Desde que COVID-19 se convirtió en una pandemia, el concepto de resiliencia ha sido ampliamente discutido. Se trata de la capacidad de las personas para afrontar y sobreponerse a las adversidades y salir fortalecido de ellas. Y ahora más que nunca, las personas deberían estar trabajando para aumentar la resistencia a las presiones externas.
La pandemia de coronavirus no solo ha amenazado la salud física de millones, sino que también ha causado estragos en el bienestar emocional y mental de las personas en todo el mundo. Los sentimientos de ansiedad, impotencia y dolor están aumentando a medida que las personas se enfrentan a un futuro cada vez más incierto, y casi todos han sido afectados por la pérdida. La enfermedad ha sumido al mundo en la incertidumbre y para muchos las constantes noticias sobre la pandemia pueden parecer implacables.
“La mente, el aparato psíquico y el mundo interno de las personas reaccionan a la llegada de esta pandemia con mucha angustia porque se trata objetivamente y realmente de una situación angustiante y preocupante. Entonces reaccionamos con miedo y preocupación, y anormalmente con pánico”, sostuvo en diálogo con Infobae Claudia Borensztejn, presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
“A nuestro cerebro no le gusta la incertidumbre, porque estamos programados neurológicamente para evitar lo inesperado, y preferimos la seguridad a lo desconocido. Solemos creer que lo controlamos todo y sentimos que vivir con incertidumbre nos debilita”, explicó en diálogo con este medio Gabriela Hostnik, coach y mentora de procesos de transformación profesional.
En ese sentido, lo que hizo el coronavirus fue pegar justo en ese centro de gravedad: creó más incertidumbre; quizá una de las mayores que hayamos enfrentado. Y lo hizo de manera global, algo que nos iguala a todos. No tuvo en cuenta mapas, fronteras, culturas, idiomas o estratos sociales, nada.
Según Hostnik, se habla desde hace un tiempo del mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo, o VUCA por sus siglas en inglés. “El nuevo mundo en el que vivimos aún no tiene nombre, y, a pesar de contar con el avance tecnológico y de tener la información y los datos al alcance de todos, algo impredecible, sorpresivo e inimaginable sucedió. Y lo hizo de una manera veloz”, advirtió la especialista.
Ahora bien, es justo en estos momentos donde empieza a tomar especial relevancia la resiliencia, “una habilidad y competencia emocional que si la entrenamos en nuestro día a día nos ayuda a atravesar las adversidades y la incertidumbre de una mejor manera”.
Los catalanes expertos en neurociencia y resiliencia y autores de Los patitos feos y los cisnes negros: Resiliencia y neurociencia, Anna Forés y Jordi Grané, van más allá y hablan de la resiliencia generativa como “la virtud de generar opciones, metamorfosear y seguir viviendo”. Es decir, ver el futuro con una mirada posibilista y desarrollar nuevas oportunidades.
Para ellos, la resiliencia generativa es el arte de generar oportunidades y de convertir lo que a priori percibimos como una amenaza en una posibilidad que abre un nuevo camino para nosotros. Es un término que han acuñado para nombrar un nuevo concepto de resiliencia que explica la capacidad que tenemos de superación de la adversidad desde la luz de los últimos descubrimientos realizados por la neurociencia.
La buena noticia es que todos tenemos la virtud y la potencia de desarrollar resiliencia, por eso hay que aprenderla, cultivarla y entrenarla. Aprender “resiliencia en tiempo real” consiste en entrenarse para dar respuestas adecuadas y positivas en el hacer.
La subsistencia diaria sin bienestar no es resiliencia
Para Abby R. Rosenberg, oncóloga pediátrica del Seattle Children’s Hospital que estudia la resiliencia en el contexto de la enfermedad, la promoción de la resiliencia comienza por comprender qué es (y qué no es). “El potencial de resiliencia no es un rasgo único que uno tiene o no tiene; la capacidad de resiliencia es inherente a todas las personas. La resiliencia no es un único resultado dicotómico medido en un punto; simultáneamente podemos experimentar estrés y crecimiento postraumáticos, y estos (y otros) resultados evolucionan dinámicamente a lo largo de nuestras vidas", asegura la especialista en una investigación publicada en la revista médica JAMA Pediatrics.
Rosenberg sostiene que la resiliencia no es ni afortunada ni pasiva. Se necesita un esfuerzo deliberado. De hecho, si bien los investigadores de resiliencia han discutido sobre las definiciones y los requisitos matizados para la resiliencia, están de acuerdo en que se puede fortalecer con la práctica.
La psicología moderna y las ciencias sociales definen la resiliencia como “el proceso de adaptarse bien ante la adversidad, el trauma, la tragedia, las amenazas o las fuentes importantes de estrés”. “¿Quién define el bienestar y qué es lo suficientemente bueno como para alcanzar el umbral de la resiliencia? Esa pregunta surgió de una conversación que tuve hace años con unos padres que estaba desconsolados. Dijeron que eran resistentes porque se habían levantado de la cama ese día, porque estaban poniendo un pie delante del otro y continuaban el arduo trabajo de vivir sin su hijo. Y pensé: ‘Sí. Eso parece bastante resistente. No estoy seguro de poder hacer lo mismo’. Llegué a la conclusión de que la capacidad de recuperación consistía en adaptarse: la parte del bienestar era opcional”, recuerda.
