La Bóveda Global de Semillas de Svalbard, en los confines del norte de Noruega, está concebida como el último recurso de la humanidad. Imagínala como el cobertizo del fin del mundo: una cápsula genética segura, a salvo en caso de que alguna catástrofe (como un meteorito o un desastre climático) amenace los cultivos del planeta.
El depósito ya contaba con cerca de 1,3 millones de muestras de semillas de unas 7000 especies, enviadas desde todo el mundo. La semana pasada recibió alrededor de 30.000 nuevas.
La cifra en sí es significativa: es una de las mayores adiciones únicas desde que la bóveda se creó en 2008 (suelen hacerse tres depósitos al año).
Pero, según Asmund Asdal, coordinador de la bóveda noruega, quizá lo más significativo sea la cantidad de los llamados bancos de genes--organizaciones que almacenan sus propias reservas de semillas en lugares de todo el mundo-- que participaron en esta última donación.
“Ahora es más importante que muchos bancos de genes nuevos de partes del mundo en desarrollo están depositando material genético valioso y único”, escribió en un correo electrónico. Algunos, dijo, hicieron sus primeras contribuciones la semana pasada.
Svalbard no es el único lugar donde se almacenan semillas. Pero está pensado como una caja fuerte, una cámara de almacenamiento sellada casi por completo, para su uso en caso de emergencia. La mayor parte del trabajo de guardar, estudiar y compartir semillas se realiza en los bancos de genes. Esos bancos funcionan de manera similar al sistema de archivos de una computadora, en el que se guardan documentos, pero a los que se puede acceder con facilidad. Svalbard es el disco duro externo desde el que se pueden recuperar los archivos en caso de pérdida.
Asdal explicó que, en los últimos años, los organizadores de la bóveda han ampliado su alcance: consideran su trabajo como una carrera contrarreloj, sobre todo para llegar a los países en desarrollo o a las comunidades rurales, con el fin de protegerse de la posibilidad de que los bancos de genes sean destruidos por calamidades como inclemencias meteorológicas, conflictos o averías en los equipos.
Como dice Mike Bollinger, director ejecutivo de Seed Savers Exchange, un banco de semillas sin fines de lucro de Estados Unidos: “Si la pierdes, desaparece para siempre”.
El interés en la recolección de semillas, así como el tamaño del último depósito de muestras, refleja “el creciente estrés, la urgencia, la necesidad de actuar en tiempos de cambio climático”, comentó Stefan Schmitz, director ejecutivo de Crop Trust, que gestiona la bóveda de Svalbard junto con el gobierno noruego y NordGen, un centro de investigación genética.
En esta ocasión, 23 bancos de genes hicieron contribuciones, uno de los mayores grupos en hacerlo en una sola ventana desde 2020. Según el recuento de Crop Trust, en el mundo existen más de 1750 bancos de genes.
“Estos depósitos reflejan una conciencia generalizada de que el clima en el que los humanos han prosperado durante los últimos 10.000 años ha desaparecido”, escribió en un correo electrónico Laurie Parsons, académica de Royal Holloway, Universidad de Londres, que estudia el cambio climático.
El fin del mundo, al menos tal y como lo conocemos los humanos, podría no originarse de una sola catástrofe. Los bancos de genes también protegen contra la posibilidad de una desaparición gradual. Y, como sucede con los huevos, es mejor no poner las semillas en la misma cesta.
Entre las amenazas, la crisis climática ocupa un lugar destacado. En 2023, el año más caluroso jamás registrado, unos 2300 millones de personas enfrentaron una inseguridad alimentaria moderada o grave, según la Organización Mundial de la Salud. Los investigadores también han descubierto que más de una tercera parte de las especies arbóreas del mundo corren el riesgo de extinción. Muchas de las nuevas semillas de la bóveda proceden de zonas que sufren inundaciones desastrosas o furiosas olas de calor, lo que dificulta la producción de cultivos.
Las amenazas más inmediatas proceden de los conflictos humanos. Los combates han desplazado a los agricultores y las bombas han arrasado los cultivos.
El primer retiro de la bóveda de Svalbard se hizo en 2015, después de que la guerra civil de Siria devastó un banco de semillas cerca de Alepo. Las muestras recuperadas se enviaron a almacenes de Líbano y Marruecos.
Este año, algunas semillas llegaron de los territorios palestinos ocupados por Israel. A principios del año próximo llegarán más de Sudán, país asolado por el hambre y la guerra civil.
Hay otras preocupaciones. Las semillas no se conservan para siempre. Los cultivos modificados genéticamente, utilizados a menudo en la agricultura industrial, han desplazado a las variedades más antiguas. Esto puede hacer que los cocineros y jardineros locales, que cultivan y utilizan semillas tradicionales, se conviertan en engranajes importantes de la maquinaria de conservación de la diversidad.
Schmitz cree que el futuro de la agricultura resistente al clima podría depender de las semillas que los agricultores han pasado por alto durante décadas. Los 1145 depósitos de Chad, por ejemplo, se han adaptado para resistir un clima extremo. Podrían ser útiles para los investigadores que intentan cultivar plantas resistentes al calor y a las lluvias irregulares.
“La humanidad se olvidó, un poco, de la riqueza, la riqueza de lo que tenemos”, dijo Schmitz.
Svalbard (un archipiélago que también alberga otros registros de la humanidad, como el Archivo Mundial del Ártico, un importante centro de almacenamiento de datos) es clave para la conservación.
Pero el Ártico está cambiando.
El año pasado, las temperaturas aumentaron cuatro veces más rápido que en otras partes del mundo. El deshielo del permafrost provocó una pequeña inundación en la entrada de la bóveda en 2016 (Schmitz comentó que esos problemas se han solucionado desde entonces y el agua de la inundación se acumuló lejos de los almacenes de semillas).
A pesar del aumento de las temperaturas, las semillas deberían estar a salvo en la bóveda protegida de Svalbard, que se mantiene muy por debajo del punto de congelación incluso sin electricidad, señaló Schmitz.
Schmitz reconoció que, aunque no existe la certeza absoluta, “diría que es el lugar más seguro que podríamos encontrar para esta tarea”.
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