El agua es un elemento fundamental para la supervivencia de todos los seres vivos. Para ser apta para consumo humano debe cumplir con ciertos parámetros indispensables, como por ejemplo, que sea inocua, lo que implica que no contenga microorganismos ni tóxicos que puedan afectar la salud. “Cólera, fiebre tifoidea, parasitosis, hepatitis o diarreas son algunas de las enfermedades que serían muy fáciles de prevenir con solo proporcionar acceso al agua potable”, explica la doctora Ana Torlaschi.
Según las cifras proporcionadas por las Naciones Unidas a nivel global, casi las 900.000 millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable, 2600 millones carecen de saneamiento básico y cerca de 1,5 millones de niños menores de cinco años mueren anualmente por enfermedades relacionadas con estas carencias. Este único dato alcanza para comprender por qué “muchos gobiernos, tanto de países desarrollados como en vías de desarrollo, intentan ofrecer un servicio básico de agua potable con el objetivo de optimizar la salud pública a través de mejora de las condiciones sanitarias de la población”.
Sin embargo, en los últimos años, en la mayoría de los países que tienen provisión de agua segura creció el consumo de agua envasada. La pregunta es por qué las personas deciden comprarla, cuando el gobierno ya les provee el servicio público de agua potable.
Según la ONU, casi las 900.000 millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable, 2600 millones carecen de saneamiento básico y cerca de 1,5 millones de niños mueren anualmente por enfermedades relacionadas con estas carencias.
Un problema de marketing
Hace unas décadas, comenzó en el mundo un cambio cultural orientado a una vida más saludable. Realizar deportes, comer mejor, no fumar o caminar son algunas de las nuevas tendencias que se fueron imponiendo y generaron incluso variaciones en los hábitos de consumo.
En este contexto, en los 90 se produjo un cambio mundial en la cultura hídrica que, tal como indica la especialista, “devino en el crecimiento del uso de agua embotellada”. La presidente del Comité de Salud y Ambiente de la Asociación Médica Argentina es contundente al afirmar que el mercado generó, a través de millones de dólares gastados en publicidad, una falsa sensación de superioridad del agua envasada en comparación con el agua de red. “En EE. UU., por ejemplo, entre 2011 y 2016 el mercado de agua embotellada creció un 39% en volumen”, detalla. Esta tendencia también se manifestó en la Argentina, donde en el año 2017 se consumieron 114 litros de agua embotellada (mineral, de mesa, saborizada) per cápita.
El agua que consumimos
El agua que consumimos proviene de acuíferos, ríos o lagos y, hasta llegar a ser adecuada para el consumo, debe atravesar una serie de procedimientos que incluyen coagulación, decantación, cloración y alcalinización, entre otros. El Código Alimentario Argentino (CAA) define al agua potable de uso domiciliario como el agua proveniente de un suministro público, de un pozo o de otra fuente, ubicada en los reservorios o depósitos domiciliarios, que debe presentar sabor agradable y ser prácticamente incolora, inodora, límpida y transparente y debe cumplir con ciertas características físicas, químicas y microbiológicas estipuladas.
En EE. UU., entre 2011 y 2016 el mercado de agua embotellada creció un 39% en volumen.
Agua y Saneamientos Argentinos (AySA) es la empresa que brinda los servicios de agua potable y saneamiento al Área Metropolitana de Buenos Aires, que compone el territorio porteño y de los 26 partidos del primer cordón de la provincia de Buenos Aires. La doctora Torlaschi manifiesta que el agua es recolectada del Río de la Plata y del Acuífero Puelche, desde donde se la conduce a tres plantas potabilizadoras ubicadas en Quilmes, Palermo y Luján y a 16 plantas de tratamiento de agua subterránea.
Según información publicada por la misma empresa, AySA libera de dichas plantas aproximadamente 500 litros por habitante por día, lo que equivale a cerca de cinco millones de metros cúbicos de agua diarios. A lo largo de este proceso, afirma, “esta empresa pública realiza diversos controles –desde el ingreso del agua al sistema, a mitad de la potabilización y a la salida del sistema– en su laboratorio central; y a través de estos controles se analiza la presencia de bacterias, sustancias orgánicas, inorgánicas, el color, el sabor, el olor y la transparencia del agua”.
Si bien se trata de un procedimiento completo, los controles no se agotan allí, ya que estos resultados son supervisados, a su vez, por el Ente Regulador de Agua y Saneamiento (ERAS), un organismo nacional, cuya función es realizar el control a los controles. “El ERAS utiliza una herramienta de gestión que sirve para comparar indicadores en diferentes lugares del mundo –Brasil, Chile y Uruguay, entre otros– que permiten evaluar la posición de la empresa nacional. Este análisis, que se realiza anualmente, determinó en su último informe, publicado en 2017, que la calidad del agua está dentro de la normativa vigente y por encima de la media de otros países.
