Parado sobre barro espeso entre árboles quemados y una losa de concreto donde solía estar su casa, Peter Ruprecht admitió no estar seguro de cómo o cuándo reconstruir.
Todavía estaba aturdido por lo que el clima cada vez más volátil de Australia había generado: primero, una sequía; después, devastadores incendios forestales, y luego, 30 centímetros de lluvia de una tormenta tropical.
“Es imparable”, dijo Ruprecht, un exproductor de lácteos. “Solemos hablar de la calidez de la Madre Naturaleza, pero ella también puede ser violenta, salvaje e implacable”.
La temporada de incendios infernales de Australia se ha calmado, pero su gente está enfrentando más de una sola crisis. Con inundaciones que destruyen casas cerca de donde hasta hace poco las llamas ardían, los australianos están afrontando un ciclo de lo que los científicos llaman “extremos agravados”: un desastre climático que intensifica el siguiente.
Las temperaturas más altas hacen más que solo secar la tierra. También calientan la atmósfera, lo que significa que las nubes acumulan mayor humedad por mayores períodos de tiempo. Por lo tanto, las sequías empeoran, generan incendios y luego causan lluvias torrenciales que no pueden ser absorbidas por la tierra seca.
Un resultado de ese efecto multiplicador para Australia —un referente global de los efectos del cambio climático— es que reconstruir después de un desastre es mucho más complicado. Muchos australianos en zonas de desastres se quejan de que su gobierno, tras desestimar el cambio climático durante años, aún no ha ni siquiera esbozado un plan de recuperación que sea preciso y que tome en cuenta futuras amenazas.
Al mismo tiempo, los costos económicos de un clima cambiante están teniendo un aumento vertiginoso. Philip Lowe, gobernador del Banco de la Reserva de Australia, advirtió recientemente que Australia ya estaba pagando un precio, el cual solo se incrementará con el tiempo.
“Abordar el cambio climático no es algo que competa al Banco de la Reserva de Australia, pero sí tenemos la responsabilidad de entender las implicaciones económicas y financieras del cambio climático”, afirmó. “Las implicaciones económicas son profundas”.
El turismo ya ha recibido un duro golpe. A largo plazo, la producción agrícola y el valor de las propiedades de Australia sufrirán, de acuerdo a un estudio reciente de Climate Council, un grupo independiente. El estudio dice que las pérdidas de propiedades relacionadas con el cambio climático pudieran alcanzar los 571.000 millones de dólares australianos (384.000 millones de dólares) para el 2030, y hasta 770.000 millones de dólares australianos (510.000 millones de dólares) para 2100.
La industria de los seguros ya está luchando para adaptarse. Las tormentas torrenciales del mes pasado condujeron a una avalancha de reclamaciones por daños y dejaron a decenas de miles de casas sin electricidad, lo que provocó que las aseguradoras declararan una situación de catástrofe por sexta vez en cinco meses. Estas declaraciones, las cuales aceleran los pagos, se han vuelto más frecuentes y costosas en las últimas décadas.
En la actualidad, más desastres amenazan con acumularse.
En Conjola Park, al sur de Sídney, donde los incendios ocurridos durante las vacaciones de Año Nuevo destruyeron 89 viviendas, el lago se desbordó recientemente, lo que causó mayores daños. Por toda la costa este de Australia, los árboles muertos por la sequía, carbonizados por las llamas y derribados por las tormentas eléctricas, han aplastado autos y casas.
Ni las aseguradoras ni los residentes están seguros de a cuál desastre culpar. Lo único que queda claro es que las crisis acumuladas ponen a la gente en riesgo y multiplican sus ansiedades.
“No me gusta ir a ningún lado”, afirmó Karen Couzins, que vive en Nattai, a unos 150 kilómetros al suroeste de Sídney. Las clases han sido canceladas debido a las carreteras bloqueadas, y cosas tan simples como hacer mercado se han vuelto peligrosas, afirmó.
“Los árboles no paran de caerse por todas las carreteras”, dijo Couzins. “Acabo de pasar manejando por la carretera. Vi un auto con la parte delantera completamente dañada; le había caído un árbol”.
Los extremos han sido particularmente severos al norte de Sídney, donde Ruprecht y su esposa están viviendo en un cobertizo de metal, por ahora.
Primero vino la sequía, la cual se mantuvo por años, convirtiendo granjas y bosques en lugares polvorientos, frágiles y marchitos. Cuando llegaron los incendios en octubre y noviembre, incluso antes que iniciara oficialmente el verano, todo aquel que conociera un poco los bosques supo que vendrían meses de lucha y dolor.
“Era una bomba lista para estallar”, afirmó Ian McMullen, un propietario maderero de tercera generación de 56 años, quien estima que perdió medio millón de dólares australianos por los incendios.
Más adelante, en una tienda para artistas locales, Jenny Dayment, de 63 años, afirmó: “Ciertamente están cambiando muchas cosas en nuestro alrededor”. Mencionó algunos detalles, como el incremento de la humedad y cambios en la población de aves.
Tras muchos años de personas orando por lluvias, los diluvios recientes han sido agridulces, afirmó Dayment. Incluso mientras reverdecían nuevamente la tierra, han traído el siniestro ruido de árboles cayendo.
“Quizás obtengamos algo de normalidad en nuestras rutinas diarias”, afirmó. “Pero la gente estará alerta por mucho tiempo. No creo que podamos volver a ser los mismos”.
La casa de su hija se había reducido a cenizas, afirmó. Dayment sacó una foto de lo que quedaba: una chimenea rodeada de caos absoluto. Su hija no estaba segura de qué hacer. Tanto ella como su esposo estaban pensando en adquirir una casa contenedor temporal.
Los Ruprecht tampoco han podido decidir su próximo paso. Ruprecht afirmó que el mayor reto ha sido “la ausencia de organización en el gobierno”.
“La mayoría de los habitantes de los países del primer mundo se ven a sí mismos como tenaces”, afirmó. “Esto ha puesto eso a prueba”.
c.2020 The New York Times Company