Cómo millones de mujeres se convirtieron en las trabajadoras más esenciales de Estados Unidos

Por Campbell Robertson y Robert Gebeloff

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Constance Warren trabaja en una
Constance Warren trabaja en una tienda de alimentos en Nueva Orleans, donde cerca de 250 personas murieron por el virus (Annie Flanagan/The New York Times)

Todos los días, de pie tras el mostrador de las carnes frías de una tienda de alimentos de Nueva Orleans, Constance Warren mira entrar y salir a los clientes habituales.

Le agradecen y le dicen que no les gusta estar encerrados esperando a que pase la epidemia. Warren empaca su pavo ahumado a la miel y sonríe.

Es bueno tener empleo en estos días, por un lado está bien ser considerado un trabajador esencial. Pero Warren se pregunta si, cuando la vida cotidiana vuelva a ser segura, la gente recordará el papel que desempeñó cuando no lo era.

“No olviden que abríamos la tienda para atenderlos cuando lo necesitaron”, comentó en uno de sus descansos una tarde reciente de un día de trabajo. “Nunca se sabe cuándo podrían volver a necesitarnos”.

Lo más probable es que sean mujeres desde la cajera hasta la enfermera de la sala de urgencias, desde la farmacéutica y la asistente de salud en el hogar que toma el autobús para ir a atender a su paciente mayor hasta la soldado en el frente de batalla de la emergencia nacional actual.

Uno de cada tres trabajos que realizan las mujeres ha sido considerado esencial, según un análisis que hizo The New York Times sobre la información cruzada del censo con los lineamientos de los trabajadores esenciales del gobierno federal. Es muy probable que las mujeres que no son de piel blanca sean las que estén realizando más trabajos esenciales que cualquier otra persona.

Con mucha frecuencia, el trabajo que ellas desempeñan ha sido mal pagado y mal valorado, es una fuerza laboral invisible que hace que el país siga funcionando y que cuida de los más necesitados, sin importar que haya o no pandemia.

Las mujeres representan casi 9 de cada 10 miembros del personal de enfermería, casi todas las terapeutas respiratorias, una mayoría de farmacéuticas y una abrumadora mayoría de asistentes y técnicas de farmacia. Más de dos terceras partes de las personas que trabajan en las tiendas de alimentos y los mostradores de comida rápida son mujeres.

En épocas normales, los hombres son mayoría en la fuerza laboral en general. Pero esta crisis ha invertido esto. En marzo, el Departamento de Seguridad Nacional publicó un comunicado en el que se identificaba a los “Trabajadores Esenciales de la Infraestructura Primordial”, que es una guía de asesoría para los funcionarios estatales y federales. Enumeraba una lista de trabajos e indicaba que estos eran demasiado importantes como para interrumpirlos, aunque las ciudades y los estados en su totalidad estuvieran en cuarentena. La mayor parte de esos trabajos los realizan las mujeres.

Entre todos los trabajadores varones, el 28 por ciento tiene empleos que se consideran como parte de esta fuerza laboral esencial. Algunos de los empleadores de varones más importantes de Estados Unidos son empresas del ramo de la construcción como la edificación y la carpintería, actividades que por el momento están detenidas.

Los varones sí conforman una mayoría de los trabajadores en varios sectores esenciales, incluyendo dentro de las fuerzas policiales, de tránsito y en los servicios públicos, y millones de ellos enfrentan riesgos serios e incuestionables al ir a trabajar todos los días. Pero no hay tantos de estos empleos como los que hay en la industria que se encuentra en el frente de batalla: la atención médica.

Andrea Lindley, una enfermera de
Andrea Lindley, una enfermera de cuidados intensivos en un hospital de Filadelfia que atiende a pacientes con coronavirus (Hannah Yoon/The New York Times)

Existen 19 millones de trabajadores sanitarios en todo el país, casi tres veces más que en el sector agrícola, las fuerzas policiales y la industria de paquetería juntos.

Mucho antes del brote, en un país con una población que envejece y se enferma, la demanda de la atención médica era casi ilimitada. La magnitud de esta fuerza laboral se ha disparado durante décadas debido a que los avances de la medicina han prolongado la vida tanto de las personas enfermas como de las sanas.

En la actualidad, hay cuatro enfermeras registradas por cada oficial de policía y, aun así, los hospitales alertan sobre una escasez de enfermeras. Dentro de este sector de la economía masiva, en constante crecimiento y ahora indispensable, casi cuatro de cinco trabajadores son mujeres. Esto se manifiesta en otra estadística sombría: aunque han fallecido médicos y enfermeros varones en la línea de batalla, un informe reciente de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades dice que las mujeres representan el 73 por ciento de los trabajadores sanitarios estadounidenses que se han contagiado desde que comenzó el brote.

