Escombros. Polvo en el aire. Gente dispersa. Desesperación. Las primeras imágenes del atentado a la AMIA que aparecieron en la televisión durante la mañana del 18 de julio de 1994 son postales del horror. Murieron 85 personas y más de 300 resultaron heridas. Luego de esa mañana, nadie ni nada volvió a ser igual. ¿Cómo seguir? Llevó su tiempo procesar las implicancias simbólicas —no sólo las materiales y las personales— de semejante masacre y entender que si la justicia no es un grito unificado, fruto de una memoria activa y de una organización social, el planeta seguiría girando hasta enterrar todo en el más profundo de los olvidos.
Comenzaron las movilizaciones, los actos, las conferencias, pero también los recitales, las muestras de arte, los videoclips, los libros, los murales, las performance. Todo se dio bajo una coordinación que se fue perfeccionando con los años. Así, dentro de la AMIA, en 2003, se creó el Espacio de Arte —hoy bajo la órbita del Departamento de Arte y Producción— con el fin de institucionalizar todas esas acciones que se venían realizando y darle un marco curatorial. Elio Kapszuk —curador, gestor cultural, activista— fue el encargado de llevarlo adelante, de otorgarle una mirada, una dirección.
¿Qué puede hacer la acción cultural en términos de concientización? ¿Pueden el arte y la memoria alinearse? De eso se trató siempre, de eso se trata. A continuación, un recorrido por los 26 años tomando 26 acciones —sólo una parte del gran trabajo—, y todas las historias detrás. Empecemos.
1. Recital por la reconstrucción (1994)
Aún todo estaba, como suele decirse, “en caliente”. No había demasiado que pensar, sólo actuar. Habían pasado cuatro meses del atentado. El 30 de noviembre de 1994, Luis Alberto Spinetta, Fito Paéz, Patricia Sosa, Sandra Mihanovich, Andrés Calamaro, Fabiana Cantilo, Juan Carlos Baglietto e Ignacio Copani subieron al escenario en un megarecital para recaudar fondos para la reconstrucción de la AMIA y rendir homenaje a las víctimas. Fue en el estadio Obras Sanitarias. Bajo el lema “Por la reconstrucción y para no perder la memoria”, y con la conducción de Julián Weich, el festival reunió a los principales músicos del país bajo una causa común, social, nacional, que no tenía que ver sólo con la comunidad judía, sino con toda la Argentina.
2. Pilotes, acción urbana (2006)
Buenos Aires es el súmmum del bullicio. Las novedades proliferan, chocan entre sí, se arremolinan en el aire y siguen. Todos los días proliferan salvajemente. Las novedades nacen, vuelan y mueren. Es un juego que va de la sorpresa al aplastamiento, porque cuando una novedad deja de ser novedad, se adhiere al tejido social y ya nadie la ve. Cuando el atentado a la AMIA ocurrió, los edificios de las instituciones judías decidieron poner pilotes y defensas en las veredas para prevenir que un coche bomba se vuelva a estrellar contra la fachada. Casi sin saberlo, esa pequeña pero sólida mampostería de las veredas se convirtió en, además de una medida de seguridad, un recuerdo urbano del dolor y el miedo. Durante los noventa eso persistió, pero pasaron los años y la novedad dejó de ser novedad: los pilotes se volvieron parte del paisaje cotidiano, un detalle más del óleo urbano, decoraciones exóticas de la calle, elementos invisibles. La sociedad los naturalizó y empezó a olvidar su verdadero significado. ¿Cómo escapar del adormecedor manto del acostumbramiento?
Durante doce días hábiles, entre el 30 de junio y el 17 de julio de 2006, el Espacio de Arte salió a la calle a reconstruir la novedad. Pilotes y defensas dejaron de estar sólo en instituciones judías para instalarse momentáneamente en edificios históricos y claves de la ciudad. La Biblioteca Nacional, el Hospital de Clínicas, la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, el Malba, Clarín, La Nación, el Cabildo y el Colegio Carlos Pellegrini fueron algunos de los lugares donde se colocaron estos elementos. Un pequeño acto en cada lugar a las 9:53 de la mañana —hora en que ocurrió el atentado— para luego esperar a ver las reacciones de los transeúntes que, desde luego, no podían evitar romper con su ensimismamiento y observar esta novedad no tan nueva: el recuerdo de una tragedia que aún continúa impune. “Si algún argentino tiene que usar pilotes, todos tendríamos que tener pilotes”, dijo el Dr. Manuel Montesinos, director del Hospital de Clínicas.
Tal vez para personas adultas que comprenden y recuerdan el atentado y que esos pilotes y defensas le llegan apenas a la cintura no se trate de una novedad demasiado disruptiva, pero ¿y los niños que ven desde abajo cómo las cúspides de esos elementos macizos se troquelan con el cielo? En arquitectura paisajística se utiliza el término skyline —literalmente “línea de cielo” — para referirse al horizonte artificial de una ciudad: los rascacielos que la recortan, que pueden servir como una especie de huella dactilar de las ciudades, ya que no hay dos iguales. Para los niños y las personas de baja estatura, los pilotes forman parte del skyline, con lo cual su presencia tiene una relevancia mayor. Naturalizados o no, son elementos que no sólo constituyen nuestra paisaje urbano, también nuestra identidad. La tarea de volver a hacerlos visibles tuvo una fuerte repercusión. Aquí nació, además, un libro titulado Pilotes y defensas con las fotos de Daniel Caldirola, que fue expuesto ese mismo año en el Espacio de Arte. Una suerte de catálogo de pilotes, porque no sólo se incluyeron las postales de la acción artística en la vía pública, también una serie de fotos de esas defensas que brillan firmes en las distintas instituciones judías: pilotes de todos los tamaños, colores y materiales. Una mirada a eso que ya no miramos. Una mirada a eso que necesitamos nunca dejar de mirar.
3. País de lágrimas (2007) de Escombros
Llorar. Hay momentos en que hay que llorar. ¿Pero hasta cuándo? ¿En qué momento sabremos que ya hemos llorado lo suficiente? Tal vez, cuando se haga justicia. El grupo artístico Escombros venía trabajando sobre esa idea. Durante el mes de julio, en el Espacio de Arte de la calle colgaban 85 bolsas transparentes con agua a manera de lágrimas por las 85 víctimas del atentado. Impresas en ellas en letra negra, sus nombres. Además, seis bolsas que dan cuenta que la tristeza de este pueblo se extiende a otras tragedias, muchas cotidianas, como las lágrimas de los chicos que mueren de hambre, de los que comen basura y visten harapos, de los que no pueden educarse, de aquellos a los que les robaron el futuro, de los que mueren de enfermedades curables, de los que no tienen ni tendrán trabajo. El llanto de situaciones evitables que exigen, para que las lágrimas cesen —al menos un poco, por favor—, justicia.
