Enero en Buenos Aires representa, sobre todo, temperaturas por encima de los 35 grados y una humedad pastosa que se pega en la ropa. La mayoría de los que están en la ciudad ponen en práctica cualquier estrategia que les permita escapar del verano agobiante. Con ese marco, que un nutrido grupo de maestros y profesores —que “gozan de su merecido descanso”— se hayan interesado en participar en una charla sobre educación, es una noticia alentadora.
Melina Furman, una de las referentes en Educación más importantes de la actualidad, autora de, entre otros títulos La ciencia en el aula y Guía para criar hijos curiosos (ambos publicados por la editorial Siglo XXI), participó en una entrevista púbica que llevó por título “El aula como laboratorio de innovación”.
El encuentro forma parte del ciclo de verano que organiza la plataforma educativa Ticmas —continúa el próximo jueves con una entrevista a Federico Kukso—, y Furman habló de las diferentes estrategias que se ponen en juego para sostener la llama de querer enseñar. Lo que sigue son algunas de las frases y comentarios que Furman hizo en una charla muy distendida, pero no por eso poco profunda, en donde los asistentes fueron intercambiando sus propias experiencias de aula.
La mirada científica
No es que uno como docente se va a convertir en científico, en el sentido de que va a hacer experimentos controlados en el aula, va a sacar evidencia y va a publicar papers académicos. Me parece que la mirada científica es un estar en la vida y en el aula. Tiene que ver con hacernos preguntas y con disfrutar lo que nos devuelven los alumnos: con qué se engancharon, con qué no, qué los ayuda a comprender, qué preguntas los encienden más, qué de lo que hacemos nos satisface más a nosotros. Es esa búsqueda constante a la que yo llamo científica, porque tiene ese espíritu “preguntón” que nos ayuda a pensar.
Cómo el docente reconoce sus propias dificultades
Venimos hablando mucho de innovación educativa. Se ha puesto de moda y todos sentimos que hay algo que cambiar, aunque no es tan claro qué. Pensando en estas cosas y trabajando con muchas escuelas, una de las cosas que detecto muy fuertemente es que, para empezar a cambiar, lo primero que tenemos que hacer es reconocer qué cosas ya hacemos bien.
Innovar no es hacer borrón y cuenta nueva, no es operar por demolición. Si no, justamente, mantenernos y apoyarnos bien sobre nuestros zapatos, sobre lo que hacemos bien, sobre lo que disfrutamos y funciona, y después ajustar con pequeñas vueltas de tuerca aquello que no se está logrando a llegar.
Las evaluaciones
Con las pruebas PISA y las pruebas Aprender se evalúan los grandes números de las escuelas. Pisa es muestral, Aprender es censal. El resultado de estas pruebas estandarizadas —de lápiz y papel, donde los chicos tienen un ratito para dar cuenta de lo que saben— es una foto que captura una parte de la realidad —claramente no toda—, que sirve para tomar decisiones de política pública: a qué escuela hay que ponerle más fichas o más recursos, en qué áreas. En ese sentido, son un elemento que ayuda a tomar buenas decisiones en educación. Después se puede discutir si la prueba está bien o mal hecha, y, en el caso de PISA, qué pasa con la comparación entre países. Con las Aprender hay mucho para seguir haciendo con los informes que reciben las escuelas para ver cómo se puede trabajar al interior de cada una.
Por supuesto, esas no son las únicas maneras de evaluar lo que aprenden los chicos. Para entender lo que los chicos y las chicas aprendieron hay que lograr meterse en sus cabezas y eso implica una evaluación más auténtica. Ponerlos a hacer cosas. Por ejemplo, en Ciencias Naturales: si les quiero enseñar a investigar pero en la prueba pregunto qué es una investigación o pido que me definan los pasos del método científico, hay una disonancia entre lo que yo quería que aprendieran y cómo estoy tratando de darme cuenta si lo aprendieron. Tendré que hacer algo más relacionado con la vida real. Y si no es posible, porque tengo un montón de alumnos y un montón de cursos, tendré que hacer pruebas de lápiz y papel, pero con más autenticidad: que haya preguntas para pensar, problemas. Tengo buscarle la vuelta. No digo que sea fácil.
La clave del aprendizaje basado en proyectos
El aprendizaje basado en proyectos no es algo nuevo; de hecho, el primero que habló de los proyectos fue Killpatrick, un discípulo de John Dewey, hace cien años. Yo creo que tiene mucho valor en la medida en que los proyectos estén bien armados. Proponen un desafío que hay que resolver a lo largo de varias semanas y terminan con un producto final, idealmente auténtico, donde los chicos tienen que mostrar lo que aprendieron.
Pero tienen que ser proyectos bien conectados con lo que es importante que aprendan. Un ejemplo que me contaba un colega. Él estuvo con chicos de cuarto año, que hacían un proyecto que terminaba con la preparación de unas galletas de arroz. Y los chicos le decían: me doy cuenta de que con esto puedo aprender química, también que podría estar aprendiendo matemática o comunicación, pero, la verdad, lo que estoy haciendo es una galleta de arroz.
Los proyectos son una gran fuente de autenticidad y sentido —que es lo que tenemos que recuperar, porque los chicos, en su gran mayoría, no le encuentran el sentido a la escuela—. Pero, a la vez, hay que tener cuidado de que no sean un “como si” para mantenerlos entretenidos y después les enseño el contenido descontextualizado. Los proyectos tienen que hablar de las grandes preguntas de cada área, de los grandes temas, de las grandes maneras de abordar el conocimiento.
