María Victoria Baratta es madre de Amelia, una niña de 4 años. Por ella, preocupada por el encierro abrupto que debió atravesar, empezó a estudiar el vínculo entre el coronavirus y los chicos: su rol en la transmisión del virus, las consecuencias emocionales y físicas que podía traerles el confinamiento, y, especialmente, el impacto de la suspensión de las clases presenciales. Esa indagación concluyó en No esenciales. La infancia sacrificada, que acaba de publicar la editorial Libros del Zorzal.
Además de madre, Baratta es historiadora, investigadora del CONICET y docente. Ya desde antes de la pandemia, en su cuenta de Twitter -@decimononnica- contaba con un buen caudal de seguidores porque allí divulgaba historias y participaba de discusiones políticas. Por esa vía eligió transmitir la evidencia científica recabada en el mundo, que ya desde mediados de 2020 marcaba con claridad que las escuelas no eran focos de contagios y, más aún, que la pérdida de días de clase traería efectos devastadores.
Por esa labor, fue blanco de ataques y acusaciones. “Me dijeron hasta asesina de nenes y docentes”, cuenta. Pero fue en Twitter también donde encontró otras madres con las mismas preocupaciones. Primero armaron un grupo de WhatsApp y pronto fundaron Padres Organizados, que al poco tiempo se convirtió en una red federal que reclama por la educación presencial.
En No esenciales, Baratta respalda con evidencia científica la necesidad de mantener las escuelas abiertas. Repasa los argumentos más analizados: la profundización de las desigualdades, el aumento de la deserción escolar, la pérdida de aprendizajes, pero también incurre en problemáticas menos observadas: la sobrecarga de las mujeres, el flagelo de los chicos abusados que no tienen un lugar donde contarlo, las regresiones que experimentan los niños y adolescentes con discapacidad.
“Empecé a recabar información científica porque veía que no había voluntad política de abrir las escuelas. Cuando notamos que el tema no estaba en agenda, nos organizamos con otros padres y, si bien comenzamos a tener llegada a los medios, la reacción política fue tardía. Las clases tendrían que haber empezado en septiembre o incluso antes”, dijo en diálogo con Infobae.
-¿Por qué decidiste involucrarte activamente en la discusión por la apertura escolar?
-Principalmente por una cuestión de salud emocional y física de mi hija. Si bien en marzo se habían cerrado las escuelas en 190 países, a los niños en general no se los tenía confinados. Primero porque era bastante claro que este no era un virus especialmente letal con ellos, pero también porque ya entre abril y mayo, en las primeras guías, aparecía que los espacios al aire libre eran más seguros. Yo no podía sacar a mi hija ni siquiera a la terraza de mi edificio. Entonces empecé con una suerte de desobediencia civil. Empecé a sacar a mi hija a jugar.
-Vos notabas que ella necesitaba salir.
-Los chicos necesitan correr, salir, jugar. De golpe les cambió la vida. Primero fue una vuelta manzana, pero después la llevamos al parque cuando todavía los juegos estaban precintados. Mucha gente lo que hacía era llevarlos de compras, pero los supermercados son lugares más riesgosos. En la calle empecé a vivir escenas absurdas: discusiones con la Policía, que me pedían que volviera a mi casa. Yo también tenía miedo al principio, cuando decretaron la cuarentena, pero se volvió insostenible. A mí desde la suspensión de las clases me dio la sensación de que la escuela no la iban a abrir hasta después del invierno. Pero no más allá de agosto…
-En el medio, tuviste varios cruces por Twitter. Al principio eran minoría los que pedían por la educación presencial.
-Jamás pensé que tanta gente podía adoptar la postura de pedir el cierre de las escuelas. Gente que, estoy segura, comparten el rol esencial que tiene la escuela, no solo en el futuro de los chicos, sino en este país lamentablemente como contención social. Sobre todo cuando ya en junio comenzaba a llegar la evidencia. Nos acusaban de asesinos de niños y docentes. Todos los argumentos que manejaba el Gobierno hasta enero, que supuestamente teníamos que estar todos vacunados para la vuelta a clases, que iba a ser una masacre -defendido por los científicos afines-, cambió con las encuestas que le daban una imagen negativa de su gestión y una amplia mayoría que pedía por la vuelta. Esa información le llegó a la oposición. Macri declaró una mañana que tenían que volver las escuelas e inmediatamente Alberto Fernández dijo: “Yo no le voy a regalar esta bandera a la oposición, a la derecha. Entonces las escuelas son una prioridad para nosotros”.