País de lágrimas condensó, en ese entonces, el sentido que intentaba imprimirle el Espacio de Arte a todas sus acciones: el poder de lo colectivo. Así se construye la memoria, entre todos. El historiador Pierre Nora solía decir que no hay memoria espontánea, que hay que crear archivos, que hay que mantener los aniversarios, porque sin vigilancia conmemorativa la historia los borraría rápidamente. En este sentido, Escombros sostiene en su accionar colectivo un gesto clave: renunciar al reconocimiento personal, al nombramiento del individuo para priorizar lo grupal y centrar todo el valor en una idea o acción que, justamente, se completa con la participación del público. ¿No es acaso lo que hace la memoria activa: abolir momentáneamente el individualismo y configurar una mente colectiva de lo que fue y ya no está?
Pocas cosas son tan universales como las lágrimas. En Londres, durante la mañana del 7 de julio de 2005, tres bombas explotaron en tres vagones del subte y una cuarta lo hizo en un autobús. Fue un atentado suicida que aún permanece impune y que dejó 56 muertos y 700 heridos. Dos años después, durante noviembre de 2007, la muestra de Escombros se trasladó a la Universidad de Londres para resignificarse en un homenaje para las víctimas de ambos atentados. Lágrimas Compartidas (Shared Tears) fue el nombre escogido. Allí, las bolsas transparentes llevaban, además de los nombres de los asesinados en 1994 en Buenos Aires, los ciudadanos que corrieron la misma suerte en la ciudad británica.
4. Justicia: acción rápida contra la impunidad (2007)
El primer “Objeto para la Memoria” se creó en 2007 y se llamó Justicia: acción rápida contra la impunidad. Fue la respuesta a una pregunta capital: ¿cuál es el remedio que podría curar el olvido, la enfermedad que nos aqueja día a día? En aquel entonces se promulgó una nueva normativa que obligaba a los médicos a recetar, ya no la marca del remedio, sino la droga genérica. Parados sobre esta coyuntura se efectuó la acción. En las esquinas de la AMIA pero también en el Microcentro y diversos puntos neurálgicos de la ciudad se repartió una pequeña cajita blanca con detalles celestes y una palabra, bien grande, en negro: Justicia. La simulación de un medicamento. ¿Qué se le pasaría por la cabeza a un transeúnte que, en el apuro del día, ve que una mano le extiende un remedio?
Adentro de la caja, un blíster vacío. ¿Por qué? Si el mejor remedio contra la impunidad es la justicia, ¿la justicia dónde está? Además, la caja contaba con un prospecto con los nombres de cada una de las personas asesinadas y la convocatoria al Acto Central. “Para que los crímenes no se repitan, para que los culpables tengan cuidado, exija la entrega gratuita”, decía junto al código de barras transformado en una cárcel para los culpables. Se repartieron 30 mil. Al año siguiente, en 2008, esta acción tuvo su continuidad. En esta ocasión, la caja era totalmente negra. Adentro, un blíster vacío con los colores de la bandera de Argentina. “Ni un solo día sin memoria. No tenemos remedio sin justicia”, se leía. Y también: “Recordar a las víctimas del atentado a la AMIA. Recordar que no podemos permitirnos vivir sin justicia”.
5. Fachada (2007)
Memoria es un sustantivo, pero bajo esa prenda que la hace estanca, fija, invariable, está su verdadera naturaleza, la de ser acción, verbo. Por memoria también se define a la capacidad de recordar, construir elementos en la mente que señalan algo que sucedió pero que no merece ser arrasado por el olvido. Una señalética en el pensamiento y, también, en el acto. Cuando ocurrió el primer atentado terrorista, el de la Embajada de Israel el 17 de marzo de 1992 que causó 22 muertos y 242 heridos, el edificio quedó destruido. Se pensó mucho sobre qué hacer con aquella construcción ubicada en la esquina de Arrollo y Suipacha. Finalmente la decisión fue donar el espacio a la Ciudad de Buenos Aires y construir ahí una plaza. Pero no cualquier plaza, sino una que deje una evidencia, una prueba de lo que es capaz la humanidad. Una evidencia del dolor, pero también una evidencia de aquel pueblo, de este pueblo, que no quiere dar vuelta la página, que quiere hacer de la memoria, no sólo un sustantivo, sino también un verbo: la acción de batallar contra el olvido.
En 2007 aquella pregunta volvió. ¿Cómo revalorizar un edificio, el de la calle Pasteur, tras un atentado que cumplía, en ese entonces, trece años? ¿Cómo hacer para que los transeúntes que pasaban apurados y cabizbajos abandonen —al menos por un día, ojalá para siempre— esa actitud cotidianamente pasiva? Fue entonces que se decidió trabajar sobre la fachada y sobreimprimir la imagen del viejo edificio. Era una época donde la Casa Rosada y varios edificios del centro porteño estaban siendo refaccionados, entonces se los cubría de tela mesh y se les ponía la foto de cómo quedaría. Así fue que la acción se volvió arquitectónica: se cubrió la fachada con un enorme manto, andamios y gigantografías. Las siglas de la Asociación Mutual Israelita Argentina volvieron a ser doradas sobre aquel negro original de mármol. Un cartel enorme, en lo alto, decía: “Los edificios se pueden destruir. La dignidad y la memoria de las 85 víctimas, no. Seguimos reclamando justicia con el dolor del primer día”. Aquel día el viejo edificio, el destruido, volvía a estar en la ciudad. Al pasar por allí, muchos se persignaban, otros se conmovían. Dejar de naturalizar el olvido, ese fue el objetivo. Ese día, nadie, ninguna persona, ni una, que haya pasado por Pasteur y haya visto la fachada intervenida, pudo seguir como si nada. De eso también se trata la memoria.
6. Duerme (2009) de Gerardo Feldstein
Silencio. En el Espacio de Arte, en la muestra montada en el año 2009, reinaba el silencio. En el centro de la sala, una instalación creada por Gerardo Feldstein: 85 pares de zapatos —la presencia de la ausencia, aquellas víctimas que no pueden estar representadas de forma completa— formaban un círculo rodeando una peculiar escena. Un perchero con un saco colgado, cientos y cientos de fotocopias de la causa AMIA desparramadas. Completan el desorden botellas de champagne, copas, cajas de pizza. Un sillón y, sobre él, tapado con una frazada, un hombre durmiendo con la cabeza bajo la almohada. El espectador que se acercase activa, mediante un detector de movimiento, un sonido emitido por los parlantes. “Silencio, por favor; su señoría duerme”, dice una voz femenina.
