Todos sabemos y aceptamos que las redes sociales han llegado para quedarse. En cuestión de unos pocos años acapararon de forma vertiginosa nuestro tiempo diario, convirtiéndonos en observadores constantes de realidades ajenas; consumiendo durante un gran porcentaje de nuestro día lo que otras personas, marcas y empresas eligen mostrarnos.
Pero, como en todo proceso comunicacional, hay un emisor y un receptor. Hace algunos años, cuando la mayoría de nosotros empezaba a dar sus primeros pasos en internet, solía haber algunos pocos emisores y una gran cantidad de receptores. O dicho de una forma más sencilla: había unos pocos creadores de contenido y muchas personas que consumían dicho contenido.
Hoy en día, con el avance de la tecnología y el incremento de la conectividad, no es difícil entender por qué estos dos segmentos se han empezado a fusionar. Los celulares, las apps de edición, los filtros de Instagram y las redes sociales en general: todas estas herramientas nos han convertido a quienes solíamos ser consumidores, en creadores. Ahora no es tan sencillo trazar la línea para separar a ambos mundos; desde los más chicos subiendo videos a TikTok hasta los más grandes publicando las fotos en Facebook: todos somos un híbrido que consume, crea, consume y crea.
“Papa, quiero ser youtuber”
No va a sorprender a ningún padre con hijos jóvenes que, ante la típica pregunta de “Qué te gustaría ser de grande”, ellos respondan “Youtuber”. Una respuesta que años antes hubiera sido absurda, hoy en día no solo es habitual sino que, además, es factible de hacerse realidad.
Las nuevas generaciones nacen prácticamente con un dispositivo móvil en la mano y el acceso a las redes viene tan solo un tiempo después. Desde muy temprana edad se convierten en consumidores y poco tiempo después, migran a híbridos, cuando empiezan a publicar su propio contenido. Son creativos y tienen a disposición las herramientas justas para llevar a cabo lo que deseen: una app sencilla que permita editar material audiovisual (como TikTok), le otorga al usuario la posibilidad de crear videos con varias tomas, transiciones, filtros, correcciones de color, etc. Todo con un celular y todo en cuestión de minutos.
Si bien es considerablemente positiva la democratización al acceso a estas herramientas presenta un inconveniente y potencial peligro. El mercado de creadores de contenido se satura: son cientos, miles, millones de personas (en su mayoría jóvenes), los que están constantemente publicando sus videos y fotos en Internet. Quienes persigan el objetivo de alcanzar una audiencia más grande (o, dicho de otro modo, “volverse viral”) tendrán que extremar sus medidas para diferenciarse del resto. En el mejor de los casos, explotarán su creatividad. Pero en el peor, pagarán cualquier costo necesario con el fin de ser vistos por más cantidad de personas.
Volverse viral
La carrera por la viralización es un denominador común de quienes se definen como creadores de contenido. Alcanzar a muchas personas, ser vistos, consumidos y hasta, porqué no, adorados. El sueño de ser famosos ahora, más que nunca, está al alcance de todos. Pero mientras la gran mayoría de los creadores persigue ese deseo, los que ya lo han alcanzado alguna vez se enfrentan a una segunda preocupación: ¿es sostenible en el tiempo?
Volverse viral puede ocurrir en cuestión de horas. Alcanzar a más de un millón de personas con un video bailando no es para nada raro. Cada vez las audiencias son más grandes, se alcanzan más rápido y, lamentablemente, duran menos. La constante aparición de nuevos creadores hace que mantener la atención de las personas que nos observan sea un logro reservado para muy pocos. Una vez más, la desesperación por conseguirlo puede llevar a los creadores a hacer cualquier cosa con tal de continuar siendo consumidos.
Ahora, ¿qué pasa con aquellos creadores de contenido que lograron construir una audiencia fiel que los observa, likea, comparte? ¿Pueden vivir de ellos? ¿Es realmente la creación de contenido la profesión del futuro?
Monetizar las redes sociales es factible; hay plataformas, como YouTube, que te pagan directamente según la cantidad de gente que te esté mirando. Otras, como Instagram, que presentan un ambiente ideal para promocionar productos y usarlo como espacio publicitario.
Vivir sin ser cancelado
Cuando el deseo de alcanzar una audiencia mayor deja de ser únicamente por una satisfacción del ego personal y se convierte en una forma de generar ingresos y vivir de ello, el panorama general cambia. La responsabilidad sobre tu imagen es mayor y, por ende, la presión sobre el contenido que generas. Como en cualquier otro trabajo, es importante hacer las cosas bien. Pero cuando no hay un jefe evaluándote, sino que es tu misma audiencia la que está constantemente diciéndote que tan bien estás haciendo tu trabajo, el apremio por agradar puede resultar muy difícil de sobrellevar.
La “cancelación” (que conceptualmente consiste en que tu público te “castiga” por algún error que hayas cometido y se organiza para dejar de consumir tu contenido) es un miedo latente en todos los creadores.
La creación de contenido en redes sociales es una profesión nueva. No sabemos qué será del futuro de ella y mucho menos sabemos como continuará migrando una vez que las nuevas generaciones de consumidores se conviertan también en híbridos. Es importante no subestimarla y tampoco desincentivarla. Simplemente, como en muchos otros terrenos, observar su evolución hasta entender las oportunidades y las amenazas que presenta. Y de ésta forma, lograremos cada vez entender mejor qué consumimos, qué compartimos y, sobretodo, qué creamos.
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