Quedan 40 días para que se caiga el telón del ciclo lectivo 2020. Ya es un hecho: la inmensa mayoría de los alumnos completará un año sin pisar la escuela, desde aquel domingo 15 de marzo, cuando se suspendieron las clases presenciales en todo el país ante la aparición de los primeros casos de coronavirus. Solo habían transcurrido dos semanas desde el inicio del año escolar.
¿Cómo se llegó hasta noviembre sin clases presenciales? Es la pregunta obligada, que obviamente no tiene una sola respuesta: por temor y seguridad al principio, por falta de voluntad política después, por resistencia gremial permanente, pero sobre todo por menosprecio a la educación como actividad esencial. El ejemplo más claro es el de la apertura de un casino cuando todas las escuelas estaban cerradas.
Un artículo de Infobae de finales de septiembre mostraba que en 175 departamentos del país -un tercio del total, distribuidos entre 21 provincias- se habían registrado menos de 30 casos de Covid-19 desde el inicio de la pandemia. De igual modo, ninguno de los chicos que vivían allí había vuelto a las aulas.
La pandemia tardó mucho en federalizarse. Durante meses, fue solo una preocupación del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). En el interior, incluso algunas provincias sin ningún caso, optaron por el cierre escolar hasta que los contagios finalmente llegaron y entonces sí, adujeron, no tenían posibilidad de reabrir.
“Si bien las escuelas dependen de las provincias, hubo una clara decisión nacional de retrasar toda voluntad de apertura. Se consideró al país como una única región homogénea y se decidió cerrar todas las escuelas, cuando las realidades fueron diversas y cambiantes. Faltó un plan, sin dudas. Se subestimó el impacto de la pérdida educativa cuando en el mundo ya había evidencias de la necesidad de que la educación fuese una de las primeras actividades que comenzaran a funcionar porque involucra derechos y el impacto del cierre prolongado deja efectos graves, muy difíciles de remontar”, dijo a Infobae Mónica Marquina, coordinadora de la Comisión de Educación de la Fundación Alem, el think tank de la UCR.
En agosto, la Fundación Alem presentó un documento con una propuesta de quince puntos para volver a la escuela de manera gradual, ordenada y segura. El objetivo principal era que se declarara a la educación como servicio esencial y que se votara la emergencia educativa, que hubiera permitido asignar recursos extraordinarios para paliar los efectos de la pandemia.
“El tema educativo no estuvo en la agenda del Gobierno cuando comenzó la cuarentena. La conexión remota suplió al principio, y en parte, a la presencialidad, pero desde entonces no existió una decisión política de diagnosticar la situación y planificar una futura salida”, señaló Marquina.
Desde marzo, el denominador común fue la pérdida de tiempo. El protocolo, que se implementó poco y nada, llegó recién en julio. Los indicadores sanitarios que definen qué provincias están en condiciones de volver recién se aprobaron en octubre. La burocracia educativa se hizo evidente en un momento excepcional que exigía respuestas rápidas. En el medio, se desaprovechó todo el tiempo sin clases presenciales para acondicionar las escuelas tras décadas de desidia, para ponerlas a punto, para capacitar a los docentes en la nueva normalidad. La planificación empezó en el mismo momento en que se fijaron fechas de retorno.
Los gremios docentes, con Ctera a la cabeza, se dedicaron a poner palos en la rueda, sin propuestas intermedias. Clases a distancia o nada hasta que haya una vacuna. El ministro de Educación nacional, Nicolás Trotta, se mostró alineado a esa postura cuando la Ciudad de Buenos Aires esbozó una primera propuesta de retorno enfocada en los chicos que habían perdido vínculo con la escuela. La batalla absurda entre Nación y Ciudad demoró aún más el regreso a las aulas porteñas, que recién ahora será a gran escala.
En el resto de los distritos, los gobernadores mostraron escaso interés en el tema educativo. Aprovecharon la pasividad inicial de las familias, poco proclives a salir a las calles a pedir por educación, que luego empezaron a organizarse y a elevar la voz exigiendo el regreso a las aulas.
“La palabra que mejor describe estos ocho meses no es pandemia, ni cuarentena, ni educación a distancia, sino fracaso. Los actores de la política educativa, sin plan B y dando la espalda a los recursos que la época ofrece, se escudaron cobardemente detrás de decretos inoportunos, protocolos mal redactados y resoluciones disfuncionales, dejando a docentes, padres y alumnos librados a su suerte. La inacción fue la nota dominante de los administradores del sistema educativo durante este período”, definió Juan María Segura, consultor en gestión educativa.
