Con apenas año y medio, ya hablaba de corrido. Construía oraciones complejas, usaba conectores como “sin embargo”. En el jardín, con solo tres años, la pasaba mal. Lloraba para ir, lloraba para salir, pero no por lo que costaba. Estaba muy por delante de sus compañeros. Decía, por ejemplo, los animales en inglés. “No solo perro y gato. Sabía como 20 animales. Nos llamaron del jardín para preguntarnos y la realidad es que nadie se lo había enseñado”, dijo su madre, G.G. (se preserva la identidad por pedido de la familia).
Cuando cambió de escuela a su hijo, fue la directora la primera que le habló de altas capacidades intelectuales. Intuyó que su hijo tenía una inteligencia por encima de la media y, cuando lo evaluaron, lo confirmaron. Le recomendaron acelerarlo un año. En un principio G.G. se negó, pero después dio el visto bueno. Al ser un colegio bilingüe, cursó al mismo tiempo el tercer grado a la mañana en castellano y el cuarto a la tarde en inglés. “Los primeros días estuvo como alerta, pero después resultó bárbaro. En pocos meses, se vinculó mejor con sus nuevos compañeros que con los de su edad, con quienes había compartido varios años. Dejó de sufrir en clase”.
Terminó cuarto grado, hizo quinto en inglés y la psicóloga recomendó saltearlo un año, que haga directamente sexto. Hoy está a punto de terminar y se encuentra en un limbo. El colegio le permite la aceleración, pero el ministerio de Educación porteño no se la reconoce. Incluso le dicen que no puede rendir libre quinto porque no coincide con la edad cronológica.
“Antes siempre estaba angustiado. Cuando le dijimos que iba a hacer sexto directamente fue la mejor noticia que le dimos en su vida escolar. Pero nos topamos con la burocracia del Estado. No está permitiendo acreditar algo en lo que estamos todos de acuerdo: familia y colegio. Es una estrategia que se usa mundialmente y da resultados”, expresó la madre.
Su caso es solo uno de los tantos que afrontan las familias con chicos con altas capacidades intelectuales. Ellos están amparados por Ley de Educación Nacional, sancionada hace ya trece años. En su artículo 93 dice: “Las autoridades educativas jurisdiccionales organizarán o facilitarán el diseño de programas para la identificación, evaluación temprana, seguimiento y orientación de los/as alumnos/as con capacidades o talentos especiales y la flexibilización o ampliación del proceso de escolarización”.
Pese a que la ley incita a generar programas específicos, en la realidad eso no sucede. Solo Jujuy es un caso de avanzada en la materia: es la única provincia que tiene en su ministerio un área destinada a Alta Inteligencia. En la ciudad de Buenos Aires no está la posibilidad de aceleración. Por normativa el curso debe ir de la mano con la edad cronológica. En la provincia de Buenos Aires la aceleración es el último recurso en caso de haber agotado otras instancias como la adecuación y ampliación de la currícula.
Laura Diz, presidenta de la Asociación Altas Capacidades Argentina, dijo a Infobae: “No hay una normativa que explique cómo llevar a cabo el artículo 93, pero tampoco se necesita ese paso. Las autoridades deben crear programas que se adapten a las necesidades de los chicos. En última instancia se puede llevar a la Justicia, pero primero está la exposición del niño y segundo requiere de mucho tiempo y dinero. Se debería solucionar antes”.
Con esa última frase, Diz aludía a un caso reciente: la justicia entrerriana le dio por aprobado el secundaria a una chica superdotada de 15 años, que había hecho un curso en línea. “La difusión del fallo llevó a que distintas familias se asesoraran para judicializar la situación de sus hijos, aunque antes los ministerios y las escuelas deberían brindar respuestas”, agregó.
D.M., otra madre, siempre vio que su hija aprendía demasiado rápido. Pasaba horas y horas haciendo rompecabezas. Cuando terminó el jardín, ya sabía leer y escribir. Eso, que puede ser una ventaja, fue un problema en primaria. Se aburría, no le veía sentido a ir a la escuela. La cambiaron a otro colegio de la ciudad y la pusieron en contacto con una psicóloga especializada. Tras dos meses la diagnosticaron: tenía altas capacidades.
“Cuando lo identificamos y se lo contamos a ella, automáticamente su autoestima mejoró. Ella se sentía rara consigo misma. No entendía qué le pasaba. Se dio cuenta de que no era un bicho raro. De que tenía diferencias con los chicos de su edad, pero también un montón de cosas en común”, comentó su madre.
En la escuela le dijeron que nunca habían tenido un caso así. Hicieron algunas adaptaciones curriculares, pero pronto la psicóloga les recomendó acelerarla un año: que pase de cuarto a sexto grado. Para eso, debe rendir libre el próximo 22 de noviembre. Mientras se prepara con una profesora particular y “descubre lo que es estudiar”, la familia espera por la confirmación. “Después de idas y vueltas, presentamos el caso en el ministerio con una carta del colegio pidiendo permiso de excepción por la edad. Y ahí el expediente empezó a bollar. Queda menos de un mes y todavía no sabemos qué va a pasar”.
Entre el desconocimiento y la negación
Generalmente las altas capacidades se reducen a la superdotación, pero no es así. Sin estadísticas oficiales, se calcula que los chicos superdotados representan un 2%, mientras que las altas capacidades abarcarían hasta un 15%. La superdotación implica un rendimiento intelectual superior en todas las área en las que se evalúa al niño. La precocidad es la adquisición temprana de ciertas habilidades como la lectura. Mientras que el talento alude a la excelencia en un campo específico.
Todos ellos pasan por un psicodiagnóstico que lleva entre seis y diez sesiones. Los test de coeficiente intelectual se dejaron de usar. Hoy se sabe que no se puede medir la inteligencia solo con una simple prueba.
Cristina Lovari, coordinadora de educación inclusiva del Ministerio de Educación Nacional, explicó a Infobae: “Si bien tenemos la ley, todavía nos encontramos con muchas dificultades para brindar a estos chicos la atención que ellos necesitan. En los últimos años hicimos foco en formación docente, distribuimos material didáctico, pero todavía sigue habiendo desconocimiento. Incluso te encontrás con autoridades que, pese a la evidencia científica, siguen negando las altas capacidades”.
La funcionaria remarcó que, más allá de que trabajan en generar criterios federales, son las provincias las que definen cómo trabajar con los chicos con ACI. “La primera instancia siempre es el enriquecimiento curricular: complejizar las tareas, buscar más abstracción. Para pensar en la aceleración hay que evaluarlo desde lo académico y emocional a ver si conviene. Fallamos todos cuando la familia lleva su caso a la Justicia o incluso decide desescolarizar al chico. Nuestro trabajo es que no lleguen a esa instancia”, consideró.
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