Durante los años noventa y gran parte de los 2000, la política argentina se envolvió en un proceso histórico donde reinó la impunidad (incluso hoy esta tendencia, bajo otras formas, continúa). El poder judicial cumplía su rol pasivo. ¿Pueden los jueces dormir sabiendo que, bajo su capacidad de acción, una causa que mantiene en vilo a una sociedad entera permanezca en la más violenta impunidad? ¿Qué soñarían en esas noches donde los familiares de las víctimas no pueden dormir? “Silencio, por favor; su señoría duerme”, decía la voz, y esa palabra, “duerme”, quedaba flotando en al aire de la sala, como un eco que traspasa las barreras del sonido y se cuela en los corazones, en las mentes, en las almas: “duerme… duerme… duerme”. Los 85 pares de zapatos, a su alrededor, vigilan al dormido. ¿Nosotros también lo estamos?
7. 9:50, 9:53, 9:56 (2010) de Agustina Galarraga
Sobre lo inconmensurable del instante. De eso trata esta exposición de Agustina Galarraga que montó en julio de 2010 en el Espacio de Arte. Ella es sobrina de una de las víctimas del atentado, con lo cual su voz está atravesada por el dolor de una historia familiar. La instalación consta de 85 bloques de cemento. Esos bloques, que representan a las víctimas, están divididos por sus edades. Grafican tres momentos: el instante previo a la explosión, donde los bloques están quietos; cuando todo estalla, que los bloques están en el aire; y el tercero, donde ya todo ha sucedido. Son tres etapas que contienen universos.
Frente a la AMIA funcionaba la imprenta Chiesa-Galarraga, propiedad de Guillermo Galarraga y Humberto Chiesa. En el momento del atentado, en el negocio había cinco personas: los dueños, pero también Adriana Mena, Fabio Bermúdez y Raúl Sánchez. Un segundo antes, Guillermo y Humberto estaban sentados, hablando, sólo los separaba un escritorio. Cuando la bomba explotó, la onda expansiva tiró a Humberto, a Raúl y a Adriana contra el fondo, y a Guillermo y a Fabio hacia fuera. A estos últimos les tocó morir. Las otras tres personas son sobrevivientes.
Sobre lo inconmensurable del instante habla 9:50, 9:53, 9:56, porque la tragedia rompe el orden natural del tiempo y hace de ese momento, que bien podría ser uno más en la sucesión mecánica, algo tristemente trascendente. ¿Cuántas emociones caben en ese instante en que el atentado se llevó 85 personas? En la obra de Agustina Galarraga hay algunas respuestas.
8. Alcohol en gel (2010)
Un frasquito de plástico transparente con una etiqueta negra. Eso se repartía en las calles de Buenos Aires y las caras de los transeúntes era, en el momento que recibían el objeto, de mucha sorpresa. Aún no existía la pandemia del coronavirus. En aquella época, el virus H1N1 —también conocido como virus de la gripe porcina— había arribado a la Argentina por medio del contacto aerocomercial con las áreas endémicas, principalmente México y Estados Unidos. Comenzó en abril de 2009, lo que llevó a fijar medidas de prevención. Para fines de ese año ya se habían registrado 685 muertos. Como hoy, lavarse las manos era una forma de prevenir el contagio.
Así, el alcohol en gel tuvo su utilidad coyuntural, pero también sirvió para dar un mensaje extra. Al mirar el frasquito y ver las inscripciones que llevaban, las expresiones en los rostros de los transeúntes mutaba hacia alguien que capta una idea. “Sacate los gérmenes pero no te laves las manos”. También había otras leyendas: “La impunidad también mata” y “La memoria la construimos entre todos”. Esta acción se realizó en el año 2010 para la convocatoria del Acto Central por el 16° aniversario del atentado a la AMIA. Fue una de las tantas que se hicieron en aquel año, que coincidió con el Bicentenario de la Revolución de Mayo donde, allá por 1810, se destituía definitivamente al Virrey de España y Argentina empezaba a ser un país libre. En ese contexto, con más gente en la calle, se entregaron miles de objetos.
9. Murales por la Memoria (2010-2011-2012)
Arte y memoria son las dos piezas a unir en todo este recorrido. “Murales por la Memoria” surgió para interpelar desde lo público, desde el paisaje urbano y su cotidianeidad. Si el olvido es un hecho natural, entonces hay que ejercitar la memoria, nutrirla, trabajarla, retratarla en la calle. Se decidió traer aquí, a la Argentina, a Buenos Aires, al siglo XXI, la tradición muralista latinoamericana para reflexionar desde la inmensidad de un paredón que acompaña a los transeúntes en su camino al trabajo, al colegio, al hogar, a cualquier lado. ¿Cómo hacer que, en esa carrera contra el tiempo y el olvido, las acciones que tienen fecha de vencimiento puedan extender su vida útil? Se llegó así a una respuesta: crear espacios de memoria y lugares de instalación permanente. Este programa artístico adquirió la forma de un gran mosaico plástico de tragedias que nos ayudan a tejer lazos de entendimiento y de solidaridad, así como también a visualizar el riesgo que conlleva tomar al otro, al prójimo, como enemigo. En 2010 Omar Panosetti hizo Memoria Argentina en homenaje a las víctimas de la AMIA y Mariano Sapia pintó Olvido Terminal aludiendo al Holocausto; en 2011 Diego Perrotta hizo Rostros por la Memoria (a los 30 mil desaparecidos), Leonel Luna pintó El origen de los pueblos (representa a los descendientes de aquellos pueblos masacrados por la “Campaña del desierto”) y Claudio Gallina creó ¿Quién se acuerda del Genocidio Armenio?; y en 2012 El hundimiento de Eduardo Faradje homenajea a los caídos en la Guerra de Malvinas que viajaban en el crucero ARA General Belgrano.
