Cada mes, Ticmas organiza una jornada de debate y formación para la comunidad docente. A lo largo del año se han abordado diversos temas, como la promoción de las habilidades del siglo XXI, la gestión de las emociones en el aula, las estrategias de evaluación en la pandemia. En esta oportunidad, el encuentro de mayo se estructuró en torno a la enseñanza en las áreas de estudio de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemática: “STEM”, tal el acrónimo de las palabras en inglés.
La pandemia se ha convertido en un gran dilema para la educación y la incertidumbre rodea a todos los actores que intervienen en ella. El lugar común relaciona crisis y oportunidad de una manera tan estrecha que uno no puede sino sospechar del vínculo, pero: ¿eso implica que no se puede pensar en reconvertir un modo antiguo —y hasta casi obsoleto— de dar clases? La educación en ciencias, de hecho, ha comenzado este proceso y es seguro que se mantendrá y consolidará cuando el coronavirus sea un recuerdo.
Cuáles son los ejes de la enseñanza de las ciencias, qué se puede aprender de la pandemia y, sobre todo, cómo se da clases de manera inclusiva: sobre estos temas habló Valeria Edelsztein en la entrevista que abrió la jornada y que aquí reproducimos.
Edelsztein es científica, comunicadora y docente. Autora de Científicas de acá, Contemos historias. Ciencia para mentes curiosas y Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera), entre otros títulos. Es una gran referente de la promoción de las mujeres en las ciencias y una importante divulgadora de las ciencias naturales.
—¿Cómo se sostiene la educación de la ciencia en un contexto de incertidumbre, con modalidades duales y suspensión de la presencialidad?
—Estamos en circunstancias muy excepcionales y sostener una ficción de normalidad no nos sirve ni como docentes ni como estudiantes. Hay que pensar nuevas estrategias y formas de acercamiento. Con una colega, hace cinco años damos talleres de ciencias en la escuela primaria y siempre fue en modalidad presencial. Pero ahora: cómo podíamos dar por Zoom un taller que es principalmente experimental. Eso tiene un montón de problemas asociados, porque no es solamente cómo transmitir el contenido, sino, por ejemplo, cómo hacer para que adquieran cierta independencia en la manualidad. Una cosa es estar ahí y ayudar en los momentos en que sabemos que pueden aparecer obstáculos, y otra es a través de una cámara: cómo hacer para conectar elementos o mezclar sustancias.
—¿Cómo lo solucionaron?
—Armamos las clases con lo que teníamos mucho por hacer a través de lo digital. Buscamos actividades en donde el obstáculo no estuviera tanto en la preparación y en el armado del equipo en sí mismo, si no en lo que surgía a partir del experimento. No fue fácil. Hubo que reinventarse y buscar un montón de recursos que de otra manera no hubiéramos encontrado. Pero en ese sentido fue una oportunidad. De a poco, nos vamos entrenando en esta nueva modalidad.
—¿Hay que pensar a la ciencia desde otro rol? Porque no solo cambiaron la metodología sino también el objetivo de la clase, y la experimentación dejó lugar al trabajo comunitario.
—Sí, y lo comunitario es muy importante. Muchas veces tendemos a ser transmisores de contenidos y nos cuesta hablar del contexto en el que se produjeron esos contenidos. El contexto es muy relevante para tener en cuenta que la ciencia es una actividad inherentemente humana y, como tal, tiene todos nuestros defectos y nuestras virtudes. Quienes nos dedicamos a la producción del conocimiento científico no estamos ajenos a lo que pasa en la sociedad, y muchos descubrimientos y desarrollos y avances se hacen en ese contexto. Separarlos tiene el problema de que después nos cuesta entender o ver la imagen más grande. Hacer ciencia siempre es un proceso colaborativo que se basa en las ideas que otras personas tuvieron antes.
—Estás hablando también de Popper, Kuhn y la epistemología.
