Uno de los grandes desafíos de los profesores es desarrollar la motivación de sus estudiantes, pero ¿qué sucede con la motivación del propio docente? Esa es una de las preguntas que hizo que Federico Lorenz escribiera el breve ensayo Elogio de la docencia. Un texto cálido y con una mirada sensible que toma a la educación como una herramienta insoslayable en el desarrollo de todos los que toman parte en ella. Todos, empezando por los docentes y los estudiantes.
Lorenz es un reconocido historiador que ha investigado muchísimo sobre la Guerra de Malvinas. Es autor de Fantasmas de Malvinas (Eterna Cadencia), Todo lo que necesitás saber sobre Malvinas (Paidós) y Los muertos de nuestras guerras (Tusquets), entre otros títulos. Fue, de hecho, director del Museo de Malvinas durante varios años. Profesor de carrera y vocación, da clases en el Colegio Nacional Buenos Aires y en Elogio de la docencia (Paidós) cuenta en primera persona su experiencia en el aula, a la vez que reflexiona sobre su trabajo. Y con una certeza como un pilar sobre el que se sostiene todo el edificio del saber: sin empatía ni épica no hay educación.
“Nuestro trabajo tiene un fuerte componente épico”, escribe Lorenz. “Estamos obligados a ser optimistas. Con orgullo digo que, de todas las profesiones, la del docente es sin duda la más utópica de todas. ¿Dónde está el mundo que prometemos? ¿Qué hacemos con toda esta realidad que nos contradice? ¿De dónde sacamos fuerzas frente a esta competencia? ¿Dónde está nuestra ballena blanca?” Estas preguntas son las que el docente no debe olvidarse de hacer. No importa cuántos años lleve al frente del aula.
El ensayo es previo al año en que las clases se dieron en forma remota, pero, aún así, es de una urgencia y de una pertinencia asombrosa, porque en un nuevo ciclo signado por la incertidumbre, el rol del docente se vuelve crucial. Lorenz recupera, entonces, una palabra que funciona como clave de acceso a la idea que propone de la educación: oficio. La docencia, dice, es un oficio artesanal.
“Un profesor no ‘ilumina’ ni esclarece”, dice Lorenz. “Un profesor tiene la llave de un aula a oscuras; abre la puerta, enciende la luz mientras nos ubicamos para dialogar. Es como la luz que sale de la ventana de un hotel de viajantes al final del día, esos viejos carteles de neón en pueblos que apenas figuran en los mapas. Es la fogata de los caravaneros en la Ruta de la Seda. Es tanto la señal de alarma como la invitación al descanso”.
En un tiempo en que la figura del maestro a veces es tan bastardeada y otras veces tan exigida en términos del conocimiento simbólico, el ensayo de Federico Lorenz es una invitación para volver a enamorarse de la vocación, de volver a sentir eso que sólo conoce quien está en el aula.
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