La secuestraron y cambió: era gerente corporativa, hoy vive en una chacra y enseña a recuperar la comida casera

En su obra “Me importa un rábano”, Lucía Calogero ofrece estrategias prácticas para integrar frutas y verduras en la dieta diaria, superando la barrera del tiempo. Y qué hacer con los chicos.

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La autora conversó sobre "Me importa un rábano" con Belén Marinone.

En unos minutos, apenas su mamá empiece a hablar, León se va a subir al escenario, se va a abrazar a sus piernas, va a hacer caras, se va a hacer dueño del momento. Y no está mal. Es la presentación de Me importa un rábano, donde Lucía Calogero narra el camino que la llevó de ser una gerente corporativa en la industria de la alimentación a vivir y trabajar en una chacra con su familia. Y donde también da recetas y consejos para comer un poco mejor y “hacer pasar” las verduras en las comidas de los chicos.

“Pasé de ver los planes estratégicos de una multinacional a juntar huevos en un gallinero. Pasé de hacer presentaciones y dar charlas muy pomposas a hacer salsa de tomate sin semilla ni piel para que no se pongan ácidas cuando uno hace tuco. Pasé de no tener hijos a tener cuatro”, cuenta en la Feria del Libro de Buenos Aires. Si es por la sonrisa que tiene, se ve que está feliz con el cambio.

Pero todo empieza minutos antes, cuando la presentadora -la periodista de Infobae Belén Marinone- cuenta que toda esta transformación empezó con un secuestro express. Sí, un secuestro express que Calogero, en su rutina de teléfonos y reuniones, casi no advirtió, o al que no le dio importancia. Hasta que cayó. Y cómo.

Lucia Calogero en la Feria del Libro (Franco Fafasuli)
Lucia Calogero en la Feria del Libro (Franco Fafasuli)

Lo contó ella misma, frente a un público que seguía sus palabras como el relato de peripercias que era. “El secuestro creo que fue como una frutilla de un proceso que yo venía pasando. Yo trabajaba en el mundo corporativo, trabajaé en multinacionales de la industria alimenticia durante muchísimo tiempo, industria que me enseñó muchísimo, pero que en algún punto me tenía un poco coartada en mí, en lo que yo quería hacer. Y había ido a San Pablo, a una reunión muy importante de toda Latinoamérica. Cuando me voy de esa reunión me estaba por tomar un avión para volver a casa y veo que la persona que me viene a buscar no es una persona común. Era un hombre que me estaba secuestrando, básicamente”.

La estaban secuestrando, pero Calogero estaba atenta a sus dos teléfonos. “Trabajaba, trabajaba, trabajaba, trabajaba. Y esta reunión particular era una reunión en la que hablábamos de la alimentación en 2025. O sea, hace 10 o 12 años, estaba hablando de la alimentación del 2025, algo que hoy parece de ciencia ficción”.

La entrevistadora, entonces, quiso saber cómo la afectaba eso en lo personal. “Yo estaba con dos teléfonos al mismo tiempo, un ritmo súper ajetreado. No vivía en el presente, estaba viviendo en una ansiedad y en un futuro que era absolutamente incierto”.

"Me importa un rábano", el libro de Calogero. (Franco Fafasuli)
"Me importa un rábano", el libro de Calogero. (Franco Fafasuli)

Se levantaba a las 5, se acostaba a las 12 de la noche. Correr, correr, correr. “Y como no estaba viviendo mi presente me pasó algo que fue este secuestro, que fue feo, pero me pasó porque yo no estaba prestando atención a lo que estaba viviendo. Por eso para mí ahí empezó mi historia de transformación y la cuento en el libro”

¿Qué pasó a la vuelta? Calogero se fue derecho al trabajo. “Hice terapia toda la vida y en ese momento volví y tuve mi sesión de terapia como a los tres o cuatro días, y el psicólogo me preguntaba sobre mi papá, que era el tema que yo estaba tratando en terapia en ese momento y yo le hablaba de mi padre y nunca le hablé de lo que me había pasado, que me habían secuestrado cuatro días atrás. Cuando le conté, así como al pasar esta anécdota, el psicólogo me echó, me echó de la sesión porque me dijo ‘andá a conectarte con vos y cuando estés presente volvemos a hablar’. Ese hito marcó profundamente mis siguientes pasos, mi proyección, mi presente y mi vida actual”.

