A primera vista, la laguna de Bacalar parecía un milagro, un destello luminoso de turquesa entre un mar de árboles. La “laguna de los siete colores” serpentea por la selva, contando historias de orígenes mayas y ataques piratas a lo largo de casi 42 kilómetros de largo por solo 1,6 de ancho.
Los tonos cambiantes, cortesía del fondo blanco de piedra caliza de la laguna, casi exigen ser fotografiados y yo cedí ante su encanto, pero mi fotografía no se comparaba en nada con la realidad, ni tampoco las 443.000 y más imágenes de #bacalar disponibles en Instagram, que muestran a la laguna desde distintas atalayas, en distintos momentos del día, con gente hermosa sobre columpios junto a esas aguas y grupos de parranderos que alzan sus cervezas para brindar ante la cámara.
Si las examinamos con cuidado, esas fotografías también muestran otras cosas: colores que, aunque impresionantes, ya lucen desdibujados. Gente de pie y caminando sobre estromatolitos, antiguas formas de vida de gran importancia científica; contaminación, literalmente nubes negras en las aguas azul celeste, ignoradas o inadvertidas por las parejas, las familias y los amigos sonrientes.
A principios del año pasado, comencé a escuchar que las personas hablaban aquí y allá sobre la laguna y el pueblo de Bacalar ubicado en el extremo sur de Quintana Roo: desde un conductor de Uber en Denver, afuera de un bar de mezcal en Ciudad de México, hasta un buzo profesional en la costa de Cozumel.
En mayo vine a verlo con mis propios ojos y regresé en noviembre; me pareció tan milagroso como la primera vez. Pero mi segunda visita también amplió mis preguntas sobre Bacalar. ¿La extraordinaria belleza de la laguna, su inmensa instagramabilidad, será su propia ruina? ¿Estas imágenes, instantáneas de vacaciones despreocupadas, se volverán recordatorios conmovedores de algo perdido? ¿Acaso mi presencia solo iba a acelerar su destrucción?
El “Lejano Oeste”
Se cree que el nombre de Bacalar proviene del maya “Bakhalal”, que significa lugar de carrizos. La ciudad, colonizada por los españoles en el siglo XVI, se encuentra subiendo una colina desde la laguna y se disemina a partir de un zócalo, o plaza central, anclada por el Fuerte de San Felipe. El pueblo, que parece languidecer ante el calor húmedo de la selva, se mantiene compacto y caminable; un camino costero, al que se puede acceder fácilmente en automóvil o bicicleta, se extiende a lo largo de la costa sur de la laguna.
Fernando Gaza, propietario de Casa Tortuga, vino a Bacalar en 2013 desde Monterrey, México. El hostal frente a la laguna, que abrió ese mismo año, fue uno de los primeros en la ribera de Bacalar.
“Era una joya escondida. Si vienes en automóvil de Chetumal a Tulum, o de Playa del Carmen, ni siquiera la ves”, reveló. “La mayoría de la gente se ha enterado de que existe porque se ha corrido la voz. Pero incluso así podríamos preguntarnos: ‘¿Cuántos años pasarán para que esto se vuelva como Tulum?’”.
Las comparaciones con Tulum, a 214 kilómetros al norte y el ejemplo más reciente de crecimiento explosivo sucedido en la Costa Maya de Quintana Roo, probablemente son inevitables. Al igual que ese pueblo, Bacalar tiene cenotes, orificios naturales en los que se puede nadar y que se crean en la piedra caliza, antiguos sitios arqueológicos mayas (Dzibanche y Kohunlich) y, claro está, esas aguas maravillosas y fotogénicas. No obstante, Tulum ahora también es sinónimo de un sobredesarrollo inconsciente. Antes de Tulum, fue Playa del Carmen; antes de Playa del Carmen, Cancún.
El crecimiento rápido ya afectó a Bacalar —Garza ha observado un mayor aumento en el desarrollo y las visitas de turistas extranjeros hace unos tres años y en los últimos seis meses han venido apareciendo nuevos negocios en torno a la laguna.
Parte de este cambio se debe al auge de viajeros. El hospedaje en Bacalar consta de hostales amigables con los mochileros —en Casa Tortuga, las camas en dormitorios compartidos tienen un costo de 20 dólares por noche y una habitación privada con baño cuesta 80 dólares— hasta complejos turísticos de lujo con habitaciones que pueden costar desde 400 dólares la noche. Los hoteles y los hostales a la orilla de la laguna son por mucho más caros que los que se encuentran en el pueblo.
