Maria Callas, una de las sopranos más icónicas del siglo XX, conquistó los escenarios más importantes del mundo con su presencia magnética y su inigualable voz. Reconocida por sus actuaciones en óperas como Medea, Tosca y La Traviata, fue inmortalizada en 1956 por la revista Time como “la reina indiscutible de la ópera mundial”. Sin embargo, detrás de su deslumbrante carrera, Callas enfrentó un camino lleno de luchas internas, relaciones complejas y un final marcado por la soledad y el dolor.
En esta ocasión, Time vuelve a recordarla por el lanzamiento de María, la película sobre su vida protagonizada por Angelina Jolie, que Netflix pondrá en su grilla desde el 30 de enero. El filme se enfoca especialmente en los últimos días de la diva, mostrando un retrato íntimo de una artista en declive, atrapada entre los recuerdos de su gloria pasada y el vacío de su presente.
Esas crisis emocionales...
Callas, más allá de su talento, fue conocida por su temperamento explosivo y su gran ego. Según la autora Lyndsy Spence, la cantante tenía la costumbre de dramatizar sus actuaciones incluso fuera del escenario, lo que la convirtió en una figura polarizante.
En Maria, estas características son llevadas al extremo, mostrando a una Callas alucinada y adicta al Mandrax, un potente sedante que terminó por deteriorar aún más su estado físico y mental.
A lo largo de su vida, luchó contra los estragos de una salud mental y física en declive. Spence apunta que podría haber padecido una enfermedad neurológica relacionada con la esclerosis múltiple, lo que afectó su capacidad para cantar, una pérdida devastadora para una artista cuya vida giraba en torno a su voz.
Paul Wink, experto en psicología, asegura que hoy sería diagnosticada con depresión y adicción, condiciones que, en sus últimos años, la sumieron en una reclusión voluntaria.
Una tragedia de amor en la vida real
La relación de Callas con el magnate griego Aristóteles Onassis podría haber sido extraída de una de las óperas que interpretaba. Onassis, fascinado por el glamour de la soprano, se convirtió en su gran amor, aunque nunca compartió su pasión por la música.
A pesar de la conexión entre ambos, el magnate dejó a Callas para casarse con Jacqueline Kennedy en 1968, una traición que la soprano descubrió mientras veía las noticias en su apartamento en París.
Aunque el matrimonio de Onassis con Kennedy fue infeliz, y el propio magnate reconoció que Callas era el amor de su vida, la relación no pudo ser reavivada. Su muerte en 1975 dejó a la soprano profundamente afectada, incapaz de superar la pérdida de quien había significado tanto para ella.
Los últimos días...
En los últimos años de su vida, la cantante vivió en París, alejada de los escenarios y del público que alguna vez la adoró. Pasaba los días jugando a las cartas con su mayordomo y su criada, y cuidando de sus perros.
Su distanciamiento de la familia también marcó este periodo. La relación con su madre estuvo plagada de tensiones económicas, mientras que su padre llegó a fingir estar muriendo de cáncer para obtener dinero de ella.
La vida de Callas había perdido su propósito tras su retiro de la ópera y la pérdida de Onassis. Incapaz de encontrar un nuevo sentido a su existencia, se sumió en una rutina que la alejaba cada vez más de la vitalidad que alguna vez la definió.
El 16 de septiembre de 1977, la cantante fue encontrada sin vida en su apartamento. Tenía 53 años. La causa oficial de su muerte fue un ataque cardíaco, pero para muchos, fue el desenlace de años de tristeza y aislamiento.
El legado de una diva
Aunque los últimos años de Callas estuvieron marcados por el sufrimiento, su legado como una de las voces más brillantes de la ópera sigue vivo. Su historia, ahora reinterpretada en Maria, nos recuerda que detrás del brillo de la fama, a menudo se esconden profundas heridas. Callas, la diva que vivió para cantar, sigue fascinando al mundo por su talento y humanidad.