No fue de un salto. Hizo meditación, empezó a cambiar su manera de ver el marketing, a fijarse en lo social, a ser la hippie de la oficina y colgar mandalas en las ventanas. Un viaje de ida.

Calogero, Marinone, nueva vida y alegría. (Franco Fafasuli)
Calogero, Marinone, nueva vida y alegría. (Franco Fafasuli)

La autora no solo cambió su enfoque sobre la vida y el bienestar personal sino que, siendo una ejecutiva en la industria alimenticia, comenzó a cuestionar y transformar también su perspectiva sobre la alimentación. “Si yo te dijese que la alimentación puede ponerte contento, si yo te dijese que la alimentación impacta las emociones. Que si vos estás enojado, que si estás triste, que si estás bajón, tiene que ver con lo que comiste ese día o el día anterior. Si yo te digo que lo que comiste te puede te puede energizar, te puede dar satisfacción, si te digo que las cosas que comes impactan en tu cerebro además de en tu estado de ánimo.... Esa esa es la verdad que tenemos para contar”, desafía Calogero.

¿Quién mató a la comida casera?

Pero, dice, en este tiempo la comida casera perdió valor. ¿Y quién es el asesino? “Como si fuera una película... “, dice Calogero ante un público expectante. “¿Quién mató a la comida casera? ¿Quién? ¿Quién? Tengo la respuesta”

Silencio. Sonrisas. ¿Quién la mató?

“¡El tiempo!” Eso dice Calogero. A la comida casera la mató, nos la mató el tiempo. Así como yo en ese momento vivía en el futuro, hay muchas personas viviendo en el futuro. Vivimos en la ansiedad. Y cada vez que hablo con alguna amiga, una madre en las reuniones del cole, cada vez que hablo con las personas y les hablo de la comida casera, me dicen ‘Pero yo no tengo tiempo’. El tiempo es el matador de la comida casera. ¿Y por qué? Y acá es donde empieza lo profundo. ¿Por qué? Porque ponemos el valor en otras cosas, porque ponemos ese tiempo en otras prioridades. Porque nos hicieron creer que destinar mucho tiempo en otras cosas que no somos nosotros mismos era importante. Por eso dejamos de cocinar, por eso dejamos de prestarle la atención a la alimentación. Hoy comemos, pero no nos alimentamos. Por eso para mí, cambiar lo que comemos, cambiar lo que comemos, puede cambiarlo todo”.

Lucía Calogero, en familia.
Lucía Calogero, en familia.

Caras de asentimiento, cabezas que se mueven de arriba hacia abajo en la sala. Nos reconocemos en las palabras de la autora. Entonces Marinone le va a pedir algunas recetas, fórmulas, una ayuda. Y Calogero tendrá algo que decir.

Para comer mejor y hackear el tiempo

Calogero señala que las frutas y las verduras son los grandes ausentes en las comidas diarias de muchas personas. Lucía nos invita a reflexionar sobre el tiempo real que se requiere para incorporar estos alimentos esenciales en nuestra dieta, cuestionando cuánto nos lleva pelar una mandarina o cortar una manzana. Esta reflexión abre camino a una propuesta innovadora que Lucía comparte entusiasmadamente: hackear el tiempo de la alimentación.

“Hoy día, donde ‘hackear’ se ha vuelto un término de moda, aplicado a múltiples aspectos de la vida, propongo aplicarlo a nuestra forma de alimentarnos”, explica Lucía. La idea es transformar nuestra relación con la cocina en algo práctico y accesible, manteniendo a nuestro alcance, de manera visible y disponible, una variedad de frutas y verduras que inviten al consumo espontáneo.

Lucía Calogero, amor a las verduras.
Lucía Calogero, amor a las verduras.