A día de hoy, tan solo el 1,1% de los alumnos recuperó la presencialidad. Quedan solo cuarenta días para el cierre del ciclo lectivo y se empieza a escuchar cada vez con más frecuencia: “Ahora ya no tiene sentido”. En realidad, es otra frase, aunque suene a cliché, la que debería volverse un mantra en este momento: “En educación cada día cuenta”. Razones hay de sobra y se podrían agrupar en cinco:
1) La evidencia sobre los contagios en las escuelas
En un principio, se sospechaba que los niños podían ser “supercontagiadores” o “superdrivers” de Covid-19, es decir que, más allá de ser la población de menor riesgo, podían diseminar el virus con mayor potencia en sus hogares. Sin embargo, la evidencia científica recabada hasta la fecha muestra lo contrario: el contagio en los niños sería más infrecuente que en los adultos.
Las experiencias de apertura escolar, incluso, no se correlacionan con aumento de contagios. Un estudio en Alemania, por caso, realizado entre marzo y agosto, mostró que solo generó ligeros brotes, que fueron contenidos con medidas de seguridad. Otro informe en el Reino Unido arrojó una incidencia ínfima de coronavirus entre los chicos: 70 niños de jardín y primaria entre un millón de personas. La conclusión fue que la transmisión del virus es más común en las casas que en las escuelas.
De acuerdo con un modelo desarrollado por José Luis Jiménez, un investigador de la Universidad de Colorado, la situación más riesgosa se daría en un aula sin ventilación, en la que la persona infectada fuera el docente. Si pasaran dos horas de clase con un maestro enfermo, sin tomar ninguna medida contra los aerosoles, la probabilidad de contagio alcanzaría hasta a 12 alumnos. Si todos llevaran tapabocas, solo cinco se podrían contagiar. Si además se ventilara durante la lección (de forma natural o mecánica) y se parara después de una hora para renovar el aire, el riesgo se desplomaría.
En todos los contextos, el escenario ideal de clases sería en exteriores, donde las partículas infecciosas se diluyen rápidamente. Si no se mantuviera la distancia con el posible paciente cero, la probabilidad de contagio se multiplicaría porque entran en juego las gotas expulsadas y porque la ventilación no sería suficiente para diluir los aerosoles si las dos personas están muy cerca la una de la otra.
2) La desigualdad, cada vez más marcada
Claudia Romero, profesora e investigadora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, pudo identificar tres formas de vínculo a distancia, siempre de la mano con el nivel socioeconómico: las “Escuelas Zoom”, con clases por videoconferencia todos los días; las “Escuelas Whatsapp”, para los que acceden de manera intermitente a datos móviles; y, finalmente, los desconectados.
“El acompañamiento de las familias también dependió de los tiempos y el capital cultural de cada una. Los recursos tecnológicos disponibles, el acompañamiento de los padres y la capacidad organizativa de cada escuela definieron continuidades muy desiguales. Los aprendizajes son improbables, en el sentido en que no se han evaluado. No hay evidencias todavía de qué y cuánto se ha aprendido, pero estimo que también serán profundamente desiguales”, consideró Romero.
En la Argentina, la escuela es mucho más que un espacio donde se aprende. En ocasiones, también es un comedor, un refugio ante casos de violencia familiar, un lugar de encuentro con pares. Todo eso se cortó de la noche a la mañana y se apostó por una continuidad a distancia de emergencia, que se volvió interminable y que, por desigualdades de origen, el esfuerzo de los maestros no siempre logró revertir.
Helena Rovner, especialista del Banco Mundial en Educación, explicó a Infobae: “Sabemos que las familias de menores ingresos fueron las más afectadas ya que tienen menores posibilidades de obtener recursos de apoyo adicionales, escasean elementos de tecnología precarios y algo tan simple como un escritorio para trabajar. Mientras que nueve de cada diez niños de nivel socioeconómico alto tiene un escritorio para trabajar, solo la mitad lo tiene en las familias de menores ingresos en la región”.
3) Menos días de clase, más abandono
El informe oficial del Ministerio de Educación reveló que un millón y medio de estudiantes perdió vínculo con la escuela durante la cuarentena. ¿Cuántos de ellos volverán una vez que reabran las escuelas? Aún no se sabe, pero se proyecta una deserción fuerte para el año que viene por una simple razón: mientras más días sin clases presenciales, más posibilidades de abandono, con el agravante de una crisis económica implacable.
“La vuelta a la escuela tiene riesgos pero la falta de escuela produce daños. Los datos oficiales reportan más de un millón de alumnos que han perdido contacto con la escuela. Pero la dimensión del verdadero impacto pedagógico aún la estamos midiendo. Lo que se sabe, por estudios internacionales, es que la ausencia de escuela profundiza el abandono”, señaló Romero.
