Los chicos de distintas clases sociales se mezclan poco y nada en las aulas. En general, las familias mandan a sus hijos a escuelas en las que la mayoría de sus compañeros coincide con su nivel socioeconómico (NSE). Eso tiene un nombre técnico: segregación escolar. En Argentina, habría que transferir a la mitad de los estudiantes para lograr aulas heterogéneas.
La estimación surge de un nuevo informe del Observatorio Argentinos por la Educación, con autoría de Natalia Krüger, investigadora de la Universidad Nacional del Sur y el Conicet. El estudio, que toma datos de Aprender 2017 y 2018, advierte que los grupos de NSE alto parecen estar todavía más aislados en ciertas escuelas “exclusivas” que los alumnos pobres.
El problema no es exclusivamente argentino. De hecho, Latinoamérica es una de las regiones de mayor segregación escolar del mundo. Hay escuelas de pobres para pobres y escuelas de ricos para ricos. En ese plano, Argentina presenta niveles entre “moderados y altos”, lo cual sitúa al sistema educativo entre los más desiguales en cuanto a la distribución de sus alumnos.
Cuando la segregación es alta hay riesgos. Sobre todo, en lo que se llama “efecto compañero”. “Se reducen las influencias positivas de ciertos alumnos sobre los logros educativos de otros, se profundiza la desigualdad de recursos y se pierden oportunidades para fomentar la cohesión social y la movilidad social ascendente”, escribió Krüger en su informe. En concreto, los chicos pobres no llegan a nutrirse del capital cultural que, en general, traen los más aventajados. Del otro lado, los alumnos de más recursos no tienen acceso a otra realidad, se encierran en una suerte de cápsulas.
Flavio Buccino, docente y especialista en gestión educativa, explicó: “Está demostrado que los resultados globales de los sistemas educativos más segmentados suelen ser peores que los de los sistemas más inclusivos. Además, como parece obvio, no socializan adecuadamente. No hay un conocimiento directo de la diversidad existente en su ciudad. Y condiciona en gran manera la trayectoria educativa, las expectativas y los logros del alumnado más necesitado de que el sistema compense las desigualdades educativas con que accede a él”.
El informe tomó dos indicadores para medir el nivel de segregación. El primero fue el índice de disimilitud, que indica la proporción de estudiantes de la minoría que deberían ser transferidos a otras escuelas para alcanzar una distribución equitativa. Según se desprende, en el país habría que transferir a un 47% de los alumnos más vulnerables de primaria hacia otras escuelas. Con respecto a los chicos de NSE alto, habría que mover al 62%. En secundaria los porcentajes son similares.
El otro indicador que analizó fue el de aislamiento, que calcula la probabilidad de un alumno de la minoría de encontrarse con alguien de su mismo grupo dentro de la escuela. A mayor aislamiento, menor posibilidad de estar en contacto con otros sectores sociales. Aquí los alumnos de NSE bajo tienen una alta probabilidad de encontrarse en la escuela con otros chicos de su mismo grupo en la mayoría de las provincias del NOA y NEA. En cambio, en las provincias del Centro y Sur parecen tener más chances de asistir a escuelas socialmente más diversas. Lo contrario se observa para los grupos de NSE alto, quienes se encuentran más aislados en las provincias del Centro y algunas del Sur (Neuquén y Río Negro). En promedio, siendo minoría, la probabilidad de compartir la escuela con compañeros del mismo grupo social es de un 36%.
Cuando se mira por jurisdicción, la ciudad de Buenos Aires es por diferencia el distrito de mayor segregación escolar. La provincia de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba también tienen aulas muy homogéneas. En el extremo opuesto, están Jujuy, Formosa, Chaco y La Rioja.
¿Cómo se logra, entonces, empezar a revertir este fenómeno? “Lograr la ‘de-segregación’ es un objetivo muy complejo porque existe una gran resistencia desde los distintos actores del sistema educativo. De hecho, distintas experiencias internacionales han fracasado o mostrado efectos muy reducidos”, sostuvo Krüger.
Un primer paso, agregó, sería asignar los mejores docentes y recursos materiales en las escuelas más vulnerables, para que las mejores prácticas educativas estén allí. De esa manera, los establecimientos donde en general asisten chicos pobres podrían volverse atractivos para las clases medias.
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