Los padres están desbordados. Hace ya dos semanas que las clases están suspendidas en Argentina y todo indica que la medida se extenderá ante el avance del coronavirus. Durante la cuarentena, los adultos tienen que atender distintos frentes: sus trabajos, los que pueden hacerlo a distancia, las tareas del hogar, el cuidado de sus hijos y, no menor, su educación.
Si bien están los programas de educación a distancia -el gobierno nacional y cada provincia implementan sus propias plataformas-, recién se está aceitando el vínculo entre los docentes y los alumnos. Y cuando se logre estrechar, la mayoría coincide, no va a tener el mismo efecto que la clase presencial.
El contexto lleva a que sean los padres los que deban asumir un rol más protagónico en la enseñanza de los chicos. Lo intentan, los ayudan con sus tareas, algunos hasta googlean propuestas pedagógicas, pero son pocos los que se sienten preparados para asumir el doble papel.
A Noel Solís -45 años- no le afectó en lo más mínimo el anuncio de la suspensión de clases. Hace ya siete años, cuando nació el primero de sus tres hijos que aplica una práctica conocida en el mundo como homeschooling. En pocas palabras, implica que los padres retiran a sus hijos del sistema escolar y los educan por su cuenta.
“Hemos tenido muchas consultas en los últimos días de padres que buscan respuestas”, confirmó a Infobae Solís, que fundó junto a su esposa Carolina Schoba la organización Homeschooling Argentina. En cifras estimativas, calculan que alrededor de 5 mil familias educan a sus hijos por fuera del sistema educativo en el país.
Pese a su aplicación, la práctica del homeschooling pende de un hilo legal en Argentina. No está regulado y en casos puntuales llegó a judicializarse. Las familias que lo practican se apoyan en el artículo 14 de la Constitución Nacional, que dice que todos los habitantes tienen derecho de enseñar y aprender, y en la Declaración de los Derechos del Niño.
El problema suele llegar después, al momento de acreditar los aprendizajes. Solo la Ciudad de Buenos Aires y Córdoba aceptan que los chicos rindan libre a partir de quinto grado. Algunas familias deciden certificar a distancia, mayormente con escuelas de Estados Unidos, para revalidarlo en caso de que los chicos quieran estudiar una carrera universitaria.
Otro punto, quizás el más controvertido, es el de la socialización de los chicos. El homeschooling los puede llevar a encerrarse en su núcleo familiar, a aislarse y no por una directiva oficial. La pareja tiene una respuesta casi instantánea ante el cuestionamiento. “Siempre nos preguntan: ‘¿qué tal si mi hijo me sale raro?’. Nosotros siempre decimos que la socialización se aprende en casa. Si vos sos antisocial, tus hijos también", coinciden.
Solís vive con su familia en Ramos Mejía y recibió un legado docente. “Desde mis abuelos, toda mi familia es docente. Yo trabajé en el sistema educativo y me di cuenta de que tiene muchas falencias. Entonces, con mi mujer consensuamos no enviar a la escuela a los chicos. Acomodar nuestros tiempos y educarlos en casa en un nivel más avanzado: que también aprendan a mayor ritmo idiomas, música, economía”, comentó.
Según su mirada, las jornadas educativas en la casa deben ser breves. No más de una o dos horas por día. “En ese poco tiempo, los chicos aprenden lo que una escuela convencional enseña en dos o tres días porque el vínculo es personalizado”, piensa.
Solís considera que “cualquiera puede hacerlo”, que basta con informarse y seguir programas ya existentes para ser docente de sus hijos. Uno de sus chicos, cuenta, aprendió a leer a los 2 años, cuando habitualmente se inician en la lectura a los 5.
“Los padres no se tienen que desesperar en este momento ni tener temor. Casi todos al principio sienten que no están preparados para enseñarles a sus hijos, pero estamos en la era de mayor información de la historia. Si uno se organiza, hay un montón de material para revisar y recursos didácticos online”, recomendó.
Su experiencia le indica que la clave está en establecer rutinas. Programar distintas actividades, que después pueden ser flexibles de acuerdo a las necesidades puntuales de los chicos. En un día normal, desayunan a las 9, a las 10 leen un libro o hacen un “juego didáctico”, a las 11 tienen clases de las distintas materias, almuerzan 13:30 y una hora después tienen dibujo libre. A las 15:30 hacen actividad física, meriendan más tarde y después sigue un tiempo destinado a lo que llaman “valores”, clases de inglés y música. Antes de cenar, los chicos pueden usar un rato la tablet.
El padre menciona distintas actividades que indirectamente conducen al aprendizaje: leerles un cuento, ver un video juntos, trabajar en la huerta. Aunque, sobre todo, insiste en un tip: darles desafíos mentales, plantearles juegos que los hagan pensar, resolver acertijos y enigmas. “Las posibilidades son infinitas”, dice.
Seguí leyendo: