En general, la atención mediática en educación va detrás de sistemas que lideran pruebas internacionales. Finlandia o Singapur, por ejemplo, que, más allá de optar por caminos casi opuestos, se posicionaron en lo más alto en distintas ediciones de PISA. Sin embargo, en la región está el modelo que acapara la mayor cantidad de investigaciones educativas. El modelo chileno.
Se debe, en gran parte, a la enorme fuente de estadística educativa de la que disponen, pero también a las peculiaridades del sistema. A contramano del mundo, en vez de financiar a la oferta, financian a la demanda. Subvencionan a los alumnos en lugar de a las escuelas: les dan los famosos vouchers. Eso genera una lógica de mercado, de competencia entre las escuelas por la matrícula. Esa singularidad llevó a que sea tildado de “neoliberal”, aunque, con los resultados encima de la mesa, hoy se discute esa etiqueta.
El investigador chileno Cristián Cox, doctor en Sociología en la Universidad de Londres, estuvo de visita en Buenos Aires. Vino a presentar La formación docente basada en aptitudes, el caso Alverno College, el primer libro de una colección que lanzó la UCA junto a la editorial Kapelusz.
Cox es una referencia en la academia chilena, pero también conoce de primera mano la gestión: pasó 16 años en la función pública. Hoy dirige el Centro de Políticas Comparadas de Educación de la Universidad Diego Portales. Durante su visita, el especialista conversó con Infobae.
-¿Dónde fijaría la clave del presunto éxito del modelo educativo chileno? Si se repasan indicadores como los de aprendizaje, está por encima en la regíón.
-Hay una acumulación de esfuerzos para tener un sistema escolar robusto. Robusto quiere decir que coherentemente ofrece oportunidades de aprendizaje de mejor nivel. Eso tiene que ver con nuestra historia, que combina herramientas de Estado y de mercado. La educación de Chile se basaba en el mercado en los ‘80. Hoy hay una gran injerencia del Estado.
-¿La definición de neoliberal, entonces, ya no corre más?
-No, eso es completamente anacrónico. Chile lleva 20 años con un Estado ultra activo en educación, con apoyos muy fuertes. Es una ecuación entre mercado y Estado, entre presión y apoyo a las unidades y a los actores. Un factor crucial es la acumulación de las políticas. No han zigzagueado. En términos políticos, lo más distintivo es que sus políticas cruzan gobiernos de distinto signo sin variar sustancialmente.
-Más allá de las consideraciones, en Chile la brecha de aprendizajes por nivel socioeconómico es menor que, por ejemplo, en Argentina.
-Sí, se hicieron esfuerzos en esa vía. Hay una ley sobre subvención escolar preferencial, que hace que se destinen más recursos al 40% de la matrícula más vulnerable. La gestación de esa ley cruzó dos gobiernos. Tenemos acuerdos de base. Los analistas estamos de acuerdo en que esa coherencia es clave porque el aprendizaje tiene ritmo orgánico. Si viene Bill Gates y pone toda su plata en un grupo de escuelas para que aprendan inglés en una semana, no lo va a lograr. Hay tiempos que cumplir.
-En línea con el libro que vino a presentar, ¿cuál es la principal inquietud hoy en formación docente?
-El mundo de la educación está a la búsqueda de cómo formar buenos docentes, capaces de producir una enseñanza a altura de los requerimientos del siglo XXI. Los nuevos requerimientos son más altos y complejos. Hay una redefinición sobre lo que el docente debe saber y ser capaz de hacer. En ese marco, las instituciones formadoras han estado atrasadas. Y en nuestra parte del mundo muy atrasadas.
¿Diría que Chile tomó la delantera en formación docente en comparación a los países vecinos?
-Suelen caer mal esos vecinos que creen que están adelantados en algo. Por eso, le voy a dar un rodeo: en 2004, Chile le pidió al OCDE una evaluación de su política de la década y media anterior. La conclusión fue: “Ustedes han hecho muchísimo en términos de aggiornamiento, de reforma del sistema escolar, pero han dejado un eslabón clave afuera. La formación docente está afuera”. La OCDE lo remarcó en negrita.
-Y ese informe tuvo consecuencias posteriores…
-Pese a esa claridad, tomó más de una década llegar a converger qué debía hacerse. Pero se llegó. Chile tiene una ley de formación docente de 2016 bien de frontera. Establece que los que ingresan a esta carrera tienen que tener puntaje por sobre la mitad en la distribución de habilidades.