Pero se avecina un auge aún mayor, debido al Tren Maya, una vía ferroviaria de 1528 kilómetros que busca conectar los estados de Quintana Roo, Tabasco, Campeche, Chiapas y Yucatán, con una escala en Bacalar y planea completarse para 2023. Con la llegada del tren, la relativa inaccesibilidad de Bacalar —que se encuentra a cuatro horas en automóvil del aeropuerto de Cancún— ya no será un impedimento para un crecimiento todavía más explosivo.
“En los últimos dos años, el mercado se ha revaluado un 350 por ciento”, comentó Ryan Gravel, propietario de la agencia inmobiliaria Buy Bacalar. “Bacalar es nuevo, está de moda. Es el Lejano Oeste”, dijo, e hizo una pausa. “Pero el ecosistema que se encuentra en este lugar es muy frágil. Podríamos destruirlo fácilmente”.
Implicaciones ambientales
El Cenote Cocalitos estaba tranquilo cuando llegué a las 11 de la mañana, para el mediodía, el sol salió y las multitudes fueron aumentando a un ritmo constante, los visitantes apilaban sus pertenencias bajo una palapa maltrecha y caminaban con cautela hacia el agua por escalones de madera resbaladizos debido a las algas. Una pareja holandesa nadó hasta un conjunto de hamacas que rozaban el agua. La escena recibió una repentina inyección de energía cuando tres adolescentes mexicanos llegaron con un celular, enfundado en una cubierta contra agua, del que emanaba música de banda a todo volumen.
Algunos, pero no todos los visitantes, se detenían a leer los letreros que explicaban la estructura del cenote, y destacaban la presencia de estromatolitos que, según la bióloga independiente radicada en Bacalar Shanty Acosta Sinencio, fueron las primeras formas fotosintéticas de vida que surgieron sobre la tierra. Los estromatolitos, formados por miles de capas de cianobacterias que secretaban carbonato de calcio, parecen enormes peñascos pero, de hecho, son seres vivos. Los estromatolitos más antiguos de Bacalar tienen entre 7000 y 10.000 años de antigüedad.
“Estos organismos crecen en entornos muy específicos y se han descubierto en muy pocos lugares del mundo”, explicó Acosta. Según la bióloga Silvana Ibarra Madrigal, quien trabaja con el gobierno mexicano como asesora ambiental, Bacalar es hogar del grupo de estromatolitos de agua dulce más grande en el mundo del que se tenga conocimiento.
Según Acosta e Ibarra, los estromatolitos, y la laguna misma, se han visto visiblemente afectados por el crecimiento explosivo de Bacalar. Buena parte del problema es estructural: las instalaciones de tratamiento de residuos del pueblo son anticuadas y han sido rebasadas por la demanda, lo que ocasiona que el drenaje fluya hasta la laguna, en especial, durante la temporada de huracanes (la gran mayoría de las casas ni siquiera están conectadas al sistema). La recolección de basura puede ser irregular y la separación de desperdicios es inexistente. Además, los turistas también pueden ocasionar daños; en el cenote, vi gente aplicándose protector solar antes de entrar al agua y montándose sobre las estructuras parecidas a una roca tratando de buscar un mejor ángulo para sus fotos.
Parte del problema, según Acosta, es que ni el gobierno local ni algunos miembros de la población dan prioridad a la protección ambiental. La bióloga comentó que la falta de planeación a largo plazo sigue siendo un obstáculo importante para lograr un cambio generalizado y significativo y que la delincuencia organizada también ha contribuido con el deterioro socioeconómico.
Kamila Chomicz, artista y bióloga de Gdansk, Polonia, quien ha trabajado estrechamente con la comunidad de activistas de Bacalar, dijo que suele haber resistencia sobre hacer públicas estas preocupaciones, para que no se impida que los turistas puedan visitar el lugar.
Cocalitos, además de los letreros que les suplican a los visitantes no caminar sobre los estromatolitos, tiene algunas áreas cercadas para mantener a distancia a los nadadores. Sin embargo, es fácil no ver o ignorar las barreras, así como la información.
Un tipo distinto de turismo
Un creciente número de propietarios de negocios locales tratan de informar a los turistas sobre la fragilidad del área. Las habitaciones en Casa Tortuga y Casa Chukum, un elegante hotel boutique que abrió al norte del zócalo la primavera pasada, cuentan con material impreso en las habitaciones que informa sobre los estromatolitos y la mejor manera de interactuar con la laguna.
