Hace meses atrás la polémica diputada del Frente de Todos, Fernanda Vallejos, hablaba de la “maldición de exportar alimentos”, en medio de la suba inflacionaria y donde proponía desacoplar los precios internacionales de los precios de los alimentos a nivel local, ya que éstos últimos deberían regirse por la capacidad de compra en pesos de los argentinos.
Luego de dichas expresiones, el Gobierno de Alberto Fernández desplegó la intervención en el mercado de la carne vacuna, con cierre y restricciones de las exportaciones, derivando en un abarrotamiento de carne en los frigoríficos que no afecta al consumo interno y desalentando la inversión en una actividad tan relevante para la economía nacional, como la ganadería.
Un informe realizado por el consultor y productor Néstor Roulet, reflejó que con la intervención oficial en la cadena de ganados y carnes, a lo que se suma la presión impositiva y la brecha cambiaria, el ganadero argentino recibe el menor precio de la región teniendo en cuenta el dólar billete: “es el el Washington cara grande que podés comprar en Argentina, Brasil, Paraguay o Uruguay cuando te pagan con plata loca”, comentó.
Al analizar la evolución del precio del novillo pesado de nuestro país y en relación a los países vecinos, como Brasil, Uruguay y Paraguay, las medidas dispuestas por el Gobierno han provocado que los productores argentinos cobran un 50% menos el kilo de novillos que los productores de los mencionados países. A partir de los datos del Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), el informe privado sostiene que mientras en Argentina el productor cobra por el kilo de novillo USD 1,05, en Uruguay, el precio llega a USD 2,45; en Brasil a USD 2.06 y en Paraguay a USD 2,07.
Roulet planteó si a partir de esto hay un salto en el consumo interno y la respuesta también será insólita: “No, cada vez se come menos carne vacuna”, sostuvo el consultor. En ese sentido, el informe destacó al realizar un recorrido por los promedios anuales, el 2016 y 2017 sin desdoblamiento cambiario y con menor presión impositiva (con el fin de las retenciones a las exportaciones de carne vacuna) y la eliminación de los despachos al exterior, se transformaron en los años con mayor consumo por habitante, con 61,2 kilos por habitante por año en 2017, y cuando en septiembre del presente año registró una nueva baja y alcanzó los 47,3 kilos por habitante por año.
Menor poder adquisitivo
El especialista recordó que con esta excusa el Gobierno Nacional decidió en mayo pasado intervenir el mercado cárnico, sin entender que el problema que afecta a los consumidores de carne vacuna es la baja en el poder adquisitivo que está afectado por la inflación. “Lo único que se logra con las medidas adoptadas es que el productor ganadero por falta de rentabilidad, trate de reconvertir su negocio, bajando gasto e inversiones, con incidencia negativa para la productividad, mientras la gente come menos carne vacuna porque no le alcanza la plata para comprarla”, afirmó.
Roulet señaló que en los últimos dos años “a pesar del gran desacople del precio de la carne vacuna”, el poder adquisitivo de la ciudadanía sufrió una importante caída, pasando a poder comprar con un salario mínimo de 80,9 kilos De asado en septiembre de 2019 a tan solamente 48,27 kilos de asado en septiembre pasado, es decir un 60% menos.
“El problema no es el desacople de los precios internacionales con los locales, el verdadero problema de la Argentina es el impuesto inflacionario que hace que a la gente de cueste más, cubrir sus necesidades básicas”, manifestó Néstor Roulet. A pesar del bajo valor que reciben los productores argentinos y obligados a producir con quebrantos, y del bajo valor del asado en el mostrador, en el país referente de la carne vacuna a nivel mundial, se come menor carne por habitante por año. Increíble.
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