Dos argentinas fueron seleccionadas entre los mejores 50 maestros del mundo. Carolina Muñoz, de Santiago del Estero, y Mariela Guadagnoli, de Santa Fe, quedaron entre las finalistas del Global Teacher Prize, considerado como el “Nobel de Educación”.
Muñoz es profesora de inglés en la Escuela Primaria N° 751 Teniente General “Juan Carlos Sánchez”, de Bandera, una pequeña ciudad santiagueña. Por su parte, Guadagnoli da clases de construcción y dibujo en cuatro escuelas técnicas de Gálvez, Santa Fe
Las maestras argentina están en carrera por el millón de dólares de premio que entrega la Fundación Varkey en alianza con la Unesco. Ambas fueron nominadas entre 12.000 docentes que se postularon a la sexta edición del galardón, procedentes de 140 países del mundo.
“Las historias de Mariela y de Carolina son realmente inspiradoras. Pero no sólo para los chicos y chicas de sus escuelas, sino también para otros maestros y el resto de la sociedad. Ellas, cada una en contextos diversos, han logrado despertar el interés de sus alumnos involucrándolos con aprendizajes para toda la vida. Nosotros, como sociedad, tenemos la oportunidad de comprometernos, apoyando y celebrando la tarea de cada docente que en silencio está transformando la vida de sus estudiantes”, dijo.Agustín Porres, director regional para Latam de Fundación Varkey.
La lista de 50 candidatos contiene representantes de 37 países. En junio, esa se reducirá a diez finalistas. Todos ellos estarán presentes en la ceremonia de premiación el próximo 12 de octubre, en el Natural History Museum de Londres. El año pasado, el profesor de Temperley Martín Salvetti se convirtió en el primer argentino en quedar entre los diez. En aquella edición, el keniata Peter Tabichi se quedó con el premio.
El comité encargado de seleccionar a los candidatos se rige por distintos parámetros: buscan que docentes que empleen prácticas de enseñanza eficaces e innovadoras, que puedan replicarse y ampliarse, que hayan obtenido resultados de aprendizaje verificables y que hayan impacto en sus comunidades. Las dos maestras argentinas cumplen con esos criterios.
Carolina Muñoz - Santiago del Estero
Hace ya dos años, la directora de la escuela le mostró el carro digital de primaria. Tenía 30 computadoras, un proyector y una pantalla que nunca se habían usado. “Esto es oro en polvo”, le respondió Carolina Muñoz, que desde ese día inició su proyecto que después llamó “E-Class Evolution”.
Cuando ese día volvió a su casa, empezó a investigar cómo instalar una pantalla al frente del aula, una pantalla en lugar del pizarrón tradicional. Encontró un tutorial en Youtube y, con solo lo ayuda del portero escolar, logró colocar el tablero interactivo y cambiar la dinámica de sus clases: los cuadernos de los alumnos mutaron hacia carpetas digitales, sumó videojuegos que los propios alumnos se encargan de programar, incluso modificó el método de evaluación.
Carolina tiene 32 años. Es profesora de inglés en el séptimo grado de la Escuela Primaria N° 751 Teniente General “Juan Carlos Sánchez”. El establecimiento está ubicado en Bandera, a 260 kilómetros de Santiago capital. El 80% de sus ciudadanos vive en situación de vulnerabilidad, hay altos niveles de analfabetismo y no tienen agua potable.
“Los chicos no le encontraban el sentido a inglés, lo veían como algo muy ajeno a su realidad. Yo sentía que estaba haciéndolos perder el tiempo. Ese desánimo generalizado me movilizó a tomar decisiones. En principio, censé el aula para medir intereses y expectativas, ver qué cosas les gustaba, qué debía cambiar como profesora. Encontré que había una respuesta que se repetía: a los chicos les interesaba indagar en la tecnología, probar dispositivos que en sus casas no tienen", contó la profesora.
Un año atrás, en 2017, había sido becada para una capacitación en Estados Unidos. Durante 21 días, visitó escuelas estatales y privadas de San Francisco. Vio cómo alumnos y docentes trabajaban con tecnología de punta. “Fue un viaje trascendental. Ahí dije: yo quiero lo mismo para mis chicos. Que en Bandera, más allá de las diferencias, haya las mismas oportunidades”, remarcó.
Ante la consulta, a Carolina le gusta definir su método como “sorprendizaje”. “Es muy gratificante para mí terminar el año con producciones digitales y con alumnos que, además de inglés, aprenden a programar y a producir contenido. Yo sabía que debía hacer mis clases de manera distinta, con otro estilo, otra dinámica. Tenía que lograr otra huella".
Mariela Guadagnoli - Santa Fe
Su bisabuelo fue el primer docente de la ciudad. Incluso una calle en Gálvez, Santa Fe, lleva su nombre. Su abuela era profesora de piano, su madre fue maestra de grado. Por tradición familiar, aunque Mariela Guadagnoli estudió arquitectura, tiene la docencia en la sangre.
Más allá de que ejerce como arquitecta, da clases en cuatro escuelas de Gálvez, una ciudad santafesina de 25 mil habitantes. Mariela es profesora de tres materias, ligadas a su profesión: técnica en construcciones, dibujo técnico y tecnología. Las realidades de los colegios donde da clases varía. Desde chicos con adicciones y de barrios carenciados hasta hijos de familias de clase media-alta.
Pese a las diferencias, los agrupaba un denominador común: la angustia, la falta de motivación, el desinterés. Ante esa realidad, en la Escuela de Educación Técnica N° 456, la profesora diseñó un proyecto de confección de adoquines ecológicos que después le valió distintos reconocimientos, además de la nominación en el Global Teacher Prize.
“Trabajé toda la vida con proyectos. Al ser arquitecta estoy acostumbrada a no necesitar una carpetita y a navegar con la incertidumbre, a que no haya pasos a seguir, sino que se vaya descubriendo en el camino. Los docentes nos tenemos que amigar con la incertidumbre”, reflexionó.
Durante dos años investigaron de qué manera podían hacer adoquines, con las medidas que exige el municipio, a base de materiales ecológicos. Descubrieron que el telgopor reciclado era resistente para formar la base y que la carpeta -el material que recubre- se podía generar con un químico que no contamina el piso y continúa siendo permeable.
“El proyecto se hizo conocido en la ciudad y la gente nos ama”, dijo Guadagnoli. Ahora la intención es patentar el adoquín con el químico en cuestión y, en caso de ganar el premio, hacer escalar la iniciativa, que el proyecto escolar se transforme en un emprendimiento que involucre a los galvenses desocupados y a los chicos con adicciones. “La escuela es el espacio ideal para sortear problemas de contexto, de falta de oportunidades, de depresión”, piensa la profesora.
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