¿Por qué Trump es el hombre de los aranceles?

Por Paul Krugman

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El presidente de EEUU, Donald Trump (REUTERS/Kevin Lamarque)
El presidente de EEUU, Donald Trump (REUTERS/Kevin Lamarque)

Ha transcurrido exactamente casi un año desde que Donald Trump declaró: “Yo soy el hombre de los aranceles”. Contrario a lo acostumbrado, estaba diciendo la verdad.

A estas alturas, ya perdí la cuenta de las veces en las que los mercados han creído que Trump iba a finalizar su guerra comercial, solo para toparse con anuncios de que el acuerdo tan esperado no va a suceder o de que un nuevo conjunto de productos o países acaba de ser afectado por los aranceles. A lo largo de la semana pasada volvió a ocurrir: los mercados apostaron por el inicio de una paz comercial entre Estados Unidos y China, solo para recibir el golpe de la declaración de Trump de que quizá no se llegue a un acuerdo antes de las elecciones, además de la imposición de nuevos aranceles a Brasil y Argentina.

Así que Trump realmente es el hombre de los aranceles. Pero, ¿por qué? Después de todo, los resultados de su guerra comercial han sido continuamente malos, tanto económica como políticamente.

En breve, les daré una respuesta a eso. Sin embargo, primero hablemos de lo que la guerra comercial de Trump sí ha logrado.

Un aspecto peculiar de la economía de Trump es que, mientras que el crecimiento global ha sido sólido, las áreas de debilidad han venido precisamente de las cosas que Trump ha intentado estimular.

Recuerden que el único logro legislativo importante de Trump fue un enorme recorte fiscal para las corporaciones que se suponía que iba a producir un aumento en la inversión. En cambio, las corporaciones se embolsaron el dinero y la inversión empresarial ha venido disminuyendo.

Al mismo tiempo, se suponía que su guerra comercial iba a reducir el déficit comercial y reactivar la industria manufacturera estadounidense. Pero el déficit comercial ha aumentado y la producción manufacturera está disminuyendo.

La verdad es que hasta los economistas que se opusieron al recorte fiscal y los aranceles de Trump están sorprendidos por los pésimos resultados que produjeron. Lo que se dice con más frecuencia para explicar estos malos resultados es que la política arancelaria de Trump está creando una gran incertidumbre que les está dando a las empresas un fuerte incentivo para aplazar los planes que pudieran tener para construir nuevas fábricas y abrir más vacantes.

Sin embargo, en ese caso, ¿por qué Trump no hace lo que los mercados siguen esperando, erróneamente, que haga y abandona esa estrategia? Su continua obsesión arancelaria parece aún más extraña si tenemos en cuenta la creciente evidencia de que lo perjudica en términos políticos.

Cabe señalar que el proteccionismo trumpiano no fue una respuesta a una corriente de opinión pública. Lo máximo que puedo decir de la interminable serie de entrevistas con hombres blancos en merenderos —que, como todos sabemos, son los únicos estadounidenses que importan— es que estos electores están más motivados por la animadversión hacia los inmigrantes y la percepción de que los liberales presumidos los miran con desprecio que por la política comercial.

Además, la opinión pública parece haberse vuelto mucho menos proteccionista, incluso mientras los aranceles de Trump aumentan, el porcentaje de estadounidenses que dice que los acuerdos de libre comercio son algo bueno es más alto que nunca.

Así que Trump está perdiendo apoyo para su guerra comercial, no ganándolo. Y un análisis reciente considera que fue un factor que perjudicó a los republicanos en las elecciones intermedias de 2018, en las que se perdió un número importante de escaños en el Congreso.

Sin embargo, Trump persiste. ¿Por qué?

Una respuesta es que Trump siempre ha tenido la fijación de que los aranceles son la solución a los problemas de Estados Unidos y no es la clase de hombre que reconsidera sus prejuicios a la luz de la evidencia. Pero también hay otra cosa: la ley de comercio de Estados Unidos le da a Trump más libertad para actuar, más capacidad para hacer lo que quiera, que cualquier otra área en materia de políticas.

En resumen, hace mucho tiempo —en realidad, después del desastroso arancel Smoot-Hawley de 1930— el Congreso limitó voluntariamente su propia participación en la política comercial. En su lugar, le dio al presidente el poder de negociar acuerdos comerciales con otros países, que luego podría aprobar o rechazar sin enmiendas mediante el voto.

Sin embargo, siempre fue evidente que este sistema necesitaba cierta flexibilidad para responder a los acontecimientos. Así que se facultó al poder ejecutivo para imponer aranceles provisionales en ciertas circunstancias: los aumentos repentinos a las importaciones, las amenazas a la seguridad nacional, las prácticas desleales por parte de gobiernos extranjeros. La idea era que los expertos apartidistas determinaran si estas condiciones existían y en qué momento, y que el presidente decidiera si debía actuar o no.

Este sistema funcionó bien durante muchos años. No obstante, resultó ser extremadamente vulnerable ante alguien como Trump, para quien todo es partidista y la experiencia es un insulto. A menudo, las justificaciones de Trump para imponer aranceles han sido evidentemente absurdas, en serio, ¿quién se imagina que las importaciones de acero canadiense amenazan la seguridad nacional de Estados Unidos? Pero no existe una manera obvia de evitar que imponga aranceles cuando le plazca.

Como tampoco existe una manera obvia de evitar que sus funcionarios concedan exenciones arancelarias a empresas específicas, supuestamente con base en criterios económicos pero, en realidad, como recompensa por su apoyo político. La política arancelaria no es el único ámbito en el que Trump puede practicar el capitalismo clientelista —las contrataciones federales son cada vez más escandalosas—, pero los aranceles son especialmente propicios a la explotación.

Entonces, por eso Trump es el hombre de los aranceles: los aranceles le permiten ejercer un poder ilimitado, recompensar a sus amigos y castigar a sus enemigos. Cualquiera que piense que va a cambiar sus hábitos y empezará a comportarse de manera responsable vive en un mundo de fantasía.

*Copyright: 2019 The New York Times Company

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