Singapur hizo casi todo bien.
Luego de registrar su primer caso de coronavirus el 23 de enero, esta próspera ciudad-Estado rastreó con mucho rigor los contactos cercanos de todas las personas contagiadas y, al mismo tiempo, mantuvo cierta normalidad en las calles. Cerraron las fronteras a las poblaciones que tenían la probabilidad de transmitir el virus, aunque los negocios siguieron abiertos. Las numerosas cantidades de pruebas y tratamientos eran gratuitos para los residentes.
Pero durante los últimos días, los casos de coronavirus en Singapur han aumentado a más del doble, y, hasta el 20 de abril, se registraron más de 8000 casos confirmados, la cifra más alta en el sudeste asiático. La mayor parte de los nuevos contagios se han producido en los dormitorios abarrotados donde viven los trabajadores migrantes, invisibles para muchos de los residentes con más recursos del país y, al parecer, hasta para el gobierno.
La propagación del coronavirus en esta ordenada ciudad parece indicar que quizás sea difícil que Estados Unidos, Europa y el resto del mundo regresen pronto a la normalidad aunque, en apariencia, se hayan aplanado las curvas de transmisión del virus. Pese a que los demás países pueden rastrear los contactos a detalle para intentar mantener controlado un brote como lo hizo Singapur, cada día que pasa, el coronavirus está propagándose, enfermando y matando gente, lo cual hace que los científicos y los dirigentes políticos tengan que competir contra su despiadada velocidad y sus nuevos riesgos.
En todo caso, las dificultades de este país tan urbano y cosmopolita presagian un futuro a nivel global en el que los viajes serán un tabú, las fronteras estarán cerradas, las cuarentenas persistirán y las industrias como el turismo y el entretenimiento quedarán abatidas. Las bodas, los funerales y las fiestas de graduación tendrán que esperar. No se puede ignorar a las poblaciones vulnerables como los migrantes.
“También nos adaptaremos cada vez más a la nueva normalidad”, señaló Josip Car, experto destacado en ciencias de la salud poblacional de la Universidad Tecnológica de Nanyang en Singapur. “Este es el futuro probable para los próximos dieciocho meses como mínimo, que es el tiempo que se prevé para que la primera vacuna esté disponible a gran escala”.
Con la proliferación de casos, Singapur abandonó su estrategia de seguir una vida aparentemente normal. Las escuelas cerraron el 8 de abril y ahora se les pide a los residentes que usen cubrebocas en la vida pública. Se ha puesto en cuarentena a cientos de miles de trabajadores extranjeros en sus abarrotados alojamientos y se les han hecho pruebas que han resultado positivas y arrojan cientos de casos nuevos por día.
“Claro que tengo mucho miedo”, comentó Monir, un trabajador de Bangladés a quien no le permiten salir de su dormitorio pese a que necesita otro tipo de atención médica. No quiso dar su nombre completo porque su empleador no le había dado permiso de hablar con la prensa. “Ahí anda el coronavirus y no podemos salir”.
Pese a la reputación que tiene Singapur de ser una ciudad-Estado jardín que ha eliminado la basura e impulsado una fuerza laboral muy preparada, este compacto país insular ha dependido desde hace mucho tiempo de más de un millón de trabajadores con salarios bajos para construir sus rascacielos, trapear sus suelos y trabajar en su bullicioso puerto. Pero estos migrantes extranjeros, que tienen pocas posibilidades de obtener la ciudadanía singapurense, no están dentro de la red de seguridad social del país, aunque una serie de normas les garantizan condiciones mínimas en el lugar de trabajo y cobertura médica.
En la pandemia del coronavirus, quedó demostrado que este grupo representa un punto débil importante, lo que pone al descubierto las vivencias tan diferentes de los expatriados ricos y los pobres en una urbe donde el 40 por ciento de los residentes nacieron en el extranjero.
Aunque las llegadas a su aeropuerto con clima controlado, jardines con mariposas y exhibiciones de orquídeas, estaban muy vigiladas para controlar el coronavirus, los contagios se estaban dando en los dormitorios construidos por el gobierno donde se hacinaban 200.000 obreros extranjeros, la mayoría procedente del sur de Asia y China.
