Gay Talese es un mito viviente. Tiene, al momento de escribir estas líneas, 91 años, y se encuentra a punto de sacar un nuevo libro, en agosto de 2023. Comenzó como periodista en el New York Times, entre 1956 y 1965, cuando ingresó a Esquife. Siendo parte de la tradición estadounidense de la crónica deportiva, sus retratos sobre el legendario boxeador Muhammad Ali o el beisbolista Joe DiMaggio son muy reconocidos. Al respecto de esta etapa de su carrera supo decir que “el periodismo deportivo es el único periodismo honesto que existe. Yo fui periodista deportivo. Lo que me gusta de este periodismo es que no están permitidas las mentiras. En política todo es mentira. En el deporte no hay mentira porque escribes sobre lo que ves”. Dandy incorregible, jamás se pudo ver a Talese desaliñado, sin trajes italianos impecables. Al respecto dijo: “Ya sé, más de uno pensará ‘Aquí viene el loco disfrazado de maniquí’. Pero, créanme, la apariencia es importante en periodismo. Inspira confianza y respeto. Quemen sus jeans. Toda noticia es una fiesta.” Esa misma postura old school la tiene respecto de la actual corrección política, de la cual dice sentirse “desconectado”, llegando a afirmar que “hoy no podría escribir ni una palabra en la prensa”.
El pasaje más célebre del texto más célebre de uno de los periodistas más célebres de eso que se dio en llamar Nuevo Periodismo dice: “Sinatra con catarro es Picasso sin colores o un Ferrari sin gasolina, sólo que peor. Porque los catarros corrientes roban a Sinatra esa joya que no se puede asegurar, su voz, y hieren en lo más vivo su confianza. No sólo afectan a su psique, sino que parecen provocar una especie de moquillo nasal psicosomático en las docenas de personas que lo rodean y trabajan para él, que beben con él y lo quieren y cuyo bienestar y estabilidad dependen de él. Un Sinatra acatarrado puede, salvando las distancias, enviar vibraciones a la industria del espectáculo y aún más lejos, casi como una enfermedad repentina de un presidente de los Estados Unidos puede sacudir la economía nacional.” Es, quizás, la descripción definitiva de la voz definitiva del siglo XX, alguien cuyas habilidades vocales eran tan incontestables que fue denominado asī “La Voz”, a secas. El perfil “Sinatra está resfriado” se publicó en abril de 1966 en la revista Esquire, y Talese ya llevaba 10 años de carrera para entonces.
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En Frank Sinatra está resfriado, Talese retrata una escena espectacular donde Frank casi se va a las trompadas con el guionista Harlan Ellison. ¿El motivo? A la Voz no le gustaban las botas de montar que tenía puestas Ellison en el bar, por lo que, tras preguntarle si las botas eran españolas, italianas o inglesas, le dice: “¿Espera usted una tormenta?”. En otro pasaje, describe a una viejecita que lleva bolsas de pelo para las pelucas de Sinatra adonde quiera que él vaya. O como cuando cuenta que Sinatra, siempre con su vaso de whisky en la mano, “nunca parece perder la dignidad” ni “deja de estar alerta por mucho que haya bebido o por mucho que lleve despierto” ya que “nunca se tambalea al andar, como Dean Martin, ni baila en los pasillos o salta encima de las mesas como Sammy Davis.” También, en todo el texto describe de manera elegante y sin obviedades, la soledad del genio, a pesar de un séquito permanente que se traslada y vive con él, por él, y para él, dice Talese, “dondequiera que se encuentre hay una parte de Sinatra que no está allí”. En esas pequeñas viñetas, a las que Talese asiste como un mero espectador, encuentra la magia y va construyendo al personaje.
El también dandy aunque conservador y polemista incorregible Tom Wolfe definió al Nuevo Periodismo como: “El término que eventualmente cuajó. No era un “movimiento”. No había manifiestos, clubes, salones, claques; ni siquiera un salón donde los fieles se reuniesen, dado que no había tampoco ni fe ni credo. En aquella época, a mediados de los años sesenta, uno sólo era consciente de que de repente había aparecido una especie de excitación artística en el periodismo, y que aquello era algo nuevo en sí mismo”. El “movimiento” que no fue, se trató de una corriente tan amplia que incluía a personalidades absolutamente contrapuestas, allí podían caber gente como Wolfe, Truman Capote, Norman Mailer, Joan Didion, Hunter Thompson o el mismo Gay Talese. Donde Thompson se erigía a sí mismo como el protagonista de sus relatos, acuñando el término periodismo gonzo -que tuvo muchos imitadores, pero nadie a la altura de la leyenda-, Talese se queda en un segundo plano, él no es el protagonista de la historia. Su perfil sobre Sinatra, por ejemplo, jamás podría haber sido escrito por Thompson, a quien describió como un “cracker”, un insulto racista dirigido a blancos pobres del sur que hace referencia a una persona de poca inteligencia: “Él no hizo lo que hice, no creyó en lo que hice. No quería encontrar el arte en la vida de las personas”. Thompson no pudo haber escrito “Honraras a tu padre” pero Talese tampoco podría haber hecho “Pánico y locura en Las Vegas”, claro.
