Al argentino siempre le gustó presentar determinados estandartes ante el mundo para identificarse, diferenciarse y vanagloriarse al mismo tiempo: somos el país de Maradona y Messi, el de Piazzolla y Gardel, el “Granero del Mundo” y el “País de la Carne”. Los primeros slogans, del fútbol y del tango, son innegables. ¿Quién en todo el planeta puede sacarnos a Diego o a Astor? Nadie. ¿Y a nuestro trigo y nuestro asado? Nadie. Pero nosotros sí se lo podemos sacar al Mundo.
Esos motes que supimos construir y convencer al globo de que eran reales fueron carta de presentación ante el turismo y ante cualquiera persona en cualquier parte de la Tierra por la que anduviera un argentino. Nos hicimos la fama, y nos echamos a dormir. Pero indefectiblemente, algo no salió bien, en algo fallamos.
Históricamente, Argentina fue un actor de peso en exportaciones agropecuarias a partir de un territorio con climas y suelos envidiables. Un país privilegiado por la posibilidad de producir -y de sobra- casi todos los alimentos que una sociedad puede consumir. Abundancia y calidad aseguradas.
Pero algo no funcionó. Un país reconocido por propios y ajenos como productor nato de alimentos para si y el resto de la humanidad, empezó a darse cuenta que sus propios ciudadanos pasaban hambre, que en el Granero del Mundo no todos comían. Aunque no era un tema de oferta, de que se sacaba todo afuera y para los nuestros no quedaba nada. Lejos estaba de serlo, pero la política eligió atacar ahí para encontrar una solución. Y lo que provocó fue un problema.
Hoy Argentina no está exportando carne vacuna. El país de la carne se cerró, perdiendo negocios millonarios y presencia mundial, en un contexto en que para su economía cada dólar es una gota de agua en el desierto. Y sin embargo lo que se buscó al suspender las exportaciones no se logró ya en oportunidades anteriores, como en el 2006: el precio de la carne no bajó y los pobres, que en la actualidad son casi el 50% no vieron ningún beneficio en su vida.
El problema también radica en que este cierre supuestamente temporal de exportaciones no corresponde a un caso aislado, a un problema de abastecimiento por un problema puntual que se pueda haber tenido o cuestiones sanitarias. Es usual que Argentina entre y salga del mercado. Ya pasó con la carne, pero también con los cereales.
Para citar un caso fresco en la memoria colectiva, en los tiempos de Guillermo Moreno al frente de la Secretaría de Comercio Interior durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner había tal intervención en el mercado de trigo, que se obtuvieron cosechas históricamente pequeñas y casi se tuvo que recurrir a la importación del cereal, que llegó a tener precios internos siderales. Todo lo contrario al efecto que se intentó buscar. Algo parecido sucedió con el maíz, mercado que a finales del año pasado también estuvo intervenido.
Es por esto que Infobae decidió consultar a especialistas de diferentes ramas para poder encontrar una explicación que nos haga entender por qué el granero del mundo repetidas veces en su historia decidió intervenir el comercio exterior proveyendo menos alimentos al mundo. Por qué el país de la carne cierra nuevamente sus puertas a sus clientes.
Política sí, economía no
Como se dijo anteriormente, si algo quedó demostrado en estos últimos 20 años es que el resultado que supuestamente buscan las intervenciones y cierre de exportaciones de productos agropecuarios casi nunca se dan o, en caso de que haya un efecto en el corto plazo, el mismo no se mantiene, sino todo lo contrario: se termina agravando el problema que venía a solucionar y crea nuevos, de complicada resolución posterior.
Por ejemplo, la anterior intervención en el mercado de la carne vacuna, que comenzó en 2006, no solo dejó como consecuencia una fuerte caída en el rodeo de alrededor de 12 millones de animales que todavía no se pudieron recuperar, sino que el efecto buscado en los precios terminó siendo totalmente opuesto. Según un informe realizado por la consultora Agroideas, el precio promedio de la carne al consumidor saltó de 10,80 pesos por kilo en diciembre de 2007 a 109,87 pesos por kilo en diciembre de 2015. O sea, el resultado de la medida restrictiva fue un incremento en el precio del 916%.
Entonces, la pregunta del millón es ¿por qué se apuesta a esta herramienta que ya ha fallado de manera considerable? La respuesta parece no ir de la mano con la economía, sino que tendría motivaciones políticas. Para el analista de mercado y especialista en el sector agropecuario, Carlos Etchepare, las medidas intervencionistas decididas por los diferentes gobiernos no siguen “razones económicas racionales”.
“Alguno puede pensar que con eso solucionan algunos problemas de la economía, pero en realidad los agrava. Pero sí hay razones políticas, yo diría todas. Y también hay un desconocimiento por parte de los funcionarios y aprovechamiento de partes del sector privado”, señaló Etchepare en diálogo con Infobae.
Según explicó el especialista “cuando cerraron las exportaciones de trigo en 2006, era para mantener el pan a 2,50 pesos por kilo y cuando terminó el proceso en 2015, el pan valía 25 pesos. En esos 10 años estuvieron las exportaciones controladas. Para eso no funciona, porque el problema no está ahí. La razón es básicamente la inflación, no es un problema de abastecimiento. Acá hay dos sectores que pierden siempre: el que produce a título de pequeño y mediano productor (aquí no entran los grandes) y después los trabajadores”.
