El coronavirus todavía no ha explotado en el mundo en vías de desarrollo, pero los países pobres ya están sufriendo por la pandemia. Sus economías han sido afectadas por las cuarentenas, la caída de los precios de los productos básicos, la reducción de las remesas y una fuga de capitales sin precedentes. Alrededor de 100.000 millones de dólares han desaparecido de los mercados emergentes desde enero, cinco veces más que en la crisis del 2008.
Esto solo complicará la inminente crisis sanitaria en esas naciones. Por ejemplo, la mayoría de los países en el África subsahariana tienen menos camas de UCI que un solo hospital estadounidense. Esto significa que deben “aplanar la curva” aún más para evitar que sus sistemas de salud se congestionen. Sin embargo, el distanciamiento social es prácticamente imposible para las personas que viven en los límites de la subsistencia.
Los países en vías de desarrollo necesitan recursos para combatir la doble crisis sanitaria y económica. Requieren dinero para adquirir equipos médicos y ayudar a las empresas en dificultades y a las familias más necesitadas. Pero ¿dónde conseguirán los gobiernos estos fondos? Muchos ya enfrentan las crisis generadas por las deudas, lo que descarta nuevos préstamos. Incluso las economías de rápido crecimiento están en problemas: Ghana y Etiopía, que promediaron un crecimiento de 5 a 6 por ciento en la última década, ahora enfrentan la insolvencia. Países de ingresos medianos como Turquía y Sudáfrica también están al borde.
Los países ricos deben ayudar o enfrentar colapsos económicos desde Pakistán hasta Perú. Negarse a ayudar no solo conduciría a una serie de incumplimientos caóticos y a una interrupción de las cadenas internacionales de suministro a medida que las compañías cierren por todo el mundo, sino que también sería una catástrofe humanitaria.
Si bien algunos países han pospuesto pagos de deuda y han creado líneas de crédito para aumentar los préstamos, esas medidas todavía están muy lejos de conseguir los 2,5 billones de dólares que la Organización de las Naciones Unidas estima que son necesarios para responder a la pandemia del coronavirus en el mundo en vías de desarrollo.
Algunos esperan que el Fondo Monetario Internacional intervenga, y han hecho un llamado para que proporcione liquidez expandiendo drásticamente sus “derechos especiales de giro”, quizás en un factor de cuatro. Esa es una buena idea, pero será una solución tardía e insuficiente. Estados Unidos, que tiene derecho a vetar esa medida, se opone a la propuesta, la cual le daría más liquidez a todos los países. Prefiere la alternativa: hacer que los países soliciten ayuda, uno por uno, al FMI o a la Reserva Federal, los cuales podrían elegir a los beneficiarios de su generosidad.
Lo más importante es que el FMI otorga préstamos, no subsidios. Pero en esta crisis, el mundo en vías de desarrollo necesita transferencias directas e inmediatas, en vez de alternativas que simplemente expandan los costos con el tiempo. Los paquetes de préstamos del FMI tardarían demasiado en establecerse en todos los países que necesitan ayuda, y esos préstamos serían demasiado pequeños en magnitud, especialmente para los países insolventes que ya preocupan a sus acreedores. Además, los subsidios mejoran directamente la solvencia y por lo tanto son más efectivos para restaurar la confianza de los inversores y frenar la fuga de capitales. Otorgar más deuda a los mercados emergentes ahora podría desanimar futuras inversiones y sofocar la recuperación mundial.
Algunos funcionarios —mayormente de países acreedores— advierten que los subsidios crean un riesgo moral y fomentan el despilfarro. Eso podría ser cierto en condiciones normales, pero es absurdo sugerir que ayudar a países durante una pandemia hará que en el futuro esas naciones asuman este tipo de emergencias con menos seriedad.
La realidad es que el FMI no está preparado para transferir rápidamente recursos destinados a la respuesta a la pandemia. Lo que el mundo necesita en la actualidad se parece más al Plan Marshall: un fondo para transferir recursos de forma inmediata al mundo en vías de desarrollo a gran escala. Nos gusta el nombre Fondo Global de Solidaridad (FGS).
Los países capaces de dar préstamos a bajo costo aceptarían un compromiso con el FGS de asignar el uno por ciento de su producto interno bruto a un fondo dedicado a la respuesta global de la pandemia. Inicialmente, esos fondos serían canalizados a través de los mecanismos de emergencia existentes: el Plan Humanitario Global de Respuesta de las Naciones Unidas, el Programa de Emergencias Sanitarias de la Organización Mundial de la Salud y el Mecanismo de Financiamiento de Emergencia para Casos de Pandemia del Banco Mundial. La ayuda podría empezar a fluir de inmediato.
¿Quién, de manera realista, podría crear el FGS y empezar a contribuir? Con Estados Unidos desprovisto de liderazgo y China escéptica de la cooperación multilateral, Europa debe tomar la iniciativa. El Reino Unido y Francia pueden prestar fondos durante un periodo de 10 años, prácticamente de manera gratuita. Los mercados financieros pueden pagarle a Alemania para que emita bonos. Cuando se recuperen, otras naciones también deberían comprometerse con el FGS. Los filántropos podrían contribuir. Si todos los países del G7 y China comprometieran el 1 por ciento de su PIB, se recaudarían 650.000 millones de dólares. Esta suma, combinada con un billón de dólares en condonaciones de deuda y otro billón de dólares en liquidez de los derechos especiales de giro del FMI, como han solicitado las Naciones Unidas, haría alcanzable el objetivo de los 2,5 billones de dólares.
Mientras crece el FGS bajo el liderazgo de los primeros contribuyentes, podría realizar subsidios discrecionales, como lo hace el Fondo Mundial para la lucha contra el SIDA/VIH, la tuberculosis y la malaria. Por ejemplo, podría apoyar a organizaciones no gubernamentales usando dinero móvil para transferir dinero directamente a las familias, lo que proporcionaría ayuda inmediata y generaría un estímulo económico local.
El FGS también podría adquirir respiradores, cubrebocas N95 y (esperamos que pronto) terapias y vacunas para los países con necesidades. Los países ricos deben comenzar a compartir, no acumular, los recursos médicos tras superar sus propios picos epidémicos.
Algunas naciones ricas probablemente se nieguen a compartir por temor a una segunda ola de infecciones. No obstante, esos temores pueden convertirse en una profecía retroalimentada, ya que el virus seguramente encontraría de nuevo su camino hacia el norte si se le permite hacer desastres en el sur. Los países desarrollados no podrán sanar si el resto del mundo está en cuidados intensivos.
No combatir la crisis inminente en el mundo en vías de desarrollo costaría cientos de miles de vidas y perjudicaría la economía mundial durante años. Las barreras entre los países se incrementarían y los frutos de la globalización se marchitarían. Renovar el compromiso con la cooperación multilateral y la solidaridad global es el camino más seguro para todos.
Maitreesh Ghatak, Xavier Jaravel y Jonathan Weigel son profesores de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres.
c.2020 The New York Times Company