Daniel Marx siempre vuelve. O nunca se va. El 25 de octubre de 2000, tras participar en Canadá en la cumbre de ministros del G20, el entonces secretario de Finanzas del gobierno de la Alianza, posó para la foto que marcó el cierre del encuentro y corrió al aeropuerto de Montreal, donde alcanzó a detectar al presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, dispuesto a subirse a la misma aeronave que partía rumbo a Washington.
La coincidencia con Greenspan gratificó al funcionario argentino, convertido en un experto en cultivar las relaciones públicas entre los funcionarios más importantes de los países desarrollados. De hecho, ahora ayudará como asesor al nuevo ministro Sergio Massa a diagramar su agenda para visitar funcionarios e inversores internacionales e inversores en Wall Street a fines de agosto.
La coincidencia con Greenspan gratificó al funcionario argentino, convertido en un experto en cultivar las relaciones públicas
El máximo director de la Fed abordó el avión y se sentó en una de las últimas filas de la clase ejecutiva. Marx sonrió al veterano banquero y buscó su propia ubicación. Dos minutos más tarde, precedido por dos imponentes custodios, ingresaba al avión el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Lawrence Summers, el economista sucesor del financista Robert Rubin que debía dar el veredicto final respecto del “blindaje” que había pedido el gobierno de Fernando De la Rúa a través del ministro de Economía, José Luis Machinea.
Summers observó de reojo a Marx y le pidió a uno de sus guardaespaldas que le cediera su asiento al funcionario argentino. Durante los siguientes 107 minutos del vuelo el secretario de Finanzas rindió un examen sobre el estado del sistema bancario, las cuentas fiscales y la cuestionada convertibilidad. Cuando finalmente aterrizaron, el funcionario argentino se sintió aliviado porque el exigente interrogatorio había culminado, al parecer, con éxito.
El tránsito de contar con un acuerdo de apoyo preventivo a otro con desembolsos -Show me the money, según la expresión de Marx- cobraba fuerza, luego de varios meses de recibir rotundas negativas de Washington.
En un viaje en avión de Montreal a Washington DC Marx negoció la letra fina del apoyo del FMI a la Argentina en el 2000, cuando la convertibilidad ya mostraba fuertes debilidades
La Argentina sería uno de los últimos países beneficiados por la doctrina internacionalista de la administración de Bill Clinton, que cambió radicalmente con la llegada de los republicanos de la mano de George W. Bush, y su enfoque basado en que cada nación resolviera sus propios problemas.
Los orígenes:
Pero su carrera en la administración pública comenzó en la década de los 80 en el Banco Central, que en ese entonces manejaba los temas de la deuda pública. En 1989, en Córdoba arrancaban los saqueos a los supermercados durante la última etapa del gobierno de Raúl Alfonsín, en Buenos Aires Juan Carlos Pugliese dejaba su cargo en manos de Jesús Rodríguez y desde Washington, Marx -representante financiero argentino- le advertía a Alfonsín que los fondos públicos sólo alcanzaban para que el gobierno llegara hasta el 8 de julio.
Cuando Raúl Alfonsín renunció ese mes de 1989, Marx se quedó y acompañó al equipo de Bunge & Born que lideró Miguel Ángel Roig. Antes de asumir, Roig estaba completamente alterado, fumaba cuatro paquetes de cigarrillos diarios, hablaba solo y llamaba cada madrugada al viceministro de Economía Orlando Ferreres para consultarle por los detalles del plan que se lanzaría en un contexto de hiperinflación, casi sin reservas en el Banco Central y tres días antes de un fuerte vencimiento con los bancos acreedores. Una de esas noches, la esposa de Ferreres le imploró a su marido que desconectara el teléfono, pero él la tranquilizó: “Vos no te preocupes que Roig se va a enfermar y no vamos a poder asumir”.