Sin embargo, a pesar de estas consecuencias, Etchepare entiende que hay una suerte de plafón en la sociedad que permite que estas medidas se vuelvan a tomar. “Hay dos problemas muy graves que permitirían hacer semejante locura. En primer lugar, hay un 50% de pobres. Esa gente quiere comer y si dicen que el responsable de que no coman sos vos (en referencia al sector cárnico)…”
“Después hay un gran desconocimiento de cómo funciona el sistema. Uno escucha un discurso que dice que es un gobierno nacional y popular, y después terminan dando el dinero a los exportadores. Si uno escucha un discurso de que vas a comer más barato y que los responsables de que este caro es tal, desde el punto de vista social hay consenso”, concluyó.
Por su parte, el historiador e investigador del Conicet, Roy Hora, hizo especial foco en el tema de las restricciones a las exportaciones de carnes para explicar el por qué de estas medidas. En primer lugar, a modo de repaso histórico, puso de relieve que en el siglo XIX Argentina era un país exportador de productos primarios, pero no de alimentos, sino de cuero y lana. Esto tuvo como efecto colateral, una alta oferta de carne vacuna en el mercado interno, que el “pueblo se acostumbró a consumir”.
Pero en el siglo XX cambian las cosas, ya que comienza la exportación de carne y “ahí es cuando una sociedad acostumbrada a consumir carne vacuna empieza a sentir la presión de la demanda externa”. Así, Hora relató que “desde la llegada del peronismo al poder esa tensión se hace más grande, porque Argentina es una sociedad democrática, las elecciones se ganan elevando el salario real, mejorando las condiciones de vida, por lo que hay una tentación extendida a cualquier Gobierno de mejorar el salario incrementado la cantidad de carne a disposición de los consumidores. Inevitablemente, significa alguna presión sobre los saldos exportables. Estamos en un conflicto propio de una sociedad democrática peculiar con un sector exportador de alimentos y que exporta lo que consumen sus mayorías, que es una tensión que en otros países no está”.
De esta manera, Hora ve que estas decisiones pueden tomarse en clave electoral. “Esto es un problema que se plantea en el plano del corto plazo. Significa que un político, sin importar el nombre dice ‘hay elecciones dentro de seis meses, ¿cómo hacemos para quedar bien? Más restricciones a las exportaciones significa en principio una mayor oferta de carne en el mercado interno, precios más bajos para los consumidores. Todos sabemos que eso no es bueno para crear las condiciones que hagan posible la expansión sostenida del negocio agropecuario, pero la política no tiene largo plazo. No se mueve cómoda ahí”.
Sin embargo, el historiador observa que con esta clase de medidas la política no busca congratularse con las clases más necesitadas, sino con la clase media: “Las iniciativas que en su momento tomó el entonces secretario de Comercio Interno, Guillermo Moreno, en 2006, estaban apuntadas no solo a mejorar el nivel de salario real, sino que también aspiraban a conquistar las voluntades del tercio intermedio de las clases medias de Argentina, que es el sector más fluctuante en lo que se refiere a sus preferencias electorales”.
“El peronismo al 50% que está abajo lo tiene. La oferta no peronista no llega allí, pero desde hace dos décadas las elecciones se ganan o se pierden en la oscilación en de las clases medias. La idea de colita de cuadril, lomo o asado barato va sobre todo a acaparar la simpatía de ese sector que no es el que más lo necesita”, concluyó.
Chau Mundo
Más allá de las motivaciones políticas que pueda haber, la realidad es que estas clases de medida complejizan, cuando no impiden, la salida de la producción argentina, cualquiera sea esta, al mundo. O sea, que un país famélico de dólares, construye políticas que lo alejan de ellos.
Para el analista económico internacional y director de la consultora DNI, Marcelo Elizondo, la Argentina “tiene una política de muchos años que obstruye el comercio internacional y que existen una serie de factores que explican el porqué de que el país elija esta vía y no una integración más contundente con el Mundo.
El analista, marca como un factor preponderante que “en Argentina hay una parte de la dirigencia política que tiene una antigua visión industrialista y sustitutiva de importaciones, con foco en el mercado doméstico. Es una incomprensión de que el mundo ha cambiado una añoranza de economía cerrada autárquica del siglo pasado”,
Asimismo, en diálogo con Infobae sostuvo que estas decisiones “también tienen que ver con que el país tiene una economía muy desequilibrada. Eso genera muchos problemas de competitividad, con una alta tasa de inflación, baja inversión y sin financiamiento y abrirse al mundo supone dejar muy explícitos estos problemas. Lo más fácil es cerrarse y no tener que corregir estos desequilibrios, porque competir en el mundo significa arreglarlos”.
El otro problema “es cultural”, puntualizó el especialista. “Existe una visión de que la sociedad es una lucha: las pymes contra las empresas grandes, los trabajadores contra los empresarios, los consumidores contra las empresas, los políticos sensibles contra los insensibles. Es una visión dialéctica, que si a alguien le va mal es porque a otro le fue bien. Es un valor predominante y está presente en muchos. Si tengo que ajustar y corregir lo hago en contra de los grandes a favor de los chicos”.
“La evidencia demuestra que desvincularse del comercio y las inversiones internacionales genera problemas para la economía local, ningún beneficio, ni siquiera en el corto plazo. Hay una visión muy equivocada y Argentina sigue creyendo cosas equivocadas”, concluyó.
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