El umbral de frustración
En psicología cognitiva se habla del growth mindset: la mentalidad basada en el crecimiento, en oposición a la mentalidad fija. Carol Duek es una investigadora que dedicó toda su carrera a esto. Lo que dice es que hay gente que, ante un problema, puede decir “no me sale porque soy malo para esto” y otra que dice “todavía no lo intenté lo suficiente, tengo que seguir”. Esos últimos son los que tienen mentalidad de crecimiento, que es lo que uno quiere cultivar.
Duek hizo un experimento con problemas de matemática en un montón de escuelas. Les daba unos ejercicios y cuando a los chicos les salía bien, a la mitad los elogiaba por el talento —“¡Muy bien! Se nota que sos buenísimo en matemática”, y a la otra mitad les elogiaba el esfuerzo —“Se nota que te esforzaste mucho”—. Y después les daba un nuevo set de problemas para elegir. Aquellos chicos que habían sido elogiados por el esfuerzo eligían problemas difíciles. En cambio, los otros eligían más fáciles porque tenían miedo de perder su autoimagen.
Hay que pensar de qué manera ayudamos a que los chicos puedan ver sus logros.
La computadora
En la medida en que la usemos bien, la computadora es una aliada en el aula; en casa hay que tener más cuidado. Les cuento la historia de un amigo, que escribí en mi libro. El hijo de mi amigo hacía construcciones con bloques de plástico y obviamente quedaban un poco torcidas y había que hacer un montón de esfuerzo cognitivo para que quedaran bien. Hasta que en un momento empezó a construir con Minecraft. Ese juego es súper interesante porque uno arma ciudades y hace algo parecido al Lego pero en la computadora. Lo que pasa es que ahí las cosas no tienen fricción, no se caen, no se rompen. Y entonces mi amigo me contaba que, una vez que el hijo empezó a jugar en el Minecraft, no había manera de que volviera a jugar con los bloques reales.
En ese sentido, la computadora puede ser un bastón que después no nos deje volver a atrás. Me parece que hablar de si la tecnología a secas y preguntarse si es buena o mala, si es una oportunidad o una amenaza es no decir mucho. Uno puede jugar a un videojuego o programar un videojuego; uno puede poner a los chicos a ver videos todo el día o ponerse a hacer videos con ellos. La computadora puede ser una aliada increíble en el aprendizaje o puede ser un entreteniemiento que los tenga tranquilos.
Qué aprendimos hoy
¿Cómo ayudar a los chicos a que se den cuenta de lo que aprendieron? Técnicamente, diríamos: cómo desarrollar la metacognición. Si la única información externa que reciben, más allá de los elogios de la maestra, es una “S” o un “Muy bueno”, no hay ninguna charla que sirva para que ver que las calificaciones no son lo importante. Eso se cambia simplemente al dedicarle tiempo y estrategias bien concretas a que puedan tomar conciencia de qué aprendieron.
En la medida que uno dedique un momento —idealmente más de uno— del trimestre para que los chicos reflexionen. Pueden escribir “Algo que pensé por primera vez que antes no sabía” o “Algo nuevo que aprendí en la escuela” o “Algo en lo que cambié de idea” o “Tres ideas que me llevo de matemática”. Hay que dedicarle tiempo porque a nadie, ni a los adultos, le sale espontáneamente darse cuenta de lo que aprende. Eso, por lo general, es un aprendizaje invisible. Para que se vuelva visible tenés que hacer cosas.
Todos los docentes tenemos que hacer pequeñas paradas de metacognición, en cualquier materia y nivel que enseñemos. A veces son pequeñas actividades como los “tickets de salida”: escribir en un papelito en qué te vas pensando, una pregunta que te llevás de la clase. Son pequeños cambios en la práctica, superchiquitos en términos del tiempo que te llevan, pero muy grandes en lo que generás en la cultura del aula.
El aula y las interferencias de afuera
¿Cómo hacemos, cuando el mundo exterior es más efímero y más rápido, para que los chicos se concentren la clase? Coincido en que es súper difícil y que la competencia del afuera es muy desleal. Todos, los grandes también, tenemos cada vez menos atención sostenida, más dispersión.
A sabiendas de eso, creo que hay un terreno para mejorar lo que pasa en esos 80 minutos. Si el afuera compite con cosas más estimulantes y rápidas, y en el adentro del aula hay un profesor hablando de cosas que los chicos no terminan de entender, que no tienen un gancho con la vida real, que no les propone ningún problema salvo escuchar y copiar, ahí la batalla está perdida.
Yo creo que hoy, aún con estos chicos que sentimos más dispersos y con menos compromiso con el aprendizaje, cuando los docentes traen cosas que tienen más sentido, más relevancia, más gancho, responden distinto. En la medida en que proponemos cosas distintas en el aula, pasan otras cosas.
También hay que usar el afuera a nuestro favor. Por ejemplo, usar el aula invertida o flip classroom. En lugar de dar la explicación teórica puedo hacer que los chicos vean el video de un experto antes de la clase, y usar el tiempo del aula para algo más potente y más interesante. Alguien decía “hoy los chicos estudian por WhatsApp o por YouTube”: podemos enojarnos con eso o podemos aprovecharlo a nuestro favor. En la medida en que empecemos a usar la tecnología, ese afuera que a veces nos asusta pero que nos abre otras oportunidades para cambiar lo que hacemos en el aula, tendremos más chances.
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