10. Candombito del recuerdo (2010) de Liniers y Kevin Johansen
Pintar con música, una experiencia normal para la mayoría de los artistas. ¿Qué hay entre ambas disciplinas artísticas que, aunque distintas, las vuelve tan similares? Kevin Johansen y Liniers decidieron llevar a la práctica está conjunción en una acción artística. Muchísimos conciertos han compartido y allí, sobre el escenario, dan cuenta de cómo el arte puede salirse de lo esperable para que emerja un fenómeno distinto. Uno canta, el otro dibuja detrás. En el año 2019, sobre la plaza seca de la AMIA, Liniers pintó 85 puntos de color mientras detrás, como poniéndole ritmo a la pintura, Kevin Johansen tocó una emotiva canción: “Candombito del recuerdo”, escrita especialmente para la ocasión. ¿O fue Liniers el que le ponía colores a la música? “Ahora debes estar sonriendo, parece que seguís aquí”, cantaba Johansen mientras el ilustrador maniobraba sus pinceles. Un tema ilustrado. Una pintura musicalizada.
11. Dos ciudades, diez años, un mismo dolor (2010)
Una mañana como cualquier otra, de esas en que todo el mundo estaba yendo a trabajar, ocurrió un atentado en Madrid. El 11 de marzo de 2004 entre las 7:36 y las 7:40 se produjeron diez explosiones en cuatro trenes de la capital española. Murieron 193 personas y alrededor de dos mil resultaron heridas. Se trata del atentado más grande de la historia de España y el segundo de Europa. Desde aquel momento, el mundo se volvió más inseguro, peligroso e insensible. Sin embargo, y pese al dolor ocasionado, el pueblo no se sumió en el silencio. Recordó, buscó justicia, no dejó que el olvido se apropie de todo. En esa misma línea fue que se montó la muestra Dos ciudades, diez años, un mismo dolor en el año 2010 coordinada entre el Espacio de Arte y el Centro Marc Turkow, en conjunto con la Cancillería española a través de Casa Sefarad y en el marco de la VI Cumbre Unión Europea, América Latina y el Caribe.
Fue en la Estación Atocha. Una exposición fotográfica que refleja las imágenes captadas por reporteros gráficos argentinos entre el 18 y el 21 de julio de 1994. En el piso, como si fuera una guía, stickers con forma de pasos. Dentro de estas huellas, un lema impreso: “A cada paso seguimos recordando”. Los espectadores miraban las fotos, recorrían la muestra, se conmovían y convertían lo ajeno en algo propio. Porque todos fuimos víctimas; ambos atentados le ocurrieron al mundo, a la humanidad. Ese año la misma exposición se realizó en el Centro Cultural Rojas de Buenos Aires con el nombre Argentina 18 de julio de 1994 —fotos de Julio Menajovsky, Daniela Java, Claudio Herdener y Eduardo Longoni con curaduría de Elio Kapzkuk y Ana Weinstein— y, al año siguiente, en la SIGEN (Sindicatura General de la Nación), culminando en un libro. La dedicatoria fue a las víctimas, pero también a todos los que han sufrido en algún lugar del mundo la asesina violencia del odio.
Pero al momento de montarla en España, surgió una pregunta: ¿qué mostrar? Cada país cuenta con sus propios consensos en este aspecto. Estados Unidos después del atentado a las Torres Gemelas, por ejemplo, fue muy riguroso en la indicación de no exhibir determinadas imágenes porque podrían tener un fuerte impacto sobre la ciudadanía. Pero las fotografías no son imágenes inventadas por los fotógrafos sino documentos de lo sucedido. Y el dolor está ahí: en saber que eso efectivamente ocurrió. La realidad siempre es más dura. A diez años de aquella fatídica mañana en Buenos Aires, ocurría otra en Madrid: el atentado 11 M, como se lo conoce. En dos ciudades distintas y con diez años de diferencia, pero el dolor es el mismo.
12. Ausencia visible (2012) de Emiliano Miliyo
Todo en este mundo es una contradicción. ¿A qué dios se le ocurrió tanto dolor matizado con pequeños momentos felices? ¿Cómo pensar lo inconmensurable de la belleza sin el horror latente con el que se vive en nuestras sociedades? La contradicción puede quitarnos la cordura, es cierto, pero también, si nos enfocamos en su naturaleza, comprender mejor el mundo que habitamos para hacerlo, por fin, un lugar mejor. En esto pensó el artista Emiliano Miliyo cuando, desde la AMIA, se le encomendó una obra que pueda dar cuenta de la tensión permanente e interminable entre memoria y olvido. Para eso, buscó representar aquella contradicción. El resultado, expuesto en la SIGEN en 2012, fue un ícono inequívoco de la civilización occidental: la columna clásica o grecorromana. Y la presentó de tal forma que, aunque le falta una parte, sigue cumpliendo su rol estructural: metáfora contundente de la ausencia que se hace presencia. Es decir, la materialización de esa ausencia surge del vacío que genera el dolor, pero el artista lo llena, lo completa, con recordación: aquello que no estamos dispuestos a olvidar. Fue así que se evidenció, con gran sutileza y profundad artística, la necesidad de la memoria ante acontecimientos trágicos y la potencia que desata la reflexión sincera. Una vieja pregunta de Theodor Adorno decía: ¿se puede escribir poesía después de Auschwitz? Aquí, en la Argentina del siglo XXI y con la impunidad escandalosa en la causa AMIA, la respuesta adquiere un nuevo valor: no se puede, se debe.
13. Una mañana de julio (2012) del Foro de Ilustradores
El humor ilustrado fue uno de los pilares que coordinó sus acciones artísticas de concientización en los últimos años. En 2012, por ejemplo, se trabajó junto al Foro de Ilustradores de Argentina —que nuclea a más de mil artistas— y a quien entonces era su coordinadora, Mónica Weiss; un catálogo y una muestra en el Centro Cultural Recoleta fue el resultado. De allí surgió la idea —porque todo es una enorme cadena— de convocar a cuentistas de literatura juvenil y hacer un libro ilustrado. La premisa era: si la historieta cautiva al público joven, ¿cómo ahondar en ese sector de la sociedad? Una mañana de Julio, cuentos para no olvidar fue el nombre de este libro que contó con 231 ilustraciones —del Foro de Ilustradores— junto a cuentos de Canela, Eduardo Abel Giménez, Enrique Melantoni, Márgara Averbach, Verónica Sukaczer, Graciela Rapún, Paula Bombara y Daniel Burman. Aquí se puede leer.