La trágica premonición comenzó a cumplirse el 7 de julio. Apenas ingresó junto a Marx, que permanecía como negociador de la deuda, a la casa del designado ministro ubicada en San Isidro, la señora de Roig le pidió a Ferreres que no alterara más los nervios de su marido. Pero la conversación fue fatídica: 24 horas antes de asumir, el veterano ingeniero comprendió en forma cabal que su gestión sólo le traería perjuicios debido a la crisis terminal que vivía el país. Siete días después de haber asumido, el ministro falleció en un departamento del centro porteño ahogado por las presiones.
Marx acompañó a Ferreres a ver a Miguel Roig, el primer ministro de Menem, que falleció a los pocos días de asumir atormentado por la situación
Cuando asumió Erman González el Ministerio de Economía, el titular del Banco Central, Javier González Fraga, pensaba que el país estaba en condiciones de sumarse en forma inmediata al Plan Brady, para que pudiera salir del default intermitente en el que estaba desde principios de los 80, aunque Marx opinaba que aún restaban varias pruebas de amor antes de ilusionarse.
El 20 mayo de 1990, González Fraga viajó a Nueva York, aunque hizo una escala previa en Washington, donde el director gerente del FMI, Michel Camdessus le advirtió que el programa con el organismo multilateral no podía continuar si el equipo económico no ofrecía al menos un pago simbólico a sus acreedores privados para reducir los atrasos por USD 6.150 millones que se habían acumulado en poco más de un año.
Apresurados, González Fraga y Marx viajaron a Nueva York para encontrarse en forma reservada con el presidente del comité de bancos, Bill Rhodes, del Citibank.
— Yo reúno mañana mismo al comité de bancos si ustedes nos pagan 80 millones de dólares — ofreció el veterano ejecutivo del Citi.
— Voy a expresar el compromiso de pago en una carta si a cambio me abren una puerta para volver a acordar con el Fondo— retrucó el presidente del BCRA.
— Para mí eso es suficiente; confío en vos porque te conozco desde hace 20 años —concluyó Rhodes, conciliador, antes de levantar el teléfono para comunicarle el acuerdo verbal a Camdessus.
El sendero de apertura económica elegido por el gobierno menemista, aprobado con un crédito de facilidades extendidas del FMI por USD 2.945 millones, parecía ser una condición suficiente como para permitirle su ingreso al Plan Brady durante la gestión de Domingo Cavallo con el objetivo de reestructurar USD 28.800 millones de la deuda con los bancos del exterior. A cambio, el país ofreció un bono cupón cero de los Estados Unidos como garantía, que fue financiada con USD 1.253 millones del FMI, USD 872 millones del Banco Mundial, USD 475 millones del BID y USD 400 millones del Eximbank japonés.
Las discusiones para el ingreso de Argentina al Plan Brady fueron feroces y sólo concluyeron el 7 de abril de 1992, cuando, vestido con un traje negro, el funcionario norteamericano Terry Checki ingresó al cuarto que ocupaban Marx, Horacio Liendo y Rafael Iniesta, para dar su veredicto:
Las discusiones para el ingreso de Argentina al Plan Brady fueron feroces y sólo concluyeron el 7 de abril de 1992
— Frenen acá porque no van a poder conseguir nada más de ellos.
“Ellos” eran los banqueros liderados por Bill Rhodes. Los funcionarios acataron y el acuerdo se anunció al día siguiente.
El gobierno lograba una quita importante y los bancos se liberaban del enorme peso que habían asumido hasta entonces con sus deudores, al repartir el riesgo crediticio entre los “tenedores de bonos”, un heterogéneo grupo de inversores desparramado por el mundo que estaba compuesto por empresarios, profesionales, amas de casa, estudiantes y obreros dispuestos a obtener jugosos retornos.
En el medio, mientras Domingo Cavallo y Carlos Menem se disputaban la “paternidad” del plan de Convertibilidad, Horacio Liendo y Daniel Marx desarrollaron la misma batalla en el campo verbal respecto del liderazgo de la negociación del Plan Brady. Ambos juran haber encabezado en forma excluyente el debate con los bancos acreedores, aunque en realidad cada uno cumplió un rol distinto: Liendo conducía la negociación política y Marx los aspectos técnicos. Desconfiaban entre sí, tanto que solían comentarle por separado a Cavallo los avances y retrocesos de la negociación.
