Cuando Juan Ignacio Serrats (25) cuenta qué estudia, las reacciones son variadas. Caras de asombro, silencios que esconden desconocimiento, confusiones, chistes (“ah, ¿sos actor?”), e incluso asociaciones con Reuben Feffer, el personaje que encarna Ben Stiller en Mi novia Polly. Muy de vez en cuando se topa con alguien que en verdad sabe de qué se trata la carrera de actuario.
Juan Ignacio se había anotado para contador, con la idea de seguir la tradición familiar. En el primer año, armó un grupo de estudios con dos economistas y un actuario, y recién ahí se enteró de la existencia de la carrera. Indagó en el plan de estudios y se dio cuenta de que se adaptaba más a lo que le gustaba. Tenía una carga importante de matemática y estadística, que intuyó vendría acompañada de una exigencia mayor.
“El mito de que es una carrera difícil es real. Te exige mucho tiempo de estudio no necesariamente por la dificultad del contenido, sino por la cantidad de bibliografía. Se hace complejo mechar el trabajo con la carrera. Por ejemplo, para una de las últimas materias, bases actuariales para las inversiones y financiaciones, me desperté de lunes a lunes a las 6:30 de la mañana. En los fines de semana solo paré a almorzar. A esa dificultad se le suma la poca oferta de cursos que hacen que te atrases un poco”, comentó el estudiante, ya a punto de recibirse.
Según los últimos datos a los que accedió Infobae, la de actuario es una de las carreras que más creció en la UBA en los últimos cinco años. La cantidad de alumnos anotados al Ciclo Básico Común (CBC) registró un aumento del 134%: pasó de 319 en 2015 a 748 en 2019. Si bien el aumento interanual del 7% en inscriptos al CBC se explica sobre todo por los “tanques” (Medicina, Psicología y Abogacía a la cabeza), las carreras pequeñas fueron las que advirtieron mayores variaciones.
La carrera de actuario carga con el mote de ser “la más difícil” de la Facultad de Ciencias Económicas y, en general, su perfil profesional se presta a confusiones. “Un actuario no es un matemático”, aclaró Eduardo Melinsky, director de la carrera. “Nosotros somos profesionales de las ciencias económicas, enfocados en temas concretos del mundo de los negocios. Si bien la carrera tiene una fuerte carga de matemática y estadística, nuestro objetivo son los servicios, la gestión y el desarrollo de un producto”, agregó.
El actuario se dedica a la gestión del riesgo. Convive con la palabra riesgo. Primero lo identifica, luego lo caracteriza y por último desarrolla instrumentos para gestionarlo. Arma modelos estadísticos que permiten interpretar y cuantificar el riesgo en seguros, en finanzas, créditos, pensiones y jubilaciones, el riesgo de default, el riesgo de fraudes en e-commerce. La carrera tiene una visión holística: una fuerte carga de matemática, combinada con administración, contabilidad y marcos regulatorios. “No es una carrera para cualquiera. Apunta a un perfil muy específico”, consideró Melinsky.
Por su especificidad, desde que se creó en 1925 la carrera en la UBA hubo muy pocos egresados. Trazando un corte en 1979, solo 151 actuarios se habían recibido. En las décadas siguientes, se aceleró la graduación: se llegó al número de 1.300 recibidos, aunque sigue siendo por diferencia la carrera menos numerosa de Económicas. Hoy calculan que cursan alrededor de 2 mil alumnos, mitad varones y mitad mujeres. Tiene una duración teórica de cinco años y medio, pero suele estirarse. Además de la UBA, en la Argentina solo la Universidad del Salvador dicta la carrera.
Si bien representan un nicho, son un perfil buscado en el mercado, bien remunerados por la escasez de profesionales. Un actuario junior, que aún no terminó la carrera, cobra de mínima 70 mil pesos. Más aún, en los últimos años, la salida laboral se amplió con la irrupción del Big Data. Los actuarios pueden hacer uso de su conocimiento en estadística, aunque señalan una diferencia con los estadistas: la capacidad de aplicación, de relacionar los datos con la realidad circundante.
El director de la carrera lo ilustró con un ejemplo: “Yo puedo tener 10 años de estadística de una fábrica de lámparas. A partir de eso, puedo predecir cuántas lámparas falladas voy a producir este año. Pero eso solo va a servir si durante los diez años tuve siempre la misma máquina. Entonces, en ese caso lo que el actuario preguntaría es: ¿la máquina es la misma que la del año pasado? Esa serie histórica es aplicable al contexto. El dato por sí solo no se puede analizar”.
Los actuarios recibidos en la UBA tienen buena proyección internacional, sobre todo en países de la región como Chile, México o Uruguay, donde las propuestas salariales son en dólares. Según los estudiantes, no contar con enseñanza de idiomas e informática dificulta la tarea de conseguir empleo en Estados Unidos o Europa. Incluso allí las asociaciones actuariales piden rendir un examen internacional para certificar los conocimientos.
Leonardo Dufour (25), que rindió la tesina para recibirse en forma virtual en septiembre, tiene en mente emigrar a mediano plazo. El joven trabaja en una compañía de seguros, el nicho actuarial más clásico, y pretende hacer una experiencia en el exterior. Con ese objetivo aceleró la marcha para terminar en tiempo y forma la carrera, un logro poco frecuente.
“No lo habría podido hacer si hubiera estado trabajando durante la parte más complicada de la carrera, que es a partir de cuarto año, cuando empezás a tener las materias actuariales. Durante ese período no trabajé y pude avanzar. Es una carrera que te insume mucho tiempo, incluso te pasás fines de semana haciendo ejercicios. Te tiene que gustar”, describió.
Leonardo conoció la palabra actuario en quinto año de la secundaria. Como le iba bien en matemática, una profesora le comentó sobre la carrera. Él quería estar ligado a la matemática, pero de una forma aplicada; no como ciencia básica. Llegó a su casa, Googleó de qué se trataba y se dio cuenta de que era para él. “Si bien demanda mucho esfuerzo, ya habiendo terminado puedo decir que es una carrera que volvería a elegir”.
Seguí leyendo: