Miles de chicos y adolescentes entraron a la literatura gracias a Minotauro, una colección que que logró convertirse en una marca propia —como la de El séptimo círculo, que dirigían Borges y Bioy, o la Robin Hood—. Minotauro tenía la fuerza para garantizar que cada uno de sus libros era una novea fundamental. Y claro que lo eran. Los autores más relevantes de la ciencia ficción y la fantasía aparecían allí: Bradbury, Stapledon, Ursula K. Leguin, Ballard, J.R.R. Tolkien, Roger Zelazny.
Minotauro fue una creación del gran editor Paco Porrúa —el mismo que publicó Cien años de soledad, de García Márquez, y Rayuela, de Cortázar—. Tuvo su época dorada en la década del 70 y se mantuvo activa hasta la llegada del nuevo siglo. En 2001, año muy acorde con el género del que se ocupaba, Porrúa vendió el sello a la editorial Planeta, que hizo algunas ediciones desde entonces, pero ahora, con una decisión fundamental, comienza a recuperar esos libros y el Minotauro vuelve a asombrar.
Los clásicos de Ciencia Ficción son puertas para que cualquier estudiante entre en el mundo de la literatura. Con ese rasgo misterioso que los vuelve inoxidables y con una asombrosa capacidad para no perder vigencia —aún cuando la tecnología de quienes la pensaban en aquel entonces hoy nos resulte arcaica—, logran que cualquier lector, sin importar la edad, entre en contacto con una de las funciones más enigmáticas y potentes de la literatura: la creación de otros universos posibles.
La nueva colección de Minotauro se destaca por conservar la calidad que tenía el sello en sus orígenes, conservando el espíritu de las traducciones pero ajustando algunas palabras a nuestro presente, y con unas portadas desbordantes que invitan —por no decir obligan— a leer.
Entre los títulos que ya publicados se pueden señalar
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury: De esos libros que cuando uno habla se pone de pie. Un libro maravilloso, imponente, un castillo marciano que nos enseñó a mirar al planeta rojo a su imagen y semejanza. Todos los cuentos del libro son increíbles.
Sueñan los androides con ovejas eléctricas, de Philip K. Dick: Hay quienes señalan que Dick era un escritor muy bueno pero que escribía apurado y por eso, algunas veces, sus tramas se quedan a mitad de camino. Bueno, eso no pasa con este clásico infinito que habla de un mundo colonizado por el drama de la tecnología. La película Blade Runner —que toma el título de un libro Bukowsky— es una versión bastante libre del libro. Es una buena idea comparar cómo un director puede “traicionar” a un escritor y qué cosas la literatura permite hacer y cómo el cine tiene que encontrar otros métodos para contarlo.
Fahrenheit 451, de Ray Bradbury: En un mundo distópico donde los libros son peligrosos porque enseñan a pensar, el trabajo de los bomberos es quemar la palabra escrita. El título hace referencia al calor que despide la llama medida, por supuesto, en grados fahrenheit. El libro es maravilloso y la trama de una solidez genial. Pero hay que destacar especialmente el epílogo, en el que Bradbury hace una ligera referencia a un dispositivo parecido a la radio portátil, que hoy podría ser el celular.
Soy leyenda, de Richard Matheson: Matheson es un gran escritor de terror y es algo que se puede ver en otro de sus libros publicados en esta colección, La casa infernal —aunque por la temática de este no es recomendable para chicos de primaria—. Soy leyenda combina el fin apocalíptico de la humanidad con una visión desencantada de la guerra y el progreso tecnológico. Se hicieron varias versiones para el cine; la última fue con Will Smith. Curiosamente ahí los hombres se volvían una especie de zombis, aunque en la novela eran más bien una suerte de vampiros que se contagiaban por la mordida de un murciélago. Si fuera necesario, es una excusa interesante para leerlo en estos tiempos de covid-19.