La historia de Richard Norris Williams comienza en Ginebra, Suiza, donde nació y se enamoró del tenis desde una edad temprana. Bajo la tutela de su padre, Charles Williams, un entusiasta del deporte, Richard desarrolló rápidamente sus habilidades y demostró un talento excepcional.
Williams ganó su primer campeonato juvenil a los 12 años, un logro que presagiaba una carrera llena de éxitos. Su padre, que había sido su mentor y entrenador, lo guiaba en cada paso, asegurándose de que Richard no solo desarrollara sus habilidades técnicas, sino también una mentalidad competitiva. Este dúo padre-hijo forjó un camino que los llevaría a explorar nuevas oportunidades más allá de las fronteras de Europa.
En abril de 1912, Richard y su padre abordaron el Titanic en Cherburgo, Francia, con destino a América. Richard había sido aceptado en la prestigiosa Universidad de Harvard, donde esperaba continuar su educación y seguir perfeccionando su tenis. Los primeros días del viaje transcurrieron con una mezcla de emoción y optimismo por el futuro. Padre e hijo incluso cenaron con el capitán del barco, Edward Smith, el 14 de abril.
Pero esa noche, el fatídico iceberg cambió todo. Richard y su padre hicieron todo lo posible para ayudar a los demás pasajeros, ofreciendo sus chalecos salvavidas y ayudando a abordar los botes salvavidas. En un acto de desesperación y valentía, el joven tenista decidió saltar al agua helada cuando el barco comenzó a hundirse.
Mientras Richard logró aferrarse a un bote salvavidas plegable, su padre no tuvo la misma suerte y fue una de las aproximadamente 1.500 víctimas del desastre.
Ya a bordo del RMS Carpathia, el barco de rescate tras el desastre del Titanic el 14 de abril de 1912, Williams luchaba no solo contra el dolor de la pérdida de su padre, sino también contra las severas consecuencias físicas de haber estado en las heladas aguas del Atlántico Norte: sus piernas estaban entumecidas y congeladas, y el médico que lo examinó sugirió la amputación inmediata para evitar una posible gangrena.
La perspectiva de perder sus piernas aterrorizaba al joven de 21 años, un prometedor tenista que había llegado a América buscando oportunidades académicas y deportivas. En medio de este escenario desolador, Williams decidió desafiar las probabilidades y rechazó la amputación. “Me niego a darte permiso”, le dijo Williams al médico. “Voy a necesitar estas piernas”. Con una determinación inquebrantable, comenzó a caminar por el Carpathia cada dos horas, incluso durante la noche, en un intento desesperado por restaurar la circulación en sus extremidades.
Cada paso era una agonía, pero Williams estaba decidido a no rendirse. Poco a poco, la sangre volvió a fluir y la sensibilidad comenzó a regresar.
Williams no solo logró evitar la amputación, sino que también inició un riguroso régimen de ejercicios diarios. En tan solo 12 semanas, estaba de vuelta en la cancha de tenis, un logro que muchos consideraron milagroso. Aunque sus piernas nunca volvieron a estar al cien por cien y sufría de dolores y fatiga durante los partidos largos, Williams continuó compitiendo al más alto nivel. Su impresionante racha de actuaciones en campeonatos de tenis en los años siguientes es testimonio de su increíble resiliencia y fortaleza.
Tras la hazaña, Williams se estableció como uno de los tenistas más destacados de su época. Su determinación y resiliencia se reflejaron en sus numerosos éxitos y en una carrera llena de triunfos significativos. Su estilo de juego agresivo y su capacidad para abrumar a sus oponentes le ganaron una reputación formidable.
Entre sus logros más notables se incluyen títulos en los Campeonatos Nacionales de Estados Unidos, la Copa Davis y Wimbledon. También destacó en los títulos interuniversitarios en Harvard, donde continuó su educación y su desarrollo como atleta.
Uno de los objetivos que Williams había soñado desde joven era ganar una medalla de oro olímpica. Este sueño se hizo realidad en los Juegos Olímpicos de París de 1924. Representando a Estados Unidos, Williams compitió en varias categorías, aunque su camino no fue fácil. En la competición de individuales, no logró pasar de los cuartos de final debido a una lesión en el pie. En dobles, tampoco tuvo un desempeño destacado.
Sin embargo, la historia fue diferente en los dobles mixtos. Williams formó pareja con Hazel Hotchkiss Wightman, una destacada tenista que ya había ganado una medalla de oro en dobles femeninos. Juntos, el dúo ganó el oro. Este logro fue la cúspide de su carrera tenística y un testimonio de su perseverancia y habilidad.
Según recordó más tarde, en las semifinales sufrió un esguince de tobillo severo y consideró retirarse del torneo. Fue Wightman quien lo convenció de seguir adelante, asumiendo la responsabilidad de cubrir la cancha mientras él permanecía en la red. La estrategia funcionó, y su colaboración les llevó a la victoria y a las medallas de oro.
Después de este triunfo olímpico, continuó su carrera en el tenis durante otra década, logrando numerosos títulos y consolidándose como una leyenda del deporte. Finalmente, decidió retirarse del tenis competitivo para centrarse en su carrera profesional como banquero de inversiones.
Después de retirarse del tenis competitivo, Richard Norris Williams se dedicó a una carrera en la banca de inversiones. Se estableció en Filadelfia, donde utilizó la misma determinación y disciplina que había demostrado en la cancha para destacar en el ámbito financiero. Su enfoque meticuloso y su capacidad para tomar decisiones estratégicas lo llevaron a una carrera exitosa.
Williams siempre mostró una notable humildad respecto a sus logros. Su viuda, Sue Williams, recordó en una entrevista con The Boston Globe en 1998 que Richard no solía hablar mucho sobre el desastre del Titanic ni sobre sus triunfos en el tenis. En un acto simbólico, mandó fundir 162 de sus trofeos en una sola bandeja de recuerdo y utilizó el único trofeo restante como tabla de cocina, demostrando su desapego hacia los premios materiales y su preferencia por mantener un enfoque práctico y reservado sobre su pasado.