Patologías cardiovasculares, problemas respiratorios, distintos tipos de cáncer y derrames cerebrales son solo algunas de las enfermedades que están relacionadas con el medio donde se desarrollan los seres humanos. Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación del aire es la primera causa de mortalidad y se calcula que 1,3 millones de personas mueren –en un año– “a causa de la contaminación atmosférica urbana”; y, aunque se trata de un problema que afecta a los habitantes de todo el mundo, “más de la mitad de esas muertes ocurren en los países en desarrollo”.
Enrique Puliafito, docente e investigador, director del Grupo de Estudios Atmosféricos y Ambientales (GEAA) en la UTN, explica a DEF cuáles fueron las causas que motivaron su investigación y qué expectativas tiene para el futuro respecto al tema.
–¿Cómo define la contaminación atmosférica?
–La contaminación del aire es producto de la emisión de gases y partículas que están por encima de los niveles saludables. Todas las actividades humanas emiten algo (un aerosol, un desodorante o el querosene utilizado para la limpieza), pero son los vehículos los responsables de un 60 o 70% de las emisiones de una ciudad y, en mucha menor medida, las industrias (salvo lugares específicos donde hay, por ejemplo, una refinería). Es necesario, también, diferenciar entre contaminación exterior e interior –generada dentro de las viviendas–, que en nuestro país no suele ser grave porque acostumbramos tener una buena ventilación y las ventanas abiertas. En los lugares muy fríos, por ejemplo, o con mucho aire acondicionado, se concentran las emisiones de los revestimientos, las paredes, la pintura, los barnices, entre otros elementos que producen distintos tipos de contaminantes denominados “compuestos orgánicos volátiles”.
–¿Influye la calidad del aire exterior en el interior de las viviendas?
–Sí, pero el ambiente interior en general es un poco más limpio. De todos modos, los niveles de contaminación exterior no son homogéneos, y en una ciudad intermedia, siempre son más elevados cerca de las avenidas donde hay mucho tránsito. Es notable cómo cambia la contaminación de una calle donde circulan micros y autos con respecto a las laterales y también según la franja horaria. A la mañana y a la noche, influye la denominada “capa de inversión térmica”: el aire que está por encima es más caliente que el de abajo y genera una especie de tapa que impide diluir el contaminante. Al mediodía, el calor del sol eleva esa tapa y permite una mayor disponibilidad de aire, con la consecuente disminución del nivel de contaminación.
–¿Cuáles son los principales gases contaminantes?
–El ozono, elemento presente en la estratósfera que nos protege de los rayos ultravioleta, si se presenta con niveles muy altos en la superficie, es irritante y afecta a los niños, ancianos o a quienes realizan mucha actividad física; el mónoxido de carbono que, en general, está presente en ambientes interiores como resultado de combustibles mal quemados, o en el exterior a través de fuentes industriales o naturales, como un volcán; y el dióxido de azufre, producto de la combustión industrial.
Los niveles de contaminación exterior no son homogéneos, y en una ciudad intermedia, siempre son más elevados cerca de las avenidas donde hay mucho tránsito.
Otro contaminante típico de la actividad humana son los óxidos de nitrógeno que se producen cuando hay combustión a alta temperatura, y uno que ya no se usa, pero que antes era muy importante: el plomo, presente en las naftas y que fue reemplazado por otros productos que generan otros contaminantes secundarios, como benceno, tolueno, sileno.
–¿Cuáles son las consecuencias más importantes?
–Las referidas a la salud. La más directa es el material particulado fino, de menor diámetro que un cabello, que penetra hasta los alveólos y el torrente sanguíneo. Proveniente de la quema de los vehículos, esta especie de hollín arrastra polen, bacterias y microorganismos presentes en el aire que generan problemas respiratorios e, incluso, pueden afectar a quienes tienen problemas cardíacos. Las partículas mayores quedan atrapadas en las mucosas y no son tan problemáticas. Por ejemplo, el polvo que uno ve en un camino de tierra es molesto, pero no tan dañiño.
–¿Existen directivas internacionales para prevenir esta contaminación?
–La Organización Mundial de la Salud plantea diversas recomendaciones y los países apuntan a lograr los niveles de calidad de aire recomendados. Hay varios tipos de normas: las de calidad de aire exterior, interior y para lugares de trabajo. Por otra parte, también se establecen criterios que diferencian lo crónico o permanente de lo episódico.
Inventario de emisiones
–Junto a un grupo de investigadores, acaba de publicar un atlas georreferenciado de emisiones atmósfericas de la Argentina. ¿En qué consiste el trabajo?