-¿Del examen final del secundario depende el ingreso a la carrera docente?
-Nosotros tenemos un sistema de admisión universitario basado en una prueba de selección, que ranquea a todos los potenciales estudiantes. Esto es tradicional y tiene altísima legitimidad. Lo que está diciendo esta ley es: “Si tú eliges educación, tienes que estar de la mitad para arriba”.
-¿Eso lo volvió una carrera prestigiosa?
-Queremos que sea. No lo ha sido en los últimos 30 años. Esto establece un cambio muy importante. Se han fijado estándares nacionales de lo que debe saber un docente y exámenes. Se implementaron pruebas obligatorias para los estudiantes del anteúltimo año de la carrera. Si salen mal individualmente, no pasa nada. Pero institucionalmente tienen que actuar sobre su área de precariedad.
-Para la universidad es un problema que haya malos resultados.
-Exactamente. Y es cobrado con la acreditación. Ese conjunto de medidas buscan formar un tipo de alumno a la altura de los requerimientos y ejercer una presión sobre el sistema. Hoy la escuela se hace cargo de saberes, de competencias y de valores que muchas veces no vienen desde la casa y de la vida en sociedad. No es un cliché decir que la calidad del docente es nodal.
-¿Hasta qué punto ayuda o perjudica la lógica de competencia entre las escuelas por tener al alumno?
-Yo creo que es muy importante. Cuando el régimen militar impuso la regulación de mercado en los ‘80, yo era un académico joven y escribí ultra críticamente. 40 años después tenemos un sistema mixto que da resultados. Hay una doble rendición de cuentas: si lo hacés mal, vas a perder alumnos sin ninguna mediación. Los padres van a votar con los pies. Y la otra regulación es estatal: hay estándares, hay procesos de acreditación, no se permiten seleccionar alumnos, sino que es por sorteo. Eso es nuevo: ya no se permite el copago de la familia para que no se profundice la segmentación. Una institución es penalizada si pierde sus alumnos, pierde recursos si sus alumnos dejan de asistir a clases.
-¿En qué se fijan las familias para enviar a su hijo a una escuela u otra?
-Varía mucho por sectores. Tiene que ver con el capital cultural de las familias. Si usan la información del Simce (Sistema de Medición de la Calidad de la Educación) o no. Todos los años se toma una prueba en los años cuatro, ocho y diez de la escuela. La familia en dos segundos puede fijarse cómo le va a una escuela comparado al grupo socioeconómico equivalente, comparado con el resto de la comuna y el promedio nacional.
-¿Es una práctica habitual ese chequeo o, más bien, de un grupo minoritario?
-Es una práctica común de los grupos medios hacia arriba. En los sectores populares, solo un tercio recurre al Simce. Aquellos con menos capital cultural recurren a razonamientos bien concretos y visibles. Se fijan en cómo salen los niños de esa escuela. Parece lo más conservador que hay, pero es un proxy de calidad no muy errado.
-A diferencia de la mayoría de casi todos los países de la región, tienen un sistema de evaluación docente. ¿No hay resistencia sindical como sí la hubo cuando se intentó algo parecido en Argentina, por ejemplo?
-El sindicato de profesores votó dos veces la evaluación y la aceptó en los dos casos. Llevamos 17 años con evaluación docente. Durante poco más de una década afectó solo a las escuelas municipales. Después de extendió al conjunto de la educación subvencionada, que es el 92% del sistema. La dirigencia descubrió que, si no aceptaba a la evaluación, el resto de las profesiones jamás iba a considerar a los docentes como profesionales. La dirigencia convenció a sus bases: “Nosotros queremos ser mejor pagos y reconocidos. Entonces tenemos que aceptar la evaluación”. Todos los profesionales se evalúan de una u otra forma.
-¿En qué consiste la prueba?
-Es un portafolio, que incluye planificación y ejecución de clase, un video de una clase completa y tu capacidad de retroalimentar a los alumnos a partir de lo que se ve en el aula.
-¿Qué pasa con los que no aprueban ese examen?
-Los que les va mal entran en un canal de capacitación para resolver su déficit, que ofrece el Estado. Pueden tener ese entrenamiento hasta dos veces. Si fallan en una tercera ocasión, quedan sin posibilidad de dar clases. Pero del otro lado, aquellos que obtienen los mejores puntajes son reconocidos salarialmente. La carrera docente es una combinación de años de experiencia con evaluación de desempeño para reconocer el mérito.
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