente es La Nueva Educación. De la escuela del Saber a la escuela del Ser—, abordó las problemáticas más urgentes que conciernen a los adolescentes y que obligan a repensar el rol de la escuela y de los docentes.
—Una de las claves para pensar hoy en la escuela es cómo conectar con los adolescentes a través de una pantalla.
—Tristemente, muchos docentes ven cómo sus alumnos apagan sus micrófonos y sus pantallas para prestarle atención a cualquier otra cosa, menos a ellos. La participación en clase —virtual o presencial— no es opcional. Lo chicos deben poder involucrarse cognitiva y emocionalmente para poder aprender. Un alumno que no se involucra, pierde la motivación y se desconecta. Literalmente también. Siento que hoy hay una hiperpresencia de la pantalla que genera problemas. Chicos agotados cognitiva y emocionalmente, con dolores de espalda, ojos irritados, problemas de postura. Una pregunta interesante para hacerles a los directivos de las escuelas es si tuvieron alguna consulta con un neurólogo, con un psicólogo o con algún médico para ver cuánto es el ideal de Zoom para cada edad. La clase virtual no es igual a la clase por Zoom. La clave, creo, está en la interacción entre los alumnos y en la retroalimentación. Si educar es sostener vínculos, necesitamos cámaras prendidas para conectar con ellos, para anticiparnos, prestar atención a sus expresiones faciales. Cada día podemos tratar de identificar quién no está participando como vos esperás y tratar de conectar de alguna manera con él.
—¿Qué perdieron los adolescentes con la pandemia?
—Los adolescentes son, sin duda, los olvidados de esta pandemia. El adolescente venía como en un tren a alta velocidad y, de repente, alguien le puso el freno de mano. Se frenó su vida, se frenó la posibilidad de ver a la chica o al chico que le gustaba en el colegio, se frenó la oportunidad de abrazarse, de sentirse, de ir a bailar, de transgredir los límites de la adolescencia. Eso genera mucha angustia, mucha bronca, mucha impotencia. Como adultos debemos entender que para ellos esta pandemia también implica un esfuerzo enorme. Porque, además, está la presencia continua de la familia. En la adolescencia vos empezás a tener tus espacios, tus secretos, tus momentos para estar solo o con quien quieras, y ahora tenés a toda tu familia al lado, que mucha veces te invade. Hay una hiperpresencia de la familia y una hiperpresencia de la pantalla. Por supuesto que no debemos generalizar, porque no todos los adolescentes están atravesando lo mismo, cada uno tiene una familia en particular, sus propios recursos psicológicos y un entorno único, pero claramente se ven muchos adolescentes a la defensiva, algunos hasta agresivos, y otro tanto angustiados.
—En la adolescencia se empieza a ensayar la transgresión. Pero ¿cómo hacemos para aceptar que los chicos necesitan transgredir la norma, cuando del otro lado, el aislamiento es una cuestión sanitaria?
—Es muy difícil, y tal vez ahí vemos el por qué de las fiestas clandestinas. Por un lado entienden que estemos en pandemia y que hay que cuidarse, pero por el otro lado piensan: “¡Pará! ¡Soy un adolescente! Esta era la etapa que más esperaba de mi vida”. Se suponía que los chicos de los últimos años tenían que cerrar los ciclos con sus compañeros para empezar la universidad. Y los están terminando como pueden. Y empezando como pueden. Por eso hay que darles un espacio y acompañarlos, entenderlos, oírlos, que puedan hablar. Es importante también que toda la angustia y la incertidumbre que tienen la puedan canalizar en algo que les gusta hacer, desde hacer música, componer, cocinar, algo que los conecte con lo que sí se pueden, que no sea siempre un “No”.
—¿Cómo se pueden promover los vínculos interpersonales sin la presencialidad?
—Se puede y se debe. De la misma manera que un influencer conecta emocionalmente con sus millones de seguidores, los docentes debemos conectar con nuestros alumnos. Esto se hace a través de rutinas, de un llamado personalizado cuando se necesite, quedándonos un ratito en el zoom para conversar con aquellos que no vemos bien, fomentando el trabajo en equipo entre ellos. Cuando nosotros estamos muy estresados tenemos un alto nivel de cortisol en nuestro organismo y ese exceso de cortisol lo podemos sacar haciendo ejercicio y socializando. Por eso, como docentes y como familias, no tenemos que perder de vista eso. No castiguemos a los chicos diciéndoles que no usen el celular, porque necesitan socializar. Necesitan conectarse con sus amigos. Y, además, está el tema del ejercicio. Hace unos días en un programa de televisión me preguntaron si yo estaba de acuerdo con muchos especialistas que habían aconsejado que en estos momentos pusiéramos el foco en las materias importantes, y sabés que creo que no…
—Las materias importantes son Matemática, Lengua, las que tradicionalmente se consideraban importantes.
—Las troncales. Creo que las mal llamadas “materias relleno”, como Educación Física, Arte, Música, son las que nos están sosteniendo en este momento. Ojo con esto de poner el foco solo en el contenido, los chicos no son baldes que hay que llenar. Es verdad que hay un vacío de conocimiento que seguramente será muy difícil de recuperar, pero creo que debemos ayudar a los chicos a desarrollar aquellas habilidades necesarias para que puedan autogestionar sus propios aprendizajes, para que puedan seguir aprendiendo aún fuera del aula —virtual o presencial—.