Esta estrategia parte de acciones simples pero efectivas. Lucía sugiere como hábito semanal, específicamente cada lunes, dedicar unos minutos para visitar la verdulería y seleccionar cuidadosamente las frutas y verduras que consumiremos a lo largo de la semana. “Elijan lo que realmente vas a utilizar para evitar el desperdicio. Todos hemos sido testigos de cómo, con buenas intenciones, compramos grandes cantidades de vegetales que terminan olvidados y pudriéndose”, comenta con sinceridad Lucía. “Bueno, las poneé en una frutera. Y cuando pasás, en vez de tener un paquete de galletitas, en vez de tener un ultraprocesado, tenés unas uvas verdes”.

Con los chicos

“¿Qué pasa si a los chicos no quieren comer ni frutas ni verduras?”, dice Calogero. “Cuando pasa eso tenés que empezar por lo que más le gusta. Tenés que hablar con ellos: los chicos son mil veces más avanzados que nosotros. Entonces tener una comunicación abierta con ellos, sumarlos al desafío, no imponerles nada. Hacer que para ellos también sea algo en lo que se están comprometiendo. Y después disponibilizar frutas y verduras y no dejar de ofrecerlas. Cuando yo conocí a Martín, él tenía ocho o nueve años y no comía ensaladas. ¿Qué pasó? Nunca dejó de haber un bowl de ensalada en la mesa. Hoy es el que más ensalada se sirve. Es el que sabe si está condimentada con limón o con vinagre de manzana. Él es el que te pregunta qué aceite le pusiste a la ensalada, que estaba buenísima”.

Y aparecen algunas ideas concretas

Puré de papallitos

Calogero menciona en su libro una variante del tradicional puré de papas. La idea es simple: mientras pelas las papas, también pelas un zapallito. Aunque interiormente el zapallito es blanco, similar a la papa, al hervirlos juntos y luego pisarlos con manteca, leche y queso, nadie nota la presencia del zapallito.

Lucía Calogero y su libro "Me importa un rábano". (Gustavo Gavotti)
Lucía Calogero y su libro "Me importa un rábano". (Gustavo Gavotti)

“Mis hijos comieron este puré sin darse cuenta de que contenía zapallito por un buen tiempo. Solo se dieron cuenta cuando me vieron pelándolo”, relata Lucía. Este puré se convierte en un acompañamiento ideal para las milanesas, combinando la proteína de la carne con los carbohidratos de la papa y la fibra del vegetal verde para una comida más balanceada.

Tuco verdulero

Luego, Lucía menciona la preferencia universal de los niños por los fideos, sugiriendo que, en lugar de prepararlos solo con aceite o manteca, los enriquezcamos con un tuco verdulero cargado de vegetales para aumentar su valor nutricional.

Entonces, propone hacer fideos con una salsa de tomate casera a la que se añaden vegetales como cebolla, morrón, tomate y zanahoria rallada para enriquecer la comida con vitaminas. Si a los niños no les gusta encontrar trocitos de verdura en su salsa, Lucía recomienda procesarla para que quede suave. De esta manera, sin darse cuenta, los niños estarán comiendo un montón de verduras con sus fideos favoritos, convirtiendo un plato simple en uno lleno de nutrientes.

Y de postre...

Calogero pensó en los dulces que los niños piden al final de la comida. Una receta práctica.

Helados naturales.
Helados naturales.

Tomá un yogur natural, sin azúcar agregado. Ponelo en la licuadora junto con frutillas y kiwis congelados hasta obtener una mezcla cremosa. Podés disfrutarlo en el momento como si fuera un helado de frutilla o kiwi. También tenés la opción de volcar esta mezcla en recipientes pequeños, meterles un palito y congelar para disfrutarlos como palitos helados más tarde.

Volver a lo nuestro

La charla termina con todo el público con los ojos cerrados y una reflexión:

“En general son recetas que las ponés a cocinar y se hacen solas. El tiempo acá es un regalo mágico, porque la cocción es lo que hace que todos esos ingredientes que en algún momento estuvieron aislados se transformen en un alimento amalgamado y perfecto. Esa es la comida casera de la que yo les estoy hablando, no la complicada, la sencilla, la que aprendimos, la que nos olvidamos, pero que es como andar en bicicleta, que cuando vuelvan a agarrar un cucharón se van a acordar de lo que hacían sus abuelos, de lo que hacían sus padres. Se van a acordar de que en algún momento eso formó parte de nuestras vidas”.

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