Elogio de la docencia

¿Es posible innovar en educación? ¿Por dónde comienza a transformarse? Docente de alma y de larga trayectoria, Pepe Menéndez escribió un hermoso libro sobre su experiencia delante del aula. Publicamos aquí el prólogo de “Escuelas que valgan la pena” (Ed. Paidós)

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"Escuelas que valgan la pena",
"Escuelas que valgan la pena", de Pepe Menéndez (Paidós)

Me apasiona la educación. He dedicado mi vida a enseñar, salvo unos primeros años en que ejercí de periodista.

Ahora, intento movilizar la fuerza de la educación desde otras tareas. Mi carrera profesional se ha desarrollado como profesor, tutor y responsable de equipos de profesores, y siempre viviendo con perplejidad la constante variación de leyes educativas y la abundancia invasiva de normativas oficiales. Durante once años fui director del centro Joan XXIII de Bellvitge (L’Hospitalet de Llobregat), etapa de la que guardo muy buenos recuerdos y experiencias, porque aprendí a bailar con la complejidad de un entorno de gran diversidad, procurando no desviarme del propósito final de nuestro cometido, que es el éxito educativo de todos los alumnos. Luego formé parte del equipo directivo de la red de escuelas de Jesuïtes Educació en Cataluña, en donde creamos, diseñamos y desarrollamos el proyecto Horizonte 2020, un referente de innovación educativa internacional. Fueron años de una gran intensidad creativa, transformadora y emocional, impulsada por un sueño compartido por centenares de educadores y educadoras.

En esta última etapa profesional acompaño instituciones de muchos rincones del mundo, que se proponen desarrollar procesos de transformación educativa, compartiendo las mismas necesidades, las mismas preguntas y miedos que siente la gran mayoría de docentes de todo el mundo, y al mismo tiempo sienten aquellos deseos e ilusiones de ser útiles a tantos niños y niñas, adolescentes y jóvenes que buscan su lugar en el mundo.

Niño en el aula (REUTERS/Stephane
Niño en el aula (REUTERS/Stephane Mahe)

Mi libro Escuelas que valgan la pena quiere recoger esta amplia y diversa experiencia. Está estructurado en capítulos en torno a una historia, encabezados por un título en forma de pregunta socrática, y con una reflexión que introduce el tema central al principio y al final de cada capítulo. Todos ellos son meros pretextos para invitar a la reflexión.

Las historias son auténticas, aunque están modificadas con pinceladas de ficción y, en algunos casos, cuentan con algún nombre figurado para evitar comprometer a nadie. No pretendo documentar periodísticamente unos hechos, sino abrir una ventana a las aulas y a otros espacios educativos a través de los cuales sea posible observar la vida de las escuelas, de sus alumnos y alumnas, docentes y familias.

En todas las historias se reflejan comportamientos, actitudes, creencias, valores, inercias y miradas diferentes sobre la educación. Y están escritas con la mayor claridad y amplitud de la que he sido capaz. Resaltando siempre la humanidad, porque de todos los protagonistas he aprendido muchísimo. Con la mayoría he compartido ilusiones, y también desengaños y frustraciones. He visto llorar de emoción a docentes por los éxitos de sus alumnos, aunque también he visto hacerlo de impotencia ante algunos fracasos.

Cuando rememoro todos estos años, también me vienen los aromas, los paisajes, las conversaciones, las comidas, las celebraciones, las culturas diferentes, los lenguajes, los sobresaltos, los momentos de éxito y también de inquietud, que he vivido. Puedo sentir aún el escalofrío de la frágil barrera que separa la euforia del desencanto en la enseñanza.

(REUTERS/Stephane Mahe)
(REUTERS/Stephane Mahe)

La educación representa una oportunidad extraordinaria de crecer y de dar sentido a mi vida. También, de colaborar en el sueño de la transformación educativa con tantos otros educadores perseverantes, de diferentes países y continentes, para quienes la educación es una fuente de vida para tantos niños y jóvenes.

Especialmente estimulante ha sido comprobar cómo la escuela ha ayudado a las personas en contextos de menores oportunidades, que he conocido en mi país y en tantos otros del mundo. En muchas ocasiones fue superada mi capacidad de sorpresa y de asombro, al ver alcanzar lo que parecía imposible.

No me canso de comprobar una y otra vez la pasión que mueve a tantos educadores del mundo a hacer las cosas más variopintas, con tal de llamar la atención de muchos alumnos que se mueven en el umbral de la indiferencia, o que se topan contra el muro de la incomprensión de los sistemas educativos. Sus acciones y los logros conseguidos han resultado tanto frutos reconfortantes como evidencias de la relevancia de la educación para las personas con pocos recursos.

He podido constatar el carácter especial de quienes nos dedicamos a la enseñanza. Algunos me han parecido con frecuencia una especie de bichos raros o de freaks con quienes la relación resultaba compleja. Pero muy a menudo he podido comprobar en ellos las grandes dosis de gratuidad en su disponibilidad personal y de tiempo, así como la fuerte convicción de que todos los alumnos pueden salir adelante. Es una característica que hace especial a esta profesión.

Como director, a veces, he tenido que recordar a algunos colegas que la función primordial de la educación es ayudar a la construcción de la vida de las personas. A menudo he visto cómo pesa enormemente la inercia de un sistema centrado en la creencia de que su utilidad principal es certificar conocimientos memorísticos, creyendo que es eso lo que los formará para la vida. Los profesores hablamos y hablamos, y luego les pedimos a los alumnos que repitan. Y parece que nos basta con ello... que hemos cumplido... Al fin y al cabo, es lo que se acostumbra desde hace siglos.

Por eso me duele cuando me encuentro a alguno de mis colegas, y me dice aquello de que “las cosas no son como antes” o que “la escuela ha cambiado mucho”, lamentando la evolución de los tiempos. ¡Es evidente que las personas y los ámbitos cambian! ¡Faltaría más! Y no es que crea que siempre se mejora. Lo que sí defiendo con pasión es que el tiempo pertenece a las personas que lo viven, y que tienen todo el derecho del mundo a ser protagonistas de su construcción, a disfrutar de su tiempo, y a que nadie les robe sus sueños.

La postal típica de un
La postal típica de un aula

Creo que la práctica educativa da un alto valor a las personas que ejercen esta profesión, y también veo que, lamentablemente, apenas se tienen en cuenta los procesos de transferencia profesional, que darían una mayor oportunidad de mejora al conjunto del sistema educativo.

Por todas estas razones y emociones he escrito este libro. Con la esperanza de que sirva de inspiración para el debate de educadores, directivos, familias y responsables de las políticas educativas en el camino hacia la transformación de la educación. Si consigo algún logro con este esfuerzo, me sentiré gratificado. Y si no es así, confieso que el proceso mismo de escribirlo me ha supuesto una experiencia muy satisfactoria. Como siempre he hecho en mi vida, he intentado pasarla bien y que los demás la pasen bien.

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