Mientras que, para su libro Una extraña y terrible saga, publicado en 1967, Thompson convivió en California con los temibles Hell’s Angels, la mítica banda de motoqueros forajidos, participando él mismo de las orgías, el uso y abuso de drogas y las peleas interminables, Talese hizo lo propio con la familia Bonanno en Nueva York para su reportaje Honrarás a su padre, de 1967. El escritor entrevistó y convivió con varios miembros de la familia a tal punto que llegó a tener miedo que los enemigos de los Bonanno lo confundieran con un “asociado” y lo ajusticiaran. Incluso viajó a Sicilia, en Castellammare del Golfo, de donde era oriundo Joseph “Joe Bananas” Bonanno, el patriarca familiar. Sin embargo, Talese, de más está decir, no se involucró en las actividades de la familia, se limitó a embeberse del ambiente, preguntar, describir y detallar hasta lo más mínimo. Era, sin dudas, el mejor para la tarea, nacido en 1932 en Ocean City, una pequeña localidad de Nueva Jersey, su padre había sido un sastre emigrado desde Maida, ubicado en la región de Calabria, en Italia. El libro se centra, principalmente en Joe y en su hijo, Salvatore “Bill” Bonanno, y su estudio de personajes representan no sólo una obra clave de la historia de la mafia italoamericana sino también un antecedente fundamental de películas como El Padrino o de series como Los Soprano.
Talese demuestra un talento fuera de lo común a la hora de narrar las peripecias de los Bonanno, pionero a la hora de mostrar a los mafiosos no cómo unos malvados absolutos, sino como personas con luces y sombras, gente involucrada en actividades criminales pero con códigos de honor, familia y respeto. Una ética y una estética que sería tomada en literatura, series y películas posteriores. Aunque, por supuesto, la mística de la mafia y la Cosa Nostra sobrevuelan toda la narración, tampoco hay demasiada violencia ni se mencionan en exceso detalles escabrosos. Uno de los puntos claves del libro, más allá de la vida ilegal de los Bonanno, tiene que ver con los choques culturales. Una familia imbuida en las tradiciones sicilianas inmersa en una sociedad estadounidense que, a su vez, se encuentra atravesando un profundo proceso de cambios políticos, culturales y sociales. Talese al día de hoy afirma sentirse “un extranjero en su propio país” y muchas veces ha dicho que nunca se sintió “demasiado americano”, lo que le da una forma original y fresca de ver lo que sucede alrededor: “Tengo una sensación de extranjería sobre mí, un sentido de la alteridad. Yo no soy estadounidense en mi cabeza. Lo soy de nacimiento, pero tengo padre y madre extranjeros, y veo las cosas desde diferentes puntos de vista.” Es justamente esa alteridad, quizás, lo que le permitió retratar como nadie la vida de una familia italoamericana en la Nueva York de los años sesenta.
De sus compañeros de generación, Talese los sobrevivió a todos. Siempre fue más prolífico que el resto, y, de acuerdo con una de sus entrevistas más recientes, “es muy liberador ser viejo”, ya que no tiene que plegarse al clima cultural ni a las opiniones mayoritarias. Esto le ha provocado distintas polémicas en los últimos años, especialmente tras el auge de la cultura de la cancelación, a la que no sólo nunca adhirió sino que siempre criticó abiertamente. No por ello, Talese se convirtió en un conservador ni mucho menos, sino que se mantiene todo lo afuera posible de las dicotomías o los pensamientos binarios, en una época donde esto no es particularmente sencillo, o incluso, premiado: “No estoy de acuerdo con el gran mensaje de Estados Unidos de que estamos en el lado correcto, el de los ángeles. No lo estamos, pero creemos que lo estamos. Y no encuentro la oportunidad de expresar este punto de vista porque no me publicarían muy a menudo. El punto de vista ahora es que tienes que ser esto, esto, esto. Todo muy correcto. Está todo muy, muy cancelado. Si no publicas lo que la mayoría quiere, pierdes tu trabajo”. Actualmente, Talese asegura que no tiene tiempo ni para morir ni para relajarse. Representante de una estirpe que prácticamente ya no existe, su voz siempre fue original, pero, a sus 91 años, en medio de un clima cultural enrarecido hasta el extremo, su prosa es más distintiva y peculiar que nunca.
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