Tras la negociación, Marx fue ungido como subsecretario de Financiamiento, pero su siguiente destino profesional se concretaría a fines de 1994 en el sector privado, como director ejecutivo del fondo de inversiones Darby Overseas, creado, justamente, por Nicholas Brady.
En defensa propia, el ahora asesor de Sergio Massa sobre la renegociación de la deuda argumentó que Brady no era un acreedor de la Argentina y que, por el contrario, el objetivo de Darby Overseas era invertir en América latina. “No me pasé del otro lado del mostrador”, se justificó el hábil negociador ante quien quisiera escuchar sus razones.
Así como Menem y Cavallo se disputaron la paternidad sobre la convertibilidad, Marx y Liendo tuvieron un enfrentamiento similar en torno del ingreso de la Argentina al Plan Brady
La Alianza
En 1999 José Luis Machinea lo recuperó a Daniel Marx para el Ministerio de Economía. Tuvo una relación mejor que la que Marx mantuvo con Cavallo, pero sospechaba que el experto en Finanzas le filtraba información al entonces jefe de gabinete, Chrystian Colombo.
En el cóctel de recepción de la mencionada cumbre del G20 en Montreal en octubre del 2000, Marx apartó a un costado al ministro de Finanzas germano, Caio Koch-Weser, le planteó un escenario catastrófico sobre la capacidad de repago del gobierno y le rogó que el titular del Fondo, Horst Köhler, lo atendiera sin demoras, para negociar el “blindaje”.
A las 6:57 de la mañana del día siguiente Marx estaba parado frente a la puerta de la habitación del director gerente del FMI. Durante los tres interminables minutos de espera se dedicó a recordar la advertencia telefónica que le había formulado 48 horas antes el segundo hombre en importancia del FMI, Stanley Fischer: Köhler estaba convencido de que la Argentina tenía que devaluar y declarar el default.
Mientras que en el FMI Stanley Fischer tenía una postura más prudente, el alemán Horst Köhler quería que la Argentina devaluara antes de prestarle más dinero
Entre el FMI y Claudia Schiffer
En menos de 24 horas, cuando el encuentro aéreo entre Marx y Summers ya había trascendido, éste se vio obligado a relativizar su contenido. Luego de reunirse en Washington con el subsecretario del Tesoro, Edwin Truman, Marx apeló a una mentira piadosa al afirmar que “la Argentina no está pidiendo ayuda a los Estados Unidos”.
Al día siguiente en Buenos Aires el ministro José Luis Machinea también debió utilizar una serie de respuestas creativas para intentar mantener el carácter secreto de las negociaciones. Cuando le preguntaron si Marx había obtenido USD 7.000 millones del FMI en el trayecto Montreal-Washington, el ministro dijo que “si es así, voy a intentar que Daniel viaje más seguido en avión”, una actividad que en realidad formaba parte de la rutina del hiperactivo secretario de Finanzas. Acto seguido, Machinea afirmó que la Argentina buscaba fondos contingentes, pero aclaró que no existía tal disponibilidad de dólares para el país.
“A mí también me gustaría salir con Claudia Schiffer, pero lamentablemente no es posible”, expresó Machinea. Lo cierto es que el ministro no pudo concretar su deseo con la modelo alemana, pero sí logró el apoyo financiero del FMI para postergar el default.
Con la traumática renuncia del vicepresidente Carlos Chacho Álvarez en octubre de 2000, Daniel Marx aprovechó la noticia con el objetivo de acelerar las negociaciones para obtener el blindaje. Esa misma tarde el secretario de Finanzas llamó a Larry Summers y, con tono de hondo pesar, le dijo: “Se acabó todo, éste es el fin”.
A cambio del pedido, Marx tenía preparada una sorpresa: la propuesta para negociar un área de libre comercio bilateral, que el Tesoro ni siquiera se puso a considerar seriamente.
El subsecretario adjunto del Tesoro, Timothy Geithner, uno de los habituales interlocutores del secretario de Finanzas de la Argentina, consideraba que no estaban dadas las condiciones económicas previas para la integración ni las chances políticas para sortear el riguroso filtro del Congreso de los Estados Unidos.