14. Sembremos Memoria (2012)
Cinco pétalos azules del color del cielo adornan un centro amarillo como el sol. Son flores pequeñas, de no más de un centímetro de diámetro que crecen en los extremos de un ramillete. Se llaman myosotis sylvatica pero se las conoce con un nombre popular e inconfundible: Nomeolvides. Y aunque parezca un pedido romántico, una declaración de amor incondicional, es también la forma que encontró la humanidad de nombrar algo tan bello como una flor. Como si el lenguaje pretendiera emular la belleza de las cosas. Y acá, además, el juego de palabras completó el concepto, porque el Espacio de Arte incluyó a estos peculiares especímenes naturales dentro de sus acciones artísticas del año 2012 bajo el nombre de Sembremos Memoria: bolsitas transparentes con semillas de Nomeolvides, repartidas en el Día del Periodista. “Este sobre contiene un gramo de semillas de Nomeolvides (myosotis sylvatica), planta rústica con flores de color azul perfumadas. Su principal forma de reproducción es la siembra. La acción de sembrar implica esparcir semillas en un terreno preparado para que germinen y den plantas o frutos. Metáfora exacta del concepto de memoria como herramienta para detener el trabajo corrosivo del olvido, a través de la verdad y la justicia. Para que florezca el futuro”.
15. Memotest (2012)
Así como el Espacio es un lugar desconocido —¿qué hay más allá de la Tierra, el Sistema Solar, la Vía Láctea, el Grupo Local?—, dentro de nosotros, el cerebro es un territorio que guarda infinitos secretos imposibles de revelar. Nadie lo sabe con precisión y detalle, pero la memoria es un universo inabarcable. Desde tiempos remotos, la humanidad ha intentado desarrollarla, sobre todo en los más chicos, mediante juegos de ingenio. Un emblema es el famoso Memotest: un conjunto de cartas donde se repiten de a pares. Están boca abajo y cada jugador da vueltas dos por turno. En el caso que no sean iguales, las vuelve a poner boca abajo. Un sistema sencillo pero concreto: trabaja la memoria en su sentido más elemental.
En el año 2012 se diseñó su propio Memotest. Un total de 44 cartas representaban 20 temas: tragedias que marcaron la historia argentina —el atentado a la AMIA, el asesinato de José Luis Cabezas, la Semana Trágica, entre otras—, así como también deudas de nuestra democracia —corrupción, pobreza y desnutrición, por ejemplo—. Había dos cartas en blanco para dejar abierto el itinerario. Cada par fue ilustrado por destacados artistas: Pablo Zweig, Jumo (Julián Roldán), Daniel Roldán, María Maggiori, Poly Bernatene, Vale Ravecca, Verónica Fradkin, Josefina Wolf, Mónica Weiss, Gabriela Escobar, Gabriela Thiery, Sabrina Dieghi, Juan Manuel Tavella, Criska (Cristian Cánepa), Bela Abud, Camilo Rodríguez, Mako Fufu, Paula Ventimiglia, Diego Bianki, Grace (Graciela Fernández), Fernanda Bragone, Gastón Caba. Dos años después, en 2014, se realizó una muestra en la SIGEN con el juego enorme, sobre una pared, titulada Memotest AMIA. ¿De qué no nos tenemos que olvidar los argentinos? A la curaduría fue hecha por, además de Elio Kapszuk, Mónica Weiss. Hay una versión online para jugar a este Memotest.
16. Carro de la Memoria (2013) de Jorge Caterbetti
¿Lo imaginan? Un carro gigante recorriendo las calles de Buenos Aires. Los que no lo vieron en aquel 2013, vale la pena hacer el esfuerzo e imaginarlo. Es un carro de madera que transporta las miles y miles de fotocopias de la causa impune de la AMIA agrupadas en cajas. El carro va lleno, exageradamente lleno, y sale de la puerta del Hospital de Clínicas. Lo empujan —porque empujar significa hacer fuerza hacia adelante contra lo que quiere permanecer inmóvil— 300 chicos de escuelas judías y no judías, privadas y públicas. Las ruedas también están hechas con las fotocopias de la causa. Fueron pegadas por estos estudiantes una a una, formando cuatro grandes rollos que son, ahora, cuatro ruedas gigantes. A paso lento, el Carro de la Memoria se dirige hacia la sede de la AMIA en la calle Pasteur. Llueve y el cielo, cada vez más gris, amenaza con desparramar un chaparrón sobre la ciudad. Sin embargo, el carro avanza persistente. Es, como dicen hoy los adolescentes, todo lo que está bien: la fuerza colectiva de la memoria venciendo el entumecimiento de la justicia, descongelándola para soñar con la posibilidad de que la impunidad algún día desaparezca.
Jorge Caterbetti, el artista que diseñó el carro, es un orfebre. Lo motivan los materiales y, sobre todo, la posibilidad de modificarlos, dotándolos y redescubriendo en ellos una forma expresiva propia. Le interesan los archivos, los objetos que se encallan en el tiempo. Cuando el Espacio de Arte le propuso realizar una obra monumental e impactante en conmemoración del 19º aniversario al atentado, dijo que sí de inmediato y sugirió algunas ideas que, luego de girar en torno a la curaduría, encontraron este desenlace. “Sobre el Carro de la Memoria —escribió el artista en aquel entonces— hay lugar para treinta mil desaparecidos, para Jorge Julio López, para Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, para Mariano Ferreyra, Candela Rodríguez, Miguel Bru y todas las víctimas del gatillo fácil, los jóvenes de Cromañón, los muertos de la estación Once, los condenados a la calle y los postergados de todos los rincones. Sobre estos maderos esperanzadores cabe todo un pueblo, llevémoslo a destino entre todos, no dejemos que la impunidad detenga su camino”. En 2015, se expuso en el Centro Cultural Recoleta.
17. La Antimarcha (2015) de Mookie Tenembaum
Mookie Tenembaum siempre supo que su arte debía jugar en el terreno de la vía pública, donde courre todo, el espacio común. La Antimarcha ocurrió el año 2015, el 8 de julio, un mediodía fresco de sol radiante, cuando 85 chicos vestidos con capotes celestes y formados en tres filas marcharon hacia atrás. ¿Qué pensaría un transeúnte distraído al ver la escena? 85 chicos —todos menores de 21 años: ninguno vivía cuando se produjo el atentado— marchaban hacia atrás desde la sede del Palacio de Justicia, en Talcahuano al 500, hasta la AMIA, en la calle Pasteur celebrando una triste “omisión cumplida”. Metáfora precisa y certera de un doloroso retroceso.
18. Estación Pasteur-AMIA (2015)
El mayor nivel de trascendencia de las acciones del Espacio de Arte ocurrió en 2015 cuando alcanzó niveles insospechados. Pero la historia comienza antes, mucho antes, en la imaginación de quienes finalmente lograron, luego de una década moviendo piezas y traccionando voluntades, que una estación de subte se convierta en un espacio de memoria y reclamo de justicia permanente. AMIA y SBASE (Subterráneos de Buenos Aires) firmaron un acuerdo que permitió realizar el proyecto sobre la estación de la Línea B que hoy conocemos como Pasteur-AMIA, a dos cuadras del lugar donde ocurrió el atentado del 18 de julio de 1994 en el que murieron 85 personas. Fue en esta histórica acción cuando se sumó al equipo de trabajo habitual del Espacio de Arte, el Departamento de Comunicación y Prensa de la AMIA, dirigido por Gabriel Scherman.