Según las autoridades singapurenses, en febrero pusieron en cuarentena a los primeros trabajadores extranjeros de bajos ingresos que dieron positivo por el coronavirus, al igual que a sus contactos cercanos.
Ahora se están presentando brotes en decenas de dormitorios y alojamientos. También han surgido focos de contagio en las obras en construcción y en un parque industrial. El lunes, Singapur registró 1426 casos nuevos asociados principalmente a las pruebas de los migrantes, un aumento récord en un país que hace un mes tenía unos 300 casos en total.
Al parecer, las autoridades de Singapur no se dieron cuenta de lo contagioso que era el virus. Según el gobierno, la mayoría de los casos son leves o asintomáticos y hasta ahora ninguno ha necesitado cuidados intensivos, lo cual tal vez explique por qué no se identificó antes la propagación entre los trabajadores extranjeros.
Abarrotados con hasta 20 obreros en un solo cuarto sofocante, estos dormitorios de trabajadores extranjeros han sido el centro de brotes anteriores de otras enfermedades, como la tuberculosis. Los residentes se quejan de la infestación de insectos y de problemas en las tuberías. Tres trabajadores dijeron que sus cuartos no habían sido desinfectados a raíz del coronavirus, pese a las promesas de que las condiciones mejorarían.
Khaw Boon Wan, el ministro de Transporte de Singapur, el domingo comentó en una publicación de Facebook que los trabajadores de la construcción estaban recibiendo “atención de primera”.
“Sé que nuestros trabajadores extranjeros reconocen los esfuerzos”, comentó. “Saben que ahora están más seguros en Singapur que en cualquier otro lugar, hasta en su propio país”.
Debido a que la mayoría de los pacientes están relacionados con grupos de contagio conocidos, muchos de ellos entre los migrantes, los epidemiólogos tienen la esperanza de que el confinamiento ayude a controlar la transmisión a nivel local. Hasta ahora, en Singapur han muerto once personas de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, lo cual representa una tasa de letalidad relativamente baja. Los hospitales no están saturados.
Los funcionarios singapurenses subrayan que cuando se controle la transmisión local (el gobierno puede rastrear hasta 4000 contactos de pacientes por día), podría regresar una cierta normalidad a las calles bien cuidadas de la ciudad. Las escuelas pronto deberían poder reanudar sus actividades con horarios escalonados. La manufactura local puede reactivarse, y los bienes y servicios, no las personas, pueden volver a circular.
Cuando los visitantes de China llevaron el virus a Singapur en enero, las autoridades del país de inmediato prohibieron los vuelos procedentes de las zonas afectadas. La policía ayudó a encontrar a los contactos cercanos de quienes daban positivo. Las personas que regresaban de los centros de esquí en Europa o de excursiones en Nueva York pasaban su cuarentena en hoteles de lujo.
Cuando apareció una segunda oleada de casos importados de Europa y de América del Norte, Singapur impidió la entrada de todos los visitantes extranjeros que iban por poco tiempo. Todos los que regresan a la isla pasan por una cuarentena obligatoria. En más de una semana, solo se ha registrado un caso importado de coronavirus.
Pero la rápida propagación del virus entre los trabajadores extranjeros fue un descuido evidente en la rigurosa planificación del manejo de epidemias, que se endureció luego de que, en 2003, Singapur se vio muy afectado por el virus que causa el síndrome respiratorio agudo grave.
“Durante años, hemos estado advirtiendo que estos dormitorios sobrepoblados se encuentran en riesgo, ya sea de incendio o de transmisión viral”, señaló Alex Au, vicepresidente de Transient Workers Count Too (Los trabajadores eventuales también cuentan), una organización que defiende los derechos de los migrantes. “Como sociedad, decidimos seguir conservando esas condiciones de vivienda, las cuales son un foco de riesgo de contagio, porque eso permitía mantener bajos los costos”.
El lunes, Singapur les dio la orden de quedarse en casa a 180.000 trabajadores extranjeros de la construcción y a sus familias. A las organizaciones de derechos humanos les preocupa cómo van a conseguir alimentos algunos de los trabajadores que no viven en los dormitorios.
Confinado en su cuarto de un dormitorio gubernamental, donde cientos de trabajadores extranjeros se han contagiado de coronavirus, Monir dijo que tenía un solo deseo.
“Quiero irme a casa”, comentó.
c.2020 The New York Times Company