La segunda etapa de Cavallo
A principios del 2001, Machinea renunció, fue reemplazado durante 15 días por Ricardo López Murphy y luego por Domingo Cavallo, quien conservó a Marx y lo designó como viceministro por pedido de De la Rúa.
El primer desafío fue el diseño del “megacanje”. El ex subsecretario del Tesoro de EEUU David Mulford pretendía desde el Credit Suisse que conducía liderar en forma exclusiva el “megacanje” y cobrar una comisión del 1% por su rol como agente colocador exclusivo, pero el equipo de Finanzas recomendó “repartir” la torta entre varios jugadores del mercado para alejar cualquier sospecha.
El primer desafío fue el diseño del “megacanje” (2001)
Luego de tres días de fuertes presiones cruzadas, Mulford aceptó que la comisión se redujera al 0,55%, dividida en tres cuotas que dejaron de abonarse a partir del default y se resignó a que se sumaran a otros bancos como líderes del canje.
En Wall Street todavía predominaba cierto clima de euforia entre los bancos participantes. En particular, los ejecutivos del JP Morgan no ocultaron su excitación. “La operación será histórica para la Argentina y los bancos porque brindará las bases para que el país reanude su crecimiento”, indicó el director ejecutivo del banco, Bill Harrison.
Finalmente, tras recibir ofertas por unos USD 33.000 millones -un 33% del exterior-, el 4 de junio el gobierno aceptó el canje de USD 29.477 millones y logró reducir el índice de riesgo país en hasta 955 puntos básicos, después de haber superado los mil puntos en mayo. El intercambio de bonos habilitaba al país a postergar el pago de USD 7.820 millones hasta fines de 2002, mientras el crecimiento económico no daba señales de vida.
El megacanje alivió temporalmente las expectativas negativas, pero generó nuevos cortocircuitos entre Cavallo y Marx, y una denuncia judicial
Sin embargo, en forma inmediata, analistas y legisladores comenzaron a cuestionar la alta tasa de interés que pagaban los nuevos bonos, del 16% anual en promedio. Con la guardia en alto, Cavallo se enojó: “No podemos pensar en esos términos, porque estamos evitando un mal intolerable que era el default”, afirmó, seis meses antes de que se produjera la cesación de pagos. Todos los cañones del peronismo y del crítico partido Alternativa para una República de Iguales (ARI), liderado por Elisa Carrió, apuntaron contra Cavallo y Marx, lo que derivó en una causa judicial que se extendió por varios años hasta que todos fueron absueltos.
La convertibilidad ampliada
Lanzada la crisis, algunos colaboradores de Cavallo pensaban que la puesta en marcha de la nueva convertibilidad ponía en riesgo las reglas de juego en forma innecesaria. Marx y el jefe de asesores, Guillermo Mondino, eran los funcionarios más contrariados con la idea dentro del Palacio de Hacienda.
Pero los recursos no alcanzaban y una misión del Ministerio de Economía partió el 8 de agosto a negociar con Stanley Fischer y Horst Köhler. Domingo Cavallo sabía que si la gestión en la capital de los Estados Unidos fracasaba, sus días en el gobierno estaban contados, ya que -con el guiño de una buena parte del radicalismo y del justicialismo- Colombo lo acechaba con la amenaza de colocar a Marx en su lugar.
El 14 de agosto recién comenzaron a regresar los miembros de la conducción del Fondo de sus vacaciones de verano, apurados por el caso argentino. Con cierto disgusto por haber tenido que acortar su descanso, Köhler abrió el juego en una teleconferencia con los viceministros de Finanzas de los países del Grupo de los Siete. El director gerente luego se reunió con Marx, mientras el resto de la delegación comenzaba a regresar a Buenos Aires con cierta tranquilidad.
El presidente George W. Bush y el canciller alemán Gerhard Schröeder expresaron su respaldo público a la Argentina y el premier británico Tony Blair viajó a Buenos Aires con el mismo objetivo. En paralelo, los presidentes Fernando Henrique Cardoso de Brasil, Ricardo Lagos de Chile y Vicente Fox de México activaron un importante lobby ante Bush, con la consigna de convencerlo de los efectos perjudiciales que provocaría un default argentino sobre el resto de la región.