En lo primero que se pensó a la hora de trabajar el contenido fue en la figura del usuario del subte. ¿Cuánto tiempo permanece en la estación? ¿Qué ángulo y rango de visión tiene? ¿De qué forma se lo puede interpelar sin caer en la espectacularidad ni en la solemnidad de los memoriales y monumentos? Fue entonces cuando todo el trabajo que se venía haciendo con el programa Memoria Ilustrada sonó con fuerza. El humor popular de todos esos ilustradores que se la habían ingeniado para que la memoria no sea patrimonio de la seriedad fue lo que se estampó en las paredes. Color, mucho color, ironía, chistes… pero, sobre todo, un reclamo inequívoco de justicia.
Se ve, por ejemplo, el trabajo de Buenos Aires Stencil: una Justicia que tacha, como si estuviera presa, todos los días que lleva la impunidad. También las viñetas de Corne, Tute, Sendra, Sergio Izquierdo Brown, Crist, Fontanarrosa, Caloi, Alfredo Grondona White, Sábat, Daniel Paz, Jorh y Langer-Mira. Todas en las paredes del lado en que la máquina lleva a los pasajeros hacia la estación Juan Manuel de Rosas. Del otro lado, de la que va hacia el centro, hacia L. N. Alem, están los dibujos de Pito Campos, Liniers, Napo, Rudy-Pati, Maitena, Miguel Rep (con letra de “La memoria” de León Gieco), Sendra, Ceo, Rocambole y la reproducción de un cartel con los nombres de las víctimas del atentado. En el medio de ambas vías, un reloj —objeto artístico de Emiliano Miliyo— que marca siempre la misma hora y el mismo día: 9:53 del lunes 18 de julio de 1994. Y otro de Luis Campos que detalla la cantidad de días que pasan “sin verdad y sin justicia”.
Esta muestra permanente —que al año siguiente, en 2016, quedó materializada en un libro desplegable— se completó con la proyección de videos, diversas intervenciones artísticas en las escaleras y los techos de los pasillos y una máquina de escribir antigua, símbolo de que la palabra —antónimo de la pasividad del silencio— es la única herramienta que puede sacarnos del letargo que implica naturalizar el olvido y dejar de reclamar justicia. Hoy, entre los distintos lugares de la memoria que existen en la Argentina, está la estación Pasteur-AMIA de la Línea B del subte, donde miles y miles de personas pasan por allí y detienen su mirada, aunque sea unos pocos segundos.
19. Memoria AMIA (2016)
Una noche de octubre de 1997, durante un concierto en la Plaza República Oriental del Uruguay entre Alcorta y Libertador, Elio Kapszuk le pidió a León Gieco que escribiera una canción sobre el atentado a la AMIA. Más que un pedido, fue un deseo expresado en voz alta. El tiempo siguió su recorrido, a veces lento, otras tantas más rápido, pero en la cabeza de León Gieco esa idea nunca se fue. Tal es así que un día de septiembre del 2000, en el aeropuerto de Ezeiza, le puso unos auriculares y le pidió que escuchara algo. Acababa de grabarla, aún no se había ensayo nunca; era “La memoria”, una de esas canciones que se han transformado en un himno argentino, en un símbolo de esta patria golpeada y maltratada pero que aún resiste los embates con firmeza y honor. Pasaron muchos años, quince en total, hasta que en abril de 2015, mediante una charla casual —las mejores cosas suceden así—, surgió la idea de que aquel emblemático tema sea interpretado por muchos artistas argentinos en el marco del 22° aniversario del atentado a la AMIA. Y que sea, además de una canción, un video. Sin dudarlo, Gieco aceptó. A las conversaciones se sumaron su manager Virginia Machuca Taranto y Gabriel Scherman, y todo se fue construyendo poco a poco como un castillo sólido y plural: Lito Vitale se encargó de la dirección y la producción musical; K&S Films a la producción del video; Laboratorio Elea, Grupo Insud y Banco Hipotecario de financiar el proyecto; Guido Chouela de realizar las fotografías. Entonces empezaron las grabaciones.
Participaron Javier Malosetti, Luis Salinas, Luis “Gurito” Gurevich, León Gieco, Valeria Lynch, Abel Pintos, Andrés Ciro Martínez, Miss Bolivia, Palo Pandolfo, Raúl Lavié, Julia Zenko, Pedro Aznar, Horacio Fontova, Patricia Sosa, Peteco Carabajal, Liliana Vitale, Verónica Condomí, Hilda Lizarazu, Lisandro Aristimuño, Bahiano, Charo Bogarín (de Tonolec), César “Banana” Pueyrredón , Celeste Carballo, Paz Martínez, Rodolfo Mederos, Víctor Heredia, Diego Torres , Maxi Trusso, Karina La Princesita, Luis Pescetti, Mex Urtizberea , Kevin Johansen, Ligia Piro, Teresa Parodi, Rolo Sartorio (de La Beriso), Axel, Liliana Herrero, Lucía y Joaquín Galán (Pimpinela), Tomás Taranto (de Infierno 18), Lula Bertoldi (de Eruca Sativa), Los Tipitos, Gladys La bomba tucumana, Leo García, Raúl Porchetto, Adriana Varela, Lito Vitale, Chango Spasiuk, Marcelo “Corvata” Corvalán (de Carajo), Elena Roger, Juan Carlos Baglietto, Raly Barrionuevo, Luciano Pereyra, Alejandro Lerner, Lali Espósito, Marcela Morelo, David Lebón, Cóndor y Dany (de La Bersuit), Marian Farías Gómez, Mavi Díaz, Guillermo Fernández, Nahuel Pennisi, Amelita Baltar, Iván Noble, Arbolito, Ricardo Mollo, Litto Nebbia, Gustavo Santaolalla, Soledad Pastorutti, Marilina Ross, Miguel Cantilo, Emilio Del Guercio, Bruno Arias, Sandra Mihanovich, Cucho Parisi (de Los Auténticos Decadentes), Nacha Guevara, Jairo, Los Nocheros, Adrián Barilari, Javier Calamaro, Natalia Oreiro, Benito Cerati, Emme, Nito Mestre, Piero y Andrés Giménez.
