En San Salvador de Jujuy, como en casi todo el país, los chicos y docentes están de vacaciones. Mientras el resto descansa, un puñado de maestros se sube a un micro que los lleva hasta Susques, un pueblo a 200 kilómetros. Allí funciona una escuela con lo que se llama “período especial”. Las clases empiezan en septiembre y terminan en junio.
La razón es más bien obvia: el pueblo está a 3.896 metros sobre el nivel del mar y en invierno el frío se vuelve intolerable. El termómetro puede marcar hasta 27 grados. El Bachillerato N°13 “Comandante Luis Piedrabuena” se queda sin agua durante esos meses porque las cañerías se congelan.
“Es raro porque nuestra familia está de vacaciones y nosotros tenemos que trabajar. De todos modos, en mi caso es una elección”, dijo a Infobae Santusa Flores, que todos los miércoles desanda el largo camino de entre cinco y seis horas hasta Susques. En el medio, deben atravesar la cuesta del Lipán, un camino de cornisa tan imponente como aventurado, lleno de curvas y subidas pronunciadas, que se adentra en la cordillera.
La de Santusa es una historia de superación. Nació en Cangrejillos, una localidad jujeña de apenas 170 habitantes, y se mudó a la capital a los ocho años, cuando todavía no sabía leer y escribir. Tuvo que trabajar a la par que hacía la primaria y, pese a eso, pudo egresar como abanderada. Su desempeño le permitió entrar, a los 16 años, a una escuela normal, los tradicionales semilleros de futuras educadoras. Arrancó como maestra de grado, estudió Ciencias de la Educación en San Salvador e incluso llegó a doctorarse en humanidades, en Tucumán. “Ya había transformado mi vida y quería transformar otras. Mi trabajo es un homenaje a tanta gente que me ayudó”, remarcó.
El micro desde San Salvador a Susques, que subsidia el Ministerio de Educación provincial, no pasa todos los días. Santusa y otras profesoras prefieren dormir en el pueblo y regresar a la ciudad el fin de semana. Se inclinan por esa opción aunque deban pagar la habitación de sus bolsillos. En cambio, los docentes que no quieren pagar el hospedaje no tienen más opción que volver haciendo dedo.
En la escuela, Santusa conoció a Liliana Panire, que es maestra y vicedirectora del secundario. Ella viaja los lunes a la madrugada desde Palpalá, a 13 kilómetros de la capital, y se vuelve el viernes a la noche. Pasa toda la semana lejos de su hogar.
“Al principio me costó trabajar con el calendario al revés, mientras en mi ciudad estaban de vacaciones, pero con el tiempo uno se acostumbra”, contó. “Los viajes son bastante complicados. Los colectivos están en mal estado. Suelen quedarse. En los días de lluvia, incluso, puede haber desmoronamientos de los cerros y se vuelve riesgoso. Hace poco tuve que volver a mitad de semana. Salí a la 1 del mediodía y llegué recién a las 9 de la noche a casa”.
Liliana también es la única egresada de su familia. Su padre era minero y su madre trabajaba como empleada doméstica. Ellos la acompañaron en el estudio. Una vez que terminó la escuela, pudo ingresar en el profesorado de ciencias jurídicas y sociales y después fue a la facultad de humanidades a seguir ciencias de la educación.
“Cuando me recibí de profesora fui a devolver la beca, porque estaba segura de que esa beca podía ser entregada a otra persona que la necesitara como yo la necesité al comienzo. Y decidí ir a Susques, donde había un cargo vacante. Yo estaba en tercer año en la facultad de ciencias de la educación y seguí estudiando y rindiendo libre”, contó.
Hace ya 20 años que Liliana trabaja en la secundaria. En todo el nivel, tienen una matrícula de 170 alumnos. A la mañana cursan primero y segundo, mientras que a la tarde es el turno del polimodal. La mayoría son chicos de origen humilde, de familias indígenas, que se hacen cargo de sus hermanos menores porque los padres trabajan en las minas. Varias de las chicas, incluso, son madres adolescentes.
“Al ser pocos, los profesores conocemos la historia de cada uno. La maternidad temprana es una problemática recurrente. Hace un tiempo nos dimos cuenta de que una alumna no iba al comedor a almorzar. ‘Sí yo voy a comer, mi hijita se queda sin comida diaria’, nos dijo. A partir de ahí logramos coordinar para que pueda venir con su beba. Lo mismo sucede a nivel académico. Hay un seguimiento de cada situación. Detectamos a los chicos que están en riesgo y les damos clases de apoyo, a contraturno”, explicó la vicedirectora.
Diez años atrás, el diagnóstico del pueblo era claro. Una vez que los chicos terminaban la secundaria, se iban. Se mudaban a la capital en su mayoría porque no había ninguna propuesta que les permitiera seguir estudiando. “Muchos adultos se quejan de que los chicos se van del pueblo, pero… ¿qué alternativas les ofrecemos?”, cuestionó Santusa.
Con esa inquietud en la cabeza, la profesora generó la única oferta de nivel superior más allá de la docencia. Tramitó los permisos para abrir el Instituto N°3 Juan Ignacio Gorriti en el mismo establecimiento donde funciona la escuela. Allí se dicta la tecnicatura en química minera sustentable, en línea con la matriz productiva de la región. Ya tuvieron 34 egresados y hoy cuentan con 26 alumnos. El próximo objetivo es que el instituto tenga su propio edificio. Ya disponen del terreno, que fue donado por la comunidad, y ahora avanzan en el papelerío. Para el año que viene, además, esperan sumar un profesorado con orientación en enseñanza intercultural bilingüe y una tecnicatura en energía solar. Incluso se entusiasman con lanzar la primera carrera universitaria de Susques.
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