—Las metaciencias nos sirven para pensar cómo enseñamos ciencias. Es importante ver el contenido y cómo se desarrolló, porque nos permite desterrar la imagen de quiénes son los que se pueden dedicar a la ciencia. Si pienso que quien se dedica a la ciencia tiene que tener el genio de Newton, ¿cómo me voy a dedicar yo a la ciencia? Esas concepciones de cómo nos imaginamos a la gente que hace ciencia son contraproducentes
—¿Qué hay que tener en cuenta cuando se enseñan disciplinas tan sensibles para la identidad de cada uno?
—La clave es reconocer nuestros propios sesgos y nuestra propia reproducción de estereotipos. Los tenemos y no podemos sacárnoslos de encima, pero podemos saber que están ahí. Si lo llevo al mundo de las mujeres en las ciencias, se ve muy claro. Pensemos por un segundo cuáles eran los dibujos animados o las películas que mirábamos en donde había alguien que hiciera ciencia: quiénes eran esos que hacían ciencia. Voy a nombrar algunos, solo para tener a todas las generaciones cubiertas: el profesor Neurus, el profesor Locovich, doc. Brown de Volver al futuro —que es mi película favorita, pero él es el estereotipo de científico loco—, Dexter, el profesor Utonio —las chicas eran superpoderosas pero el profesor era Utonio—, el profesor Frink de Los Simpson. ¿Qué tienen en común? Todos estaban medio chiflados, todos tienen guardapolvos y pelos locos y todos son varones. Hasta los que no son seres humanos son varones cuando hacen ciencia. No es algo menor. Lo mismo sucede en otro lugar de nuestra formación de identidad primaria: los juguetes. Si miramos las cajas de los juguetes de la década del 60, todos los que eran de química, de física, de construcciones tenían solo a nenes. Y la Barbie que hablaba tenía una frase que decía “La clase de matemáticas es difícil”. Las nenas que crecimos en los 90 escuchamos a nuestra muñeca favorita decir que las matemáticas no eran para nosotras.
Las nenas que crecimos en los 90 escuchamos a nuestra muñeca favorita decir que las matemáticas no eran para nosotras
—¿Es un efecto determinante?
—Estamos mirando detalles, pero son detalles que van dejando mella. Porque después, cuando analizamos los datos, vemos que las nenas se autoperciben menos inteligentes y menos capaces que los varones a partir de los 6 años. ¡Es tremendo! Y, además, hay un correlato en que en aquellas carreras que se piensa que se necesita más inteligencia (Física, Matemática, Ingeniería) hay menos mujeres. Esto no es algo trivial. Si crecemos y formamos nuestras identidades con expectativas asociadas a los roles según el género, es muy difícil desarmarlos. En el aula, tenemos que estar atentos a que, sin querer, reproduzcamos y reforcemos estos estereotipos.
—¿Cómo cambia nuestra relación de la ciencia a partir del coronavirus?
—Yo querría decir que la pandemia nos dio una excelente oportunidad para hablar de tener un país en el que se haga investigación en ciencia y tecnología. La verdad es que también nos mostró otras caras más complejas y preocupantes. Es preocupante que en los medios de comunicación haya personas que hablan sobre pseudociencias o que son antivacunas, que permanentemente dicen falsedades y no trae consecuencias. Amparada en la libertad de expresión puedo decir cualquier cosa, pero eso tiene un impacto y, como comunicador o comunicadora, hay que ser responsable del impacto que genere. Las vacunas son la segunda intervención humana que más vidas salvó en la historia después del agua potable. Las vacunas son efectivas, seguras, funcionan, tenemos sistemas de vigilancia de vacunas. Que estemos en esta situación en la que se habla en contra de las vacunas me hace preguntarme en qué nos equivocamos desde la comunicación y la enseñanza. Uno de los grandes espacios en los que debemos pararnos es, como dije antes, la manera en que se construye el conocimiento científico. El qué sabemos es importante, pero el cómo lo sabemos es fundamental. Tenemos que profundizar en eso para que esta situación no vuelva a darse en el futuro.
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