–La investigación tiene dos objetivos primordiales. Por un lado, pronosticar la calidad del aire en cualquier parte del país. Por otro, como muchos de los contaminantes relevados son gases de efecto invernadero, la información recopilada puede utilizarse como insumo para modelos de cambio climático. Sobre la base de la información ya disponible en las bases de datos –aunque no hay un nivel homogéneo en todas las ciudades–, y con un trabajo realmente intenso, logramos terminar el proyecto y darlo a conocer a través de tres publicaciones. La primera trata de las emisiones vehiculares en el país; la segunda incluye las relacionadas con energía y viviendas, y la tercera está referida a las actividades agrícola-ganaderas. Estos datos nos permiten realizar modelos de calidad de aire según la situación meteorológica y las emisiones. Y, por otra parte, los pusimos a disposición del público en un mapa de alta resolución en internet.
–¿Cuál fue el principal problema que debió enfrentar durante la investigación?
–La falta de monitoreo, porque son escasos los lugares que cuentan con ese tipo de tecnología. En la ciudad de Buenos Aires, hay cuatro estaciones que registran emisiones y los datos están disponibles online; en Bahía Blanca y Córdoba, una; y Mendoza, que contaba también con una, ya no la tiene. En síntesis, hablamos de entre seis y ocho en todo el país.
La investigación tiene dos objetivos primordiales. Por un lado, pronosticar la calidad del aire en cualquier parte del país. Por otro, como muchos de los contaminantes relevados son gases de efecto invernadero, la información recopilada puede utilizarse como insumo para modelos de cambio climático.
Para que se den una idea, la ciudad de Quito tiene diez equipos de monitoreo; Santiago de Chile, cerca de trece; y Lima, nueve. Creo que estos datos son suficientes para demostrar el menosprecio de la calidad de aire en la Argentina. En contraposición, en los últimos tiempos, noto que la gente se involucra más. Ahora se están construyendo unos equipos muy baratos que, aunque no miden como los equipos de monitoreo calibrado, dan una idea aceptable y hay mucha gente que está teniendo sus propios equipos.
–¿Se debe involucrar el ciudadano común en el monitoreo ambiental? ¿Tiene sentido el control por parte de particulares?
–Sirve, por ejemplo, para armar una red de monitoreo privada a disposición de todas las personas a través de internet. Nosotros, en la universidad, junto con la Universidad de Cambrige, implementamos un proyecto que consistió en medir material particulado fino con aparatos básicos llevados por voluntarios que recorrieron las calles de Buenos Aires en bicicleta. Con el material recopilado, se pudo confeccionar un mapa de contaminantes de la ciudad. En Mendoza, realizamos el mismo trabajo y ese relevamiento nos permitió conocer el nivel de contaminación de los barrios, algo mucho más exitoso que lo realizado hasta ahora por cualquier gobierno.
–¿Para qué les sirve ese conocimiento a las personas?
–Para cambiar hábitos. Si tomo conciencia de que estoy usando excesivamente el vehículo, puedo comenzar a compartirlo u optar por la bicicleta. Los gobiernos tienen la responsabilidad de controlar y proponer iniciativas saludables, por supuesto, pero también es cierto que debemos asumir que el que contamina es el ciudadano. Sin conciencia, no solucionaremos el problema.
–¿Como definiría el nivel de contaminación de las ciudades argentinas?
–Son todas similares; no tienen un nivel elevado. Eso se relaciona con la densidad poblacional. Sin dudas, no somos China, Santiago de Chile ni México, pero diría que estamos en un nivel intemedio. Buenos Aires tiene una buena calidad gracias a sus vientos; Córdoba está más complicada, porque está ubicada en una hondonada; y Mendoza también, por los cerros que la rodean. El resto son urbes intermedias y chicas que no tienen grandes problemas, aunque podrían estar mejor. Si bajáramos la cantidad de vehículos, serían ciudades limpias.
–Teniendo en cuenta que la problemática del cambio climático está ya en la agenda, ¿pudo notar algún gesto a nivel gubernamental con respecto a este tema específico?
–Hace más de 30 años que estoy en el tema ambiental, he pasado por todos los gobiernos, y puedo afirmar que no es un tema partidario, sino de la dirigencia argentina. Creo que hay una mayor conciencia, pero también un gran desconocimiento. He escuchado a dirigentes decir que van a reducir en un 40% las emisiones de dióxido de carbono, algo que es un despropósito, salvo que se reduzcan en el mismo porcentaje las actividades.
–¿Se conocen modelos exitosos?
–Hay muchos planes de mitigación, pero no existe una única alternativa que resuelva todos los problemas. Es un portafolio de muchas medidas pequeñas que deben aplicarse en cada actividad y en cada área. Creo que los municipios son los principales responsables y que –para que una medida sea exitosa– deben contar con la participación ciudadana.
LEA MÁS