“La situación de la Argentina es fácilmente reversible y nosotros en la región tenemos condiciones para ayudar; esta región es solidaria, y hay una señal de que el gobierno norteamericano y los gobiernos del G-7 tienen conciencia de ello y ayudarán a la Argentina”, expresó Cardoso, tal vez el más temeroso entre todos los gobernantes de la región.
En la segunda mitad del 2001 los mandatarios de EEUU, Alemania, Gran Bretaña, Brasil y Chile expresaron su preocupación por la Argentina y presionaron al FMI para que le concediera un préstamo más, antes de la caída de De la Rúa
Finalmente, el 21 de agosto de 2001, Köhler cedió ante la fuerte presión política y anunció un aumento de USD 8.000 millones para el país, divididos en USD 5.000 millones para reforzar las reservas del Banco Central y USD 3.000 millones para apoyar una reestructuración voluntaria de la deuda que Cavallo había decidido encarar en dos fases consecutivas.
Con la deuda pública en USD 141.252 millones, el acuerdo fue ratificado el 7 de septiembre por el directorio del organismo con la consigna de desembolsar en forma inmediata USD 6.300 millones, compuestos por USD 5.050 millones correspondientes al nuevo crédito y USD 1.240 millones a una cuota atrasada del blindaje. En aquel momento, el Fondo se comprometió a enviar otros USD 1.240 millones “más adelante, este año”, que nunca llegarían a manos de Cavallo.
En paralelo, Daniel Marx comenzó a preparar una gira para reunirse con los ministros del G7 avalado por el presidente Fernando de la Rúa y por el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo, con el objetivo de obtener unos US$ 20.000 millones que el asesor de Cavallo Jacob Frenkel no podía terminar de conseguir como garantías para el canje de la deuda que quería realizar el ministro.
Un día antes de la fecha de inicio del ambicioso road show, el 11 de septiembre de 2001, dos aviones comerciales secuestrados por un grupo de terroristas de la red Al Qaeda explotaron contra las Torres Gemelas en Nueva York entre las 8:45 y las 9:03 de la mañana, mientras una tercera aeronave destruía a las 9:45 una parte del Pentágono en Virginia y otra era derribada en Filadelfia. Unas 3.000 personas murieron en el peor atentado terrorista cometido contra el mundo occidental.
El gobierno de los Estados Unidos comenzaba su contraataque contra Afganistán mientras Marx deshacía con tristeza sus valijas, que incluían una carpeta con una presentación escrita que proyectaba una caída del PBI del 8,5% en 2002 si el país desembocaba en el default.
Mientras Domingo Cavallo y Horacio Liendo diseñaban a toda velocidad su operación de canje de deuda, ajenos a las catástrofes domésticas y externas para salvar a su hija pródiga, la convertibilidad, otros protagonistas de este final anunciado pensaban en planes contingentes por si la estrategia oficial no funcionaba. En una operación similar a la que se desarrolló en 1982 apenas estalló el conflicto de Malvinas, en septiembre de 2001 Marx y el presidente del Banco Central, Roque Maccarone, comenzaron a trasladar las reservas internacionales que estaban depositadas en entidades comerciales al Banco Internacional de Pagos de Basilea y a una cuenta oculta en el Fed de Nueva York. El discreto movimiento buscaba evitar que la eventual cesación de pagos provocara el embargo de las reservas, que en aquel entonces ascendían a USD 19.500 millones, frente a USD 35.100 millones de enero, por pedido de los acreedores.
Cuando las reservas se agotaron, Marx y el BCRA planearon su traslado a plazas donde no pudieran ser embargadas, como lo había hecho la Argentina durante la guerra de Malvinas
El corralito
En una reunión a fines de noviembre del 2001, Marx no podía frenarse mientras caminaba de un lado para el otro por delante del escritorio del ministro de Economía en el quinto piso del Palacio de Hacienda.
