Las muertes se duplicaron en Lima y rivalizan con el peor mes de la pandemia en París. Se triplicaron en Manaos, una metrópoli escondida en lo profundo de la Amazonía brasileña, un embate similar al que enfrentaron Londres y Madrid.
En Guayaquil, una ciudad portuaria de Ecuador, el repentino aumento de las muertes en abril fue comparable a lo que experimentó la ciudad de Nueva York durante su peor mes: más de cinco veces el número de personas fallecidas que en años anteriores.
A medida que las bajas del coronavirus disminuyeron en Nueva York y en las capitales europeas, una devastadora ola ha golpeado a ciudades en América Latina, una que compite con los peores brotes del mundo, según encontró un análisis de los datos de mortalidad hecho por The New York Times.
Las ciudades brasileñas están recurriendo a fosas comunes para enterrar hileras de ataúdes apilados. Cientos de ecuatorianos aún buscan los cadáveres de los miembros de sus familias que fueron al hospital y jamás volvieron.
Y aunque las catástrofes en Europa y Estados Unidos fueron monitoreadas de cerca, y se desarrollaron bajo un gran escrutinio mediático, gran parte del dolor de América Latina se despliega lejos de la vista, con gobiernos que no pueden —o quieren— ofrecer una cuenta íntegra de las muertes.
“No estábamos preparados para este virus”, dijo Aguinilson Tikuna, un líder indígena en Manaos, quien ha perdido amigos en la pandemia. “Cuando la enfermedad nos alcanzó, nos encerramos, cerramos nuestras casas, nos aislamos, pero nadie tenía los recursos para comprar mascarillas, medicina. Nos faltaba comida”.
El Times midió el impacto de la pandemia en las principales ciudades del mundo, comparando el número total de personas que han muerto en los últimos meses con el promedio de cada lugar en los últimos años.
Los totales incluyen muertes por la COVID-19 así como por otras causas, incluidas las personas que no pudieron ser atendidas cuando los hospitales se saturaron de pacientes. Y aunque ninguna medida es perfecta, el aumento relativo en todas las muertes ofrece la imagen más completa y comparable del número de víctimas de la pandemia, dicen los demógrafos.
En América Latina, la pandemia ha empeorado debido a hospitales con fondos insuficientes, magros sistemas de apoyo y economías en dificultades con muchos menos recursos que en Europa o Estados Unidos.
Las carreteras peruanas se llenaron con la mayor ola de migración interna en años, cuando la gente huyó al campo al desaparecer los empleos. Decenas de miles de refugiados venezolanos se han visto obligados a caminar de regreso a su destrozada tierra natal porque el trabajo en los países vecinos se ha vuelto muy escaso.
La pandemia afecta a la región después de un largo estancamiento económico, que llevó a varios países, incluidos Ecuador y Brasil, a recortar los presupuestos de atención a la salud. Estos países ahora están viendo las peores tasas de mortalidad en la región.
“No podemos tener sistemas de salud que solo sirven a las personas que pueden pagarlo”, dijo Carina Vance, exministra de Salud de Ecuador. “Mientras la persona con los ingresos más bajos no pueda acceder a los servicios más básicos y esenciales de salud, todos están en riesgo”.
Enfrentar la pandemia poco después de China, Europa y Estados Unidos trajo un conjunto adicional de desafíos. Agotados funcionarios locales en Ecuador y Brasil señalaron la escasez mundial de pruebas y explicaron que las naciones más ricas les arrebatan los escasos suministros médicos.
La decisión del presidente estadounidense, Donald Trump, de congelar los fondos para la Organización Mundial de la Salud podría obstaculizar a la organización, que presta ayuda a países particularmente vulnerables, como Venezuela y Haití. Y China, que otorgó préstamos multimillonarios a América Latina durante la crisis mundial de 2008, se ha limitado a hacer algunos envíos de equipos de protección y kits de pruebas.
Para complicar aún más la respuesta, la enfermedad ha peregrinado por toda la región sin explicación. El relativamente acomodado Chile se ha salvado por el momento, pero también el más pobre Paraguay.
El gobierno de Perú respondió rápidamente con un confinamiento estricto, pero las muertes se dispararon tanto allí como en Brasil y México, donde los líderes minimizaron la amenaza del virus.
El gobierno mexicano no ha informado de cientos, posiblemente miles, de muertes por coronavirus en Ciudad de México, oscureciendo las cifras de la epidemia, según funcionarios y datos confidenciales.
Brasil, la nación más poblada de la región, ahora tiene más de 12.400 fallecimientos por el virus, según el recuento oficial. Ese es uno de los recuentos de muertes más altos del mundo, pero el presidente del país, Jair Bolsonaro, sigue deslindándose de la responsabilidad y niega la necesidad de distanciamiento social. La cifra real en Brasil es probablemente mucho mayor, debido a las pruebas limitadas.
Cuando se le preguntó sobre el número de víctimas, Bolsonaro respondió: “¿Y qué? Lo siento. ¿Qué quieren que haga?”.
