Cada fachada de la Universidad Nacional de La Matanza, tanto la principal como la de sus facultades, se sostiene con columnas de estilo griego. Hay una lógica arquitectónica en esa elección, un mensaje detrás de esos soportes suntuosos: según sus autoridades, una reminiscencia de la distribución del saber.
En la UNLaM, como habitualmente le llaman, se combina una serie de indicadores que va a contracorriente del promedio del sistema. La gran mayoría de sus estudiantes proviene de hogares de clase trabajadora: el 90% es primera generación de universitarios de la familia. Pero a la vez -aquí el dato curioso- tiene la tasa de graduación más alta.
En las universidades públicas argentinas, según los últimos datos disponibles, se recibe a tiempo el 27% de los alumnos. En las privadas, ronda el 36%. En la UNLaM, por su cuenta, oscila entre el 45 y el 50 por ciento. Casi la mitad de los estudiantes que ingresan se reciben seis años después, en el tiempo teórico de una carrera.
Razones puede haber unas cuantas. El contador Daniel Martínez conduce la universidad hace ya 20 años. El rector cuenta que su modelo de gestión se inspiró de distintos viajes que hizo a Estados Unidos y Europa. “Visité varias universidades y hablé con sus rectores para tomar las virtudes que se pueden aplicar a nuestra realidad. Tomé nota y desarrollé un esquema propio”.
Su gestión busca optimizar el uso de los recursos, exprimir cada peso. Con ese objetivo, impulsó un modelo que después llamó “Organización por departamentos con descentralización académica y centralización administrativa”. En otras palabras, se mantiene la clásica división por facultades, que agrupan carreras afines, pero la caja se maneja en su totalidad desde el rectorado.
“Llevamos un control estricto del gasto. No tenemos más opción porque nuestro presupuesto es uno de los más bajos de todo el sistema", le dijo Martínez a Infobae. En 2017, tuvieron un presupuesto de 47.811 pesos por alumno, que la ubicó en el puesto 47 entre las 57 universidades nacionales.
El rigor financiero lo llevó a tener un profesor cada 24 alumnos, cuando el promedio del sistema es de un docente cada 8,82 estudiantes. Del mismo modo, tienen un empleado cada 90 estudiantes cuando el promedio es de uno cada 20. Los profesores deben fichar cada vez que entran a la universidad. Antes tenían que poner la huella dactilar; ahora funciona con un sistema de reconocimiento biométrico con los ojos. La práctica no es habitual en las universidades y, según cuentan, generó resistencia al principio, pero hoy forma parte de la dinámica natural.
“El bajo presupuesto se debe en parte a que no estamos alineados a ningún partido político y a que no somos la universidad de una provincia. En Buenos Aires hay decenas de instituciones”, sostuvo el rector.
Durante la recorrida, solo se ve una bandera grande del centro de estudiantes desplegada en el exterior de una facultad. Después no hay un cartel pegado a la pared, no hay panfletos ni propaganda política, salvo -aclaran- en las semanas previas de las elecciones universitarias. Como un mantra, los directivos repiten: “Acá primero está la educación y después la política”.
Más allá de lo administrativo, una de las principales razones que explica los resultados de la UNLam es su curso de admisión, que todavía protagoniza una disputa judicial. Los chicos de sexto año de secundaria que se anotan tienen clases durante tres meses en tres materias vinculadas a la carrera que eligieron. Por caso, si optaron por Economía, cursan matemática, contabilidad y filosofía. Pasados los tres meses, rinden un examen que exige una nota superior a 7. Aquellos que se sacan entre un 5 y un 7 pueden volver a rendirlo.
“La idea es que el examen no sea expulsivo, sino selectivo. De hecho, la mayoría lo supera. Este año de 24 mil anotados que tuvimos, ingresaron 17 mil, el 70%. Es una suerte de CBC acotado, en tres meses, para que los chicos no pierdan un año entero, y buscamos medir la voluntad y las ganas que tienen de estudiar”, señaló Martínez.
La UNLaM tiene un cuatrimestre más que el resto. Un tercer cuatrimestre intensivo, entre fines de enero y marzo. Apunta, por un lado, a que los recursantes no queden rezagados y, por otro, a aquellos alumnos que quieren adelantar la carrera. Los sábados hay clases de apoyo, generalmente dictadas por graduados que se ofrecen como voluntarios. “La universidad no puede estar tres meses cerrada. Tiene que estar abierta todo el año como pasa en todo el mundo”, piensa su rector.
La apuesta pasa por combinar la teoría con una fuerte carga de práctica. En sus instalaciones se da cuenta de esa premisa. Hace dos años inauguraron un polo tecnológico, donde los alumnos toman pasantías rentadas para una veintena de empresas, desarrollando soluciones en 3D o realidad aumentada. En Derecho, tienen un aula habilitada para albergar juicios reales, en Medicina empezará a funcionar este año un centro de simulación y en Comunicación cuentan con una secretaría de medios, donde se hace un semanario, un portal digital, programas de radio y TV. El deporte también tiene un rol central. 20 mil personas, entre estudiantes y vecinos de La Matanza, practican algunas de las disciplinas que ofrece el campo: natación, vóley, básquet, futsal, atletismo.
La batalla judicial por el examen de ingreso
En 2015, el Congreso aprobó una modificación de la Ley de Educación Superior N° 27.204. En su artículo 7 contempla: “Todas las personas que aprueben la educación secundaria pueden ingresar de manera libre e irrestricta a la enseñanza de grado en el nivel de educación superior”. De ese modo, se refrendó la prohibición de los exámenes “filtro” para cursar una carrera universitaria.
La UNLaM presentó un recurso de amparo contra la reforma. El juez federal Pablo Cayssials, titular del Juzgado Nacional en lo Contencioso Administrativo Federal Nº 9, dio lugar al pedido: declaró inconstitucional el artículo porque, según su criterio, avanzaba sobre la autonomía universitaria. En la Cámara la sentencia fue ratificada, pero volvió a ser apelada por la anterior gestión del Ministerio de Educación. Todavía se aguarda el fallo de la Corte Suprema.
La recordada frase en Harvard
En 2012, Cristina Kirchner, que cumplía su segundo mandato presidencial, pronunció una frase que generó polémica y que todavía se recuerda en los pasillos de la UNLaM. “Chicos, estamos en Harvard. Esas cosas son para La Matanza, pero no para Harvard”, respondió ante un estudiante argentino que le mencionó que era “de los pocos privilegiados” que le podía hacer una pregunta.
Pasaron ocho años. Hoy la institución tiene 55 mil alumnos distribuidos entre sus 63 carreras de pregrado, grado y posgrado. La mayoría de los alumnos de entonces ya no está en la universidad, pero a algunos profesores, confiesan, les quedó un resquemor.
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