El 6 de junio de 2002 se separaron por primera vez. Poco antes de terminar sus carreras de grado, para hacer el trabajo final, Andrés se fue a Frankfurt, Alemania, y Fernando partió hacia Viena, Austria. Recuerdan esa fecha con precisión porque, dicen, fue “el primer gran shock”.
Los gemelos Lasagni nacieron hace 42 años en Cinco Saltos, una pequeña ciudad rionegrina de 25 mil habitantes, cuya actividad principal es la fruticultura y algunos servicios del petróleo. Toda su infancia, adolescencia y juventud las hicieron a la par. Sus trayectorias educativas también: primaria, secundaria técnica con orientación en química e Ingeniería Química, la carrera que los dos eligieron en la Universidad Nacional del Comahue.
“Cuando estábamos en la universidad sacábamos tiempo de donde no había para ir al laboratorio, para participar de olimpiadas de química o ferias de ciencias. Hacíamos todo juntos. Éramos muy compinches y los dos sabíamos que nos queríamos dedicar a la investigación”, contó a Infobae Andrés desde Alemania. “Cuando uno decide convertirse en investigador es obligatorio salir y ver otras cosas, conocer gente. Los límites de las ciencias son el mundo”, se sumó Fernando desde España.
Sus aventuras en el exterior se alargaron más de la cuenta.
Unas semanas antes de entregar su trabajo final, el profesor de Andrés lo invitó a pasar a su oficina. “Usted, además de que es trabajador, sabe pensar. Me gustaría que se quede a hacer un doctorado”, le dijo. Andrés ni lo dudo y se mudó en marzo de 2003 a Sarre, un estado alemán en el límite con Francia y Luxemburgo. Cuatro años después le surgió en Atlanta la posibilidad de hacer un postdoctorado.
Pronto se dio cuenta de que quería ser profesor universitario y regresó a Alemania. Allí, dice, es distinto el vínculo entre la academia y la industria. Hay una sinergia constante en lugar de la distancia típica. Aplicó entonces para la posición de profesor en Dresden, en una de las pocas universidades con estatus de excelencia. Se postularon 1360 candidatos, ingresaron solo diez y él quedó en el segundo puesto.
Hoy es profesor titular con cargo definitivo. Su cátedra se relaciona al desarrollo de las tecnologías láser. La mayoría de sus estudiantes son futuros ingenieros, aunque es abierta a distintas carreras. “Me dedico a generar, a partir de tratamientos de luz láser, superficies funcionales, ya sean mecánicas o decorativas, a producir texturas en distintos materiales. El concepto con el trabajamos permite aumentar la velocidad radicalmente. Procesos que antes hubieran llevado horas, hoy lo podemos hacer en un minuto”, explicó.
A Fernando le pasó algo parecido. Mientras hacía su trabajo final en Austria, su director se acercó y le preguntó a dónde iba a ir vacaciones. “Yo le contesté que venía a trabajar, que no me iba a ir a ningún lado. Me ofreció un puesto como colaborador de él y ya me quedé unos meses más”.
Desde ya hace años, su vida está en Sevilla, España, y es uno de los referentes de la industria aeroespacial. De hecho, dirige un departamento dentro del Centro Avanzado de Tecnologías Aeroespaciales (CATEC). En palabras sencillas, se encarga de desarrollar tecnología para fabricar aviones y cohetes más baratos. Uno de esos métodos, por caso, es la impresión 3D. “Poner un kilo en el espacio cuesta entre 20 mil y 30 mil euros. Nosotros imprimimos componentes metálicos que pesan hasta un 50% menos. Los costos de lanzamiento, entonces, se reducen exponencialmente”, razonó.
Tanto Fernando como Andrés Lasagni, en los últimos años, recibieron decenas de premios por los avances que introdujeron en sus disciplinas. Fernando ganó, entre otros, el George-Sachs de la Asociación Alemana de Ciencia de Materiales y el Fritz Grasenick de la Sociedad Austriaca de Microscopía Electrónica. Andrés es autor de más de 30 patentes y fue distinguido por la Federación Europea de Asociaciones de Ciencias de Materiales y la Asociación Alemana.
Aunque, cuentan, ninguno los enorgulleció tanto como el que recibieron hace algunas semanas. El Senado les otorgó la Mención de Honor “Domingo Faustino Sarmiento”, que recibieron personalidades de las más variadas como Diego Maradona, Julio Bocca, Mercedes Sosa, Juan Martín Del Potro o Les Luthiers. Fue su primer reconocimiento en Argentina.
Los Lasagni ya tienen una vida en Europa. No barajan la posibilidad de volver a Argentina en algún momento. En el país, incluso, no hay industrias similares. Sin embargo, dicen, quieren tener un lazo de cooperación. De facilitar la llegada de estudiantes argentinos, de convertirse en mentores, hasta de generar proyectos científicos de colaboración con el gobierno u organizaciones locales. De mostrar otra manera de hacer ciencia.
Primero el método, después el talento
“No es que de chicos dijimos: ‘Quiero ser un grande en la ciencia a nivel mundial’. No. Nos fuimos planteando metas pequeñas. Primero estudiar ingeniería, después hacer un muy buen proyecto final, después un excelente doctorado. Esas metas parciales te hacen ir ganando una gimnasia de trabajo. Después los resultados van llegando solos”, dijo Fernando.
“Ese es es el mensaje a dar”, coincidió por videollamada Andrés. “Ir poniéndose objetivos intermedios. El trabajo intenso y la dedicación te va a llevar a cumplirlas. El talento es importante, pero no alcanza. Hay que hacer un sacrificio y resignar cosas. Por ejemplo, restringir las bebidas alcohólicas. Tenés que estar despierto, con todas las capacidades atentas”.
Antes de terminar la conversación, Fernando intervino y fue categórico: “La genialidad puede existir o no. Lo que no puede faltar es capacidad de trabajo. Eso es lo que te permite encontrar una chispa. Nadie se levanta con una idea brillante de la nada".
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