He tenido conversaciones difíciles esta semana: “Mírame a los ojos”, le dije a mi vecina Karen, que parecía como si su mente se estuviera sumergiendo en una espiral hacia un lugar muy oscuro. “Te hago esta promesa personal: no dejaré que tus hijos mueran por esta enfermedad”, y me tragué el nudo que tenía en la garganta. La simple imagen de uno de nuestros hijos aferrado a un tubo era discordante. Hace dos semanas, nuestros hijos tuvieron una fiesta, comieron pizza juntos, vieron dibujos animados, corrieron de un lado a otro jugando dentro de nuestros apartamentos. Esto fue antes de que el #socialdistancing (distanciamiento social) fuera tendencia. Estadísticamente, todavía me siento bien con mi promesa a Karen porque los niños no parecen estar muriendo por el Covid-19. Hay otros a quienes no puedo hacerles promesas similares.
Unos días después, recibí un mensaje de texto de otra amiga. Ella tiene asma. “Solo digo esto porque necesito decírselo a alguien”, escribió. Me pidió que si se enfermaba y le daban un mal pronóstico, le reprodujera notas de la voz de Josie, su hija. “Creo que eso me ayudaría a recuperarme”, dijo. Josie es la mejor amiga de mi hijo de 4 años.
Hoy, en el hospital donde trabajo, uno de los más grandes en la ciudad de Nueva York, los casos de Covid-19 continúan aumentando, y hay un movimiento para redistribuir la mayor cantidad posible de trabajadores de la salud a las salas de emergencias, las nuevas “clínicas para la fiebre” y los servicios de emergencias. Se está convirtiendo en un escenario de manos sanas para todos.
El cielo se nos está viniendo encima. No tengo miedo de decirlo. Dentro de unas semanas me podrán llamar alarmista; y podré vivir con eso. En realidad, me desmayaré de felicidad si se demuestra que estoy equivocada.
Alarmista no es un calificativo que alguien haya usado antes para describirme. Soy cirujano certificada y especialista en cuidados críticos, pasé gran parte de mis prácticas atendiendo traumas en salas de emergencias y haciendo guardias en las unidades de cuidados intensivos de los hospitales de Harvard.
Ahora estoy en mis últimos cuatro meses de prácticas como cirujano pediátrico en la ciudad de Nueva York. Parte de mi trabajo consiste en despertarme en medio de la noche para correr al hospital de niños para poner a los bebés en una forma de soporte vital llamada ECMO, un servicio que se requiere cuando los pulmones de un niño están fallando, incluso con el máximo soporte de ventilación. Los escenarios que imitan la etapa final de Covid-19 son parte de mi trabajo.
El pánico no está en mi vocabulario; La emoción me ha sido extraída en nueve años de practicas. Pero esto es diferente.
Estamos viviendo una crisis mundial de salud pública que se mueve a una velocidad y escala nunca vistas por generaciones vivientes. Las grietas en nuestros sistemas médicos y financieros se están abriendo como una herida cortante. No importa cómo se desarrolle esto, la vida siempre será diferente para todos nosotros.
En la primera línea, los pacientes están haciendo fila afuera de nuestras salas de emergencias y de las clínicas buscándonos para que les demos respuestas, pero tenemos pocas. Apenas hasta el viernes fue que las pruebas para el coronavirus estuvieron disponibles con facilidad en Nueva York, pero aún son extremadamente limitadas.
Justo al lado de mi oficina en el hospital, se está reutilizando un laboratorio con la esperanza de poder realizar 1.000 pruebas al día. Pero hoy los doctores no tienen acceso directo a las pruebas en todo el país, y probablemente mañana seguirá igual. Además, las pautas y criterios para las pruebas están cambiando casi a diario. Nuestro sistema de atención médica está sumido en la incertidumbre situacional. Los líderes de nuestro hospital están trabajando incansablemente, pero los médicos que están en el terreno de batalla, son pesimistas con respecto a nuestra capacidad para atender todos los casos.
Cuando hice mi guardia en el hospital de niños a principios de esta semana, vi que las cajas de guantes y otros equipos de protección personal estaban disminuyendo. Esta es una crisis para nuestros pacientes más vulnerables y para los trabajadores de la salud por igual. Los equipos de protección, es solo una de las áreas donde los suministros se están quedando cortos. En nuestro gran hospital de 4.000 camas ubicado en la ciudad de Nueva York, tenemos 500 ventiladores y 250 de reserva. Si estamos en camino a igualar la escalada de infecciones por Covid-19 en Italia, es probable que se nos acaben los ventiladores en Nueva York. Los “tratamientos” antivirales que tenemos para el coronavirus son experimentales y muchos de ellos son difíciles de obtener. Déjame repetir. El cielo se nos está viniendo encima.
Digo esto no para asustar a nadie sino para sensibilizarte. Necesitamos más equipos y lo necesitamos ahora. Específicamente guantes, máscaras, protección para los ojos y más ventiladores. Necesitamos que nuestros amigos de la tecnología estén haciendo y probando prototipos para manipular los ventiladores que tenemos de manera que puedan dar soporte a más de un paciente a la vez. Necesitamos que nuestros laboratorios canalicen todos sus esfuerzos para combatir este error, lo que significa estudiar vacunas e investigar tratamientos antivirales, rápidamente.
Necesitamos hospitales para descubrir cómo modificar ágil y flexiblemente nuestras prácticas existentes para adaptarnos a este virus y hay que hacerlo rápido. Los médicos de todo el mundo comparten información, protocolos y estrategias a través de las redes sociales, porque nuestros canales de publicación comunes son demasiado lentos. Las madres de médicos y cirujanos se unen en grupos de Facebook para publicar consejos para los padres y el público, para amplificar nuestra indignación y para subrayar el miedo que sentimos por nuestras poblaciones de pacientes más vulnerables, así como por nosotros mismos y nuestras familias.
Por favor aplanemos la curva y quédense en casa, pero no entren en modo sofá. Como todos, tengo momentos en los que imaginar el peor escenario posible de Covid-19 me quita el aliento. Pero acurrucarse en los lugares oscuros de nuestras mentes no ayuda. En lugar de pánico privado, necesitamos una acción de espíritu público. Nosotros, los que entramos en las habitaciones de pacientes positivos de Covid-19 todos los días, los necesitamos a ustedes y a sus mentes, a sus redes sociales, sus soluciones creativas y sus voces para que luchen con nosotros. Podríamos ser el rostro enmascarado y exhausto que intente resucitarte cuando te presentes en la puerta de nuestro hospital. Y cuando lo hagas, prometo no entrar en pánico. Usaré cada gramo de mi experiencia para mantenerte con vida. Por favor, haz lo mismo por nosotros.
(Publicada originalmente por The New York Times)
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