El virus ha sido particularmente duro en Manaos, una metrópoli cálida, húmeda y remota de dos millones de habitantes en la selva amazónica. La ciudad registró unas 2800 muertes en abril, casi tres veces más de su promedio histórico por mes. El aumento es comparable con lo que experimentó Madrid en el pico de su pandemia, entre mediados de marzo y mediados de abril, según el análisis del Times.
El brote en Manaos dejó al descubierto las consecuencias de la profunda desigualdad económica y la política polarizada de Brasil. Manaos ha tenido problemas para obtener el equipo médico que necesita, dijo su alcalde, Arthur Virgílio Neto.
“Sufrimos por la ausencia de un gobierno federal”, dijo Virgílio, quien contuvo las lágrimas al describir el dolor infligido por la enfermedad en su ciudad. Él culpó del cumplimiento laxo del confinamiento al desdén de Bolsonaro hacia el distanciamiento social.
La entrega de suministros se ha complicado aún más por la logística, ya que la región tiene pocos caminos de acceso y depende del transporte fluvial o aéreo para satisfacer sus necesidades, dijo.
El mes pasado, los sepultureros de los repletos cementerios de la ciudad apilaron ataúdes en tres capas dentro de fosas comunes profundas para así satisfacer la demanda de entierros. Mientras los hospitales colapsaban bajo una avalancha de pacientes, los cuerpos llenaban sus pasillos. Por toda la ciudad, las ambulancias batallaban para recoger a todos los que nunca pudieron llegar al hospital y murieron en casa.
La crisis de Manaos también preocupa debido a los cientos de grupos indígenas que viven en el bosque circundante. A menudo tienen poco o ningún acceso a la atención médica y pueden estar expuestos al virus cuando van a las ciudades a recoger las transferencias de efectivo de emergencia que el gobierno ofrece o al encontrar mineros y madereros ilegales que ingresan a sus tierras.
Cuando Aldenor Basques Félix, líder indígena y profesor, se enfermó en Manaos con síntomas de coronavirus a fines de abril, fue atendido en su hogar: no tenía dinero para el viaje en autobús al hospital más cercano. A medida que su condición se deterioraba, sus amigos destinaron cinco horas a intentar conseguir una ambulancia, pero no lo consiguieron.
Cuando su empobrecida comunidad finalmente reunió dinero para un taxi, Basques Félix, de 49 años, ya estaba muerto. En el hospital, los trabajadores del hospital se rehusaron a aceptar su cuerpo, diciendo que la morgue estaba llena. Sus amigos tuvieron que esperar con el cadáver en una iglesia evangélica hasta que encontraron sepultureros que se lo llevaran.
“Se negaron a llevarse su cuerpo, se negaron a hacer las pruebas”, dijo Tikuna de los trabajadores del hospital.
La caótica respuesta de Brasil a la pandemia contrasta con las medidas rápidas y eficientes que implementó el vecino Perú.
El presidente del país, Martín Vizcarra, ordenó uno de los primeros confinamientos nacionales en el continente, y envió a la policía y a los militares a las calles para detener a cualquier infractor. Años de administración económica prudente le permitieron al país implementar el paquete de ayuda económica más completo de la región, incluyendo transferencias de efectivo y préstamos accesibles que buscan ayudar a los ciudadanos a quedarse en casa.
Pero la tranquilidad que muchos peruanos sintieron se ha convertido en resignación en tanto el virus se ha extendido entre la población.
El aumento en muertes la semana pasada obligó a un hospital peruano a apilar cuerpos en el exterior. Otros hospitales tuvieron que atender a sus pacientes afuera porque no tenían camas suficientes. En la región amazónica de Loreto, los médicos dijeron que los pacientes de la COVID-19 estaban muriendo a razón de uno por hora debido a la severa escasez de tanques de oxígeno.
En general, Lima tuvo 6200 muertes en abril, o más del doble de su promedio histórico para ese periodo de tiempo, igualando a grandes rasgos la mortalidad de París en su peor mes de pandemia.
“No parece justo”, dijo Jimena Villavicencio, una contadora de 28 años durante su salida semanal para comprar comestibles en Lima. “Hemos sacrificado tanto”.
En Ecuador los soldados aún patrullan las calles de Guayaquil, semanas después de que un brote de coronavirus trajo un aumento de muertes que fue más de cinco veces el promedio de años recientes. Eso es similar con el aumento que la ciudad de Nueva York experimentó durante su pico.
Durante dos semanas, Guayaquil colapsó, y obligó a los residentes a dejar cadáveres en las calles durante días, o enterrarlos en cajas de cartón.
Ahora, con las muertes en declive, el gobierno de Ecuador trata de reactivar una economía devastada, y anunció la semana pasada una liberación gradual del confinamiento. Pero casi una semana después, solo una de las 221 ciudades del país ha comenzado a relajar la cuarentena, por miedo a un nuevo brote.
José María Léon Cabrera colaboró con reportería desde Quito, Ecuador; Isayen Herrera, desde Caracas, Venezuela; Mirelis Morales, desde Lima, Perú; María Silvia Trigo, desde Santa Cruz, Bolivia, y Josh Katz, desde New York.
c. 2020 The New York Times Company