Aunque parece una persona tranquila y suele hablar con un tono bajo, cuando el alto y desgarbado economista explota ya no hay nada que logre contenerlo. El viceministro temblaba, mientras le pedía a los gritos una explicación a Cavallo por haber permitido que se filtraran a la prensa las medidas que establecían las bases del “corralito”.
El 30 de noviembre de 2001 se conocían los lineamientos preliminares del paquete que marcaría el golpe de gracia al gobierno de Fernando de la Rúa. Tras la salida de unos USD 18.000 millones en los depósitos registrada desde enero de 2001, Cavallo decidió que era el momento adecuado para cerrar las compuertas del sistema financiero que evitara un quiebre masivo de los bancos. Solamente entre el 28 y el 30 de ese mes se habían fugado USD 3.600 millones.
La noticia que provocó la ira de Daniel Marx indicaba que se dolarizarían los activos y pasivos del sistema financiero, se obligaría a utilizar cheques o transferencias electrónicas para cualquier movimiento bancario y a justificar la salida de fondos al exterior. Si bien el viceministro conocía las intenciones del ministro, no estaba al tanto ni del detalle ni del timing para llevarlas a cabo.
El sábado 1 de diciembre 2001, cuando la mayoría de los inversores calificados ya había tenido la posibilidad de extraer su dinero, el presidente De la Rúa firmó un decreto de necesidad y urgencia que, además de dolarizar los nuevos préstamos y limitar a USD 1.000 los giros al exterior, fijaba un tope de retiros de $250 o dólares “por semana, por persona y por banco”.
El 19 de diciembre, Colombo tuvo que esperar hasta las 8 de la mañana del 20 para ver a De la Rúa porque el jefe de Estado dormía desde la una de la madrugada. Luego de confirmar la salida de Cavallo de su cargo, el jefe de Gabinete se reunió en su despacho de la Casa de Gobierno con Marx, quien había renunciado 15 días antes, y con Miguel Kiguel, su virtual sucesor, para analizar las alternativas que le restaban al gobierno para subsistir.
El final
Ambos economistas le plantearon que, antes que nada, había que salir con urgencia del “corralito”, primero con una liberación de los depósitos en pesos y después en dólares, aunque algunos bancos públicos y privados de origen nacional quebraran. “Hay que distinguir lo urgente de lo importante”, le explicaba Marx a Colombo, quien tenía su mente en otro lado, ya que a esa misma hora los gobernadores peronistas decidían si aceptaban o no reunirse con el presidente para formar un gobierno de unidad nacional con un gabinete integrado por la oposición y Fernando De la Rúa como figura decorativa.
Mientras tanto, Domingo Cavallo denunciaba “un complot contra De la Rúa para que la deuda privada sea reestructurada junto con la deuda pública”, en Plaza de Mayo y sus alrededores las protestas en contra del gobierno provocaban la increíble muerte de 32 personas. La placa roja de un canal de cable de noticias interrumpió el absurdo encuentro técnico con una leyenda que indicaba que el mandatario puntano Adolfo Rodríguez Saá anunciaba que el PJ no aceptaba la convocatoria oficial.
Hay que distinguir lo urgente de lo importante”, le explicaba Marx a Colombo
Resignados, Marx y Kiguel decidieron abandonar la angustiada sede presidencial por un túnel que desemboca en la avenida Leandro N. Alem para evitar toparse con los enardecidos manifestantes.
Terminaba así el gobierno de la Alianza y otra etapa de Marx en la función pública; solo volvería en 2020 y 2022 como asesor, primero de Martín Guzmán y ahora de Sergio Massa, para integrar sendos comités sobre la deuda pública, decidido a aportar su experiencia y sus contactos, pero lejos de las lapiceras y del trajín diario. Su agenda será importante en las conversaciones con los bonistas, el Tesoro de EEUU y el FMI que el nuevo ministro de Economía emprenderá en unas semanas más.
Si bien Marx mantiene su antigua rutina de trasladarse en bicicleta desde su hogar en Martínez hasta su oficina en el microcentro, con el paso del tiempo aprendió que siempre se puede estar ligado al poder, aunque sin acercarse demasiado, para no quedar incinerado.
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