La industria de la atención médica del país no se limita a los hospitales y abarca un enorme ejército de personas que atienden a los jóvenes, a los adultos mayores, a los enfermos y a los discapacitados. Esta “fuerza laboral de la salud”, comentó Mignon Duffy, profesora de la Universidad de Massachusetts, campus Lowell, quien lleva a cabo estudios sobre la mujer y el trabajo, “es parte de la infraestructura de toda nuestra sociedad. Mantiene todo unido”. También señaló que, sin embargo, por mucho tiempo se ha subvalorado, lo cual ahora es más evidente que nunca cuando hay una tremenda escasez de equipo básico de protección en todo el país.

“Pero ahora estamos obligados a identificar quiénes son los trabajadores esenciales”, comentó Duffy. “¿Y adivinen quiénes son?”.

Pero ser esencial para nada significa estar bien pagado o siquiera ser observado.

Aunque ha aumentado de manera constante la participación de las mujeres en empleos de alto nivel en el área de la salud, como las médicas cirujanas y de otras especialidades, también han estado ocupando los puestos que nadie ve y que proliferan en el nivel más bajo en la escala de los salarios, las trabajadoras que pasan días muy largos y poco retribuidos bañando, alimentando y administrando medicamentos a algunas de las personas más vulnerables del país. De las 5,8 millones de personas que tienen empleos en el área de la salud que ganan menos de 30.000 dólares al año, la mitad no son personas de piel blanca y el 83 por ciento son mujeres.

Las asistentes de cuidado de la salud personal y del hogar, trabajos por los que ganan un poco más del salario mínimo y que hasta hace poco ni siquiera otorgaban protección laboral básica, son dos de las ocupaciones de más rápido crecimiento en el mercado laboral de todo el país. Más de 8 de cada 10 personas en estos empleos son mujeres.

“Seguimos formando parte de la atención médica, y no se nos reconoce en absoluto”, comentó Pam Ramsey, de 56 años, quien ha trabajado sin seguro médico durante años como asistente de la salud en el hogar en una zona rural de Pensilvania.

Ramsey no se planteó hacer esto. A los 20 años de edad, obtuvo un certificado en hojalatería y mecánica de una escuela de oficios y fue una de solo tres mujeres en su generación de 115 egresados. Pero su padre resultó gravemente herido en una mina de carbón, y recayó sobre ella, más que sobre sus hermanos, la responsabilidad de cuidarlo. Desde entonces, ha estado atendiendo personas, con paga y sin ella.

Si en los grandes hospitales urbanos el equipo de protección es tan escaso, en el trabajo de Ramsey prácticamente no existe. Ella va a trabajar sin más equipo que el que puede conseguir en una tienda de ofertas. No tiene una carta formal, como muchos otros la tienen, que la identifique como trabajadora esencial. Hace poco, la detuvo un policía para interrogarla cuando se dirigía a comprar medicamentos.

“Las personas no nos miran porque no tenemos títulos ni certificados, y tampoco nada que compruebe que somos tan buenas como ellas”, comentó Ramsey.

Sin embargo, ella va a trabajar, y se lleva el alcohol y el agua oxigenada suficientes para frotarse las manos.

Ramsey no es la única que tiene que improvisar. Aunque algunas guarderías siguen abiertas para los hijos de los trabajadores esenciales, esto no sucede en todas partes.

Además, pese a que los pedagogos de todo el país pasan días muy largos y demandantes dando clases por internet, un alumno joven que está en casa necesita que también haya un adulto ahí. (No es muy clara la clasificación federal de los empleos en el área de la educación, así que no se incluyen en el análisis de la fuerza laboral esencial; si hubieran sido incluidos, la participación de las mujeres hubiera sido considerablemente mayor).

Como resultado, muchas madres solteras que tienen empleos esenciales también están enfrentando la contrariedad añadida del cuidado de los niños las 24 horas.

“Esta mujer está ayudando a cuidar al hijo de esta otra cuando tiene que trabajar en el turno de la noche y luego ella cuida al de la otra durante su turno de 7 a 3”, comentó Keshia Williams, una enfermera asistente de 44 años que trabaja en un asilo de Scranton, Pensilvania, donde los miembros del personal —mujeres “el 99,99 por ciento”— están tratando de cubrir una lista cada vez mayor de rondas que dejaron sin cubrir los trabajadores contagiados o que están en cuarentena.

“Yo no quería participar en una pandemia”, afirmó Andrea Lindley, una enfermera de cuidados intensivos de 34 años que trabaja en un hospital de Filadelfia donde han sido internados muchos pacientes con COVID-19. “Pero no voy a abandonar a la gente que me necesita”.

Uno de cada tres trabajos realizados por mujeres ha sido considerado esencial y es muy probable que las mujeres que no son de piel blanca sean las que estén realizando más trabajos esenciales que cualquier otra persona.

Katy Reckdahl colaboró con este reportaje.

(c) The New York Times 2020

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