El miércoles pasado, apenas Alberto Fernández anunció sorpresivamente la suspensión de las clases presenciales en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), las familias se movilizaron en pos de la continuidad escolar. Es que, con la experiencia del año pasado, la sensación que flota entre los padres es que el cierre de las escuelas no se extenderá solo por 15 días, tal como consignó el Presidente.
Una nueva encuesta de la Facultad de Psicología de la UBA lo confirma. El 85% de los padres del AMBA cree “poco probable” o “nada probable” que la suspensión de las clases dure solo dos semanas. Al contrario, más del 60% de los adultos piensa que las medidas podrían extenderse por más allá de dos meses.
En las familias pesa la experiencia de 2020. El 15 de marzo del año pasado, cuando se interrumpió el ciclo lectivo en todo el país, en teoría, la medida también regía solo por dos semanas. Al cabo de ese plazo, las autoridades prorrogaron el cierre educativo por otras dos semanas y después ya se hizo evidente que los chicos no volverían a las aulas al menos en el corto plazo.
En rigor, durante los primeros meses de 2020, la gran mayoría de los países del mundo cerró sus escuelas. Según el ranking que elaboró el Observatorio Argentinos por la Educación, Argentina ocupa el puesto 44 sobre 156 en lo que respecta a mayor cantidad de tiempo de escuelas completamente cerradas. En Latinoamérica ese ratio lo lleva al puesto 14 sobre 22 naciones, por debajo de Brasil, Paraguay, México, Venezuela, entre otras.
Ahora, si se le cambia el calificativo totales por parciales, Argentina asciende al puesto 15 a nivel mundial y queda segunda en la región, solo por detrás de Bolivia. Según el informe, el cierre escolar total duró cinco meses y dos semanas hasta que abrieron las primeras escuelas. Sucede que la apertura, más que parcial, fue mínima. CIPPEC calculó que el año pasado solo volvió a clases presenciales el 1% de la matrícula nacional. Después, cerca de noviembre, un número indefinido de estudiantes se revinculó con la escuela a través de lo que llamaron “actividades educativas”, que cada institución interpretó como pudo.
Con respecto al nuevo cierre, hay opiniones dispares entre los padres. En todo el AMBA, prevalece el rechazo a la suspensión de las clases: 48% respondió que está en contra, 44% a favor y un 8% no contestó. En la ciudad de Buenos Aires y, especialmente, en la Zona Norte de la provincia (61%), la medida encuentra altos niveles de rechazo. En tanto, en las zonas Oeste y Sur, si bien la opinión es dividida, hay mayor adhesión.
En caso de tener que suspender las clases parcialmente, la primaria se ve como un nivel más necesario, posiblemente por la menor autonomía de los alumnos.
Frente a la percepción de la escuela como un espacio seguro, se relevaron respuestas ambivalentes. Por un lado, una buena parte de los padres (el 47%) teme que su hijo se contagie en el colegio, pero por otro lado una amplia mayoría (69%) cree que los protocolos están previniendo que haya casos positivos en el ámbito escolar.
Cerca de la mitad de los padres considera que el aviso de interrupción escolar afectó negativamente a sus hijos. Por el contrario, casi 4 de cada 10 sostienen que tuvo ningún tipo de impacto y 2 de cada 10 que la reacción fue, incluso, positiva. Pese a la repercusión inmediata, en el 60% de las familias, el cierre escolar aumenta el estrés en el hogar, según los propios adultos.
“Los sentimientos espontáneos recogidos frente a las nuevas medidas tomadas por el presidente Alberto Fernández presentan una configuración claramente escindida entre emociones negativas y positivas, casi en proporciones iguales. La presencia de estos sentimientos contrarios, a nuestro entender, está reflejando la marcada grieta emotiva-cognitiva que hoy caracteriza a gran parte de nuestra sociedad”, explica el informe de la UBA.
Cuando se observa la nube de palabras más repetidas, las restricciones a algunos les trajo tranquilidad y alivio, “seguramente ambos sentimientos asociados al temor al contagio”. Mientras que para otro grupo las nuevas restricciones les generaron angustia, bronca, indignación, impotencia e incertidumbre, “reacciones con seguridad asociadas a la suspensión de las clases presenciales”.
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