LIMA, Perú — Las terminales de autobuses en Lima están tan atestadas de gente esperando escapar al campo que hay familias durmiendo afuera, una al lado de la otra.
Las carreteras de la ciudad, la capital de Perú, están repletas de peatones que cargan maletas y niños.
En total, al menos 167.000 peruanos en áreas urbanas se han registrado con sus gobiernos locales a fin de solicitar ayuda para salir de las ciudades y regresar con sus familias. Es un éxodo a la inversa y está convulsionando a un país que ya está en medio de un cierre de emergencia por el coronavirus que ha dejado a muchos sin trabajo y sin la capacidad de alimentar a sus familias.
Perú está emergiendo como uno de los países latinoamericanos más afectados por la pandemia, al menos según los conteos oficiales. El país de casi 30 millones de habitantes es el segundo más perjudicado solo después de Brasil, con cerca de 30.000 casos confirmados, la mayoría en Lima.
“Solo trajimos una pequeña maleta”, dijo Wilson Granda, un mesero desempleado de 28 años que hablaba desde una terminal de autobuses donde su joven familia había estado esperando durante cuatro días para viajar a la granja de sus papás. Estaba acompañado de su esposa, Tania, su hija pequeña, Yasury, y su hijo de 2 semanas de edad, Yeral, con la piel un poco quemada por las horas que habían pasado bajo el sol.
Este flujo de gente es parte de los patrones migratorios relacionados con el virus que están ocurriendo en todo el mundo y están dando señales de alarma sobre la propagación del virus en las zonas rurales, lo cual preocupa a los funcionarios de pequeñas localidades que no están preparados para albergar a grandes grupos de nuevos habitantes.
En India, cientos de miles de trabajadores emprendieron largos viajes a pie con destino a sus hogares en el campo. El miércoles, un alto funcionario de una agencia de asistencia internacional calculó que al menos 40.000 migrantes venezolanos han regresado desde mediados de marzo a su propio país ya abatido: una señal de su desesperación.
Para Perú, esta tendencia es un retroceso de las décadas en las que las familias rurales viajaban del campo a Lima en busca de empleo. Esa migración cambió el rostro del país y lo convirtió en una de las naciones más urbanizadas del mundo.
Javier Torres, director de un sitio de noticias que se enfoca en las necesidades de las comunidades rurales, Noticias Ser, se refirió a Perú como un “país de migrantes”, y dijo que el movimiento “es parte de nuestra cultura”.
Él estaba acostumbrado a dar seguimiento a los desplazamientos hacia Lima. Sin embargo, no podía recordar una época en la que tantas personas intentaran salir de la ciudad. Casi una tercera parte de todos los peruanos han perdido sus empleos en las últimas semanas, según una encuesta realizada hace poco por el Instituto de Estudios Peruanos para el periódico La República.
Las estadísticas del gobierno calculan que, incluso en medio de la migración masiva a las ciudades, la gran mayoría de la gente en el país sigue participando en el sector informal del mercado laboral, pues por lo general recibe pagos en efectivo por su trabajo, sin prestaciones y poca seguridad económica.
Torres dijo que la crisis de salud había derribado “ciertos mitos sobre el crecimiento en Perú”, y había revelado lo poco que la expansión económica del país había ayudado a los pobres y a las familias de clase media.
El gobierno de Perú, alarmado por la manera en que el éxodo de las ciudades podría propagar el virus, ha tratado de organizar y controlar el movimiento. Le está pidiendo a la gente que quiera salir de las ciudades que se registre con su gobierno local y espere un mensaje que indique que es su turno de recibir un boleto de camión o avión para viajar a casa.
El protocolo del gobierno es aplicar una prueba de coronavirus a los migrantes potenciales y solo permitir que viajen los que den negativo. Al principio, les pedía a las personas que se pusieran en cuarentena en cuanto llegaran a su destino. Ahora les pide que se pongan en cuarentena en Lima.
De las 167.000 personas que se han registrado, el gobierno solo ha podido autorizar la salida de 3579, según las cifras que anunció la semana pasada Vicente Zeballos, presidente del Consejo de Ministros del país.
Declaró que pronto se trasladarían otras 1621.
Sin embargo, a falta de trabajo, muchos están desesperados por irse, y cientos, si no es que más, ya han salido de Lima, sin hacerse la prueba del virus.
Alex Yampis, un técnico en computación de 23 años que ha estado recaudando dinero para las familias sin trabajo, dijo que hace poco cuatro jóvenes de la comunidad indígena de aguaruna en Lima se habían ido a pie a su región natal de Amazonas.
Incluso en auto, el viaje podría tardar días.
Yampis ha donado fondos a otras 80 personas del pueblo aguaruna que están esperando su turno para regresar en Lima. Varios han sido desalojados y se han mudado con amigos, donde viven de ocho a nueve personas en una sola casa.
Afuera de las terminales de autobuses en una parte de Lima llamada La Victoria, el gobierno ha empezado a repartir tiendas de campaña a las familias que esperan. Pero Granda y su familia no recibieron una.
En cambio, sus hijos dormían en una tienda de campaña donada por voluntarios, mientras su esposa y él dormitaban en la banqueta.
Granda perdió su trabajo semanas antes, el primer día del cierre de emergencia que clausuró negocios y escuelas, y de pronto Lima se convirtió en un lugar más difícil para vivir.
Desde entonces, la familia había agotado todos sus ahorros. Hasta ahora, sus hijos se habían portado bien. “Tal vez para ella”, comentó de su hija de 3 años, “se ha sentido como un juego”.
Granda se había mudado a Lima una década antes, y hablaba con calma, como alguien que estaba acostumbrado a la adversidad.
Luego de que él perdió su trabajo, la familia sobrevivió durante unos 45 días con sus ahorros de 600 soles (unos 180 dólares).
Cuando ya no pudieron pagar la habitación que rentaban en Lima, un costo mensual de 70 dólares aproximadamente, decidieron irse a vivir con la familia de él.
“No íbamos a poder vivir en Lima si yo seguía sin trabajo”, explicó. En la región de Piura en el noroeste de Perú, donde sus padres tienen un terreno y pueden cultivar comida, “podemos subsistir”.
La noche del martes, tras aplicarles unas pruebas rápidas de coronavirus en la terminal de autobús, el gobierno finalmente le concedió a la familia asientos en un autobús de corrida larga.
“De no haber sido por ellos”, dijo de sus hijos, él y su esposa se habrían ido desde hace mucho, “a pie como están haciendo otros”.
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