Todas las fotos tomadas por Chouela, donde cada artista sostiene un cartel con el verso de la canción que canta, confluyeron en una muestra en el Espacio de Arte de la AMIA. Los espectadores que la visitaban podían sostener ellos mismos esos carteles y sacarse fotos, lo cual le daba una característica participativo a la exposición. Al año siguiente —porque las buenas acciones artísticas siempre articulan nuevas ideas— se dejó testimonio de todo esto: un libro titulado Memoria AMIA (aquí se lo puede leer online) donde quedó todo registrado, junto a la traducción de la canción al armenio, al francés, al idish, al chino, al japonés, al árabe y al hebreo, y también las decenas de historias que suscitaron esta grabación. Aunque quizás acá, ahora, valga la pena destacar una, narrada en el libro por la escritora Ana María Shua. Cuando el video de la canción se publicó en las redes, rápidamente se viralizó. Desde España, un argentino llamado Martín Guever señaló que una de las víctimas —Marisa Said, que al morir tenía 22 años, estudiaba Psicopedagogía y trabajaba como recepcionista en la AMIA— fue su compañera de escuela, al igual que de Marcelo “Corvata” Corvalán, cantante y bajista de Carajo, quien participó en la canción. Él no lo sabía, y mucho menos recordaba el nombre de su excompañera, dado que compartió aula poco tiempo porque venía de otro colegio. Inmediatamente se puso en contacto con la madre, Teresa, quien le mostró algunas fotos. Al verlas, no pudo evitar emocionarse. Reconoció el rostro de Marisa enseguida. Fue ella quien lo había ayudado a integrarse al nuevo grupo, donde no tenía amigos. Es ahí cuando el lazo se profundiza, se hace carne, pero también emoción. “Corvata” le escribió una canción. Basta con escucharla para que una lágrima indómita rueda por tu mejilla.
20. El Libro de la Memoria (2017)
En la era de lo audiovisual, un video. Repicado en las computadoras de las oficinas, en los televisores modernos de las casas, en los celulares de la gente que viaja en el bondi. Un video capaz de contar con síntesis un hecho triste y conmovedor para sembrar conciencia y seguir pidiendo justicia. ¿Era posible lograr eso? Así como en 2016 distintos artistas cantaron la canción de León Gieco, ahora la apuesta estaba ligada a la literatura. Y se proyectó, además, en la posibilidad de hacerlo libro. Pero eso llegaría después. Lo primero fue convocar a Ana María Shua para que diseñe un poema coral, casi como un rompecabezas de voces clásicas, compuesto por frases de distintos escritores y escritoras que den cuenta de nuestra identidad y nuestra memoria. Matías Bertilotti dirigió el video y Lito Vitale le puso la música.
“La Patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo…”, comienza diciendo Ricardo Darín, quien abre el corto, con Dolores Fonzi a su lado, que completa: “…aunque nadie es la patria, pero todos lo seamos”. La frase es de Jorge Luis Borges y, dispuesta en este contexto, se resignifica y adquiere una nueva potencia. El texto completo reúne citas de autores fundamentales para nuestra cultura. Desde el propio Borges, Silvina Ocampo, Juan José Saer, Domingo Faustino Sarmiento,, Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal y José Hernández, pasando por Luis Alberto Spinetta, Adolfo Bioy Casares, Aída Bortnik, Leónidas Lamborghini, María Elena Walsh y Roberto Arlt, entre tantos otros. La pronunciación de cada intérprete le da el dramatismo y la seriedad que la ocasión amerita. En total, son más de sesenta actores de distintas trayectorias artísticas y diversas miradas ideológicas unidas por un reclamo justo y firme: seguir exigiendo verdad, memoria y justicia por el atentado que causó una herida imborrable, no sólo a la comunidad judía, sino a todo el pueblo argentino.
Los actores que participaron son: Facundo Arana, Cristina Banegas, Valentina Bassi, Leonor Benedetto, Max Berliner, Antonio Birabent, Nicolás Cabré, Gloria Carrá, Luciano Cáceres, Luciano Castro, Lidia Catalano, Gabriel Corrado, Lito Cruz, Alejandra Darín, Ricardo Darín, Federico D´ Elia, Emilio Disi, Nancy Duplaá, María Fiorentino, Dolores Fonzi, Guillermo Francella, María José Gabin, Gustavo Garzón, Juan Pablo Geretto, Esther Goris, Antonio Grimau, Martina Gusman, Karina K, Silvia Kutica, Osvaldo Laport, Juan Leyrado, Luis Luque, Luis Machín, Leonor Manso, Jorge Marrale, Peto Menahem, Mercedes Morán, Laura Novoa, Osmar Nuñez, Mario Pasik, Florencia Peña, Carla Peterson, Diego Peretti, Andrea Pietra, Enrique Pinti, Guillermo Pfening, Carlos Portaluppi, Arturo Puig, Diego Ramos, Gerardo Romano, Cecilia Roth, Martín Seefeld, Roly Serrano, Griselda Siciliani, Soledad Silveyra, Jazmín Stuart, Adrián Suar, Eugenia Tobal, Ángela Torres, Violeta Urtizberea y Eleonora Wexler.
“Sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea el lobo del hombre, sino su hermano”, es una de las tantas frases —autoría de Rodolfo Walsh— que podrían destacarse. También “Sólo está muerto aquello que definitivamente hemos olvidado” de Héctor Tizón, o “Los ideales son la única forma de saber que estamos vivos” de Osvaldo Soriano. Pero la que aparece dos veces, que es de Borges y con la que se cierra el texto —Guillermo Francella la pronuncia— dice: “Sólo una cosa no hay: es el olvido”. Mediante el recurso literario de la letanía, los actores repiten, como un mantra, “23 años después”. De esta forma, quedó en claro el paso del tiempo, el dolor del pasado, tan lejano y cercano a la vez, y esa frase de Juan Gelman: “El tiempo pasa con su escoba de olvidar y algunos la agarran. No es difícil barrer los recuerdos que las circunstancias tornan molestos”. El libro se publicó al año siguiente, en el cual se incluyó otra acción monumental del 2017: Trafic de Tomás Espina.