Muchos de estos materiales existen gracias a Marilina Labat, una diseñadora local que ofreció sus servicios sin costo alguno a la Dirección de Ecología y Medio Ambiente de Bacalar, una organización gubernamental centrada en generar conciencia ecológica. Desde septiembre, el grupo instaló en el zócalo del pueblo una pantalla grande dedicada a los estromatolitos en español y en inglés. Cerca de ahí, en El Manati, un espacioso café, galería y tienda que ofrece asistencia para reservar experiencias con conciencia ecológica, hay información sobre la laguna expuesta junto a exuberantes representaciones artísticas de estromatolitos. Chomicz piensa que existe una mayor oportunidad de zanjar la brecha entre la ciencia, la comunidad local y los turistas: ella organizó una exposición de fotografías y videos en torno a los estromatolitos y la laguna la primavera pasada y desde entonces hizo un cortometraje documental sobre el mismo tema.
Bacalart, un festival de arte gratuito creado por Catalina Sour Vasquez, una artista francesa que ha hecho varios viajes a Bacalar, que se celebró por primera vez en noviembre, tiene una misión similar. Una colaboración entre META, el colectivo de artistas de Sour Vasquez con sede en París y varios artistas mexicanos, Bacalart combinó exposiciones de arte, presentaciones musicales y proyecciones de cine (e incluyó películas de Chomicz) en tres espacios del pueblo: el Hotel Makaabá, un lujoso hotel boutique que abrió el verano pasado; Damajuana, un restaurante de sushi y mezcalería ubicado frente al mar de Tulum y El Galeón Pirata, un centro cultural y sala de conciertos.
“Tal vez, además de crear conciencia sobre la laguna, podamos ayudar a que vengan otro tipo de turistas, gente interesada en el arte y la cultura, no solo en la fiesta”, comentó Diane Merli, artista y miembro de META.
No es algo inconcebible. Además de espacios permanentes que funcionan en galerías como El Manati, los muros de toda la ciudad están cubiertos de complejo arte urbano que retrata la vida marina y los atractivos ambientales. Sin embargo, este arte, y la mayor conciencia, ¿serán suficientes para influir en la dirección del desarrollo de Bacalar?
El turista responsable
Este momento, innegablemente, es un punto de inflexión para Bacalar. Se está trabajando en una actualización del Programa Municipal de Ordenamiento Territorial Ecológico (POEL), el primer proyecto de desarrollo urbano de la región desde 2005. El POEL determinará el lugar donde los desarrolladores pueden construir, cuán altos pueden ser los edificios y cuántas habitaciones de hotel están permitidas. El plan también decidirá la dirección de Bacalar y probablemente el destino de la laguna, pero podrían pasar años antes de que se divulgue.
Chomicz espera que, entretanto, los turistas puedan ayudar a hacer la diferencia.
“Limita tus desperdicios usando botellas de agua reusables. Mantén la fiesta en la ciudad, no en la laguna y ¡haz preguntas!”, recomienda. “Pregunta por los baños: ¿están conectados con el sistema de drenaje? ¿Cómo tratan las aguas residuales? Pregunta a tus guías y operadores de barcos ¿cómo se ven los estromatolitos? ¿Cómo pueden cuidarlos?”.
A bordo de Yemaya, navegamos al sur hacia la isla Pájaros, un santuario natural de manglares densos que apareció con una cacofonía de cantos de aves mientras el sol se hundía tras un banco de nubes que se cernían sobre la costa occidental. Saltando por la borda hacia el agua tibia, observé su inquieto acercamiento, en clima y metáfora.
El cielo se abrió, y mientras diluviaba, la laguna de color lavanda parecía hervir. El sol se abrió paso entre la tormenta y apareció un arcoíris, que terminaba justo donde me encontraba de pie. Y por un momento, me pareció que todo tenía solución: la situación crítica de los estromatolitos, el frágil equilibrio entre amar un lugar y destruirlo, mi irónico sentido de simbolismos tan obvios y el papel tan cuestionable que tenía en todo eso. Ahí estaba, ¡en el preciso lugar donde termina el arcoíris!
No hay decisiones perfectas, me había dicho Chomicz, pero si hay mejores. Tratar de tomarlas, parece que vale la pena.
©2019 The New York Times Company