Arte y filosofía: litros de café en las venas, deberás tener

A lo largo del tiempo, grandes genios de la música, el cine y la literatura confesaron su debilidad y hasta su adicción por la oscura bebida estimulante. En esta nota, un repaso histórico, con aroma a granos tostados

Para muchos pensadores y artistas, no hay creación posible sin el estímulo del café

El café lo pone todo en perspectiva. De ahí a que las reuniones, los encuentros o debates se hagan en torno a esta bebida diremos primero, oscura, y luego romántica. Desde cualquier ángulo social y hasta político e histórico, el café es el compañero más fiel del intelectual a la hora de la creación y la reflexión. "Esto es lo que hago", escribió la poeta Anne Sexton, "preparo café y ocasionalmente sucumbo ante el nihilismo suicida. Pero no te preocupes, la poesía es lo primero".

Anne Sexton

El cineasta Jim Jarmusch lo hizo película: en Coffee & Cigarettes las once historias se suceden sin respiro con el café y el humo como común denominador. En blanco y negro desfilarán Iggy Pop, Tom Waits, Steve Buscemi, Bill Murray y hasta los White Stripes, café en mano. "No sé si matarme o tomarme un café", inmortalizó Albert Camus, quien bien podría haber sido parte del elenco del film.

Johann Sebastian Bach escribió una pequeña ópera al café en 1732, la tituló The Coffee Cantata. En esas épocas barrocas se consideraba al negro brebaje como un vicio, un exceso digno de adictos y Viena se espantaba frente al atrevido músico. En su picaresco ensayo Los placeres y dolores del café, Honoré de Balzac se jactaba de consumir más de cincuenta tazas por día promedio. "El gran poder de mi vida", como lo llamaba, lo llenaba de energía según creía y así lo mantenía en una rutina diaria tal que hacía que se acostara a las seis de la tarde, se levantara a la una de la mañana y escribiera hasta las ocho. No aconsejaba hacerlo con el estómago vacío porque sentía las consecuencias pero así es como escribió ochenta y cinco novelas hasta que murió a los cincuenta y un años.

Cafetera de Balzac

"El peor café es mejor que ningún café". Radical, el cineasta David Lynch. Y es tal su obsesión por la bebida que ha creado su propia línea orgánica de granos: "El café es parte de lo que llamo 'el arte de vida'. Disfruto de sentarme en bares y pedir café y pensar para poder pergeñar diferentes ideas. El café siempre me pareció un conductor de ideas y pensamientos, pero no solo eso, también su sabor va más allá de todo. Tanto es así que un amigo me ofreció crear mi propia línea, probé diferentes blends y ahí nació The David Lynch Signature Cup Coffee, me gusta mucho y tomo unas siete tazas grandes por día".

Margaret Atwood

Al igual que el padre de Twin Peaks, la autora canadiense Margaret Atwood tiene su marca y cedió su nombre para una de los blends de Balzac's Coffee Roaster llamado Bird Friendly (la escritora es, además, una gran defensora del ambiente y de las aves) , y las ganancias van directamente al observatorio de aves de la isla canadiense de Pelee. "No tomo té en hebras, voy a lo real, al vil café. Me pone muy bien saber que pronto estaré tensa por su efecto", remata Atwood. Lo toma con leche evaporada o con crema, aunque disfruta algún ocasional espresso.

Voltaire

Voltaire, nacido Francoise-Marie Arouet, bebía entre cuarenta y cincuenta cafés diariamente. Aseguran sus biógrafos que el autor pagaba exuberantes costos para conseguir los mejores granos de alrededor del mundo. El pensador -agitador- del siglo XVIII lo tomaba con chocolate, y aunque su médico personal le aconsejaba que lo dejara ya que lo mataría, entró a sus ochenta gozando de buena salud… y café en mano.

La precisión matemática del alemán Ludwig van Beethoven al elegir sesenta exactos granos de café para cada taza que bebía, predispone a cierta obsesión de su parte. El temperamental compositor se rendía al ritual varias veces por jornada mientras tocaba acaloradamente el piano.
Immanuel Kant tenía por costumbre tomar un café corto tras la cena, pero inmediatamente después del último bocado. Así es como sus sirvientes tenían presta el agua hervida y en cuanto veían al pensador engullir el último trozo de comida, tiraban los granos de café para tenerlo listo.

Teodoro Roosevelt (1858-1919), el 26to presidente de EEUU. (Hulton Archive/Getty Images)

El vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, se ahogaba en litros de café, tanto, que para cuidar un poco su salud y su peso, eventualmente dejó el azúcar y se pasó a la sacarina. Su hijo bromeaba sobre las tazas de su padre: "Son más bien bañeras". Era tal la adicción de J. D. Salinger, que gritaba a los cuatro vientos que nada lo ponía más violento que cuando le decían "El café está listo" y aún le faltaba unos minutos como el tremendo Orson Welles, quien aseveraba que nada detestaba más que el café frío, el champagne templado y la mujer sobreexcitada. Bukowski contrarrestaba los efectos de tanto alcohol y borrachera con café bien negro y amargo mientras el dramaturgo John Van Druten decía que la mujer debía usar el café como perfume para su piel.

Charles Bukowski

Lo cierto es que esta droga legal es la más consumida en todo el mundo, el aroma del café merece una oda por sí mismo; su sabor y sus efectos vigorizantes no han sido ajenos a los artistas que se valieron de estos tópicos para poder crear bien ¡despiertos! En la intimidad de un bar, esa que no se logra en las cadenas de cafeterías donde deben disfrazar su brebaje con mil y un aditivos para atraer clientes, frente a un espresso, los pensamientos se amontonarán inspirados en el olor del café, el sabor y su calor. Así habrán comenzado y terminado más de una obra maestra.

Kierkegaard lo tapaba de azúcar y tenía un modo muy peculiar de hacerlo: espolvoreaba el café hasta llenar la taza y veía cómo se derretía la pirámide blanca, podía contar hasta treinta cucharadas por taza. El autor de El mago de Oz, L. Frank Baum tomaba cada mañana cuatro o cinco tazas de café con crema y azúcar, tanta, que hasta que no estuviera la cuchara sostenida por sí sola, no paraba. Flaubert aseguraba que tomar café lo transportaba y lo predisponía del mejor humor (lo consumía amargo, eso sí). T. S. Elliot medía, aseguraba, su vida en cucharas de café. "El café nos vuelve severos", escribió Jonathan Swift, "disciplinados, profundos, filosóficos". Hemingway lo pedía en los bares, y en cuanto el camarero lo dejaba sobe la mesa, sacaba lápiz y papel para empezar a escribir compulsivamente.

Severino di Giovanni

Y aunque la leyenda reza que Severino Di Giovanni pidió un café "muy dulce" antes de que lo ejecutaran, parece que no es más que parte del imaginario y del romanticismo que encierra la historia del anarquista italiano en nuestras pampas.

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