21. Trafic (2017) de Tomás Espina
Lo que irrumpió en la quietud de la mañana del 18 de julio de 1994 fue una trafic modelo 87-89 color blanco capelo. Estalló y, con ella, el edificio de la AMIA ubicada en la calle Pasteur. Cuando se supo finalmente que fue la trafic lo que detonó el lugar mediante la metodología conocida como “coche bomba” corría el mes de diciembre de 2016. El examen de las esquirlas no dejaba dudas y así lo informó un documento emitido por la UFI-AMIA. ¿Cómo hacer arte después de ésto? Las formas de narrar las tragedias mediante acciones artísticas son muy variadas y conllevan distintos alcances, aunque cada una tiene su característica, su contexto, su momento. Están las acciones pedagógicas y representativas; las que trabajan desde el tiempo contrastando el pasado con el presente; las que ponen el eje en las víctimas y sus testimonios; las que deciden transitar el binomio presencia-ausencia; las que usan la ficción para dar una mirada más abierta; también el humor, siempre provechoso y desacartonado; incluso las que señalan a la justicia, la falta de respuestas, el cielo oscuro de la impunidad. Pero Tomás Espina decidió utilizar una operación que tenga que ver con hacer mutar objetos reales y simbólicos. Como la trafic.
El trabajo de Espina tiene que ver con la violencia. Se especializa en abordar transformaciones conceptuales utilizando materiales agresivos e inestables como la pólvora, el hollín o la carbonilla. La violencia forma parte de la materialización misma de sus obras. Se consiguió una trafic de las mismas características a la utilizada en el atentado para que Espina la intervenga. Fue algo más: la convirtió en un abecedario esténcil, connotación directa al arte callejero y la protesta social. Todas estas piezas, además del esqueleto de la trafic sobrante, fue presentada en la edición 2018 de ArteBA para luego ser donada al Museo Nacional de Bellas Artes y exhibida de manera permanente en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. De este modo se convirtió en una obra monumental, arriesgada e imponente. En la realización estuvo Ernesto Sotera y, junto a las fotos de David Lemcke, Leonardo Kremenchuzky y Bernardo Kapszuk, todo quedó documentado en el libro Trafic, publicado en 2018, contraparte de El Libro de la Memoria. Uno de un lado, otro del otro; pero el mismo objeto reversible.
22. Ronda de la paz (2018) de Pedro Aznar y Piñón Fijo
Sebastián Barreiros tenía cinco años en 1994. Iba a la última salita del jardín. El 18 de junio por la mañana caminaba de la mano de su madre rumbo al Hospital de Clínicas. Quiso tomarse el subte y su madre le cumplió el deseo. No era fácil decirle que no. Basta con contar esta anécdota: a los tres años, le dijo a su maestra que quería ser Presidente “para pagarle mucha plata a los jubilados”. Caminaban juntos de la mano, iban por la calle Pasteur, entonces, de pronto, la explosión. Rosa, su madre, se salvó, pero él murió al instante. Las preguntas por el destino no tienen demasiado lugar aquí, porque son caprichosas e inexplicables. El interrogante que más pesa es el del vacío que deja, no sólo la muerte de un niño tan chico, con tanto futuro, con tanta vida por delante, sino la de la impunidad:. Sebastián Barreiros es la víctima más joven del atentado y a partir de su historia se realizaron, en el año 2018, una serie de homenajes artísticos.
Si el recordado es un niño, ¿cómo hablarles a los niños de lo que sucedió y cómo hacerlos reflexionar al respecto? ¿Cómo contar la historia de Sebastián a chicos que hoy tienen su edad? ¿Cómo se puede trabajar la memoria con los más pequeños? ¿A través de qué medio los conceptos de paz y justicia pueden transmitirse a las nuevas generaciones? Un video, una canción, muchos colores, narración pedagógica y lúdica, como un juego, siempre entre sonrisas. Piñón Fijo puso la letra y Pedro Aznar la música. Así nació Ronda de la paz, una canción infantil conmovedora y fogonera. “Cuando Don Sueño se me demora siempre le pido a mi Sebastián que la memoria y la justicia ronden cerquita de la verdad”, cantan en el video —dirigido, editado y animado por Franco Olivetta y Fabián Gómez— junto a los personajes diseñados por Jorh.
23. Futuros negados (2018)
“Sebastián tiene 29 años, abre la puerta de un departamento de dos ambientes que huele a pintura fresca. La luz lo sorprende y lo obliga a parpadear varias veces. ‘Hay que poner cortinas urgentes’, piensa.” Así arranca el cuento que escribió Eduardo Sacheri. Más que cuento es un relato que, en la voz del actor Diego Peretti, funciona como hilo conductor de un video dirigido por Sebastián Mignogna y Cecilia Atán. Allí, sobre imágenes reales, aparece un dibujo que emula ser Sebastián Barreiros. Un viaje en el tiempo hacia atrás. Primero lo imagina a los 29 años mudándose a un departamento con su novia; luego recibiéndose en la facultad a los 23; más tarde jugando a los videojuegos con su mejor amigo a los 10; hasta que finalmente la narración llega al día en que su vida se apagó violentamente. Futuros negados es el título de esta pieza sumamente emotiva, capaz de ablandar hasta los corazones más duros y, además, lograr dar a conocer una de esas tantas historias que necesitan de todos nosotros para seguir exigiendo justicia.
24. Murales en el Hospital de clínicas (2019) de El Marian, Martín Ron y Mariela Ajras
En 2019, en el Hospital de Clínicas se convirtió en una referencia luego del atentado. Ya lo era, por su cercanía, por que atendieron a sus víctimas en el año 1994 cuando ocurrió el atentado. El Marian, Martín Ron y Mariela Ajras intervinieron las tres paredes de cincuenta metros plasmando tres momentos distintos a través de los 25 años transcurridos. Es una obra imponente, muy estética y poderosamente reflexiva.
25. Mamá (2019)
“Parece que la memoria fuese sinónimo de tristeza, y la tristeza no está de moda. Pero la verdad es que lo único triste es que te olvidan”. Así empieza este video dirigido por Juan Pablo Zaramella en stop motion. La que habla, la que está frente a la cámara, es Gabriela Rodríguez. Tenía ocho meses cuando Silvana, su mamá, murió en el atentado.
26. Detengamos el odio (2010)
En 1940, Charles Chaplin, disfrazado de un tragicómico Adolf Hitler, se para frente al micrófono y dice: “La codicia ha envenenado el alma, ha levantado barricadas de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas”. Es una frase estremecedora que forma parte del monólogo de la película El gran dictador. Ochenta años después, el que la pronuncia es Ricardo Darín en una pieza que busca recordar a las víctimas del atentado y dar un mensaje en estos extraños tiempos que corren. La idea y realización general es de Elio Kapszuk, la dirección de Cecilia Atán y música de Leo Sujatovich. Se titula Detengamos el odio.
SEGUÍ LEYENDO