-¿Por qué creés que demoró tanto la apertura de las escuelas, incluso con casi todas las actividades habilitadas?
-Como la economía está muy mal, lo más fácil de cerrar es la escuela. Cerrar la escuela es fácil. Volver a abrirla no es tan fácil. En realidad, la definición debería ser que la escuela tiene que ser lo primero en abrir y lo último en cerrar. No puede ser lo primero en cerrar y menos lo único que está cerrado. En octubre era así. El Gobierno, en vez de plantear un plan educativo para volver a las aulas, incluso sabiendo la estacionalidad del virus, podrían haber propuesto cambiar las vacaciones y tomar parte del verano, ganarle tiempo a la segunda ola… en vez de hacer eso, armaron un plan de turismo. Y el turismo generaba muchos más contagios que la escuela.
-¿Qué te genera que hoy las autoridades digan lo que ustedes venían sosteniendo hace meses, que las escuelas son seguras?
-Tengo una sensación agridulce. Por un lado, que teníamos razón… En realidad, no teníamos razón nosotros. Tenía razón la ciencia. Pero al fin y al cabo, era lo que quería. No sé si es solo una motivación electoral, con la encuesta en la mano, pero es lo que buscábamos. En un mundo normal, deberían pedir disculpas, ser más enfáticos con lo que dicen. Ya eso es mucho pedir.
-¿Estás conforme con el nivel de presencialidad actual?
-Hay un discurso y hay una realidad. Ellos crearon un observatorio por las clases presenciales que todavía no relevó cuál es efectivamente el porcentaje de escuelas que tiene presencialidad. Lo tuvimos que hacer nosotros desde Padres Organizados. En inicial el 46% de los establecimientos tiene clases diarias, mientras que en primaria solo un 28%. Es muy poco. Además de que hay escuelas que ni siquiera abrieron. En la práctica, los protocolos dependen de la voluntad de las autoridades escolares.
-Y pareciera que los que más necesitan de la presencialidad son los que menos presencialidad tienen.
-Por supuesto. Una cosa que nos suelen decir es que nuestros hijos van a colegios privados, que son privilegiados. Yo tengo total consciencia de eso. Mi labor comenzó por la preocupación de mi hija y después también se concentró en los niños más pobres. Desde ya, las clases virtuales agigantaron la brecha social, porque los chicos no contaban con las herramientas digitales. Pero este año se está reproduciendo la brecha con los que tienen presencialidad y los que no. Y eso se paga. Aparte, el Covid es lo menos grave que les puede llegar a pasar a esos chicos.
-¿Te referís a la posibilidad de que abandonen definitivamente la escuela?
-A mediados del año pasado, el relevamiento oficial ya daba que un millón de chicos estaba fuera del sistema educativo. Cuando esto termine va a haber chicos que abandonarán la escuela y otros que habrán perdido dos años. Lo que representan dos años en la vida de un niño no es lo mismo que lo que representa para un adulto. Esas edades son fundamentales en el desarrollo. Está absolutamente probado.
-¿En qué medida creés que la virtualidad pudo reemplazar a las clases presenciales?
-En países de primer mundo, con herramientas digitales a disposición y mayor capacitación, se comprobó que la virtualidad generó déficit de aprendizajes. Me acuerdo que los docentes se enojaban con nosotros porque decían que desmerecíamos su trabajo. Los resultados de la educación no se miden por el esfuerzo docente y lo digo siendo docente. El 78% recibió clases por WhatsApp. Eso no es una clase.
-Por algún motivo se instaló que la escuela es un lugar más proclive a los contagios que otros lugares como shoppings, supermercados o restaurantes.
