NUEVA YORK — Mariel Sander pensó que pasaría su último mes en la Universidad de Columbia asistiendo a fiestas, tomando clases de danza moderna y que haría un viaje por carretera para visitar cinco parques nacionales en las vacaciones de primavera.
En vez de eso, transportó cadáveres de camas de hospital a camiones frigoríficos.
El coronavirus ha matado a más de 20.000 personas en la ciudad de Nueva York, lo que ha hecho trabajar a las morgues de los hospitales y a las funerarias a marchas forzadas. Para lidiar con esta embestida, los hospitales reclutaron a más de 100 trabajadores temporales para el manejo de los cadáveres, de acuerdo con el departamento de salud de la ciudad.
Sander fue una de las personas contratadas. Había estado sin hacer nada en su casa en Oldwick, Nueva Jersey, inquieta luego del cierre de su universidad en Manhattan y ansiosa por ayudar en la pandemia. Les escribió a varios hospitales de la ciudad hasta que consiguió el empleo de 25 dólares por hora.
Sander, de 21 años, conversó con The New York Times durante el mes en el que trabajó en la morgue de un hospital en Brooklyn. Su relato ofrece un inusual vistazo a una actividad por lo general oculta de la mirada pública.
Sander vivió momentos de pesadilla: bolsas para cadáveres rasgadas, miembros amputados, líquidos misteriosos acumulados en sábanas.
Sin embargo, Sander afirmó que también ha desarrollado un nuevo respeto por los rituales de la muerte. El equipo de la morgue le enseñó a tratar cada cuerpo con cuidado, como una manera de respetar a los familiares que no pudieron entrar al hospital para despedirse de sus seres queridos.
La experiencia la agotó física y emocionalmente. Cuando transportaba los cuerpos, a veces miraba sus años de nacimiento, escritos en las bolsas para cadáveres, para ver cuán cercanos en edad eran a sus padres.
“Esta experiencia me enseñó más sobre empatía que cualquier otra cosa”, dijo.
Sander, quien no estaba autorizada para conversar con los medios acerca de su trabajo, compartió sus experiencias con la condición de que el nombre del hospital no fuera publicado. Muchos detalles fueron corroborados por otro empleado que tampoco tenía autorización para hacer declaraciones a los medios y que habló con la condición de mantener su anonimato. Una vocera del hospital declinó hacer comentarios.
14 de abril: Bienvenida a la morgue
Sander observa la morgue del hospital por primera vez.
La habitación, escondida en el sótano, puede normalmente albergar alrededor de una docena de cadáveres. Pero hoy, casi 90 cuerpos necesitan almacenamiento. Dos camiones frigoríficos están estacionados fuera del hospital como morgues temporales.
Sander aprende a ponerse un cubrebocas N95, luego una máscara quirúrgica y un protector facial. También se coloca una red para el cabello, el uniforme médico, dos pares de guantes y dos batas de laboratorio.
Dentro de la morgue, Sander se siente agobiada y perdida. Miembros amputados, placentas y otros especímenes están almacenados allí para investigación. Ve algunas bolsas que contienen cadáveres de bebés.
El teléfono de la morgue suena. Es hora de transportar su primer cuerpo.
Los enfermeros colocan el cuerpo dentro de una bolsa blanca. Los trabajadores de la morgue revisan la pulsera del cadáver y escriben el nombre del paciente en la parte exterior de la bolsa, para ayudar a los directores funerarios a recoger el cuerpo correcto.
Sander se capacitó como técnica en emergencias médicas —tomó el curso mientras consideraba estudiar medicina—, por lo que sabe cómo manipular cuerpos mucho más grandes que ella. Hay que levantarlos con la fuerza de las piernas, no haciendo fuerza con la espalda.
Sander agarra una bolsa para cadáveres de manera incorrecta, y la rasga. Sin embargo, aprende a enrollar el delicado material hasta formar un bulto compacto para sujetarlo con el puño.
16 de abril: ‘Tengo mucho miedo’
Sander está sola en uno de los camiones que hacen las veces de morgue. Todo está completamente oscuro. Lo único que ilumina el lugar es la lámpara de mano que carga.
De repente, Sander ve el rostro de un hombre dentro de una bolsa abierta. Su corazón se detiene. Habla en voz alta para calmarse mientras siente que la engullen las docenas de cuerpos que están a su alrededor sobre repisas de madera.
Durante una recolección, Sander llega a un cuarto del hospital junto con otro técnico de la morgue. Allí, encuentran a un paciente anciano sentado en una cama, visiblemente aliviado de verlos. El hombre está al lado de una cama con las cortinas plenamente desplegadas alrededor de un cadáver.
“Esa es la segunda persona que ha estado en esa cama desde que estoy aquí”, dice. “Tengo mucho miedo”.
Sander está devastada. Quiere consolar al hombre, pero no sabe cómo. Ambos conversan brevemente y al final le desea una pronta recuperación.
El encuentro es desconcertante porque los compañeros de cuarto de los pacientes fallecidos por lo regular están inconscientes. Los trabajadores de la morgue usualmente entran a una habitación y solo escuchan las inhalaciones y exhalaciones de los respiradores, además de los pitidos de los monitores.