Hoy los chicos tienen cientos de canales en la tele, miles de series en Netflix, tienen infinidad de playlists de Spotify con millones de canciones, pero van a la escuela donde todavía se les dice qué tienen que hacer, cómo tienen que hacerlo, cuándo y dónde. Y después hablamos de motivación.
—¿Qué estrategias podemos poner en juego como para que se dé el trabajo colaborativo a distancia?
—Podés trabajar con grupos más pequeños con las salas de Zoom, podés trabajar la parte asincrónica para que se conecten, por ejemplo, a través de WhatsApp. Lo importante es el intercambio de ideas, el verse a la cara aunque sea a través de la pantalla, la interacción. Hoy los chicos tienen cientos de canales en la tele, miles de series en Netflix, tienen infinidad de playlists de Spotify con millones de canciones, pero van a la escuela donde todavía se les dice qué tienen que hacer, cómo tienen que hacerlo, cuándo y dónde. Y después hablamos de motivación. ¿Será que no están motivados o será que no se motivan para hacer lo que el docente quiere que hagan cuando él quiere que lo hagan y de la manera en que él quiere que lo hagan? Necesitamos personalizar la instrucción, darles a los alumnos la oportunidad de elegir. Las oportunidades de aprendizaje se desvanecen cuando los alumnos están aburridos. Esto no significa que la clase deba se divertida, no. Pero sí tiene que ser interesante, que el aula genere un profundo deseo de estar.
—¿Pero cómo se personaliza la educación con cuarenta alumnos en el aula?
—¿No será momento de empezar a repensar la ratio alumnos/docente? ¿Por qué 35 alumnos y un docente? ¿Por qué no podemos tener 60 alumnos y tres docentes, y trabajar por estaciones, por proyectos, trabajar de manera transversal? El sistema educativo de la actualidad no les ofrece a los alumnos una experiencia personalizada. Por eso, armar grupos de trabajo entre alumnos que se atraigan de modo natural en base a proyectos o fortalezas tiene más sentido que seguir juntando alumnos por su año de nacimiento. La pandemia nos empieza a interpelar. Nos empieza a exigir que transformemos la educación en serio.
—Cuando terminaron las clases del año pasado, todos dijimos “La educación cambió”. Y cuando comenzaron las clases este año, todos vivimos la sensación que no había cambiado nada, que habíamos vuelto al 2019.
—Si el cambio fuese fácil yo estaría tan pero tan flaca… y no es el caso. (Risas)
—¿Se puede trabajar con los directivos para que puedan escuchar a los alumnos adolescentes?
—Sería genial. El cambio significa un gran esfuerzo para salir de la zona de confort y de seguridad que venís transitando hace mucho tiempo. Y, salvo que haya una gran voluntad y que estemos todos inspirados, es muy difícil imaginar una nueva educación. Para que cambie en serio necesitamos de grandes líderes, de grandes directivos que puedan ver lo invisible, que puedan ver en qué quieren convertir a su institución independientemente de cómo están hoy. Cambió la comunicación y, claramente, tiene que cambiar la educación. Y cambiar la educación implica mirar a los alumnos: ponerlos en el centro de la escena. Sacar al docente del pizarrón y permitirle un rol mucho más interesante, que es el de facilitador: facilitador de experiencias interesantes, de climas propicios para aprender, de contenido significativo.
—¿Cómo hacemos para escuchar la angustia de los estudiantes y cómo hacemos para no contagiarlos con nuestra propia angustia?
—Sin seguridad emocional no hay aprendizaje. Un chico que no está en paz no puede aprender. Si tengo miedo porque acaban de internar a mi abuela, no estoy para escucharte. Entonces, primero: el acompañamiento. Que el alumno sepa que estás. Si me necesitás, estoy acá para escucharte, para hablarte, para contenerte, para lo que necesites. Y después: generar la instancia para que puedan hablar. Tal vez no lo puede hablar en casa porque están todos muy movilizados con esta situación. Que tengan acceso para contarte algo, que puedas ofrecerles algún mail del colegio donde ubicarte. Que sepa y sienta que puede contar con vos.
—¿Qué significa que “a la escuela se entra por la ventana”?
—Es una frase que escribimos en La educación transformada con Fredy Vota. El lazo de identidad, muchas veces, se logra al principio por afuera. Es importante que la escuela pueda enseñar teniendo en cuenta la construcción de un sentimiento de pertenencia por parte de sus alumnos. Hay que construir la identidad con la escuela, a través de actividades especiales, deportes, celebraciones, competencias, acciones solidarias, campamentos, etcétera. Claro que en estos momentos de pandemia mucho de esto no se puede, pero hay que ver qué sí podemos hacer. A la escuela la hacemos viviéndola, disfrutándola, creando.
—Si me pongo en abogado del diablo, puedo decir que sí, es importante prestar atención a cómo están los chicos, pero necesito dar mi programa, cumplir con una curricula. ¿Cómo hago para dar mi contenido y además estar pendiente de sus emociones?
—Es al revés. Si no trabajás lo socioemocional, lo cognitivo se va a resentir. Como te dije antes, los chicos no son un balde que hay que llenar. De nada sirve dar contenidos y contenidos cuando hay alguien que no está permeable a lo que estás diciendo. Primero tenemos que sanar esas almas. Primero tenemos que lograr que vuelvan a estar en eje, en equilibrio, para que quieran aprender. Si no, podrás enseñar pero nada te garantiza que tus alumnos vayan a aprender.
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