Entre los datos más relevantes de este informe, podemos destacar que la población conectada al agua potable en su radio de cobertura es del 83% y, entre otros elementos, el agua que entrega está ciento por ciento libre de arsénico”, explica.
Según el informe del ERAS, podemos destacar que la población conectada al agua potable en su radio de cobertura es del 83% y, entre otros elementos, el agua que entrega está ciento por ciento libre de arsénico.
¿De dónde viene el agua envasada?
El agua que es embotellada y vendida es de origen subterráneo o de abastecimiento público. Léase, la que sale de nuestras canillas. El agua mineral natural es de origen subterráneo, se recolecta en determinados puntos específicos y no está sujeta a influencias superficiales; el agua mineralizada artificialmente, en cambio, es agua potable a la que se le agregan minerales.
En EE. UU., por caso, en 2016 el 64% del agua envasada provino de aguas de establecimientos públicos. Consultada acerca de los principales problemas de este producto, la especialista hace hincapié en los costos, la contaminación y la falta de controles.
“La manufactura, la producción y el transporte de agua envasada requiere una energía 1000 a 2000 veces mayor que la necesaria para tratar y distribuir agua de red. El precio promedio por litro en nuestro país y en el mundo es aproximadamente 1000 veces más caro: mientras la envasada cuesta en promedio 44 pesos por litro, ese costo se reduce a 0,047 en el agua de red domiciliaria”, detalla.
Respecto a la contaminación, la mayoría de estas aguas utilizan envases plásticos que, convertidos en residuos, tienen un grave impacto en la salud y el ambiente. “Según datos procedentes de EE. UU. (no hay estudios nacionales disponibles), para producir el agua envasada en 2016, se necesitaron dos billones de kilogramos de plástico, para lo cual se utilizaron 64 millones de barriles de petróleo. Esto equivale a las emisiones anuales de gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global de casi 7,5 millones de automóviles. Sin contar el uso de combustibles fósiles para su fabricación, estos plásticos generan una contaminación de los océanos que afecta a más de 700 especies. Por otro lado, la disposición final de estos materiales en los rellenos sanitarios o su incineración también contaminan el ambiente y afectan la salud.
El agua que es embotellada y vendida es de origen subterráneo o de abastecimiento Público.
Por otra parte, el agua dulce es un bien preciado a nivel mundial, muchos países sufren su escasez. “Es un despropósito que para producir un litro de agua envasada se necesiten más de un litro de agua”, expresa. Y, por último, el agua de red tiene análisis periódicos publicados y auditados por un organismo de control en contraposición al agua envasada que generalmente solo es controlada por su propio productor. “Un estudio realizado por el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) sobre el agua de mesa, publicado en 2011, demostró que el 60% de las muestras analizadas presentaron problemas con uno o más ítems de la normativa de referencia”, advierte Torlaschi. Y detalla que algunas de las marcas superaron el límite establecido para arsénico (comprobado cancerígeno) y nitratos, mientras que otras tenían presencia de bacterias perjudiciales para la salud. Investigaciones realizadas en Estados Unidos, comprobaron que diez de las marcas más importantes de agua envasada tenían 38 contaminantes (un promedio de ocho por marca) que podían ser perjudiciales para la salud incluidos: productos desinfectantes, isotopos radioactivos y solventes, entre otros.
¿Qué nos preocupa?
La doctora Torlaschi, quien realizó su tesina sobre esta problemática en su posgrado en la carrera de Médico Especialista en Salud y Ambiente, puntualiza que, en una encuesta realizada entre 292 trabajadores de un hospital municipal de la ciudad de Buenos Aires,
se determinó que el 72% consumía agua embotellada, pese a que el 99% de ellos vive en territorio porteño con acceso al agua de red. Al preguntárseles por qué preferían agua envasada, el 29% esgrimió la razón del olor a cloro y el 13% porque no la consideraba segura. Acerca del destino de los envases, el 25% usaba botellones retornables, el 26% los separaba para reciclar y el 30% los tiraba en la basura.
El pasado 11 de octubre, respondiendo a quejas de los usuarios, la empresa AySA debió sacar un comunicado en el que garantizaba la potabilidad del agua distribuida. Esta nota oficial fue en respuesta a consultas reiteradas de usuarios que percibieron una modificación en el sabor y olor del suministro. En el comunicado se aclara que estos cambios pueden producirse debido a variaciones en el Río de la Plata, pero que no afectan la potabilidad. “El agua que suministramos es monitoreada las 24 horas, los 365 días del año y sometida a rigurosos análisis de laboratorio, lo que asegura el control permanente en todas las etapas de producción, desde la captación en el río hasta la distribución domiciliaria. De esta manera, queremos llevar tranquilidad a nuestros usuarios informando que esta situación no presenta peligro alguno para la salud”, señalaron desde AySA .
Por último, la doctora Torlaschi sostiene que en las ciudades donde existe agua de red segura es absurdo seguir tomando agua envasada, y recalca que las empresas que comercializan agua embotellada “no producen agua, sino botellas de plástico que contaminan el agua”.
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