Con esa premisa, generar actividades de revinculación antes del cierre puede ser crucial. El impacto de los tres meses de vacaciones de verano suele dejar un tendal de alumnos que se caen del sistema. Solo basta trasladar ese efecto a todo un año calendario con las escuelas cerradas, de marzo de 2020 a marzo de 2021 para medir la amplitud del daño.
4) Pérdida de aprendizaje
Antes de la pandemia, Argentina ya atravesaba una crisis de aprendizaje. Dato elocuente de ello son las pruebas Aprender 2019, cuyos resultados se conocieron hace veinte días. La evaluación arrojó que el 72% de los alumnos termina la secundaria sin los conocimientos suficientes en matemática.
“Los cierres de escuelas en todos los países han empeorado esta crisis de aprendizaje. En base a lo aprendido en escenarios anteriores de cierres de escuelas por desastres naturales o epidemias, a nivel global se estima que los cierres de escuelas pueden generar una pérdida promedio de 16 puntos en términos de puntajes de PISA, aumentando de 40 a 50 por ciento el porcentaje de estudiantes que no alcanzan los niveles esperados en sus resultados de aprendizaje”, advirtió Rovner.
De hecho, un estudio del Banco Mundial en Chile proyectó una pérdida del 88% de los contenidos planificados para cada curso. Más allá del trabajo de los docentes, este año dejó en claro que la presencia física en la escuela es irreemplazable, al menos en Latinoamérica. Los que más sufrirán, estiman, son los primeros grados de primaria por su importancia respecto a la alfabetización, y los últimos de cada nivel, tanto primaria como secundaria, por lo traumático que puede ser el salto el año que viene.
Esa pérdida de aprendizajes posiblemente afecte la vida adulta de los niños. El impacto, cree Rovner, dependerá de la rapidez y eficacia de los gobiernos en implementar “estrategias remediales”, pero en términos globales se estima una pérdida de 5% en los ingresos totales esperados por un trabajador a lo largo de su vida.
“El cuadro se vuelve doblemente preocupante porque ya mostraba falencias antes de la pandemia. Este ‘embrutecimiento’ generalizado del alumnado forzará a todo el sistema educativo, tanto escolar como de educación superior, a nivelar para abajo sus exigencias académicas y de admisión de cara al ciclo académico 2021, para poder recibir a los alumnos de los ciclos educativos anteriores”, planteó Segura.
5) El subestimado impacto socioemocional
En una encuesta de Argentinos por la Educación que respondieron adultos de todo el país, se les pidió ordenar, de mayor a menor, los motivos más importantes a la hora de pensar en la vuelta de los chicos a la escuela. Por amplio margen, la salud emocional resultó la más seleccionada, después de tanto tiempo de encierro y temor al contagio. La segunda va en la misma dirección: que los chicos puedan relacionarse con sus compañeros.
“Las autoridades han subestimado esos otros efectos, como la interrupción de la socialización, el estar con los pares y con los maestros. Ese impacto en el ánimo de los chicos empezó a hacerse más evidente en los últimos meses, y es lo que impulsó movimientos de padres y madres exigiendo la apertura de las escuelas, cuando era claro que en algunas localidades ya era posible, pero la resistencia comenzaba a tener ribetes políticos”, afirmó Marquina.
Por estos días, Europa atraviesa su segunda ola de coronavirus, incluso con números más alarmantes que en su primer brote. “Si algo aprendimos de la primera ola de la pandemia es mantener abiertas las escuelas y guarderías. Hemos dicho una y otra vez: en todo caso deben cerrarse último y abrirse primero”. La frase que pronunció la canciller alemana Angela Merkel grafica la nueva estrategia que adoptaron casi todos los países europeos: se cierran bares y restaurantes, se prohíben reuniones sociales, hasta se declaran toques de queda por las noches, pero las escuelas se mantienen abiertas.
Todavía es incierto si en Argentina la vacuna contra el Covid-19 le ganará la carrera a la segunda ola. Lo más probable es que, con o sin vacuna, siga la convivencia con el virus y se avance hacia un modelo de educación dual, que combine clases presenciales con remotas. De cara al próximo ciclo lectivo, es imperioso planificar y accionar: cuántos docentes se necesitarán para el esquema híbrido, cuántos son grupos de riesgo, qué refacciones necesitan las escuelas para cumplir con los protocolos, qué contenidos se prepararán de acuerdo a cuánto haya aprendido cada grupo de alumnos este año y un largo etcétera.
El momento es hoy. Ya se perdió demasiado tiempo.
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