21 de abril: Una descarga de realidad
Sander se dirige a recoger un cuerpo y se encuentra cara a cara con el hijo del paciente, quien es un empleado del hospital. Les ayuda a los técnicos de la morgue a pasar el cuerpo de su padre a una camilla. A Sander le sorprende la firmeza de sus manos.
Ver al hijo es una descarga de realidad: cada cuerpo que transporta le pertenece a alguien. Sander ha intentado bloquear las partes dolorosas de su trabajo y se ha enfocado en los aspectos logísticos, como hacer pasar una camilla por una entrada angosta.
Sander siente una oleada de aprensión cada vez que suena el teléfono de la morgue. La parte que menos le gusta del trabajo es entrar a una habitación de hospital y encontrar una escena caótica de cables enredados de monitores, restos de comida y batas usadas de enfermeros. Es una instantánea de los momentos finales del paciente.
23 de abril: El trabajo pasa factura
Sander no ha estado durmiendo bien. No deja de pensar en la silueta de una barriga bajo la bolsa para cadáveres. El movimiento de la piel de un cuerpo sin vida.
Le duele la parte baja de la espalda. Levantar un cuerpo del anaquel más bajo del camión es agotador. Cuando empuja una camilla por pasillos curvos y rampas empinadas, a veces choca con la pared, lo que le causa una punzada en la espalda.
Sander carga a una mujer anciana delgada, cuyo cuerpo aún está tibio. La sensación le recuerda a abrazar a su abuela, quien murió a principios de año.
Sander, quien está estudiando una especialización en filología inglesa y neurociencia, ahora está segura de querer asistir a la escuela de medicina para entender mejor cómo funciona el cuerpo humano.
28 de abril: Seis cadáveres al mediodía
Los avances llegan de manera intermitente. Algunos días, no hay ni un fallecido durante su turno. Otros días, ya ha recogido hasta seis cadáveres al mediodía.
Un supervisor se queja de un director funerario que se presentó el día anterior con cuatro cuerpos en la parte de atrás de un camión, con la intención de recoger un cadáver del hospital y colocarlo sobre los demás cuerpos. Sus colegas se negaron, alegando que el apilamiento podría causar que los cuerpos empezaran a soltar fluidos, lo cual sería una falta de respeto para las familias de los cuatro pacientes en la parte de abajo.
1.° de mayo: Flores amarillas
Antes de la pandemia, alrededor de 40 a 50 personas fallecían en un mes típico en este hospital. En abril, el número de muertos fue siete veces mayor.
Un familiar de un compañero de trabajo de Sander ha fallecido en el hospital. El equipo despeja un espacio para el cuerpo, le maquillan el rostro y abren la bolsa para que su familia lo vea. Los familiares colocan flores amarillas, un símbolo de esperanza, sobre el cuerpo.
Sander no puede ocultar sus sentimientos. “Fácilmente pudo haber sido alguno de mis padres o mi hermana”, dice.
Cuando habla por teléfono con sus amigos, a Sander le cuesta explicar que un buen día en el trabajo es uno en el que solo dos o tres personas fallecieron.
Sus prioridades antes de la pandemia (obtener buenas calificaciones, destacar en las actividades extracurriculares) se sienten ajenas a su realidad actual. Sus clases, la cuales ahora son en línea y se califican con un simple “aprobado/reprobado”, terminan esta semana.
6 de mayo: Camaradería en la morgue
El humor dentro del hospital empieza a ser más alegre. Sander ve camas vacías en la sala de emergencias.
Con un poco más de tiempo libre, el equipo pone música en la morgue con un viejo iPod. Se enseñan bailes unos a otros.
8 de mayo: Celebración
Un camión de la oficina del médico forense recoge 19 cadáveres para llevarlos al muelle de la calle 39 de Brooklyn, lugar establecido como punto de recogida para los directores funerarios.
Los trabajadores de la morgue celebran el hecho de que estos cuerpos —algunos de los cuales no habían sido reclamados por nadie— tengan ahora un destino, que ya no estén olvidados.
El día anterior, cuando cerraron definitivamente uno de los camiones frigoríficos, alguien puso la canción “Graduation (Friends Forever)” de Vitamin C. Sander bromeó: “Esto probablemente va a ser una celebración mejor que mi verdadera graduación”.
15 de mayo: Último día
Es el último día de Sander en el trabajo. Solo quedan nueve cuerpos en la morgue. El hospital ya solo tiene un camión frigorífico.
Sander se hace la prueba del virus y pasa el fin de semana caminando por el campus de la Universidad de Columbia con sus amigos, todos con cubrebocas. Durante esas caminatas se siente una estudiante de nuevo.
18 de mayo: Rumbo a casa
La perspectiva de una ceremonia de graduación virtual la entristece. “¿No es raro extrañar una experiencia que en realidad nunca has tenido?”, dice.
El hospital la llama para darle buenas noticias. Sus resultados son negativos. Su madre conduce hacia la ciudad para recogerla.
Los resultados llegaron justo a tiempo. Ahora Sander podrá pasar su graduación, programada para el martes, en casa junto a su familia.
*Copyright: 2020 The New York Times Company