Si buscáramos un término para definir el lapso que va de marzo de 2020 a hoy, ¿cuál sería? Para algunas personas, quizás, esa palabra sería caos.
Mantener el orden en los niveles educativos ha sido una tarea más que difícil, rozando lo imposible. Cambiaron los horarios, los lugares donde desarrollamos nuestras actividades principales, las maneras de interactuar. Nos adaptamos a las restricciones y hasta a la restricción de las restricciones. Ya no es una opción planificar a largo plazo sin tener que cambiar el caballo a mitad de camino.
Vivimos en una sociedad donde el orden riguroso es sinónimo de profesionalismo, donde una persona que enseña a mantener la pulcritud de espacios tiene una serie que es de las más vistas del mundo. De repente, la pandemia no sólo nos desordena la vida sino que pone en evidencia todos los aspectos que teníamos en automático y que hoy tenemos que tomar en cuenta: re-pasarlos, re-pensarlos, re-producirlos de una manera completamente diferente. Y claro, la pregunta es: ¿cómo hacemos para ver lo bueno dentro de todo esto?
Tim Harford dice en su libro El poder del desorden que el caos es un espacio fértil para la creatividad, la interconexión de ideas que inicialmente parecen opuestas y la oportunidad de encontrar herramientas disruptivas para obtener resultados asombrosos.
Si nos detenemos un momento a mirar hacia atrás, seguramente encontremos al menos una situación donde tuvimos que aplicar la creatividad para resolver un emergente que nos planteó esta nueva normalidad. Y, si volvemos a observar, es probable que en ese emergente hayamos resuelto utilizar una herramienta que no fue inicialmente concebida para tal fin (por ejemplo Whatsapp para compartir material a nuestros alumnos). Los sucesos imprevistos generan la necesidad de buscar rápidamente los recursos para afrontarlos. O, en su defecto, pensar en quién puede ayudarnos.
Estos entornos desarrollan nuestra capacidad de innovar, que se ve relegada cuando dejamos que el piloto automático conduzca nuestra vida. Improvisar es un ejercicio que no solamente nos demanda creatividad, sino que también nos invita a soltar los prejuicios de cómo debería ser el día a día, y abre camino a la posibilidad de sentir el orgullo de saber que podemos superar un problema con recursos que no sabíamos que teníamos.
Si bien es un ejercicio diario y muchas veces duro, la concepción del desorden desde este punto de vista puede convertirlo en un medio para potenciar nuestra resiliencia, creatividad e innovación.
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