Sin embargo, el tiempo y la observación la han obligado a reconsiderar esa conclusión. Ciertamente, levantarse de la cama y poner un pie delante del otro es parte del proceso de resiliencia. Pero no es toda la historia. Para ella, la subsistencia diaria sin bienestar no es resiliencia.
¿Qué significa esto para nosotros como individuos y organizaciones en la era de COVID-19? Significa que debemos ser deliberados sobre cómo navegar en el medio del proceso de resiliencia, la parte entre pasar y mirar hacia atrás. “Las comunidades y las personas que enfrentan adversidades tan diversas como la guerra, el hambre, la pobreza, la enfermedad o la muerte hacen esto aprovechando categorías consistentes de recursos de resiliencia. Qué recursos funcionan para quién es altamente contextual y se basa en la cultura, la comunidad y las necesidades individuales. Nombrar las categorías y ejemplos de sus recursos de resiliencia específicos correspondientes nos ayuda a identificarlos y aprovecharlos”, concluyó.
¿Qué nos ayuda a ser resilientes?
- Aprendizaje continuo: El cerebro aprende con suma facilidad, lo que realmente le cuesta es desaprender. Cada nueva experiencia se convierte en un aprendizaje. Es importante conocer cómo aprendemos, saber cómo funciona nuestro cerebro para aprender más y mejor, y así facilitar la mentalidad de crecimiento.
- Buscar oportunidades escondidas: No podemos modificar los acontecimientos o adversidades que ocurren, pero sí podemos decidir qué actitud vamos a tomar frente a ellos y también hacernos nuevas preguntas que nos ayuden a cambiar la mirada.
- Generar futuro: Desde una mirada esperanzadora, rediseñarnos en tiempo real en nuestros trabajos, emprendimientos, proyectos, formas de liderar, de comunicar, de conectar y de cooperar.
- Expresar gratitud: La gratitud nos facilita a poner en perspectiva las cosas, a ser más optimistas, a ver el vaso medio lleno y a tomar conciencia de nuestras fortalezas.
- Conectar con la creatividad: Todas las actividades artísticas, manuales, así como escribir y leer nos ayudan a regularnos emocionalmente y a fortalecernos interiormente.
- Cuidarnos: Hacer ejercicio regularmente, meditar y alimentarnos bien; es beneficioso tanto para la salud física como psicológica. Mens sana in corpore sano.
- Practicar el humor: El humor es una de las herramientas más generativas con la que contamos los seres humanos ya que nos ayuda a liberarnos de la tensión emocional.
- Hacer comunidad: La construcción de la resiliencia en una persona, no es sólo atribuible al desarrollo de sus atributos personales, más bien se teje en la relación con las demás personas. La promoción de la resiliencia es una tarea colectiva y por lo tanto tiene una dimensión comunitaria. El neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés, Boris Cyrulnik, la define como “una labor de punto que, al tejer el vínculo, teje la resiliencia”. Lo vínculos tejidos con resiliencia nos permiten sobrellevar y superar los momentos más inciertos.
“Hoy lo comunitario toma vital protagonismo, porque la capacidad de dar y de recibir afecto es la principal fuente de resiliencia: hay que formar círculos de empatía. Los círculos de empatía nos permiten sentirnos seguros y capaces de explorar el mundo inhóspito. Cooperar, compartir y ayudar al otro, como lo hacen los que cosen barbijos, los que arman mascarillas, los que ayudan a la gente mayor y a las personas vulnerables o los que simplemente escuchan al otro”, agregó Hostnik.
Porque ayudarse a uno mismo, comienza ayudando a los demás. Gran parte de la investigación científica sobre la capacidad de recuperación ha demostrado que tener un sentido de propósito y brindar apoyo a los demás tiene un impacto significativo en nuestro bienestar.
“Existe una gran cantidad de evidencia de que uno de los mejores medicamentos contra la ansiedad disponibles es la generosidad”, dijo Adam Grant, psicólogo organizacional de la Escuela de negocios Wharton y autor de Da y recibe: un enfoque revolucionario para el éxito.
Nuestros cuerpos y mentes se benefician de diversas maneras cuando ayudamos a otros. Algunas investigaciones se han centrado en el “subidón del ayudante”. Los estudios demuestran que ser voluntario, donar dinero o incluso pensar en donar dinero puede liberar químicos cerebrales para sentirse bien y activar la parte del cerebro estimulada por placeres como la comida y el sexo. Los estudios de voluntarios muestran que los que hacen el bien tienen niveles más bajos de la hormona del estrés cortisol en los días que trabajan como voluntarios.
Seguramente, vendrán semanas de grandes desafíos de todo tipo frente a esta pandemia. Muchos ya contabilizan numerosos aprendizajes en estos días y lo harán también en los próximos. Otros, analizan ya cómo será la recuperación.
La resiliencia es un hábito que generamos en la práctica. Podemos practicarla en las decisiones que tomamos y las acciones que emprendemos. Aprender alternativas resilientes, nos ayudará a convivir con la incertidumbre, a improvisar sobre la marcha, a generar futuro, a tejer nuevas redes y convertir las incertezas en oportunidades.
“Ser resiliente, no significa ser invulnerables. Somos frágiles y vulnerables, porque somos humanos, y eso no quiere decir que no tengamos fortaleza. Hoy es de valiente reconocer la vulnerabilidad, aceptarla porque nos permite barajar y da de nuevos en todos los aspectos de nuestra vida, y, además, nos permite cuidarnos y cuidar al otro”, concluyó la especialista.
SEGUÍ LEYENDO: