Manual del perfecto ansioso

Algunos ejemplos cotidianos pueden ilustrar uno de los síntomas habituales de la vida moderna: que todo transcurra rápido, fugazmente, sin tiempo de espera. Todo en todas partes al mismo tiempo

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Madame Bovary (1949), en la versión cinematográfica de Vincente Minnelli
Madame Bovary (1949), en la versión cinematográfica de Vincente Minnelli

Soy ansioso, tan ansioso que recién empiezo a escribir esta columna y ya tengo la necesidad de terminarla. Digamos que, para mí, todo debería ser un haiku.

La vida corre

Metele que se acaba

Gozad, ansioso.

Cinco sílabas, siete sílabas, cinco sílabas. ¿Amante de la forma breve, señor Olivera? No, ansioso nomás.

A mi lado tengo un ejemplar de Madame Bovary al que alguna vez llené de notas, signos de exclamación, subrayados y asteriscos. Lo releo porque en unos días daré un nuevo taller sobre la obra maestra de Flaubert. El grave problema es que no entiendo casi nada de lo que yo mismo anoté. ¿Saben por qué? Porque escribo rápido, atropello las letras, las encimo. En la escuela, las maestras me hacían pasar para que les leyera mis pruebas, porque ellas no podían. “Vos vas a ser médico”, me dijo una un día. Jamás se me ocurrió porque soy muy impresionable, pero más que nada porque es una carrera muy larga.

Sigo preparando el taller. Leo La orgía perpetua, el ensayo de Vargas Llosa. Marito cuenta que Flaubert le dedicaba días enteros a una frase, o cuatro meses a un capítulo. Me muero, la puta madre, me muero. Yo necesito terminar esta columna de una vez, debo seguir el día. Miro la agenda, no tengo nada tan urgente, pero qué importa, soy ansioso. Y nunca seré Flaubert.

¿Tienen ganas de saber un poco más de la vida de un ansioso? Les regalo un par de ejemplos. Un par, más tiempo no tengo.

Estoy terminando de comer. Mientras mastico el último bocado de milanesa con puré, obviamente calculado al milímetro para que la señora milanesa y el señor puré terminen uno arriba del otro y lleguen juntos, como toda pareja apasionada, ya me estoy levantando, plato y vaso en mano, rumbo a la bacha. ¿Puedo esperar un poco, al menos hasta que en mi boca acabe de armarse el bolo y lo degluta? No, no puedo, soy ansioso. ¿Puedo dejar los platos y los vasos sucios, lavarlos más tarde, quizás mañana? No, no puedo, tengo un temita.

Dios me puso pruebas, por ejemplo ser padre de una hija que come lento. Para colmo, la muy degenerada ingiere primero la hamburguesa y después las papas fritas. Separado y todo despacio, a la René Lavand. Yo la miro, intento la tolerancia, callo, me quemo por dentro pero callo todo lo que puedo, hasta que el demonio que me habita no soporta más y grita: CARAJO LOLA COMÉ DE UNA VEZ QUE HACE MEDIA HORA QUE ESTÁS CON ESE BOCADO Y SE ME VA LA VIDA, pero mi desesperación nunca da resultado, más bien lo contrario. Sospecho que Lola disfruta de hacerme sufrir, o por ahí siente que esos segundos entre papita y papita no importan, quizás se crea inmortal. Qué largo se me hizo este párrafo, qué manera de perder el tiempo, que ansiedad, querido Rey (ya que estamos, qué bien anda el Rey de Copas, perdón Carlitos, fui ansioso con vos, merecías que te diera unos partidos de changüi…).

La otra que me putea parejito es mi novia, que tiene anotada una colección de errores que cometo por ansioso. Para mí exagera un montón, pero algunos le concedo. Estuve mal el día que rompí el picaporte por tirar de él antes de girar la llave. También la vez que le saqué la copa de vino de la boca porque la cena ya había terminado, o aquella mañana en la que hice la cama antes de que ella se levantara. Entre nosotros, a mí me parecen hechos menores y bastante justificables. El tiempo es escaso y yo tengo cosas que hacer, caramba.

Cuando empieza un recital, necesito que termine. No importa si arriba del escenario está McCartney, Serrat o mi tía desafinando.

En la cancha de tenis, cuando peloteamos para calentar, sufro. Soy el que dice “che, ¿arrancamos?”. Mis compañeros me soportan. Bah, creo, capaz tienen un grupo de whatsapp aparte, uno que se llama “todos menos el ansioso”. El sábado les pregunto. No, mejor ahora, para qué esperar.

Podría seguir con los ejemplos, pero ya les dije, estoy apurado.

A todo esto, ¿cómo hostias habrá hecho Flaubert para escribir una novela? Porque una novela es un mundo de personajes, lugares, situaciones, argumentos cruzados, momentos que hay que demorar y retener para que luego exploten. Dios mío, Dios mío, qué sufrimiento tan espantoso…

Quizás algunos de ustedes, sobre todos los perversos (no se hagan los otarios que sabemos bien que son mayoría) estarán pensando que debo ser un eyaculador precoz, o al menos un amante apurado, poco atento. Pues déjenme aclararles que no, que no es el caso. Si quieren les paso el contacto de mi psicólogo para que les dé su diagnóstico ante esta aparente contradicción entre Rápido y Furioso vs. película del BAFICI. Si lo llaman me avisan, voy a estar esperando ansioso.

Bueno, escuchen, tengo una Madame esperándome y no creo que le guste demasiado que la deje plantada. Si lo pienso bien, Emma Bovary también era flor de ansiosa, con esa necesidad de vivir la vida de los personajes de los libros, pasar de brazo en brazo, resolver todo medio rápido, arsénico incluido. En cualquier caso voy terminando porque no me soporto más. Lo breve, si breve, dos veces breve. Para lo bueno están otros.

Les quiero mucho.

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