-Las escuelas son uno de los espacios más controlados. Al principio éramos asesinos, pero cuando se generó el consenso de la importancia de la escuela, fueron corriendo el arco. Ahora lo que hacen es caricaturizar nuestros argumentos. Decir que en la escuela no hay contagios. Y no: la evidencia lo que dice es que la escuela no es un lugar especialmente riesgoso. No quiere decir que hay riesgo cero. Probablemente si los casos crecen en la comunidad, la escuela acompañe ese crecimiento, pero nunca es la impulsora de los contagios. Y la pandemia no se enfrenta con riesgo cero. Se enfrenta con cálculos de costo-beneficio, eligiendo a qué dar prioridad. Los meta-análisis, que revisan todos los papers del tema, llegaron a la conclusión de que los chicos son transmisores menos efectivos del virus que los adultos. Los costos de tener las escuelas cerradas son mucho más grandes que los beneficios epidemiológicos.
-¿Seguís notando ese miedo pese a que ya pasó un año de pandemia?
-Todavía conozco gente que no manda a los chicos por miedo al contagio, pensando que es una bomba nuclear de Covid. Gente que va a trabajar, que va al shopping, que se va de vacaciones, pero tiene miedo de que sea el niño que por ir a la escuela contagie y mate al abuelo. Nada más alejado de la evidencia. Probablemente los que contagiemos a los abuelos seamos los adultos.
-¿Coincidís en que en el debate se generó una suerte de corrimiento ideológico, que el reclamo por las escuelas pasó a ser una consigna de “derecha” cuando en general es una bandera que reivindica el progresismo?
-Los debates en Argentina se terminan agrietando y se pierde la pretendida brújula ideológica. Si me preguntás a mí, yo me siento progresista. No hay nada menos progresista que pedir que se cierren las escuelas. Yo no puedo creer que gente que rechazaba el cierre en marzo del año pasado, porque decían que los chicos iban a comer a las escuelas, se hayan convertido en militantes del privilegio. Decir “mis hijos tienen Zoom” denota un nivel de privilegio impresionante. No reconocer el papel que cumple la escuela como antídoto ante las desigualdades, no reconocer que es un espacio de contención, no reconocer el costo económico futuro para esos chicos. Nos decían que éramos madres que nos queríamos sacar de encima a nuestros hijos. Es profundamente conservador ese argumento. Hace unos días, la premio Nobel de Economía Esther Duflo dijo: “El cierre de escuelas es un impuesto a las mujeres”. Somos nosotras las que oficiamos de maestras y perdemos independencia laboral.
-En el libro enumerás varias razones que vuelven imperiosa la continuidad de la apertura. Sobre todo en un país con las carencias de Argentina.
-La escuela, por ejemplo, es el principal lugar donde se detectan los abusos infantiles, es donde los niños se dan cuenta de que eso que les venden como juego en realidad es un abuso. Hay muchos nenes sufriendo en silencio. Las estadísticas de UNICEF hablan de que 1 de cada 5 niñas es abusada y que 1 de cada 13 niños es abusado en el mundo. Me shockea profundamente la sordera ante ese argumento. Son inmunes a la evidencia. ¿Qué pasaría si lo normal fuera ver terapias intensivas saturadas de niños? Seríamos nosotros los que pediríamos que cierren las escuelas.
-¿Te preocupa lo que puede llegar a pasar en las próximas semanas, si sigue habiendo un aumento sostenido de casos?
-Sí, me preocupa porque hay un discurso de atribuir el aumento de casos a la apertura de escuelas. En realidad, no hay forma de relacionar una cosa con la otra. El aumento de casos que muestran en niños no tiene en cuenta el aumento de testeo, no tiene en cuenta que también aumenta en otras franjas, no tiene en cuenta los valores absolutos, no tiene en cuenta las camas de terapia intensiva desocupadas. Es una decisión política. Hay países que con un alto nivel de transmisión comunitaria dijeron que la escuela era lo último que iban a cerrar. Lo que sí me preocupa es el tiempo que ya perdimos. Para darle la razón al Gobierno, te dicen: “Acaban de cerrar las escuelas en Alemania”... pero estaban abiertas desde mayo. Por eso, es fundamental que las autoridades expliquen que la escuela es un lugar seguro. Cuando pase el tiempo, nos vamos a arrepentir de haber cerrado las escuelas. Y no es con el diario del lunes porque la evidencia está hace meses.
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